¿Hay vida después de Lost?

El 21 de noviembre de 2010, a las 11 de la mañana, di con ese título una charla en Evento Blog España. Este es el texto que escribí para la ocasión, aunque la charla que di fue más corta y, a la vez, más graciosa. Quiero pensar que esto es lo último que escribiré sobre Lost. Como se me ocurrían muchas ideas, escribí además cinco extras, como si de un dvd se tratase (¿y qué dvd que se precie no tiene al menos un extra oculto?. Los enlaces aparecen al final. Y, por supuesto, también están mis comentarios sobre la sexta temporada.

Quiero ante todo darles las gracias por estar hoy aquí. Sé muy bien que las 11 de la mañana de un domingo, tras una noche de juerga, es una hora inhumana para hablar de cualquier cosa. También quiero dar las gracias a los organizadores por darme la oportunidad de venir. Sólo tuve que escribir 60.000 palabras sobre Lost para lograr que me invitasen al EBE. De haber sabido que era así de fácil, lo hubiese hecho antes.

El título de esta charla es “¿Hay vida después de Lost?”. Uno de esos títulos delicadamente ambiguos escogidos precisamente porque te permiten hablar de lo que quieras. En mi caso, siguiendo la tradición de Lost, les advierto de antemano que no pienso responder a la pregunta. Estoy tan poco seguro de si hay vida antes de Lost, o durante, como para plantearme si la hay después.

Por suerte, y siguiendo la misma tradición, hay varias preguntas a las que creo que puedo dar una respuesta. Y, siguiendo esa misma tradición, ustedes decidirán si valen la pena o prefieren otras. Que las interpretaciones son libres.

Le cuento un poco el origen de todo esto. Es decir, cómo acabé hoy aquí. El origen, digamos, de mis entradas comentando los capítulos de la sexta temporada de la serie.

Yo no pretendía escribir sobre Lost. Lo que realmente pretendía es escribir largo. Quería tomar un tema y tratarlo hasta que las teclas ya no diesen más de sí. Admiro a la gente capaz de hacerlo, porque implica arriesgarse y equivocarse en público, escribir todas las tonterías que se te vengan a la cabeza, generar ideas, por absurdas que sean. Sé que para eso están los blogs, para pensar en público, pero a mí siempre me ha costado mucho hacerlo. Pero empecé el año planteándome que eso era era lo que quería.

Lo de Lost fue la decisión que tomé al minuto siguiente. Admiro mucho a la gente que durante años ha escrito comentarios sobre la serie, y la verdad es que es perfecta para hablar, porque te lo pone un poco difícil, te obliga a mirar un poco más de cerca. Era ideal, vamos, para escribir largo. Además, la sexta temporada iba a empezar pronto. La quinta no me había gustado demasiado -excesivamente mecánica- pero la sexta -guiándome por los espoileres iniciales- tenía buena pinta. La línea X parecía que daría mucho juego.

Otra ventaja: un capítulo a la semana me obligaría a escribir, lo que implicaba un acicate personal. La gracia está en que el comentario sobre el episodio se publique antes del siguiente. Además, la gente acabó siendo muy amable y me los reclamaba, lo que ayudaba a mi concentración. Tanto es así, que en un momento dado sentí el peso de la obligación y me planteé fallar deliberadamente. Más que nada para que no se volviese costumbre.

No esperaba escribir tanto. Pensaba que con unas 1.000 palabras por episodio iría genial. Mira que puedo llegar a equivocarme. El texto más largo tiene alrededor de 5.000. Pero es que cuando uno se pone a hablar…

La respuesta fue muy variada, pero en general positiva. Algunos me daban las gracias, decían que le gustaban mucho, y otro me decían que era un imbécil pretencioso. La verdad es que puedo entender ambas posturas porque en ocasiones leyendo mis propios textos lo pensaba yo también. Al principio, el día de su publicación se notaba un poco la subida de visitas. Unas mil visitas más por episodio.

Hasta el 23 de mayo.

Yo no había planeado ver el episodio en su emisión de la mañana. Mi mujer -también seguidora de la serie- y yo habíamos decidido dormir normal y luego verlo por la noche como siempre. Pero quiso el destino, o la isla, que nos despertásemos justo a tiempo y, bien, ya despiertos, nos pusimos a verlo. Luego dediqué el resto del día a escribir la última entrada y la publiqué. Tras tener la sensación del deber cumplido, de haber acabado la tarea, de haber terminado definitivamente con mis trabajos, pude ver el episodio con toda tranquilidad, sin tener que pensar.

Terminado, sí, qué gracia. Tonto de mí.

Las visitas a mi página empezaron a subir. También los retuis del enlace. Al principio, poco a poco, luego más rápido. Cuando pasaron de las 10.000 visitas en un día, me sorprendí. A las 30.000, me empecé a asustar. ¿Qué había hecho? ¿De verdad era esto lo que quería? Luego, mi página murió. La pobre no soportó los pisotones. Pasé unos días frenéticos intentando moverlo todo a una máquina propia, para que volviese a funcionar. Mucha gente intentó entrar y no pudo. No tengo estadísticas de eso días porque simplemente era imposible. Incluso hoy, meses después, ésa entrada sobre el último episodio es consistentemente la más visitada de mi blog.

Lo llaman morir de éxito.

Cientos de retuis. Decenas de miles de visitas.

Luego los mensajes.

Muchos mensajes dándome las gracias por haber explica el final, lo que me resultó desconcertante. Algunos diciendo que el final era una basura insoportable, como si lo hubiese escrito yo. Unos pocos comentando que habían malgastado seis años de sus vidas.

Esos últimos me llamaron especialmente la atención. ¿Cómo podías pensar tal cosa? Es decir, si durante ciento y tantos episodios has disfrutado de la serie, ¿cómo es posible que el último episodio haga que retroactivamente dejes de disfrutar de todo lo anterior?

Y ya puestos, ¿cómo es que una serie fantástica, con muertos que caminan y viajes en el tiempo, puede convertirse en ese fenómeno masivo? Un fenómeno tan grande como para que las televisiones de varios países se vean obligadas a emitir el final simultáneamente.

Hay varias razones para ello. Para explicar la tremenda implicación con la serie y por tanto que el final te la pueda desbaratar por completo. Y también para explicar por qué una serie que debería haber sido de culto, haber ocupado un nicho reducido, se convirtió en un fenómeno global.

En primer lugar, está la naturaleza de la televisión actual, un detalle que apuntaba Steven Johnson en su Everything Bad is Good for You: la televisión actual se hace para el vídeo. En su época, cuando el capítulo lo veías una vez y luego, con suerte, años después en sindicación, mantener una excesiva continuidad entre un episodio y el siguiente era tremendamente arriesgado. De ahí que al terminar el episodio la mayoría de las series regresasen al status quo. Se reseteaban, vamos.

Pero la llegada del vídeo doméstico te permite tener de pronto series como Canción triste de Hill Street donde las líneas argumentales nacen, desaparecen, reaparecen, se resuelven cada una en su momento, dan lugar a otras líneas y, sobre todo, se alargan durante muchos episodios. Casi todas las series moderna de éxito te obligan a mantener en la cabeza no sólo el contenido del episodio, sino el de toda la temporada y, en casos como Buffy o la propia Lost, todo lo que ha sucedido en la serie. El resultado final es construir toda una mitología que sustenta todo lo que sucede en la serie.

Lost va un paso más allá, porque es también una serie hija de internet, una serie que sabe que no tiene solo fanático, sabe que tiene forenses, gente que bajará de inmediato el episodio, que lo diseccionará hasta el elemento más pequeño, que intentará encontrar una explicación hasta de los elementos más irrelevantes, que descubrirá hasta la última de las claves y algunas que nadie puso allí. Y que luego, además, irá a los cientos de foros, listas de correos, blogs, podcast, videocast, etc., dedicados a Lost y difundirá la información lo más rápidamente posible.

Los responsables de la serie saben que eso sucederá. Saben que si muestran un libro, esa misma noche cientos de personas lo leerán para descubrir claves sobre la serie. Saben que si muestran un mapa de la isla realizado por un loco que se vuela los sesos, a las pocas horas estará en internet con todas sus leyendas cuidadosamente traducidas y explicadas. No importa el esfuerzo necesario, siempre habrán fanáticos de Lost dispuestos a invertirlo.

Eso crea un núcleo de seguidores muy especial. Personas dispuestas a soportar cualquier retraso en la resolución de la serie, el misterio eternamente postergado, siempre que Lost presente un puzzle nuevo a resolver. Y Lost ha ofrecido puzzles realmente diabólicos, como esos ARG que requerían la colaboración de personas de varios países. Es algo que solo puedes hacer en un mundo de comunicaciones modernas. Y sabes bien que esas personas, por mucho que se quejen, no abandonarán nunca la serie.

Lo que no explica para nada el otro aspecto de Lost, el haberse convertido en una serie de éxito. En ese punto creo que hay dos razones principales.

En primer lugar, Lost supo esconder muy bien sus raíces de género. Y mira que era complicado. A los pocos episodios sale un monstruo que come gente, un muerto que camina, gente que no sabe cómo ha podido sobrevivir a un accidente de aviación, un mensaje en francés que advierte de un mortal enfermedad… Vamos, como para pensar que estás viendo La casa de la pradera. Y sin embargo, conozco gente que durante varias temporadas siguió creyendo que Lost era un drama de superviviente en una isla.

Es más, cuando Lost se revela como fantástica, lo hace de la forma más flemática posible. Si mete una cabaña que salta de sitio por la isla, lo hace y punto. El viaje en el tiempo, igual. ¿Hay que mover la isla? Pues lo personajes lo dicen y de pronto parece simplemente de lo más lógico. Acabas pensando que no hay nada más fácil. En ocasiones, prepara el terreno con mucha antelación. Los flashforwards de finales de la tercera temporada y la cuarta preparan el viaje en el tiempo de la quinta. De pronto, sabemos cómo va a terminar todo (los perdidos fuera de la isla, queriendo volver), pero no sabemos cómo se va a desarrollar la acción desde el punto en el que nos encontramos (el carguero aproximándose a la isla). Igual que cuando viajan todos a tiempos de la Iniciativa Dharma y no sabemos cómo se desarrollará todo hasta el punto de la historia que sí conocemos.

En ese aspecto, creo que los guionistas de Lost son verdaderos genios de la ciencia ficción. Y su mayor triunfo es haber logrado que mucha gente viese una serie de ciencia ficción (o fantasía, o fantaciencia, como prefieran) sin darse cuenta. O dándose cuenta y aceptando el hecho con toda naturalidad.

En gran parte, el mérito es de los personajes. Lost es una serie que está totalmente centrada en sus personajes. El mundo narrativo puede ampliarse, incluir cada vez más elementos, pero jamás comete el error de permitir que esos elementos sean más importantes que los personajes que ha creado. No importa que la historia se remonte 2.000 años en el pasado. Da igual, porque sigue centrada en el mismo sitio y lo que sucedió en esa época sigue afectando a nuestros protagonistas. Incluso cuando introduce a un personaje nuevo, como Jacob, lo trae al círculo interno, lo incluye. Hay otras series que no lo logran, donde no hay razón para creer que sus protagonistas sean realmente más importante que el misterio. Pero para Lost, los personajes son siempre la parte fundamental del misterio, y sin ellos no habría razón para contar la historia.

Y claro, creando personaje grises, que se mueven por la delgada línea ética por la que transitamos todos, que son fallidos cada uno a su modo, siempre encontrarás alguno con el que identificarte. Es más, su interacción es tan rica que durante un tiempo se dijo que ver desayunar a los personajes de Lost era más interesante que ver capítulos enteros de otras series. Y ese es un punto de referencia, un ancla que te permite orientarte en la serie. Aunque todos los acontecimientos te confundan, la lucha de los protagonistas consigo mismos es un lugar al que siempre puedes regresar. Y la decisión más sabia de la serie fue precisamente hacer que los personajes fuesen lo importante hasta el último momento de la serie. La serie fue siempre sobre ellos.

Y encima tenemos la isla.

Las islas son buenos lugares para situar historias raras. Están alejadas, es difícil llegar hasta ellas. Aunque sólo tengas que cruzar unos metros de agua siempre parecen estar separadas del resto del mundo. Son buenos lugares para situar regiones extrañas, lugares insospechados, donde las reglas normal quedan en suspenso y puede pasar cualquier cosas. Un repaso rápido: islas afortunadas, San Borondón, Lemuria, Atlantis, Mu, Utopía de Moro, la isla misteriosa de Verne, la isla de Robinson, El señor de las moscas… Las islas están automáticamente en otro mundo.

Y también son prisiones. Son el microcosmos perfecto, porque no puedes salir de ellas con facilidad, y menos si la isla se empeña en no permitírtelo Un Lost situado en el desierto no sería lo mismo. Aunque no sea verdad, en un desierto tienes la impresión de que podrías echar a caminar y escapar. Pero en una isla, la línea del horizonte que te hacer pensar en una tierra más allá del mar es la misma que te niega la libertad.

Y por por si fuese poco, la isla posee una belleza extraordinaria, conformando un paisaje que produce esa sensación, lo sublime, que tan bien examinó otro filósofo de Lost, Edmund Burke (quien, por cierto, también sale en la serie), en su investigación filosófica. En resumen rápido y tosco, para Burke lo enorme, lo desmesurado, lo que trasciende las dimensiones humanas habituales despierta en nosotros la sensación de lo sublime, porque nos aproxima al infinito. Y la isla es un poco así, pero también da la impresión de ser enorme. Tanto, como para esconder templos, estatuas, faros y estaciones por aquí y por allí.

Inducir la sensación de lo sublime es habitual en arquitectura. Las columnas de la mezquita de Córdoba te hacen pensar que siempre habrá más. Las catedrales son enorme, para provocar la sensación de lo divino. Y es un truco que Lost aprovechó en muchas ocasiones. Sobre todo en los finales de temporada.

Todo los finales de temporada resetean la serie. Como he dicho, el centro queda en el mismo lugar, pero el círculo se expande. Al final de la primera temporada, nos hacen descender por un túnel que no parece tener final, que parece hundirse por siempre. Luego, Dharma, que parece parte de la solución. Luego descubrimos que Dharma es casi una nota al pie en la historia de la isla. En la segunda, vemos el pie de la estatua y la serie se hace de pronto más grande. También la extensiones heladas del norte, que en su blancura es también casi infinita, recordándonos que la serie transcurre en el mundo real.

La tercera nos hace comprender que el tiempo de la serie se extenderá mucho más de lo que esperábamos. El rescate de los perdidos no será lo último que suceda. En la cuarta, la ausencia de la isla, ese enorme agujero, inhumanamente grande, en el océano, es prueba más contundente de su poder —mayor de lo que podríamos haber supuesto— que cualquier otro milagro que hayamos presenciado. Y justo cuando pensábamos que el Black Rock era importante, descubrimos en la quinta que la historia de Jacob es muy anterior. Y ya no hablemos del final…

Lost siempre habla de lo mismo, siempre trata los mismos temas, siendo asombrosamente consistente en sus seis temporadas. Si al terminar, uno vuelve al primer episodio, descubre que la mayoría de los detalles ya estaban allí y que se repiten una y otra vez. La obsesión religiosa, los comentarios sobre el destino, los hermanos enfrentados —Liam y Charlie— y las dualidades, los comentarios sobre la necesidad de colaborar y mantenerse unidos. Si Lost fue cambiando, fue mutando, fue modificándose y ampliándose, fue para poder hablar siempre de lo mismo, para poder presentar las mil variaciones posibles de cada tema. Y para mantener siempre a los personajes en el centro.

La metáfora de la cebolla es en este caso más que exacta. El centro es siempre el mismo, pero poco a poco se va añadiendo una capa más que amplia el campo de juego de la narración.

Por desgracia, eso hace que la serie se convierta también en un texto que está pidiendo a gritos se interpretado. Ver Lost es en gran parte un ejercicio de exégesis, de decidir sobre la importancia de este o aquel elemento. Pero el trabajo puede no terminar nunca. Por tanto, decidir, con años de antelación, que la serie terminaría en un momento determinado del futuro te ofrece la esperanza de que finalmente obtendrás la clave que te permita descifrar todo lo que sucede.

¿Y si eso no pasa? ¿Si la clave que recibes no es la que esperabas?

En ese caso, el texto entero deja de tener sentido. Y si has invertido años en leerlo, el resultado final te parece una broma pesada. Por eso comprendo a la gente que dice haber perdido seis años de sus vidas. ¿Quién no pensaría lo mismo?

Es evidente que yo no lo pienso. Por tanto, ¿por qué me gusta el final de la serie?

Bien, en primer lugar, me gusta el final. Me parece una decisión inteligente por dos razones. Primero, porque efectivamente sigue a los personajes hasta el momento final. Y segundo, porque un final mitológico es mucho más fácil de aceptar y no se hubiese ganado nada con un final de ciencia ficción. Los temas de Lost no tienen nada que ver con una forma concreta de contar la historia. Además, creo que ese final catapulta la serie a regiones ocupadas por obras como El prisionero. Gracias a ese broche, de la serie se seguirá hablando dentro de muchos años.

Pero yo del final esperaba otra cosa. Esperaba lo que siempre esperé de Lost, capítulo tras capítulo. Esperaba que me sorprendiese una vez más. Con cierta tristeza, porque sería la última vez. Pero quería que me confundiese una vez más, que se adelantase a mis ideas, que me ofreciese algo interesante.

Yo me había hecho una idea de cómo sería el final de la serie. No se cumplió. Pero disfruté especialmente por la forma en que no se cumplió. Me gustó que derrotar al hombre vestido de negro fuese menos importante que el método empleado para hacerlo.

Pero sobre todo, disfruté enormemente con la revelación final sobre la línea X. Admito que nunca pensé que estuviesen muertos. Sólo lo comprendí cuando Jack pasó, en su tortuoso camino por la iglesia, bajo el ángel. Entonces supe que todo transcurría en el limbo. Todas mis ideas sobre universos paralelos, mente universal al final de los tiempo que aprovecha la capacidad casi infinita de computación del final de los tiempos para reconstruir todo lo que fue o pudo haber sido, que se envía a sí misma a través del tiempo para garantizar su propia existencia y que en el mundo se manifiesta como una luz, quedaron en nada.

La solución de Lost era, como diría Borges, mucho más pura, mucho más perfecta, mucho más fácil de aceptar y comprender. Y se ajustaba mucho mejor a los temas de la serie. Es menos importante saber cómo es que Jack está sentado allí con sus compañeros que saber que está allí sentado con sus compañeros. Lost no me dio lo que quería sino lo que necesitaba.

¿Hay vida después de Lost? Claro que la hay.

Muchas obras me sorprendieron en su momento de la misma forma que Lost me sorprendió. Lost no fue más que uno de los múltiples ciclos. Tengo la esperanza de que en el futuro muchas otras obras me vuelvan a sorprender de la misma forma.

Extras:
Lost Ate my Life, de Jon “DocArzt” Lachonis y Amy “hijinx” Johnston
Lost: The New Man in Charge
The Myth of Lost, de Marc Oromaner
Borges, Lost y la ciencia ficción

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EBE10

No tengo mucho que decir sobre este EBE10. O mejor dicho, siendo mi primer EBE sólo puedo decir que lo he disfrutado enormemente. En estos actos tengo por costumbre no entrar en las charlas —de hecho, fui a la mía porque no había otra opción; de haber encontrado a alguien dispuesto a leerla…— porque a mí lo que me gusta es el pasillo y hablar con la gente. Voy a encuentros sobre todo a ver personas y claro, intento maximizar el tiempo en esa actividad.

Hablé con mucha gente, desvirtualicé a mucha gente que sólo conocía en la distancia y tuve oportunidad de conocer a personas nuevas. En cualquier caso, tantas personas que no tendría sentido intentar nombrarlas a todas. Pero debo decir que pasé mucho tiempo con @wicho de Microsiervos (es un hecho poco sabido, pero se ha cambiado legalmente el nombre y es ahora oficialmente “@wicho de Microsiervos”; ese “de” dota al nombre de cierto aire noble, ¿no creen?) y Luis Alfonso Gámez, a quien prometí comprar su libro de inmediato (promesa que todavía no he tenido oportunidad de cumplir).

Por lo dicho anteriormente, mi prioridad fue encontrarme con gente. Por esa razón, mi única escapada turística fue al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. No tuve mucho tiempo para disfrutar como me hubiese gustado de las exposiciones, pero debo decir que la visita valió la pena y que el edificio en sí es extraordinario. Pienso volver en cuanto pueda. Me apunté dos nombres: Danika Danić y Grazia Todori.

En cuanto a mi charla… Creo que salió bien. O al menos, la gente se reía y mi teléfono no dejaba de indicarme tuis nuevos con mi nombre. Vamos a llamar «bien» a eso.

Sí, tengo intención de estar allí en el EBE11.

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Lost Ate my Life, de Jon «DocArzt» Lachonis y Amy «hijinx» Johnston

El domingo 21, a las 11, doy en el EBE 10 una charla titulada «¿Hay vida después de LOST?”. Preparándola, he decidido que la charla debía tener extras. De esa forma, puedo hablar un poco más largo de algún detalle y decir «mira ahí». Este es el quinto y último. Dentro de unas horas, a Sevilla.

El mejor fandom del mundo tenía Lost. Aunque estoy seguro de que todas las series creen —en la medida en que las series puedan creer cosas— justo lo mismo.

Por otra parte, hay que reconocer que los seguidores de Lost han hecho cosas asombrosas. Por ejemplo, peinar el mundo buscando claves para participar en un juego de realidad alternativa, resolviéndolo, algo que un ser humano individual no hubiese podido lograr. También es un fandom tan absolutamente dedicado que a las pocas horas de que una imagen curiosa adornase durante una fracción de segundo el desarrollo de su serie, esos fans ya la habían capturado en alta resolución, la habían anotado con todo detalle y habían traducido todas las frases originalmente en latín.

Pero asombroso como es, no queda claro si el mérito es de ellos o de la serie. Siendo Lost como es, tan dada a poner 40 pistas en una única imagen, ¿es de extrañar que la serie haya atraído a un grupo de gente con la inteligencia y la persistencia canina necesarias para ponerse a esa tarea? Sería un poco como debatir si son los genes o el entorno cuando te resulta imposible separar la influencia de cada uno. Una serie especial y una gente especial, en suma.

Lost Ate my Life es un libro sobre el fandom de la serie, escrito por fans de la serie (ilustrado con fotos tomadas por fans de la serie). Y no estamos hablando de cualquier fan. Estos son pesos pesados, que de pronto te llevan uno de los blogs más importantes sobre la serie o te organiza la reunión a la que va todo el mundo, miembros del equipo de rodaje incluidos. Vamos, gente que se paseaba por el estrecho carril que a un lado tiene el equipo al completo de la serie y al otro los fanes normales que veíamos la serie desde lejos. Digamos que son unos fans con una posición privilegiada y un acceso asombroso a los entresijos de la producción.

Es un libro tremendamente informativo. Para empezar, porque cuenta con detalle el origen de la serie y, especialmente, como casi no fue (a pesar del multimillonario episodio piloto). También se explica el primer gran lugar de reunión de los fans de la serie (TheFuselage.com), donde se pasaban también guionistas, productores y actores y que contaba con el apoyo oficial de la producción. Lo que yo no sabía era que The Fuselage tenía su origen en una comunidad similar dedicada a Buffy (una conexión más entre mis dos series favoritas).

La verdad es que esperaba otro tipo de libro. Quizá algo más en plan “qué guays somos los fans de Lost”. Y si bien algo de eso hay —¿para qué ibas a escribir el libro si no?—, sobre todo ofrece una cantidad enorme e inestimable sobre la relación de los fans con su serie, con un grado de implicación que beneficia a todos. Desde una explicación sobre el desarrollo de los famosos juegos de realidad alternativa, la explosión de los huevos de pascua en la serie (esos pequeños detalles que aparecen de fondo y que apenas nadie percibe) o las peleas internas sobre con quién debería acabar Kate. Y todo eso aderezado con detalles sobre el desarrollo de la serie y sobre la influencia, o no, de los fans sobre el argumento.

Hay dos formas de tomarse este libro. La más pragmática, es emplearlo para comprender hasta qué punto un grupo de personas puede quedar atrapado por una serie de televisión y comprender los pasos que dio Lost para lograrlo. Como se dice al final: “Lost found a way to bring fans deeper into the show by enlisting their own marketing strategies, something that most shows would not bother with at all”; tiene mucho que enseñar a cualquier creador televisivo. La otra —la mía— es sentir envidia de esa gente que pudo implicarse hasta tal punto en su serie.

Namaste.

[50 libros] 2010

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Lost: The New Man in Charge

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El domingo 21, a las 11, doy en el EBE 10 una charla titulada «¿Hay vida después de LOST?”. Preparándola, he decidido que la charla debía tener extras. Y este es el tercero. Adicionalmente, no pensaba que fuese a escribir de nuevo la siguiente frase: no deberías leer lo que viene a continuación si no has visto este trocito de episodio.

Cuando vi el epílogo de Lost pensé que era tan divertido o como innecesario. Aunque no totalmente innecesario, porque sirve para cerrar un hilo argumental final, que no tenía cabida en la resolución de la serie en sí, que hubiese sido una pena dejar colgando. En cuanto a lo demás, es una broma divertida, una pulla amable a costa de los fans de la serie. En cierta forma, es un honor que alguien gaste unos miles de dólares en hacerte bromas.

En cierta forma, es un poco arriesgado, porque alguien se lo podría tomar mal. Porque lo que sucede es que básicamente da respuestas a preguntas que no las precisaban, respuestas que ya estaban en la serie o que podrían deducirse pensando un poco.

Que alguien, en algún sitio se dedicaba a enviar los paquetes de comida Dharma estaba claro. ¿Era necesario mostrarlo? Pues aparentemente sí. Por tanto, descubrimos que dos personas, dos, llevan años quitando etiquetas a productos para sustituirlas por etiquetas Dharma. Luego, empaquetan esos productos en pallets y los envían a lugares aleatorios del globo. Es más, aparentemente nunca se han puesto enfermos, nunca han recibido una oferta mejor de trabajo o nunca se han muerto. Han ido a trabajar todos los días incluso después de que haya desaparecido la Iniciativa Dharma (descubrimos luego que todo se debe a las maravillas de automatismo que no fallan nunca; deber se cosa de la magia de la isla).

Bien, es evidente que los Otros tomaron el control de la infraestructura Dharma. Así que Ben es efectivamente el jefe. Y puede despedirlos ahora que no son necesarios. Imagino que habiendo Hurley decretado la entrada y salida libres, uno puede ir al súper más cercano y comprar directamente todas las chocolatinas que quiera. O mayonesa. Además, es un poco cruel tener a esos tipos ahí, condenados casi como Sísifo a embalar comida. Una situación que un buena persona como Hurley no podría tolerar. Según dicen ellos mismos, llevan allí unos 20 años, más o menos coincidiendo con la purga. Hasta es posible que los contratase el propio Ben.

Nosotros somos ellos, claro, los fans de la serie, empeñados en preguntar y preguntar. Es divertido ver a Ben ser cruel de nuevo, ofreciéndoles una pregunta a cada uno. Si al menos en la fábrica hubiese 1.000 personas, tendríamos la oportunidad de que alguien preguntase algo que no sepamos ya. Pero con dos, mal vamos.

Se burlan, sí. Lo digo por si no ha quedado claro. Incluso hace que uno de los pobres desgraciados grite “Queremos respuestas”.

Así que les pone un DVD. Por un lado, es divertido comprobar que Ben recurre al vídeo en cuanto tiene que calmar a los niños. Y es agradable comprobar que por fin hemos alcanzado la era del DVD, después de tanta película y tanto videocasete.

Y mira quién sale en pantalla, nada menos que nuestro viejo amigo Pierre Chang, el hombre con la sorprendente y siempre útil habilidad de no contestar jamás a nada. Y aquí lo tienes, hablando hasta por los codos, comentando todo lo comentable, incluso confesando en pantalla que se dedica a secuestrar gente, torturarla y luego lavarle el cerebro. Se ve que en la estación Hydra tienen pocos secretos y allí son todos colegas del crimen, porque si no juraría que no es ni siquiera el mismo personaje.

Y miras las repuestas que nos da:

  • El pájaro de Hurley era el resultado de experimentos genéticos. Intentaban conseguir un pavo más gordo para Acción de Gracias, pero acabaron con ese bicho.
  • Los osos polares eran suyos. Lo afirma, más que nada, por si las jaulas para osos polares que salían en la tercera temporada no habían convencido a nadie de que la Iniciativa Dharma tenía osos polares. Y lo demás, por si el oso polar de Túnez no había dejado claro que los mandaban por ahí. De vacaciones, se entiende, para que se relajasen del estrés del encierro.
  • Ah, también lo de la radiación electromagnética de la estación Orquídea y los embarazos concebidos en la isla. Voy a asumir que el Incidente hizo que ese fenómeno se extendiese a toda la isla. Lo digo porque el amigo Pierre parece tener el brazo en su sitio.
  • Y también lo de la sala de interrogatorios. Se ve que en Hydra todo el personal se ocupaba de todo, y tanto torturaba a un tipo como daba de comer a los conejos.

Me sorprendería ver a Pierre Chang dando tantas respuestas si no fuese porque realmente no da ninguna (hablar mucho y contar lo que los demás saben como si fuese novedoso es una forma excelente de no responder a nada). Era cuestión de unir simplemente fragmentos ya revelados en la serie. Es más, lo único que deja un poco claro era lo poco que la Iniciativa Dharma sabía de la isla.

Otra crueldad de Ben. No les deja ver la grabación por segunda vez.

Mira, en eso tenemos ventaja los fans, que podemos verla todas las veces que queramos.

¿He dicho que es una broma a costa de los fans? Pues eso. Los pobres se quedan con más preguntas. Porque tal es la naturaleza final de las respuestas interesantes, que generan nuevas preguntas. Por eso las explicaciones finales parecen tan imposibles. Siempre hay un “¿por qué?” más. Si no me creen, intenten explicarle algo a un niño.

Así acaba la primera parte.

La segunda ya no es una broma. Es una rectificación, un acto de justicia. Al pobre personaje de Walt la edad le había traicionado, lanzándolo a su propio limbo personal del que solo pudo salir en aquellas contadas ocasiones en las que las cronologías coincidían.

Está recluido en el sanatorio de Hurley. Y juega al conecta 4, ese juego tan importante en la serie y que tanto significa. No solo su nombre hace referencia a la unidad fundamental entre los personajes, sino que en pocos segundos cumplirá otra función simbólica.

Ben se sienta dejando atrás una pizarra con lo que parece una isla tropical y se disculpa. Debe haberle cogido el gusto a admitir sus errores. Hablan un poco y Walt desmonta el juego, con lo que ya queda claro que la serie se va a cerrar definitivamente, resolviendo su último cabo suelto. Es un gesto que vale más que las palabras.

Ben le dice a Walt que es especial y que necesitan su ayuda. Como en otros muchos aspectos de la serie, qué hace a Walt especial es mucho menos importante que el hecho de que sea necesario. Su lugar es la isla y por tanto a ella debe regresar.

Otro detalle interesante. Ben le dice a Walt “you ride shotgun”, que es la posición (al menos en las películas del oeste) de la persona que defiende la diligencia, de la persona que va con el rifle por si atacan los bandidos. En suma, es la posición del protector. Y también es la posición de un adulto, porque Walt ya no es el niño del principio de la serie.

La sorpresa es la aparición de Hurley, quien garantiza a Walt que no está loco, que no tiene más que volver a la isla, que tiene un trabajito para él. Si el trabajito es ocupar ya el puesto de protector, ayudar al tránsito de las almas perdidas o estar de aprendiz es algo que, por supuesto, no queda claro. Pero sí queda claro que es hora de volver a casa.

Es hora de que todos volvamos a casa.

Resulta que está en la furgoneta Dharma. ¿Cómo la repararon? ¿Cómo la han traído hasta allí? ¿Una buena oferta en los cargueros? ¿Magia?

Ni siquiera en el epílogo Lost puede evitar dejar más preguntas que respuestas. Siempre fue así. No iba a cambiar al final.

Dije innecesario. Eso no quiere decir que no valiese la pena.

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The Myth of Lost, de Marc Oromaner

El domingo 21, a las 11, doy en el EBE 10 una charla titulada «¿Hay vida después de LOST?”. Preparándola, he decidido que la charla debía tener extras. Y este es el segundo. También estuve considerando la posibilidad de dar la charla tocando el violín, aunque en ese caso me enfrentaría al problema de que no sé tocar el violín. Quizá el malabarismo con tres bolas sea mejor opción.

Es llamativo que un libro tan absolutamente equivocado como este puede resulta tan interesante y contener tantas buenas ideas. Está equivocado, simplemente, porque a pesar de su título, no habla principalmente del mito de Lost sino de la solución que el autor propuso para la serie basada en ese mito (lo que queda más claro en el subtítulo: “Solving the Mysteries and Understanding th Wisdom”). Por desgracia, la solución es totalmente errónea, pero el mito es importante. Y aunque el autor ha dicho posteriormente que la serie al final no se ajusta a ese mito, yo diría que en ese punto también se equivoca, porque más bien lo que sucede es que Lost resultó ser más sutil en su fidelidad a la mitología subyacente.

Pues eso: doblemente equivocado, porque la solución que propone no sólo no fue (por suerte) y porque tampoco parece reconocer todo lo bueno que él mismo tiene que decir.

Más tarde volveré sobre el mito y su relación con la serie. Por ahora, vamos a discutir la solución.

Básicamente el autor propone como naturaleza fundamental de la serie, y por tanto, lo que descubriríamos al final, que todo lo que la sucede en la isla es el resultado de un programa de realidad simulada. Es decir, los personajes están realmente encajados en una compleja maquinaria que les hace creer que han sobrevivido a un accidente de avión, que están atrapados en una isla desierta, que en esa isla hay gente que tiene una sociedad extraña, que hay un monstruo de humo y demás. La idea es que la isla virtual es una especie de terapia, que permite a los personajes superar sus problemas personales y luego abandonar la simulación. Lo cual sucede muriendo. Es decir, cuando un personaje está curado pues “muere” en la simulación y regresa al mundo real.

La solución es totalmente de ciencia ficción y además resuelve cualquier problema que uno pueda tener con la serie. Lo hace, por supuesto, negando que la “realidad” de la serie se refiera a algo que está sucediendo realmente. Es todo falso. Por desgracia, si lo que vemos es falso —excepto, en general, los flashbacks; aunque podrían no ser de todo precisos y algunos concretos podrían ser recuerdos implantados— ¿qué es real? Y, evidentemente, no sabiendo qué es real, tenemos libertad, dentro de esa solución, para inventar todo lo que nos apetezca. Pero, si podemos inventar todo lo que queramos para poder justificar la solución o dar por supuesto cualquier elemento que nos sea necesario, ¿qué distingue a esa solución de una puramente mágica con el problema añadido de negar la experiencia real de lo que sucede en la isla? Es decir, si en el mundo de la simulación lo que sucede en la isla es posible —porque en una simulación todo es posible— ¿qué nos impide afirmar que lo que sucede en la serie es real y simplemente se desarrolla en un mundo con magia y obtener así una solución que además sucede en la realidad? Vamos, ¿ganaría algo El señor de los anillos si afirmamos que realmente es una partida de un videojuego de realidad virtual? Supongo que mucha gente diría que no.

Y el problema fundamental es que una solución de realidad virtual es prima hermana de “todo fue un sueño” (curiosamente, el propio autor dice, en la página 67, que las soluciones “todo fue un sueño” son malas formas de resolver las historias). Y en última instancia, las soluciones de ese tipo son fundamentalmente insatisfactorias precisamente porque nos quitan lo que más deseamos en cualquier narración: la sensación de que las peripecias de los personajes han sido reales, que todo lo sucedido ha sucedido “de verdad”. Si al final te despiertas y nada fue, ¿qué has ganado? Creemos que la letra con sangre entra y si los personajes no han sufrido “realmente”, entonces lo que han aprendido no vale nada.

Hay ocasiones, sin embargo, es que esa solución funciona. O mejor dicho, hay formas de dar la vuelta a la realidad virtual y convertirla en un elemento interesante. Sin ir más lejos, Matrix es el ejemplo perfecto. ¿Cuál es la gracia de la película? Pues la gracia de la película radica en que la solución no es que viven en una realidad virtual, sino que la acción de la película empieza realmente cuando descubrimos que los personajes viven en una realidad virtual y salen de ella. La realidad virtual no es la solución, sino el punto de partida. También puede funcionar en mundos de ficción donde la continuidad es limitada o incluso nula, como en Los Simpson. Como sabemos que la serie se “reseteará” al final del episodio, el “todo fue un sueño” es fácil de aceptar porque en realidad ese es siempre el mecanismo de los episodios.

El autor, hay que reconocerlo, es muy valiente, porque escribió este libro cuando la serie había concluido su tercera temporada. Como bien dijeron los responsables, era imposible predecir el final de la serie en ese punto. Cualquier predicción con éxito debía esperar al final de la quinta temporada y el principio de la sexta (es decir, cuando nos encontramos con Jacob y el hombre vestido de negro y presenciamos el regreso de los perdidos a su momento temporal). Pero él ofrece su solución como posible alternativa, por si los guionistas se “desviaban” del mito y ofrecían otra. Si no te gustaba la solución final, siempre te quedaría la suya.

Pero por mucho que critique su solución —que me parece profundamente insatisfactoria y, lo peor, nada sorprendente— debo decir que este libro es extraordinario y debería ser de imprescindible lectura para cualquier seguidor fanático de la serie. La razón radica simplemente en que el autor comprende asombrosamente bien el corazón de la serie y entiende a sus protagonistas. Sus apreciaciones son certeras y es una lástima que no les dedicase más tiempo, prefiriendo concentrarse en su solución.

Básicamente, para el autor, la isla es un microcosmos del mundo —lo que está claro— que lo que sucede en la isla es básicamente lo que nos sucede a todos —claro también– y que en última instancia la serie va de que el mundo en el que vivimos es una ilusión, posición con la que puedo estar bastante de acuerdo. La vida es una ilusión, y para superarla debemos superar nuestros miedos y malos comportamientos para crecer como seres humanos. El mensaje último es, nos dice, “find yourself, and you will be free”. Que es justo lo que sucede al final.

También tiene mucho que decir sobre los personajes y de cómo encajan en un relato mitológico. Y los comprende tan bien que es capaz de hacer predicciones que quizá fuesen casuales pero que hoy en día suenan más que prescientes. Como por ejemplo, cuando dice que a Kate le sentaría genial tener un bebé. O que Sawyer se sacrificaría —aunque en la serie no muere— para salvar a Kate. O que Hurley sería clave para resolver los misterios.

También comenta que los verdaderos villanos de la serie no son los Otros (o el hombre vestido de negro, para los que vimos el resto) sino las versiones antiguas de los personajes, las personas que eran antes de llegar a la isla. Son a esas versiones de sí mismos a las que en última instancia deben enfrentarse. Son esas las personas a las que deben derrotar para crecer como seres humanos.

¿Qué salió mal?

Bien, creo que fue excesivamente literal en su interpretación del mundo como ilusión. Es decir, el mundo puede ser real, la isla puede existir, el monstruo de humo puede moverse por ahí tomando el té o lo que sea que hace cuando no mata gente, los Otros ser una panda de impresentables y aún así aceptar que hay un aspecto irreal. ¿Qué es ilusorio en este caso? Nuestra reacción ante el mundo. Tendemos a pensar que nuestros estados mentales se corresponde con la realidad, que nuestra interpretación de los hechos del mundo son el mundo. Los personajes de Lost viven presa de hechos del pasado —que los han convertido en seres fundamentalmente paranoicos— y de aspectos de su personalidad —reflejos infinitamente repetidos— que los controlan. Pero eso es todo ilusión, algo artificial construido por ellos mismos como reacción a ciertos hechos. Y precisamente su viaje por la serie consiste en destruir en esa imagen que tienen de sí mismos, en descubrirse como otros seres muy diferentes a los que creían ser. Digamos que el mito de Lost se parece mucho más a la interconexión fundamental de todas cosas expresada por Alan Watts en su The Book, que admite sin problemas un sustrato material, que a una realidad totalmente sintética.

No se trata de olvidar lo que uno fue, lo que sucedió. Se trata simplemente de recordarlo, pero sin que te condicione para actuar. Y visto así, la línea X en la sexta temporada sirve como recapitulación de toda la serie (de la misma forma que los dos últimos episodios la vuelven a recapitular). En la línea X los personajes viven una vida totalmente ilusoria (o al menos, no en el nivel nivel de realidad que la realidad de la serie; digamos que es ortogonal a la realidad que conocemos). Una vida ilusoria en la que deben recordar lo que vivieron para poder seguir adelante. Debe recordar y aceptar, no dejarse atar por lo que les sucedió. La línea X es metáfora del proceso de autodescubrimiento al que deben someterse todos los personajes para descubrir que la visión que tienen de las cosas y sus compulsiones más personales son los aspectos más radicalmente ilusorios del mundo.

Además, el autor no comprendió que a los responsables de Lost no les interesaba ofrecer una solución de ciencia ficción. De hecho, siempre que tuvieron la oportunidad obviaron cualquier explicación científica, hasta el punto de incluso rechazarlas fundamentalmente. Cuando Ben le pone a Locke el vídeo de los conejitos que viajan en el tiempo, lo hace como quien le pone dibujos animados a un niño, como un entretenimiento que en el esquema general de las cosas no tiene mayor importancia. Lo único que importa es que hay viaje en el tiempo; los detalles son prescindibles. Cualquier explicación, o la ausencia de la misma, vale igual.

Creo, por tanto, que simultáneamente no comprendió lo comprometidos que estaban los guionistas con una mitología (cuyo origen, por cierto, valdría la pena explorar), ni que tampoco era necesario tomársela literalmente (lo que, además, lleva a muchos problemas, obligándote a aceptar algunos detalles como verdaderos y falsos a la vez). Y sin embargo, equivocándose, acertó, porque fue capaz de reflexionar profundamente sobre la serie.

Por eso lo considero uno de los mejores libros sobre Lost que he leído. Al final, te fuerza a ver la serie con mayor claridad.

[50 libros] 2010

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Borges, Lost y la ciencia ficción

El domingo 21, a las 11, doy en el EBE 10 una charla titulada «¿Hay vida después de LOST?”. Preparándola, he decidido que la charla debía tener extras. De esa forma podrá ser como esos DVD de los que decimos que la película no era muy allá, pero que al menos venía con muchas cosas.

Hace poco, reseñé un libro llamado Borges y la ciencia ficción. Les resumo más o menos la tesis central: Borges tomó prestados varios argumentos de ciencia ficción, retiró los elementos de científicos o tecnológicos y los convirtió en cuentos fantásticos. ¿Por qué? Bien, en el libro se ofrecen varias explicaciones, todas posiblemente válidas en mayor o menor grado (por ejemplo, la posición antitecnológica de la Argentina de la época). Pero probablemente, la que tenía más peso fuese la preferencia del propio Borges, quien poseía una poética que privilegiaba lo mágico o lo sobrenatural como más cercano, y por tanto más fácilmente aceptable, que lo científico o tecnológico. Es decir, si quería que el lector entrase con facilidad en el mundo del cuento, entonces lo sobrenatural —sin necesidad de explicación— era el camino más simple.

De la ciencia ficción Borges criticaba que se volvía rápidamente grotesca, apilando elemento sobre elemento para poder justificar lo que pasa en la trama. En lugar de limitarse a afirmar lo que sucede —de pronto estamos en un lugar extraño—, la ciencia ficción cae en la trampa de ir justificando, sin poder nunca dar detalles claros, los distintos elementos necesarios: el cohete, la mecánica del motor, el viaje en sí, el entorno de otro planeta… Digamos que la ciencia ficción fracasa dos veces en su empeño: por un lado, intenta justificarse (lo que además, en ocasiones da a la narración un aire de texto divulgativo más que literario), pero en realidad, nunca es capaz de justificarse por completo. La aplicación de esa poética es lo que permite a Borges conjurar el Aleph o la Biblioteca de Babel sin ofrecer ni la más mínima información sobre su origen o ninguna explicación sobre su funcionamiento.

Una cita, reproducida en el libro, lo deja más claro:

Yo personalmente creo en la inferioridad de la ficción científica. Porque, por ejemplo, si nos dicen que un hombre pone un anillo, como en la “Volsunga saga”, se vuelve invisible, nos exigen un solo acto de fe. En cambio, si nos dicen que tiene que sumergirse en un líquido especial, que tiene que ser el vino; que tiene que estar desnudo para que no se ve la ropa, como en el admirable “hombre invisible” de Wells, nos exigen varios actos de fe. Y pensamos, además, por qué el autor no inventó ese aparato. En el otro caso, nos piden un solo acto de fe, ya tradicional: el de un objeto mágico, y lo aceptamos más fácilmente. De modo que yo creo que, quizá con el tiempo, se vuelva al sistema de un solo objeto mágico, un solo acto de fe, y no sucesivos actos de fe y trabajosos laboratorios. Creo que es más sencillo aceptar un anillo que un laboratorio. Por lo menos para mí, que no sé nada de ciencia.

Debemos recordar que Borges conocía la ciencia ficción de finales del XIX y principios del XX, con aspectos diferentes a la ciencia ficción actual. Hoy en día, muchos elementos de ciencia ficción están tan aceptados —el robot, el viaje en el tiempo, el cohete…— que es posible invocarlos sin dar mayores explicaciones. Eso permite escribir una ciencia ficción que se acerca más al fantástico que Borges predicaba, una ciencia ficción en la que basta nombrar el objeto o el sistema sin ofrecer mayores detalles. Y la verdad, no se necesita mucho más, porque los temas habituales de la ciencia ficción no suelen ir mucho más allá de los temas tratados en cualquier historia fantástica o sobrenatural. Es decir, aunque creo que hay formas de ciencia ficción que escapan a la censura de Borges (porque son obras que tratan temas que serían difícilmente tratables dentro de un contexto fantástico tradicional), también tengo claro que a todos los efectos mucha ciencia ficción bien podría ser fantasía y que el uso de unos u otros elementos es casi arbitrario. Llegado a cierto punto, el tema tratado por la obra te indica si conviene ir por la prolijidad de la ciencia ficción o hacer uso de la pureza del elemento fantástico. Decisión que depende, entre otros factores, de lo que la obra pretenda.

O simplemente uno puedes combinarlos. Como hoy en día cada elemento viene convenientemente etiquetado, indicando si pertenece a la esfera científica o a la sobrenatural, uno puede cambiar entre ellos sin mayor problema, seguro de que el lector los reconocerá como simples elementos narrativos. Así, uno puede tener un muerto que camina y a la vez una enorme instalación subterránea cuyo propósito es mantener a raya una misteriosa energía electromagnética sin tener que explicar ninguno de los dos. En todo caso, basta con aclarar hasta qué punto es riguroso lo que está sucediendo, sin hacer explícito el mecanismo que lo permite. Por ejemplo, puedes tener viaje en el tiempo y a Daniel explicando la analogía del disco de fonógrafo (o, a Miles y Hurley discutiendo si el pasado se puede cambiar) sin detallar en ningún momento qué es concretamente lo que les hace viajar en el tiempo, importando en todo caso mucho más la consistencia interna del viaje. Es más, uno no sólo puede omitir las explicaciones sino incluso ir más allá y reírse de las mismas.

Eso sucede cuando Ben y Locke llegan a la estación Orquídea. Ben está ocupado con lo suyo, rompiendo la máquina (un artefacto tecnológico) para llegar a un lugar más primitivo (¿un descenso al mundo inconsciente y fantástico? Uno ya ve catábasis en cualquier cosa). A Locke le ha puesto una cinta de vídeo donde nuestro amigo Chang está explicando la ciencia del viaje en el tiempo, soltando términos como “efecto Casimir” y demás. Pero la cinta se detiene, la explicación no termina, porque en realidad no tiene la más mínima importancia. Lo importante es saber que los conejitos viajarán en el tiempo. Lo importante es que hay viaje en el tiempo, no cómo se produce.

Es uno de los aspectos que me resultan más magistrales de Lost, la capacidad de la serie para omitir la explicación allí donde no serviría de nada y sustituirla por un elementos que el espectador puede aceptar de inmediato, ya sea sobrenatural o científico. Me fascina su capacidad para recorrer la delgada línea que separa un tipo de explicación del otro, dando a entender uno u otro según le iba resultando conveniente (en ocasiones, incluso se daba el caso de que las explicaciones, terrenales, ofrecidas por la serie —Ocenic 815 en el fondo del océano, por ejemplo— resultaron más “aburridas” que las explicaciones de ciencia ficción inventadas por los fans).

Evidentemente, ya sabemos todos que para su estructura final, Lost optó por un sostén mitológico y sobrenatural. Siguió así, curiosamente, el camino inverso de uno de sus grandes modelos: Star Wars. Si bien en las primeras películas la Fuerza se presentaba como un elemento místico, prácticamente sobrenatural, una fuerza que participaba de todo lo vivo y en ese aspecto no muy diferente a la luz en el centro de la isla, las nueva películas optaron por dotar a la fuerza de un aspecto más mensurable, introduciendo los midiclorianos. De un elemento fácil de aceptar, un fuerza mística, se pasó a un sistema cientifista que planteaba muchas dudas nuevas —para empezar, ¿de dónde habían salido los midiclorianos?— sin realmente explicar mucho más. ¿Fue un buen cambio? No sabría decirlo, pero por cada uno que protesta por el final de Lost había otro protestando por ese cambio en la saga. Quizá el problema no radique en las explicaciones en sí sino en el tipo de explicación que se creía que habría en cada caso. Si crees que la explicación debe ser científica, lo sobrenatural te parece una forma de escabullirte de tus responsabilidades. Si crees que la explicación debe ser sobrenatural, la explicación científica te parece una pérdida de trascendencia.

¿Era posible dar a Lost un final que sonase a racional y científico? Sí, creo que sí, incluso dejando de lado las explicaciones insatisfactorias tipo “todo fue un sueño” o realidad virtual. Es más, se me ocurre que mezclando algo de Tipler, Deutsch, Hoyle y femtotecnología no sería excesivamente complicado dar cuenta de todo lo que sucede en la serie sin cambiar ni un solo de los detalles que hemos visto (por supuesto, añadiendo a esos ilustres autores los convenientes momentos de dramatismo para poder producir una obra de ficción). Pero, teniendo en cuenta el objetivo de la serie, lo que pretendía contar, los temas que quería tratar, ¿una explicación de ese tipo hubiese valido la pena o, al contrario, se hubiese convertido en una distracción que hubiese oscurecido el mensaje —bueno o malo— que quería transmitir?

Y ahí radica el punto central de la poética borgeana. Con sus cuentos Borges pretendía algo concreto, un algo que se habría perdido de tener que recurrir a alambicadas explicaciones. Los guionistas de Lost, enfrentados a un dilema similar, optaron por ser fieles a la historia que querían contar —es decir, a los personajes– y purificar al máximo los elementos del andamio. Hubiesen podido optar por otras soluciones, pero tal decisión habría modificado la serie hasta tal punto que el mensaje final posiblemente fuese muy diferente. Y mientras tanto, la explicación científica hubiese provocado tantos preguntas como la sobrenatural… pero tal es la naturaleza humana.

Estoy seguro de que no hubiese valido la pena. A mí buena parte de la ciencia ficción me resulta muy poco científica y en ese aspecto poco interesante (al hilo de esta cuestión, un ejercicio divertido es leer Breve historia del tiempo como si fuese ciencia ficción y darse cuenta de lo difícil que sería escribir una novela con ese mismo alcance). La mayor parte del género intenta encajar en un molde narrativo tradicional elementos que trascienden con mucho la vida humana y nuestras perspectivas. La tensión entre esos elementos se resuelve habitualmente del lado más tradicional, haciendo que la parte científica se resienta hasta tal punto que bien podrías estar hablando de magia. Y en última instancia, eso decidió Lost: etiquetar como magia el sustrato de su historia, depender de mecanismos narrativos más tradicionales para anclar la historia. Teniendo en cuenta por un lado los objetivos de la serie, el resultado —en este caso— es mucho más limpio y claro.

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Rimero de enlaces

Enlaces que, ya sea positiva o negativamente, me han llamado la atención. También puedes seguir mis compartidos en Google Reader.

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Un lector siempre se puede sentir superior a alguien

Los lectores se creen superiores a los que no leen. Lo simpático del asunto es que encima la sociedad les da la razón. No importa lo que leas, porque el simple hecho de leer ya te dota de una cierta aura, como si por tu hobby —no muy diferente a jugar al fútbol o a hacer regatas con barquitos de papel— fueses partícipe de todos los secretos del universo. Ser escritor es todavía mejor. Si dices que eres escritor —aunque no hayas escrito nada mejor que aquella lista de la compra del 13 de noviembre de 1995 donde hiciste rimar “macarrón” con “salazón”— ya puedes ir a cualquier parte con el pecho bien hinchado que nadie cuestionará tu derecho a decir tonterías y que estas salgan cuidadosamente reproducidas en todos los medios. Incluso te aplaudirán mientras declaras tu superioridad con respecto a tu público. Es como ser político, pero sin la sospecha continua sobre tu labor. Es más, si haces algo ilegal, puedes garantizar que la intelectualidad local te defenderá porque la gente de la cultura tiene derechos que los demás no poseemos.

Se trata, en suma de una de esas situaciones lamentables de la condición humana que nos lleva a juzgar el libro por sus tapas —¿lo pillan?— y a la persona por su coche, su ropa, su dinero o el título que se sacó en la universidad. El hábito sí que hace al monje.

La sensación de superioridad es tan grande que incluso te inventas enemigos, porque ya se sabe que nada vales si nadie te persigue. Pero, ¿cómo sentirse superior a otros lectores? He aquí un problema mucho más peliagudo. Podría pensarse que basta con echar en cara al otro no haber leído este o aquel texto que nosotros consideramos fundamental, tan importante que si no lo has leído tu vida en esta tierra ha sido un infortunio, un fracaso mayúsculo y sin remisión. Por desgracia, si haces tal cosa, los demás podrás contraatacar con textos similares con igual o mayor pedigrí incuestionable. Si los demás no son verdaderos lectores por no haber leído los clásicos de Grecia y Roma, esos demases podrán contraatacar recordándote que tú de literatura china ni idea (recordándonos que los libros que hemos leído son una gota comparados con los libros que jamás leeremos). No hay más que recordar la cara de tonto que se nos queda a casi todos cuando la academia Sueca escoge para su galardón a un autor desconocido, de un país que juraríamos que ha salido de una novela de ciencia ficción y que escribe en una lengua que sólo pueden leer sus parientes cercanos.

Es mucho más simple, cómodo y, para que nos vamos a engañar, efectivo atacar el hábito. Si el hábito hace al lector, el hábito también lo puede deshacer. Basta con declarar que los demás leen mal. Si has leído mal, no importa que hayas leído toda la literatura universal, porque el provecho que has extraído de esa lectura no solo será nulo, sino que lo más probable es que de provecho nada y te hayas causado un daño irreparable. Hay muchas formas de hacerlo, pero una muy efectiva es negar el hábito lector a aquel que no lee en papel, o a quien considera que la lectura en una pantalla puede ser tan fructífera —o cómoda— como la tradicional. Basta atacar la forma de leer y negar la “lectoridad” a esos individuos.

Pero lo más sorprendente de esta situación es que incluso se adapta a los tiempos. Uno pensaría que “no eres lector si no lees en papel” quedaría reservado a viejos carcamales o individuos similares. Sin embargo, con algo de ingenio se puede uno modernizar e incluso jóvenes que no han perdido los dientes de leche pueden atacar a los demás sin entrar en ninguna sustancia. Basta con hacer distingos entre pantallas y declarar que sólo es “leer” hacerlo en un tipo de pantalla determinada y que el uso de cualquier otra pantalla es un peligroso desviacionismo, como mucho un simulacro dañino de la actividad real.

Lo que viene a ser un ejemplo más de que cuanto más cambian las cosas…

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Tirar libros

Una cita divertida de Helene Hanff que me he encontrado en Verso Blanco:

Mis amigos son muy peculiares en cuestión de libros. Leen todos los best sellers que caen en sus manos, devorándolos lo más rápidamente posible…, y saltándose montones de párrafos según creo. Pero luego JAMÁS releen nada, con lo que al cabo de un año no recuerdan ni una palabra de lo que leyeron. Sin embargo, se escandalizan de que yo arroje un libro a la basura o lo regale. Según entienden ellos la cosa, compras un libro, lo lees, lo colocas en la estantería y jamás vuelves a abrirlo en toda tu vida, ¡PERO NUNCA LO TIRAS! ¡JAMÁS DE LOS JAMASES SI ESTÁ ENCUADERNADO EN TAPA DURA! Pero ¿por qué no? Personalmente creo que no hay nada menos sacrosanto que un mal libro e incluso un libro mediocre.

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