Rabuda

Hoy, para no varíar demasiado, hemos comido Rabuda, un bicho de tamaño nada despreciable que me cuentan se come sobre todo en la ría de Pontevedra. El exterior reconozco que no tiene muy buen aspecto -se parece bastante a una centolla algo más angulada- pero el interior estaba buenísimo. El cascarón del animalejo era bastante duro, ya le gustaría a Tony Stark tener una armadura así.

He hecho también un vídeo de la rabuda hirviendo en su caldero -o pota, como la llaman aquí, nombre que me resulta ligeramente desagradable-. Está en formato 3GP, de forma que no he sido capaz de convertirlo a nada usable. En cualquier caso, aquí está: Rabuda.3gp.

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Foodblog

No soy yo el único que pone fotografías de platos en su bitácora. Joi Ito también lo hace. La diferencia principal es que él usa una cámara digital maravillosa y además pone vídeos de la comida hirviendo, algo que francamente a mí no se me he había ocurrido, pero que me apunto como posibilidad (después de todo, el Nokia 3650 también permite grabar unos segundos de vídeo).

Algunas personas han manifestado su asombro al descubrir que me gusta la comida. Por ejemplo, Joni Karanka en su Bitácoras y móviles habla de cómo los móviles con cámara alteran la forma de hacer bitácoras y comenta:

No es lo mismo que llevar una cámara digital: uno se lo piensa antes de sacarla a la calle. Aquí podemos leer una «pérdida de la virginidad» con este sistema por parte de Pjorge. Unos quince días después podemos ver los resultados en su bitácora: Pjorge. ¡Ha aparecido una fuerte vena gastronómica que no conocíamos!

Efectivamente, no es lo mismo. Aunque yo me sentiría totalmente estúpido intentando fotografiar un solomillo con mi cámara digital -si la llevase encima continuamente, que no lo hago-, apenas me siento marginalmente estúpido sosteniendo un teléfono sobre un plato como quien no quiere la cosa. Lo que sí me asombra un poco es descubrir que hasta ahora no había dejado constancia en esta bitácora de que me gusta la comida. Es curioso, porque es una de esas cosas que más satisfacciones me da de este mundo. De hecho, me entristece pensar en sólo comer para alimentarme.

En cualquier caso, me gustaría aclarar un punto: no me considero ni un gastrónomo ni un gourmet, porque para eso hay que saber y mí con la comida me pasa como con la música: la disfruto pero no sé nada sobre ella. Por lo demás, a mí me gustaría ser rico por dos razones: 1) Almorzar y cenar todo los días en un restaurante y 2) Tener un avión privado. Me conformo con lo primero.

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No soy recargable

Es triste hacerse mayor y descubrir que uno tiene limitaciones. Qué agradables son los tiempos de la juventud cuando te sabes un Superman o un Einstein, capaz de pilotar un jet o de pelearte con veinte ninjas. Desde ayer he descubierto una nueva limitación personal que me tiene llorando mi amargura por las esquinas, tal como un perro ladrador aznaril pero sin los ladridos. He descubierto que no soy recargable.

La cosa es como sigue. Tu cuentas por Galicia que te vas unos días a Tenerife y todo el mundo te dice lo mismo: «A ver si traes el sol», «Qué cabrón» «Disfruta, porque lo que es aquí…» y la mejor de todas «Recárgate de sol». Pues eso último he descubierto que no se me da nada bien (bueno, lo de traer el sol tampoco). No soy un acumulador, ni me recargo ni nada.

Mientras estoy bajo el sol, todo perfecto. Me muestro lleno de energía y casi siento la clorofila correr por mis venas. Pero en cuanto desaparece el sol, ya está, finito, se acabó, listo, terminado, imposible seguir, vámonos, a otra cosa… Es decir, expuesto al buen tiempo todos los sistemas funcionan correctamente, pero carezco de la más mínima capacidad para sostener esa actividad en ausencia del estímulo. Quizá me ha pasado como a la batería de mi iPaq que a fuerza de mantenerla siempre al máximo es ahora apenas capaz de contener el aliento antes de tener que volver a enchufarla a la corriente.

Pues eso, que no soy un acumulador. Y ahora miro por la ventana y da la impresión de ser las ocho de la tarde, visión que no estimula demasiado mis ganas de trabajar.

En otra nota. Les pongo una foto de la sala de arte Tanque de Santa Cruz de Tenerife. Como verán, es efectivamente un viejo depósito de la refinería de Santa Cruz, reconvertido en espacio artístico.

A propósito de la foto. Hace poco encontré una página en Internet (lamento no recordar la dirección) donde se me criticaba porque en un momento dado de Criptonomicón escribí «tanque» en lugar de «depósito» (se me criticaba por algunas cosas más, no demasiadas, pero en muchas de ellas tenía razón). Tengo justificación doble. A) Soy canario, y los canarios tendemos a llamar tanque a lo que el resto del mundo llama depósito. Es parte de nuestro encantador ideolecto. También llamamos papa a los que los demás se empeñan en llamar patata (como si fuese una batata más pequeña) -yo si quiero reírme no tengo más que decir patata en voz alta-, e incluso algunos usamos la palabra «chaplón», tan encantadora ella y tan útil. B) Un tanque es también un depósito (aunque mis diccionarios no se aclaran si sólo de agua o también otros líquidos).

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Baccus

Lo del domingo por la noche en Tenerife merece contarse. Jorge y yo (Xavier estaba hecho polvo -estos jóvenes- y decidió quedarse a descansar) emprendimos una expedición en busca de un restaurante tailandés. Por desgracia, dicho restaurante estaba cerrado, por lo que nos dirigimos a otro que conocemos y donde sabíamos que podíamos encontrar algo ligero. De camino, vimos en un callejón un sitio llamado Baccus del que no sabíamos nada. Leimos la carta que tenían en la puerta y nos decidimos a entrar. ¡Qué bien hicimos!

Baccus es uno de esos sitios pequeños y muy agradables. Lo llevan la agradable Katarine (alemana) y el chef Salvatore (italiano). Se dedican a la cocina mediterránea: es decir, cocina de ninguna parte y de todas.

Decidimos colocar el sitio en nuestra lista de restaurantes preferidos al probar el carpaccio de atún, absolutamente delicioso:

Aunque la mousse de aguacate (con su carpaccio, es decir, aguacate cortado en rodajas) tampoco estaba nada mal:

De platos principales, un pollo relleno muy rico:

Y «penne» mediterráneo también delicioso:

A los dos nos quedó claro que volveremos.

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El Líbano

A ver si me pongo al día con restaurantes y con todas las fotos que tengo. Imagino que soy la ilustración perfecta de ese principio genial: dale una cámara a un tonto y llenará la bitácora de fotos de comida.

El domingo al mediodía fuimos a comer a un restaurante libanés, llamado, muy apropiadamente, El Líbano:

No me parece el mejor de los dos restaurantes libaneses que hay en Santa Cruz, pero efectivamente es el que más gusta. A mí, de la cocina de esos restaurantes lo que me gustan son dos platos.

Kipe naye (estoy usando los nombres que aparecían en la carta. En otros restaurantes las transcripciones son otras). Una carne picada y cruda mezclada con cosas que no conozco:

Del Kipe en cuestión hay una versión guisada que no recuerdo cómo se llama:

A mí me contaron que el Kipe naye se toma comiéndolo con un trozo de cebolla:

Y otro plato que me encanta es el Tapule, que es la mejor ensalada del mundo (si se trata de una ensalada):

Otros platos:

Humus:

Labne:

Arayez:

Pollo:

Pinchos:

De los que Jorge disfrutó mucho:

Papa:

Y para terminar té libanés:

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Dafne

Anoche cenamos en un restaurante llamado Dafne (sí, ya estamos en la noche del día siguiente. Voy retrasado. Es culpa de Xavier). La gracia del asunto es la siguiente: literalmente vimos cómo hacían el restaurante. Xavier ya me habló de él el miércoles: «Sabes, van a montar un griego frente a mi casa». El jueves, cuando llegué, ya tenían el cartel que decía Dafne (un nombre muy apropiado, supongo), y los obreros estaban en el interior intentando arreglar las paredes con las cajas de material por todo el suelo. El viernes la cosa ya ganaba aspecto de restaurante, hasta ayer, cuando pasamos delante y nos dijimos: «Parece abierto. No, imposible. Que sí, que parece que lo han terminado. Imposible. Pues pregunta. No, pregunta tú…» y un largo diálogo de besugos más. Resultado: fuimos los segundos clientes en estrenar el restaurante: unas chicas nos ganaron por unos minutos, cosa que a mí me fastidia mucho.

La entrada del restaurante es curiosa, con imágenes de Grecia (o eso dicen 🙂

Lo que bebimos fue una cerveza llamada Mythos (apropiado de nuevo, ¿no?)

Y un vino curioso llamado Naoussa Boutari, que según Xavier debe ser el Don Simón de Grecia:

De entrantes, una crema de aceitunas:

Y también Saganaki kefalotiri (una especie de queso empanado):

Y Sutsukakia (albóndigas muy ricas):

Y de platos principales:

Bisteki gemisto:

Mousaca:

Y Pastitsio:

Como acababan de abrir y no tenían todos los postres, nos prepararon un muestrario de lo que tenían, es decir, yogurt, baclavas y halvas:

El dueño corría por allí (ya saben, ojo del amo…). Me dejó sacarle una foto (básicamente le largué el teléfono a la cara) e incluso me dio permiso para ponerla en Internet:

El restaurante Dafne (c/ Méndez Núñez 4) nos gustó bastante. Aunque quizá las dos botellas de vino griego que bebimos contribuyesen a esa impresión 🙂

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Día de hoy

Hoy me tocó paseo solitario por La Laguna:

Hoy La Laguna estaba muy bien. Casitas de colores y bajas. Muchos sol. Un cielo espléndido y maravilloso. Calor y la posibilidad de pasear por calma. Curiosamente, estar en Tenerife me produce una sensación de calma absoluta y de tranquilidad. En Santiago tengo la impresión de estar desconcertado continuamente, como si todo fuese continuamente nuevo; supongo que ya soy demasiado viejo para adaptarme con facilidad a otras regiones (que llueva y que las casas sean grises tampoco ayuda a mi adaptación. A cambio, se come de maravilla). Sin embargo, en Tenerife todo me resulta familiar: los rasgos de la gente, el acento tan suave (diferente a mi propio acento de Lanzarote), los tremendos chorros de luz que siempre me ponen de buen humor (sospecho que se trata del mar que refleja la luz y llena el cielo). Aún así, La Laguna me induce una extraña sensación de tristeza, o quizá sea nostalgia: me da la impresión que viví demasiados años en esa ciudad.

En todo caso, aproveché para tomar unos churros con chocolate. Churros canarios, que son diferentes a los que encuentras en la península.

Y compré libros en una pequeña librería llamada El paso: Aforismos en el laberinto de Max Aub, e-topía de William J. Mitchell y El tío Tugsteno de Oliver Sacks.

Finalmente me decidí a comer con Jorge Riesco -uno de los componentes del trío de hermanos Riesco-, repitiendo restaurante japonés –Tokyo. Me gusta mucho el sashimi y el sushi y rara vez tengo oportunidad de probarlo. Siempre que estoy en Barcelona aprovecho para pasar por el Yashima, y estoy deseando volver al Oriental de Oporto (supongo que lo ideal sería irse a Japón a tomar comida japonesa, pero eso más bien va para largo, aunque dentro de poco hay en Tokio una conferencia sobre moblogging… mmm…)

Vamos a ver, tomamo Sashimi:

Tekka Maki (repetimos dos veces):

Aguacate maki:

y sushi, pero éste último estaba demasido rico y me olvidé de sacar una foto.

Ahora me voy a tomar algo con Jorge y José Carlos.

Un comentario sobre los restaurantes. Aunque parezcan caros, no lo son tanto, sobre todo si se comparan con los precios de restaurantes similares en la península, que cobran muchísimo más. De hecho, la hostelería en la península es en general mucho más cara, y en un establecimiento hostelero de Canarias (que no esté en zona definitivamente turística) el dinero cunde más.

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