[Recibido] Tokio Blues: Norwegian Wood de Haruki Murakami

Una nueva edición de Tokio Blues: Norwegian Wood (Tusquets Editores. ISBN: 978-84-8383-552-4. 390 pp.) de Haruki Murakami, una de sus novelas más emblemáticas. Es una edición en tapa dura, ahora que se acercan las navidades. No la había leído en español; es una buena oportunidad.

De la contraportada:

Mientras aterriza en un aeropuerto europeo, Toru Watanabe, un ejecutivo de 37 años, escucha una vieja canción de los Beatles que le hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de los años sesenta. Con una mezcla de melancolía y desasosiego, Toru recuerda entonces a la inestable y misteriosa Naoko, la novia de su mejor y único amigo de la adolescencia, Kizuki. El suicidio de éste distanció a Toru y a Naoko durante un año, hasta que se reencontraron e iniciaron una relación íntima. Sin embargo, la aparición de otra mujer en la vida de Toru le lleva a experimentar el deslumbramiento y el desengaño allí donde todo debería cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte. Y ninguno de los personajes parece capaz de alcanzar el frágil equilibrio entre las esperanzas juveniles y la necesidad de encontrar un lugar en el mundo.

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Felicia Day y la colisión de las galaxias

Felicia Day –con eso de salir en Buffy, Dr. Horrible y su propia serie web, The Guild– se ha convertido en una especie de musa geek. Y aquí está, aprovechando para participar en un vídeo divulgación científica. Pero lo que me ha resultado más llamativo y también más divertido –aparte de la referencia a Joss Whedon- es la crítica constante a cierta forma de informar sobre ciencia, buscando siempre la forma más sensacionalista siempre a costa de los hechos.

(vía Bad Astronomy)

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La relevancia retrógrada y la grabación de tu vida

Resulta llamativa nuestra tendencia a creer que la relevancia es una propiedad que reside en los objetos del mundo, como si la relevancia se encontrase en el mismo plano que la masa o la carga eléctrica, que de alguna forma, una vez definida adecuadamente y medida, ahí la tenemos, un valor unidimensional que no cambia. Supongo que es un ejemplo más del cerebro teniendo problemas para distinguir entre la realidad razonablemente objetiva y las cosas que él mismo proyecta sobre la realidad.

La verdad es que la relevancia es una de esas cosas que dependen tanto de la percepción humana que bien podríamos considerarla subjetiva. No sólo depende del contexto -por ejemplo, si estamos interesados en la logística del ejército de Alejandro, la relatividad general no es excesivamente relevante- sino que depende precisamente de si algo nos interesa o no. Si vamos por la calle y nuestra supervivencia personal no nos preocupa excesivamente, el hecho de tener un coche a toda velocidad que se dirige directamente hacia nosotros puede no resultarnos especialmente relevante, aunque para otras muchas personas probablemente fuese un buen motivo de preocupación.

Lo comento porque hace unos días leía a Enrique Dans en su entrada Grabando tu vida: life recorders donde hablaba de la posibilidad de disponer pronto de dispositivos que, llevando continuamente encima, te permitan registrar continuamente lo que sucede en tu vida (al menos, en tus inmediaciones y quizá sólo en una dirección determinada, pero eso son detalles). La acumulación de datos sería enorme, pero supuestamente con las técnicas adecuadas uno podría buscar entre toda esa masa y dar precisamente con lo que quiere. Además, es una consecuencia directa del incremento de la potencia de los ordenadores y del aumento de la capacidad de almacenamiento. A medida que la primera crece y la segunda baja, más factible resulta registrarlo todo.

Por supuesto, hay enormes problemas, sobre todo relativos a la intimidad. ¿De verdad quieres grabar todo lo que te sucede? Probablemente haya algunos aspectos de tu vida que considerarás demasiado delicados para registrarlos y sería conveniente ejercer cierta discreción. Por otra parte, también es seguro que hay algún momento de tu vida que te gustaría haber registrado. ¿Y si el registro se hubiese producido automáticamente? Hay argumentos a favor y en contra.

Pero la objeción que más me ha llamado la atención es la que dice que la vida es demasiado aburrida como para registrarla continuamente; lo más probable es que acabes con un montón de material que no quieras ni ver. Es una idea que puede sonar razonable hasta que piensas durante un momento en la operación que implica. Estás intentando decidir en el presente lo que una persona, que podría parecerse o no a ti, podría considerar relevante dentro de diez, veinte o treinta años. ¿Alguien cree que eso es fácil? Considerando lo mal que se nos da predecir qué nos hará felices en el futuro, ¿de verdad nos creemos capaces de predecir por dónde irán nuestros intereses? No me lo creo.

A ese intento de predecir el futuro de nuestros estados mentales es lo que llamo relevancia retrógrada (no estoy seguro de que el nombre sea el más correcto, pero estoy seguro de que es mejor que mi primera idea: «relevancia tiotimolínica»). Aplicamos la relevancia retrógrada ahora y veinte años después descubrimos que nos habíamos equivocado, que eso que consideramos tan relevante no lo era y que realmente queríamos otra cosa, que lo que valoramos en el futuro no es lo mismo que valoramos hoy. Por tanto, lo lógico sería dejar esa decisión a la persona que puede realmente tomarla, registrando nosotros todo el material que podamos, sin pensar si nos parece relevante o no (siempre que el esfuerzo de hacerlo no sea excesivo).

Y ya hay algún dispositivo curioso para hacerlo. Todo esto de grabar tu vida viene de las investigaciones de Gordon Bell, que empleaba una cámara que se disparaba automáticamente cuando una serie de sensores registraban cambios en el entorno. Ese dispositivo, por supuesto, era puramente artesanal, aunque aparentemente habrá una versión comercial para el próximo año. Eso sí, inicialmente, y por desgracia, la cámara estará destinada a investigadores y costará del orden de los 800 dólares.

Y antes de terminar, volvamos a la protección de la intimidad, porque si lo pensamos bien, el problema se vuelve bastante más complicado. Dada nuestra incapacidad para predecir lo que nos resultará relevante en el futuro, queda claro que tampoco podemos hacerlo en el caso de la intimidad. Es decir, nosotros en el presente podemos determinar lo que no deberíamos registrar, pero si grabamos todo lo demás, ¿qué nos garantiza que en el futuro algo que grabamos inocentemente no se vuelva de pronto relevante? Quizá debamos pensarlo con cuidado.

(La idea de grabar toda tu vida, y compartir lo registrado, resulta tan interesante que allá por el 2004 escribí un cuento de ciencia ficción con esa idea: «Silencio». Se publicó en la revista Man (creo)).

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Neal Stephenson

No todos los días desayuna uno hablando de Leibniz. No de cualquier Leibniz, evidentemente, sino de uno muy concreto: del personaje que aparece en la serie de novelas conocida como El Ciclo Barroco. Entre lonchas de jamón, bollitos y café para mí y té para él, le pregunté si Anatema (su último novela publicada en España) podría considerarse la venganza de Leibniz. En un momento dado del Ciclo Barroco, Leibniz presenta su filosofía, que suena –como se pretende- mucho más moderna que la rigidez del sistema newtoniano a la que aspira a reemplazar. En Anatema, una filosofía similar reaparece convertida ya en el sustrato del mundo en el que viven los protagonistas.

Neal Stephenson es un hombre tremendamente reflexivo. Le haces una pregunta o le planteas una posibilidad y de inmediato aparta la vista y se pone a pensar. Tras reflexionar unos buenos segundos, cuando casi has perdido la esperanza, se vuelve hacia ti y te responde. Mucha veces no te responde lo que esperabas oír, pero es siempre interesante. Un poco como sus novelas, que rara vez son lo que esperabas leer.

El viernes 23 de octubre llegué a Barcelona a eso de la una de la madrugada y me fui como a las nueve de la noche. Unas veinte horas, para asistir a la presentación del Premio UPC de novela corta de ciencia ficción en el que Neal Stephenson participaba como invitado de honor. Aún así, dio tiempo a desayunar, a verle ser entrevistado en varias ocasiones, entrevistarle yo mismo y a encontrar momentos dispersos para intercambiar algunas opiniones. Fascinantes diálogos dispersos.

Hablamos de Penrose, por ejemplo, del que los dos tenemos opiniones muy similares. Fue a propósito de mi idea de que la consciencia es el tema fundamental de su obra -está muy presente en La era del diamante, reaparece en un par de ocasiones en El Ciclo Barroco y es muy explícito en Anatema-, hipótesis a la que casi dijo que sí. También hablamos de Arduino y hardware Open Source, de Firefly y otras series, de cuántos Enoch Roots hay en Criptonomicón (a pesar de las elucubraciones, sólo uno) y le conté mi teoría sobre el contenido de la tercera galleta de la fortuna de Secuestrador. También me aseguré de decirle que La telaraña es una novela excelente -una de sus mejores- y que es una lástima que no sea más conocida. Y a mi comentario de que sería un gran escritor de divulgación -como demuestran los calcas de Anatema, en particular la magistral explicación del espacio de fases-, respondió que escribir novelas resulta más agradable.

Este año, la presentación del premio UPC tuvo una estructura algo diferente. En lugar de una conferencia, organizaron un debate a dos, en el que yo haría las preguntas y él respondería. La idea era contar con la participación del público, pero temiendo que no fuese así, preparé cinco páginas de preguntas (sobre Eliza, el infodump de Snow Crash, los detalles de Criptonomicón que se explican en El Ciclo Barroco…). Páginas que, me alegra decir, casi no tuve necesidad de usar. El público no sólo estuvo dispuesto a participar, sino que planteó preguntas mucho más interesantes y consiguió por tanto que la ceremonia de entrega fuese más fluida. El formato fue un éxito y debería adoptarse en el futuro.

Les dejo con un breve fragmento grabado por Ricard de la Casa:

Cuando nos despedimos -él se iba a descansar un poco antes de irse a firmar libro y yo me iba al aeropuerto-, me dijo que procuraría darme más trabajo. Yo le respondí que le leería igual, aunque no tuviese que traducirle.

Por supuesto, la visita, aunque corta, también me permitió saludar a viejos amigos. En particular, a Joan Manel Ortiz, José Luis González, Ricard de la Casa y Guillén Sánchez (a los que no veía desde hacía mucho tiempo). Y, por supuesto, a Miquel Barceló, que tuvo la amabilidad de invitarme.

Para saber más del premio: Roberto Sanhueza gana el Premio UPC 2009 y UPC 2009 en imágenes.

Fotos: Ricard de la Casa

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