Aquiles y sus alegres muchachos deciden tomarse quince días de vacaciones e irse a la playa de Troya, lugar donde abunda la diversión: asesinatos, masacre y destrucciones varias. Y donde si tienes suerte, puedes incluso saquear el templo de algún dios. La excusa del viaje es recuperar la esposa «fugada con chico guapo además príncipe» de un rey «cornudo y calzonazos que se dejar atravesar por la espada del primero que pasa». Digo excusa, porque la mujer tampoco está tan bien como para justificar lanzar mil naves. Treinta, quizá, y unos siete botes de pesca, pero definitivamente no mil.
Al jefe del cotarro está un malo de película de James Bond llamado Agamenón que quiere conquistar Troya, dios sabrá por qué. Q está interpretado por Ulises, que se pasea por la película con cara de estar hasta los huevines de tanta pelea y morirse por destejer a una que yo me sé. Curiosamente, Ulises aparece y desaparece según conviene, jamás se le ve hacer nada (podría argumentarse que es el más inteligente de toda la película), y esencialmente aguarda el momento en que se le ocurrirá la idea genial que le permitirá volver a casa (si él supiese…). Es más, claramente en varios momentos de la película se le oye pensar «¿A ver cuándo se me ocurre de una vez lo del caballo?» como si fuese un teleñeco y hubiese leído el guión.
Sigamos.
Rambo… digo, Aquiles, es el primero en desembarcar, cómo no, y claro, se dedica a saquear el templo de un dios, cortarle la cabeza a la estatua de un susodicho y secuestrar a una virgen. De lo más normal todo. Cuántas veces no nos habrá pasado el llegar a un país extranjero y buscar el templo más cercano para destruirlo. Tengo entendido que en algunas culturas se mosquean si no lo haces.
Rambo… digo, Aquiles, viene acompañado de sus colegas, que básicamente son una panda de delincuentes callejeros cualquiera pero con nombre griego. Si llamas a tu grupo Ángeles del Infierno puedes ir reservando sitio en el trullo, ahora, ponle Mirmidones y te llegarán contratos sin fin para ir a guerrear por ahí, en plan Equipo A, y tendrás garantizada la gloria eterna, los bardos cantarán tu nombre y una tortuga te ganará en las carreras. Luego dicen que hay justicia. Por cierto, es curioso que el muchacho ande tan preocupado por la salud del Patroclo (guapetón y sospechosamente sin novia, ¿no quedaban templos?). Si te preocupa el bienestar de alguien, ¿es lógico llevárselo a un campo de batalla? Dejó ahí la reflexión.
El resto de la historia consiste básicamente en que un ejército de cienes y cienes de millones de guerreros generados por ordenador se pelea contra otro ejército de cienes de cienes de millones de guerreros generados por ordenador. No se preocupen, el primer ejército había llegado en un millar de naves generadas por ordenador y el segundo vive en una ciudad también digital. Todos queda en casa, que dicen.
Se me olvidaba el bando troyano. Un momento:
Paris es imbécil. Pa qué nos vamos a engañar. Curiosamente, sale muy poco en la película, pero siempre es para cumplir la importante función de cagarla y meterlos a todos en líos (dispositivo para avanzar el argumento, que lo llaman). Es él quien convence a Helena para que deje de ser reina de Esparta y pase a ser princesa de Troya. Qué vio toda una mujer hecha y derecha en semejante alfeñique es algo que jamás se aclara. Sólo en un momento de la película Paris dice algo que denota un mínimo de inteligencia y sentido común… pero bueno, para el caso que le hacen…
Sólo hay dos personajes en toda la película. Héctor es uno de ellos. No crece ni se vuelve verde, pero sí pone ojos de preguntarse qué he hecho yo para merecer esto. El pobre es heredero, y por tanto le queda la obligación de cargar con las estupideces de los demás.
Priamo es el otro personaje. Está cansado, agotado, exhausto, fatigado y humillado. Además, se le nota el peso de un gran remordimiento: no haber castrado a su hijo menor cuando tuvo la oportunidad. Sinceramente, la línea sucesoria ya estaba garantizada y Troya se hubiese ahorrado muchos problemas. Todo ventajas. Alternativamente, podría haberse castrado a sí mismo tras tener el primero.
El grueso del asunto son las continuas peleas. Por desgracia, carecen por completo de la más mínima imaginación y por tanto su interés se aproxima a cero con rapidez. Para que la cosa sea más estúpida, cuando se pelean dos héroes da la impresión de que los ejércitos se detienen a contemplar las batallitas de los jefes. Yo, mientras tanto, me preguntaba por la asombrosa facilidad para encontrar madera en una costa en la que no se veía un árbol por ningún sitio. Y además, ¿de qué comía tanta gente?
Los personajes están completamente modernizados. Grave error. Primero, porque los personajes mitológicos no deberían parecer héroes de acción de una película de tiros. Segundo, los diálogos son tan penosos que en lugar de inducir una apreciación más profunda de los personajes te producen grandes deseos de reír. Por cierto, por modernidades, hay incluso una historia de amor, que es además la razón de la caída final del héroe. Creo que hace diecisiete millones de películas que no veía ese argumento.
No salen los dioses, otro error mayúsculo. Cuentan que se hizo para que la película no se pareciese a Furia de titanes. Ojalá Troya se acercase siquiera a la calidad de Furia de titanes. Parece, además, que el director los consideraba innecesarios y tontos. Antes de llamar tonto a un dispositivo narrativo debería repasar los diálogos de la película que ha creado; y de innecesarios menos, porque sin los dioses nada de lo que pasa en pantalla tiene sentido. El hombre homérico es un peón en manos de los dioses y su voluntad importa poco. Aunque mirado desde otra óptica, en esta película los personajes son marionetas en manos de su director.
¿Han leído alguna vez uno de esos cómics donde el texto cuenta exactamente lo que pasa en la viñeta? Pues aquí con la música igual. Se acerca un gran ejército y de pronto suena música de «se acerca un gran ejército». Se va a tomar una decisión trascendental y nada, como si hubieses parido al compositor y lo conocieses desde niño, se cumple tu predicción y llega la música de «decisión trascendental». Y así una y otra vez, machaconamente. Es el tipo de banda sonara que te hace anhelar los grandes días del cine mudo.
Bueno, terminemos. Después de algunas muertes y muchas piras funerarias viene lo del caballo (qué falta de imaginación, si al menos fuese un conejo). Paris propone quemarlo, que es lo que hubiese hecho cualquier persona con dos dedos de frente, pero nada, pa dentro va. Los troyanos alegres y felices duermen para que los griegos ocultos en el caballín arrasen la ciudad, dejen entrar al grueso del ejército y hagan de las suyas a placer. El ejército griego parece definitivamente americano, porque entre golpes, muertes, descuartizamientos, degollaciones, violaciones y demás se entretiene en derribar estatuas con fruición. Les ahorro describir la patética escena final con el malo, el héroe y una que pasaba por allí. Sólo decirles que al final aparece Légolas (te echábamos de menos) y resuelve la situación. Como algo de Paris le queda, vuelve a cagarla, pero tampoco importa.
París parece que sobrevive. Por lo tanto, quizá no nos libremos de Troya 2: El retorno del rey. Aeneas también sale por ahí, por lo que podría protagonizar una continuación que cuente su larga búsqueda de tierra seca en un mundo dominado por las aguas.
Lo mejor: Llega un momento en que se acaba.
Lo mejor (II): Voy a leer la novelización que dicen que es mucho mejor.
Lo peor: Es larga y aburrida.