Una izquierda darwiniana: Política, evolución y cooperación de Peter Singer

La serie de libros «Darwinismo hoy» intenta cubrir varios temas diversos de la teoría darwiniana moderna en su aplicación a los seres humanos, cada título escrito por una figura destacada de la moderna teoría evolutiva. Se trata de ilustrar brevemente alguna cuestión sobre la que la teoría de la evolución puede arrojar luz. Y también, de paso, popularizar esas ideas.

La moderna teoría evolutiva y en particular la psicología evolutiva (precedida en su momento por la sociobiología) han vuelto del revés el modelo político y social tradicional sobre el ser humano. De ser considerado como un ente aislado del resto de la naturaleza cuya cultura, psicología y orden social eran producto del azar, de la educación y de las condiciones sociales y económicas, la visión evolutiva lo encaja firmemente en el reino animal y aspira a deducir su comportamiento y psicología, su naturaleza humana, de su pasado como animal sujeto a las leyes del darwinismo que se aplican a cualquier otra forma viva sobre la Tierra. Es decir, de considerar al ser humano una hoja en blanco sobre la que cualquier cosa podía escribirse, ahora se lo considera un animal con un conjunto innato de comportamientos y características. La evolución aplicada a la psicología y a la sociología saca a la luz comportamientos invariantes en todos los seres humano, abarcando incluso fascinantes descubrimientos sobre nuestros comportamiento sexual (véase, por ejemplo, Anatomía del amor de Helen Fisher), social e incluso moral (véase, por ejemplo, The Moral Animal de Robert Wright). No es por tanto sorprendente que esas aproximaciones a la condición humana sean importantes y polémicas.

Lo sorprendente no es el cambio de visión, sino que las ciencias sociales considerasen durante tanto tiempo la idea de que una persona era un ser perfectamente maleable, separado de las fuerzas evolutivas que afectan a cualquier otro animal. El fallo es evidente: ¿qué sentido tendría que la naturaleza crease un animal que tuviese que aprenderlo todo desde el principio?

La izquierda darwiniana podría considerarse, quizá, el título más arriesgado de esta colección. Es más un manifiesto político que un libro de biología, y aspira a demostrar que es posible una izquierda que acepte los nuevos descubrimientos sin por ello dejar de ser izquierda. En este caso, la izquierda no se entiende como fuerza política, sino como cuerpo de pensamiento, eso que mueve a ciertas personas a actuar a favor de ciertas causas.

La tesis de partida del autor es que el marxismo aceptó con alegría la teoría de la evolución, porque hacía innecesario a Dios, pero sólo hasta cierto punto. Admitía que la evolución había creado los cuerpos de los seres humanos, pero negaba que tuviese nada que decir sobre las formas que adoptaba la sociedad humana. La tesis fundamental del marxismo es la perfectibilidad de la especie humana con un simple cambio del orden social. Pero eso choca con el mismo fundamento de la evolución, que es un proceso continuo y que nunca alcanza un estado de perfección final. «La evolución no conlleva ninguna carga moral, simplemente ocurre» (p. 23) dice el autor para luego añadir «La teoría materialista de la historia implica que no existe una naturaleza humana fija» (p. 37) lo cual choca con gran parte del cuerpo de datos de la evolución y la psicología evolutiva. Peter Singer caracteriza la posición de la izquierda con estas palabras: «la noción de que la evolución darwiniana se detiene en el alba de la historia humana y que toman el relevo las fuerzas materialistas de la historia» (p. 36). El fracaso de esa visión está claro: «En el siglo XX el sueño de la perfectibilidad de la especie humana se ha convertido en las pesadillas de la Rusia estalinista, la China de la Revolución Cultural y la Camboya de Pol Pot» (p. 47).

La tesis central del volumen se resume en una única frase: «La izquierda necesita un nuevo paradigma» (p. 13), y en un desafío: «¿Puede la izquierda trocar a Marx por Darwin y seguir siendo izquierda?» (p. 15). La respuesta del autor es un sí sin condiciones. Para ello intenta despejar varios errores tradicionales sobre la teoría de la evolución e intenta así mismo ofrecer una idea de las recientes investigaciones que apuntan a la existencia de una naturaleza humana subyacente. Pero el mito más persistente, y que por tanto intenta despejar en varias ocasiones, es que lo natural es bueno. No, nos dice, de un ser no hay que deducir un debe ser. Por ejemplo, del hecho de que los seres humano construyan siempre jerarquías (incluso en aquellas sociedades en que las jerarquías han sido supuestamente eliminadas por decreto) no debe llevarnos a pensar que las jerarquías son buenas. Simplemente, nos dice, no se puede construir una sociedad mejor desde la ignorancia y negando los hechos. Si existen patrones comunes al comportamiento y a las sociedades humanas, es mejor conocerlos para poder intentar cambiarlos: «Estar ciego a los hechos de la naturaleza humana es arriesgarse al desastre» (p. 56). Es decir, conseguir una sociedad mejor no va a ser tan fácil como se creía, pero esa dificultad no implica imposibilidad.

Pero la evolución ofrece también su rayo de esperanza. Si aparentemente, la visión tradicional del darwinismo apoya la tesis del egoísmo extremo, y por tanto, del capitalismo más salvaje, las nuevas investigaciones aportan otro punto de vista. El comportamiento altruista y cooperativo es también producto de la evolución, y se manifiesta en el hombre y en muchas especies. La naturaleza también ha creado animales capaces de cooperar y de sacrificarse por el bien de otros. En este respecto, el capítulo titulado «¿Competencia o cooperación?» es el más interesante y el núcleo fundamental de la tesis del autor. Se discuten distintos modelos cooperativos, se habla del dilema del prisionero y se discute la necesidad de «devolver la moneda» (de no cooperar con los que no cooperan), todo ello porque: «La izquierda darwiniana, al comprender los prerrequisitos para la mutua cooperación a la vez que sus beneficios, se esforzaría por evitar las condiciones económicas que crean parias» (p. 74).

En el capítulo final, el autor señala los mitos que la izquierda tradicional debería abandonar (negar que existe la naturaleza humana, utilizar sólo la revolución, la educación y el cambio social como instrumentos, aceptar el modelo tradicional del origen de las desigualdades) y delinea las condiciones de una nueva izquierda darwiniana: aceptar la existencia de una naturaleza humana, no deducir de lo «natural» lo «correcto», promover estructuras que animen a la cooperación, etc. Pero advierte: «En algunos aspectos, esto es una visión muy rebajada de la izquierda, que sustituye sus ideas utópicas por una visión fríamente realista de lo que es posible alcanzar» (p. 87).

Este pequeño volumen por sí sólo demuestra las debilidades y puntos fuertes de la serie. El autor, evidentemente, está discutiendo un asunto que escapa a la estricta visión científica, al tratarse de un tema político. La evolución no puede decidir si la derecha o la izquierda tienen razón. Por tanto, es tremendamente subjetivo en sus planteamientos y debe tomarse como la posición de Peter Singer sobre esos asuntos. En particular, los capítulos dedicados a justificar la visión darwiniana de la especie humana (y especialmente, la existencia de una naturaleza humana) son los más débiles del libro. El autor debe limitarse prácticamente a enumerarlos, sin ofrecer los datos que apoyan esas conclusiones, mientras que en un volumen mayor se discutirían más ampliamente experimentos y datos concretos. De hecho, el volumen es tan corto que apenas puede ofrecer premisas y conclusiones, con unas pocas páginas de justificación científica en medio.

Por otra parte, la misma brevedad del volumen obliga a no apartarse del tema. La posición está claramente definida y sirve, como es el propósito de la colección, para divulgar los nuevos avances en teoría de la evolución. Se trata en suma de un libro provocador e interesante, que debería dar mucho que pensar, pero que se resiente de las limitaciones de espacio que le impiden discutir más ampliamente la parte científica. Se lee, en suma, como punto de partida de posteriores, e intensas, reflexiones e investigaciones por parte del lector.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Fases de gravedad de Dan Simmons

Supongamos que el lector gusta de la ciencia ficción y a la literatura fantástica pero se encuentra con que la oferta actual de ciencia ficción se le hace pesada y le gustaría encontrar una novela que capture el espíritu de la ciencia ficción pero sin su parafernalia y clichés. En ese caso, su novela es Fases de gravedad.

Fases de gravedad no es una novela de fantasía, es simplemente una buena novela y punto. Su protagonista es Richard Baedecker, un antiguo astronauta del proyecto Apolo y uno de los hombre que caminaron por la Luna. Lo que se cuenta es su relación con sus antiguos compañeros de misión, uno convertido en evangelista y otro en senador, con su hijo, seguidor de un gurú hindú, y con la antigua novia de éste. Pero ante todo es la historia de un hombre que se busca a sí mismo después de su momento de gloria, el relato de su búsqueda de la trascendencia, de un sentido para el resto de la vida. No es una novela de acción, sino una historia de personajes y, como dice Spinrad, la resolución final no es física sino espiritual.

Hay mucho en esta novela (además de sobre vuelo y montañismo) sobre la vida entendida como una obra de arte, de intentar hacer que cada momento tenga sentido por sí mismo, de la búsqueda del ser propio. Hay una imagen recurrente: dos astronautas jugando al frisbee en la Luna. Y tenemos también a Richard, que se lanza, arriesgando la vida, en ala delta desde una montaña por el simple propósito de celebrar la naturaleza.

La novela es ciertamente mística, pero se trata de un misticismo real que jamás se manifiesta o se hace explícito en cosas tangibles. Permea la novela esa sensación de que el mundo es algo más de lo que vemos, esa incomodidad que sentimos al vivir día a día, que nos obliga a buscar nuevas metas en la vida. Hay cierta religiosidad en la actitud del personaje, una búsqueda de un lugar sagrado. Pero no es más que la reacción de una persona de mediana edad que se encuentra ejerciendo un trabajo que no le gusta, una simple manifestación psicológica. No se asuste el lector, no hay ningún elemento fantástico en la novela. Pero la mirada y la voz de Simmons sí que son fantásticas.

Dan Simmons es un escritor sorprendente, ya que en ningún momento renuncia a la tradición literaria de la lengua en la que escribe. Hay mucho en esta novela de lo mejor de la actual novelística americana. Un punto obvio de conexión es John Updike, pero donde Updike es irónico, Simmons es comprensivo: no aspira a juzgar a su personaje sino a entenderlo.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Antártida de Kim Stanley Robinson

La Antártida está amenazada. El tratado que la protege ha expirado y la carrera por la renovación, o no, ha comenzado. Además, la naciones de la Tierra, faltas de recursos, han dirigido su mirada al continente blanco, deseosas de aprovechar sus recursos naturales. Y por si fuese poco, el cambio climático está alterando significativamente la capa de hielo que cubre el continente. Cuando comienza la novela presenciamos una extraña comitiva: un convoy de camiones automáticos, con un solo ser humano a bordo, cruza el continente. El convoy es atacado y uno de los camiones robados. ¿Quién, en medio de un continente helado, puede haberlo hecho? ¿Y por qué? ¿Qué relación hay con los problemas de la Antártida?

Sobre ese fondo, de intereses políticos y misterios, varios personajes defienden sus particular posición sobre la región (el Planeta Hielo, en la fructífera metáfora de Kim Stanley Robinson): ya sea la preservación para la investigación científica del continente; la defensa de las acciones terroristas como medio para evitar la destrucción de la Antártida; una batalla política que permita la renovación del tratado en mejores términos; la posibilidad de explotar los recursos del continente utilizando medios tecnológicos que garanticen el mínimo impacto ecológico; o, en uno de los elementos más interesantes de la novela, la posibilidad de convertirse en nativos de la Antártida.

Cualquier lector que haya leído la serie de Marte (esa magnífica recreación de la colonización de todo un planeta) sabrá inmediatamente que en Antártida todas las posibilidades diferentes se discuten, comparan y examinan simultáneamente sin que su autor tome partido por ninguna en particular. Para eso tiene a sus personajes, magníficamente recreados como es habitual en él. Destacan cuatro: Val, la guía que lleva grupos por entre los paisajes helados y cuya visión idealista del continente contrasta con lo prosaico de su trabajo; X, el asistente general de campo, el humano solitario en el convoy que inicia la novela, insatisfecho con su papel en la Antártida (limitado a hacer la vida más fácil a los científicos) pero que no sabe cómo cambiar su situación; Wade, asesor de un senador muy preocupado por la ecología que lo envía al Polo Sur a informarse de primera mano, que se adentra en la diversas (sí, diversas) culturas del continente (el propio Kim Stanley Robinson pasó unas semanas becado en la Antártida para escribir este libro, detalle que ciertamente tiene su importancia); y Ta Shu, un periodista chino, a través del cual conocemos la mayoría de la historia pasada del continente, que práctica el antiguo arte del feng shui lo que le da una especial sensibilidad para el paisaje. Todos ellos confluirán finalmente cuando llegue la hora de decidir el destino del continente. Cada uno de ellos aportará su parte para dotar a la Antártida de la complejidad que la cultura humana da al mundo.

En cierta forma, estamos ante un libro que comparte bastante del espíritu con la serie de Marte. También aquí tenemos la preocupación constante por la política, la ecología, el destino del mundo, sin olvidar nunca, sin embargo, las odiseas personales de los protagonistas, que al final justifican o no la trama. Antártida se lee en gran parte como la novela que Kim Stanley Robinson hubiese escrito sobre Marte si primero hubiese escrito la trilogía de Marte: los temas han quedado más perfilados, la narración fluye con mayor fuerza, el estilo es aun más preciso y depurado que en la trilogía. Antártida representa la novela escrita por un autor que ha sabido evolucionar a partir de su anterior obra; y no es ése uno de sus menores placeres.

También, al igual que la serie de Marte, el libro parece en ocasiones no pertenecer a la ciencia ficción. La tecnología mostrada no es demasiado avanzada, y si no existe hoy está en proyecto. Pero la forma de mirar al paisaje, un mundo completamente cubierto de hielo, y las preocupaciones continuas sobre el futuro del planeta y el destino de la humanidad (visto siempre teniendo en cuenta el pasado) hunden sus raíces en la mejor tradición del género, en la que la reflexión sobre complejidad del mundo que nos rodea ocupa un lugar principal.

Uno de los aspectos más interesantes de Antártida consiste en estar profundamente enraizada en la historia del continente, algo que en Marte no podía hacerse. A lo largo de sus páginas descubrimos aspectos de las expediciones que conquistaron el continente y que ayudaron a formar nuestras visiones del mismo. Es cómo si Kim Stanley Robinson hubiese cogido las primeras páginas de Marte rojo y las hubiese expandido para distribuirlas finalmente por entre toda la novela. Ese cuidado con la historia pasada, dota al libro de una profundidad de la que carecería en caso contrario. Porque, como dice uno de los personajes de Antártida, lo que es verdad en la Antártida es verdad en el mundo: olvidar el pasado es siempre un error. En esos aspectos, Antártida gana, con respecto a los libros de Marte, en que el elemento humano está mucho más presente, lo que destaca y magnifica la gran inhumanidad del paisaje.

Aquellos que disfrutaron fascinados con la trilogía de Marte, sin duda volverán a hacerlo con Antártida. Aquellos que opinaban que la trilogía era excesivamente larga, harían bien en darle una nueva oportunidad a este autor. En cualquier caso, ningún lector quedará insatisfecho.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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El glamour de Christopher Priest

Christopher Priest es uno de esos autores con un tema fundamental, al que regresan obsesiva y metódicamente. El suyo, en particular, es la curiosa relación entre lo real y lo imaginario, o, la relación entre la ficción que finge ser real y la realidad que finge ser ficticia. En sus novelas y cuentos todo se entremezcla y nada, absolutamente, nada es lo que parece. De pronto, un personaje al girar una esquina, se ve transportado a otro mundo irreal y fantástico, como en el caso de The Affirmation. O de pronto la realidad resulta no ser lo que parece, como en The Extremes.

En El glamour, Richard Gray se despierta en un hospital, después de haber sido víctima, supuestamente accidental, de un horrible atentado. Un día aparece Susan, que dice ser una novia reciente con la que mantuvo una relación problemática por culpa de un misterioso personaje llamado Niall, que parece ejercer un curioso y extraño dominio sobre la joven. El problema es que Richard no la recuerda, de la misma forma que no recuerda nada de las semanas anteriores al atentado. Pero Richard, después de una sesión de hipnosis, empieza a recuperar parte de sus recuerdos, en forma de narración manuscrita sobre un onírico y surreal viaje por Francia con Susan.

¿Existió ese viaje? ¿Qué parte de los recuerdos de Richard son reales y qué parte no? La cosa se complica aún más cuando Richard descubre que él, al igual que Susan y Niall, posee el glamour, la capacidad de trastornar la mente de los demás para convertirse a efectos prácticos en invisibles. Una capacidad que permite a Niall en particular dominar casi por completo la vida de los que le rodean sin que éstos lo perciban (en un momento dado, Susan dice que «Niall siempre está aquí»).

En las novelas de Priest lo problemático, en el sentido de elemento a desentrañar, nunca en lo real, sino lo propiamente ficticio. Así, The Affirmation podría leerse con facilidad como un fascinante ejercicio en la construcción del personaje literario. Y en The Prestige, el secreto está en la lectura adecuada del texto. Pero eso son dos ejemplos donde la estrategia tiene éxito, no así en El glamour.

El secreto de El glamour es trivial y sus descubrimiento por parte del lector le deja indiferente. Uno podría bien preguntarse si era necesario escribir un libro tan largo para explicar algo que la propia novela aclara en apenas cinco páginas. Christopher Priest es un autor con gran capacidad y habilidad, pero en esta ocasión ha pretendido hacer pasar un truco literario por reflexión seria.

De esa forma, la novela, a pesar de su comienzo prometedor, es periódicamente aburrida. Carece de la tensión y de la economía narrativa del mejor Priest. Richard es demasiado marioneta para ganarse la simpatía del lector, y Niall es un demiurgo («yo soy sólo yo» dice de sí mismo) controlador obsesivo, y su verdadera identidad no es ni sorpresiva ni tiene interés (¿quién puede pasearse, aparte de Dios, impunemente por las páginas de una novela?). Hay más suerte con Susan, una mujer atrapada entre el hombre al que quiere, pero que se niega a creer, y el hombre que la controla, pero que se niega a amar.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Del amor del Alain de Botton

Alain de Botton demostraría después que era posible escribir un ensayo literario contando a Proust en el formato de un libro de autoayuda en Cómo cambiar tu vida con Proust, pero ya en su primera obra se embarcó en la ardua tarea de describir la relación amorosa más tópica que imaginarse pueda en el formato de un tratado de filosofía.

Desde que se conocen en un avión, experiencia cuya improbabilidad el narrador protagonista destaca realizando los cálculos oportunos e incluyendo un croquis de las disposición de los asientos en un 767 de British Airway, y siguiendo los diversos altibajos de la relación hasta la inevitable ruptura final, Del amor es la crónica de esos meses de enamoramiento. No hay acción prácticamente, porque en pocas relaciones amorosas las hay. Ni siquiera los personajes tienen ninguna característica destacable. Ella, Chloe, tiene los ojos verdes. Él tiene tendencia a enamorarse y un gusto, quizá excesivo, por la reflexión filosófica.

La historia real de la novela se produce en la mente del protagonista narrador, la secuencia de tesis, antítesis y síntesis llevada con todo rigor. Cada episodio, por nimio que sea, de la relación le sirve para lanzarse al análisis profundo y obsesivo, apoyándose en pensadores de todas las épocas y en los correspondientes diagramas aclarativos (las flechas que indican la alteración que cada uno produce en la personalidad del otro, la curva rígida y la curva voluble que indican las diversas personalidad de Chloe, los dientes platónicos y los dientes kantianos, la ilusión de Müller-Lyer, etc.) El paralelismo con un libro filosófico está llevada hasta el extremo de que cada capítulo está a su vez dividido en pequeñas secciones numeradas. Así, el narrador, ya sea hablando de «Fatalismo romántico», «¿Qué ves en ella?», «Intimidad», «Confirmación del yo», «Contracciones» o Lecciones de amor», desgrana los diversos aspectos incluidos en cada tema global.

La historia de amor contada en Del amor no tiene nada de original, más aún, es deliberadamente tópica (y desde el principio sabemos que acabará en separación, porque un libro llamado Del amor debe contarlo todo, incluso el fin del amor). La historia descrita aspira a la universalidad, a convertirse en esencia de cualquier otra posible relación. Lo que sí es original es la forma de contarlo.

Pero, al contrario de lo que pueda parecer, el libro está muy lejos de ser pedante. Detrás de la aparente frialdad filosófica del narrador, que al principio podría repeler a algunos lectores, bullen emociones con las que es fácil identificarse, y a pesar de nombrar pensadores de todas las épocas (incluyendo a Groucho Marx), las dudas y preguntas están planteadas con ironía, humor y sencillez. ¿Y quién no se ha preguntado nunca por naturaleza definitiva del amor? ¿Quién no se ha planteado jamás por la naturaleza de la persona amada? Alain de Botton se limita, como si eso fuese poco, a expresar con claridad los problemas de todo enamorado.

Del amor es una lectura apasionante, profunda y tremendamente divertida.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Reinventing Comics: How Imagination and Technology Are Revolutionizing an Art Form de Scott McCloud

Parecía imposible, pero Scott McCloud lo ha conseguido una vez más.

En 1993, la publicación de Cómo se hace un cómic (tonta traducción española del título original Understanding Comics) supuso la demostración de que un cómic podía ser un ensayo. Y no un ensayo cualquiera, sino una profunda reflexión sobre el cómic en sí y, más ampliamente, sobre la naturaleza del arte. Ahora, siete años después, la reflexión continúa en Reinventing Comics.

Los subtítulos de ambas obras indican las diferencias. El volumen de 1993 se subtitulaba El arte invisible y trataba principalmente de los mecanismos que hacen que un cómic funcione. El volumen del año 2000 lleva por subtítulo How Imagination and Technology Are Revolutionizing an Art Form [Cómo la imaginación y la tecnología revolucionan una forma artística] y se centra en aspectos, digamos, más materiales. Ya no es el cómic como objeto abstracto de contemplación estética sino el cómic como elemento mercantil, enmarcado dentro de ciertos condicionantes sociológicos, económicos y personales. Y es incluso un libro que defiende una solución para el futuro del cómic, promoviendo su autor la idea de que el cómic del mañana debería abrazar hoy la revolución tecnológica y volverse completamente digital, aceptando un cambio económico y forjando una nueva relación con sus lectores.

La obra está dividida en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, Scott McCloud explica las que considera algunas de las revoluciones pendientes del cómic en este final de siglo: 1) El cómic puede representar la vida tan bien como cualquier otra forma artística, 2) El cómic es arte, 3) Los creadores de cómics tienen derechos, 4) El negocio del cómic debe cambiar para servir mejor a los lectores y los creadores, 5) La percepción pública del cómic debe mejorar para reconocer al menos sus potencialidades, 6) El cómic debe recibir un trato justo de las instituciones académicas, 7) El cómic debe ampliar su base de lectores para incluir a las mujeres, 8) El cómic debe aceptar la diversidad de sexo, raza y religión, y 9) El cómic debe ser capaz de representar cualquier género.

La explicación de esas revoluciones pendientes es clara y concisa. Algunas de ellas son vitales para garantizar la supervivencia del cómic, y otras lo son para garantizar que el cómic se convierta en una forma artística reconocida. Scott McCloud el narrador recrea con cuidado algunas de las polémicas más sonadas, como el Comic Code o los derechos de los autores, para explicar la posición actual del tebeo. Abundan los ejemplos de otros creadores, e incluso de autores que empezaron a hacer cómic antes de ayer como quien dice.

Pero es en la segunda parte donde el autor demuestra que conserva el genio que ya hizo de Cómo se hace un cómic una obra de referencia imprescindible. En esta sección, más amplia que la primera, se defiende el futuro del cómic como arte digital. Scott McCloud empieza reflexionando sobre los ordenadores, metiéndose incluso en el terreno de la inteligencia artificial, e Internet, demostrando además unos grandes conocimientos de la red de redes lo que haría de este libro uno de los mejores sobre el tema, para luego proponer una nueva forma de crear cómics (digitalmente), distribuirlos (por la red y con micropago) y una nueva forma de entender la forma cuando finalmente se haya liberado de la tiranía del papel (nuevas formas de distribuir las viñetas gracias al plano infinito digital). No son veleidades de gurú. Queda bien claro que Scott McCloud ha reflexionado sobre las nuevas tecnologías y ofrece estrategias para abrazar sus posibilidades y ganarse la vida con ello. Lejos de ser un teórico, Scott McCloud predica con el ejemplo, ampliando el libro en su página web y ofreciendo digitalmente una de sus creaciones, el personaje Zot, en internet. Es quizá un revolucionario, pero no vacila en estar en primera línea.

El libro, por sus propia estructura, no tiene un fin tan unitario como Cómo se hace un cómic, y es muy posible que algunos aspectos (como los referidos a la distribución electrónica) queden anticuados por los avances tecnológicos. Pero sigue siendo un libro entusiasta, enamorado del cómic y que aspira, como ya el primero, a liberar toda la potencialidad creativa del noveno arte.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Pavana de Keith Roberts

En 1588, la reina Isabel de Inglaterra es asesinada. El caos civil subsiguiente permite a la Armada Invencible triunfar y hacerse con el control del país. Aprovechando la potencia de Inglaterra, el movimiento protestante en Europa es aplastado y el Catolicismo se impone. En el siglo veinte, no se ha producido la revolución industrial, las locomotoras de vapor recorren la tierra, las comunicaciones se realizan por medio de un complejo sistema de semáforos y la Iglesia Católica domina el mundo (Inquisición incluida).

Pavana es posiblemente la mejor ucronía jamás escrita (sin resistirme a añadir que posiblemente Bring the Jubilee de Ward Moore ocupe el segundo puesto). Por medio de una serie de viñetas, siete, ilustra un mundo de 1966 que no fue, pero que quizá hubiese podido ser. Las historias pueden leerse casi independientemente, al ilustrar momentos de la vida en ese mundo controlado por la iglesia. Pero la narración adquiere toda su fuerza por la yuxtaposición de tramas, personajes y hechos.

El lenguaje es lento y preciso, y Keith Roberts (recientemente fallecido) se toma el tiempo necesario para describir el mundo que ha conjurado. El ritmo lento no sólo hace honor al título de la obra, sino que también le sirve para establecer el carácter de un mundo a punto de cambiar. El viejo orden está desapareciendo, como desapareció un orden aún más antiguo con la llegada de la Iglesia, y uno nuevo está a punto de nacer.

Una cierta visión mágica imbuye todo el libro. No sólo porque el ritmo narrativo, esa cuidada descripción de tradiciones y órdenes sociales, ayuda a dibujar formas en la noche, sino porque la narración está imbuida de un cierto fatalismo. Ocasionalmente, los personajes sienten que no son dueños de su propio destino, que hay una historia sobre la historia que les controla y fuerza, incluso el destino de una Iglesia que parece controlarlo todo.

La última parte del libro, «Coda», unifica y redefine las narraciones anteriores. Introduce una nota final de ambigüedad y aparentemente justifica algunos hechos que el lector podría juzgar horribles o injustos. Es su tarea final lo que la narración significa y aceptar o rechazar.

La ucronía, la descripción de épocas que nunca fueron, es un género con sus trampas y problemas. El más importante sea posiblemente la verosimilitud. Si los cambios históricos introducidos no se justifican o parecen imposibles, la narración se desmorona. Keith Roberts elude esos peligros centrándose menos en los hechos históricos en sí que en los personajes y el mundo. Da la impresión de haber deseado escribir más una parábola o una metáfora que una ucronía. En el proceso escribió una obra maestra.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Peepshow #1 de Joe Matt

Joe Matt es un dibujante de tebeos. Su vida transcurre entre recurrentes fantasía sexuales que llevan a la masturbación, una relación de desprecio y dependencia con su novia, búsquedas cada vez más absurdas de formar de escaquearse del trabajo y el coleccionismo de carretes de view-master.

Su novia, Trish, está sinceramente enamorada, pero para Joe es poco más que un cuerpo bonito que le ofrece seguridad y a la que sólo puede aceptar en sus propios términos. Las peleas son continuas, todas producidas por el egoísmo sin medida de Joe que le lleva a rechazar cualquier posibilidad de hacer algo nuevo. Para él sólo existen las otras, a poder ser exóticas, con las que fantasea y sueña continuamente. En particularmente, una muchacha joven que trabaja con Trish. Su amigo, Seth, un ser humano aparentemente integrado, es el único capaz de decirle las verdades a la cara sin sufrir las consecuencias. Cuando Trish expresa su parecer, es probable que acabe sufriendo abusos verbales.

Joe Matt es también el autor de Peepshow, el cómic del que estoy hablando y cuyo protagonista es Joe Matt. La línea que separa a Joe el personaje de Joe el autor se diluye continuamente, incluso algunas situaciones del cómic arrancan cuando Trish descubre páginas ocultas del propio cómic que estamos leyendo, y el protagonista queda retratado como un cabrón perdedor incapaz totalmente de tener en cuenta los sentimientos de los demás, objeto de burla y risa por parte del resto de los personajes y de los lectores, y siempre en el punto de mira del sarcasmo del autor, que es Joe Matt.

¿Quién es Joe Matt?

Peepshow es un cómic con grandes dosis de humor, pero sólo se ríe de Joe Matt. Las situaciones cómicas arrancan siempre de la incapacidad de Joe Matt para enfrentarse a un mundo de adultos, comportándose, al menos en este primer volumen, como un niño hiperdesarrollado. Al resto de los personajes, no importa lo bajo que hayan caído, se les trata con consideración y ternura.

Evidentemente, el protagonista del cómic no es su autor. Nadie puede ser así y luego tener la lucidez suficiente para retratarse de tal forma en su cómic. Estamos quizá no tanto ante un cómic autobiográfico como una especie de confesión o retrato grotesco. El autor, incapaz quizá de hacerle mal a otros, no duda en dibujarse bajo la peor luz posible para convertirnos a los lectores en mirones voluntariosos. Quizá la miseria de Joe Matt esté en ser incapaz de comportarse de otra forma. Quizá la nuestra esté en no poder dejar de mirar. Quizá nos reímos porque nos reconocemos en el observador o en el observado.

Con diligencia y fascinación asistimos a los momentos más íntimos de Joe Matt el personaje, y obedientemente nos reímos de él. Pero, ¿de quién nos reímos en realidad?

Peepshow es una de esas obras, y van…, que demuestra la madurez narrativa y expresiva del cómic. La forma está lo suficientemente madura como para manejar temas que parecían reservados a la literatura.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Ghost world: Mundo fantasmal de Daniel Clowes

En obras como Bola 8 o Dan Pussey, Daniel Clowes ha demostrado su capacidad para ver el aspecto más tarado e inadaptado de la personalidad humana. Una visión lúcida y precisa a la que no escapa el propio autor, que rara vez aparece representado bajo la luz más agradable. Pero no pretende ridiculizar, sino mostrar, y es capaz de comprender y perdonar las debilidades humanas.

Ghost World cuenta la historia de dos amigas, Enid y Rebecca, que acaban de terminar el instituto y durante su último verano juntas ven como la niñez se escapa y se acerca inexorablemente la madurez. La relación retratada es compleja y frágil, hecha de dependencias y complicidades más que de comprensión y cariño, más del temor a enfrentarse al mundo que de una verdadera necesidad de amistad. A Enid y Rebecca les une la complicidad ante un mundo al que se resisten.

Las historias de ese último verano son pequeños problemas e insatisfacciones; el primer sexo sórdido, la relación con personajes disfuncionales (como un ex-cura pedófilo), amigos con problemas similares que buscan sus propias estrategias para resistirse a la madurez (John Ellis, obsesionado con las mutilaciones y los asesinos en serie que no duda en aparecer en un programa de televisión caracterizado como «‘Chuck’ amigo de un pederasta»), la búsqueda continua de la infancia perdida por medio de peregrinaciones casi religiosas a lugares de antaño o la recuperación de antiguos discos infantiles, la fascinación con personaje que se perciben como peligrosos (como los satanistas de la cafetería), las bromas crueles, la separación posible para ir a la universidad, etc…

El dibujo de Clowes es efectivo, sin recrearse nunca en los aspectos negativos, dándolos a entender más que manifestándolos. Pero es en el guión donde Clowes demuestra su capacidad y dominio. Enid y Rebecca se manifiestan como personajes complejos y llenos de dudas, que en la superficie parecen simples y vulgares pero que ocultan un mundo interior lleno de temores y esperanzas. Ghost World es la historia de la transición de la niñez a la edad adulta, de las consecuencias no deseadas de tal cambio, pero de las variaciones inevitables que introduce en la vida. Todos los personajes están tratados con ternura, porque todos ellos ponen de manifiesto algún aspecto del tema de la obra; desde los que aceptaron el cambio demasiado rápido y han perdido su humanidad hasta aquellos que nunca dejaron la niñez atrás. Clowes puede ser crítico y sarcástico (como en su propio retrato personal introducido en el cómic), pero jamás es innecesariamente cruel.

El pasado no es más que un mundo fantasmal que se disuelve poco a poco. Enid y Rebecca deben aprender a vivir en otro mundo y mantener otro tipo de relaciones. Mientras tanto, Ghost World es el retrato de su último verano juntas y una prueba más de que el cómic puede tratar cualquier argumento, centrándose con sobriedad y tan bien como cualquier novela en los sentimientos y la vida interior.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Los sueños de Lincoln de Connie Willis

Quizá sea preciso aclarar un punto sobre Los sueños de Lincoln: es una novela con tema. Es decir, trata de algo fundamental e importante para su autora, y no se oculta en ningún momento que así es. Para algunos lectores eso puede ser un problema, porque se asume que una novela no debe tratar ideas morales, como en este caso.

Jeff trabaja como investigador para un novelista que prepara una novela histórica sobre la Guerra Civil americana. En particular, está interesado en el significado de los sueños de Lincoln. Un día, Jeff conoce a Annie que tiene sus propios problemas con los sueños. Jeff comprende que Annie sueña los sueños del general Lee y decide ayudarla. Junto con ella, viaja por algunos de los paisajes de la Guerra Civil americana buscando las claves de los sueños que atormenta a la mujer de la que, instantáneamente, se ha enamorado.

Los sueños de Lincoln es ante todo una historia de amor, pero también es una reflexión sobre el deber. Cada personaje debe descubrir al final sus razones para actuar y el destino que su sentido del deber les obliga a cumplir. Hay elementos de viaje en el tiempo, pero en esta ocasión, el viaje se produce en el mundo de los sueños, lo cual lleva la novela más al terreno del fantástico.

El planteamiento es casi perfecto, y una relectura desvelará muchas de los paralelismos entre la situación durante la Guerra Civil (que se manifiesta de varias formas en la novela) y personajes del presente (en particular, Jeff). La Guerra Civil en sí está perfectamente reflejada sin llegar a ser una novela histórica. El conflicto se presenta como actual y es fácil creer que su influencia se hace sentir hoy.

Los sueños de Lincoln es una magnífica historia de amor y una profunda reflexión sobre el deber.

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