Despedida

Hace un tiempo hubo una racha de despedidas en la blogocosa esta que tantas alegrías nos da. Algunas eran por razones digamos curiosas, y yo me puse a pensar, ¿cómo podría ser una despedida de un blog? Pues escribí este párrafo. Me lo encontré hoy, y como me siento así, pues voy y lo pongo:

Nadie me quiere. La ponzoñosa indiferencia que los lectores de este blog manifiestan contra mí es asombrosa, triste y propia de los pequeños cretinos sin alma que pululan en la blogosfera hispana. No os merecéis mis esfuerzos y desvelos, las noches en vela que paso puliendo mis escritos, los días sin comer para ahorrar el dinero necesario para el pago del hospedaje. Sabandijas crueles, me ignoráis, no me escribís, no me queréis. Lo dejo. Adiós.

Pero no, no me despido.

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El día de mañana o el alegre fin del mundo

El día de mañanaTamaña injusticia se comete en esta película. Verán, en el cartel aparecen los nombres de actores, guionistas, directores, montadores, fotógrafos, etc… personas que no sólo no han hecho nada por la calidad de la película, sino que llegan a esfuerzos inhumanos por destrozarla (en particular, uno se pregunta qué le habrá hecho el director al guionista para merecer semejante espantajo de historia). Habría que tachar con prontitud los nombres de esos traidores del cartel y poner el de los verdaderos héroes: hasta el último mono del equipo de efectos especiales. Esos individuos demuestran tener más conocimientos sobre narrativa, tensión dramática y espectáculo que el padre putativo de la historia. En lo demás, El día de mañana es de lo peor de 2004 (compite por ejemplo con Troya, Yo, robot, El bosque y Melinda y Melinda).

Esta película está formada por dos impresionantes escenas de efectos especiales, y una corte de escenas más pequeñas que exhiben aspectos del cambio climático. Las dos escenas en cuestión son la destrucción de Los Ángeles (tornados) y Nueva York (agua y hielo). Las dos son asombrosos ejemplos de dosificación narrativa, de tensión, de emociones contenidas, las dos reflejan perfectamente la magnitud de la tragedia. Las más cortas sirven para entrever una hipotética película mucho mejor que habría nacido si el equipo de efectos especiales hubiese tomado el control de toda la producción: los soldados británicos congelados instantáneamente al ir a rescatar a la familia real, la granizada sobre Tokio, los astronautas contemplando los frentes tormentosos… Buscando dos o tres ciudades más a destruir, hubiese quedado una película cojonuda.

Por desgracia, alguien en la reunión de producción de El día de mañana decidió que había que contar algunas historias humanas. Reflexionemos un momento. En esta película mueren miles de millones de personas, el hemisferio norte acaba completamente cubierto de hielo, y el mundo se ve sumido de la noche a la mañana en un cambio climático que destruye la civilización tal y como la conocemos. Ante ese escenario, ¿de verdad debería interesarnos si el chico le va a decir a la chica que la quiere o no? ¿Si llegará o no llegará la ambulancia para rescatar al niño enfermo? ¿Qué conclusión podemos sacar de que un padre decida ir caminando de Washington a Nueva York a rescatar a su tierno retoño en medio de la mayor tormenta que el mundo haya conocido?

Que los asistentes a esa reunión estaban tontos ese día queda claro en un simple detalle. Cuando alguien dijo «Vamos a inyectar tensión dramática metiendo unos lobos en Nueva York» el sentido arácnido de los presentes no saltó a la estratosfera. Recordemos: mayor catástrofe natural que el mundo haya conocido. ¿Hacían falta lobos?

Con esa concepción del dramatismo, no es de sorprender que los personajes no ya sean planos, sino que clarísimamente poseen personalidad negativa. Absorben la personalidad de todo aquello que les rodea y dejan el mundo convertido en un lugar aburrido y miserable. Tan carentes de empatía que no piensan en ningún otro ser humano que pueda estar en peligro; de pronto hablan de un hermano, de pronto el hermano se olvida como si no hubiese existido jamás. Sólo se salvan dos:

Un hombre de negocios japonés, que bebe en chiringuito, a quien le suena el teléfono justo cuando empieza a caer granizo. El hombre corre por la intersección, buscando donde protegerse, y cuando parece que va a conseguirlo… Es curioso que un minuto se pueda contar tanto sobre una persona, lo suficiente como para que te interese tu vida y te preguntes por sus circunstancias.

El otro es Ian Holm. Uno de esos actores británicos espléndidos que tan pronto te hace de enano panzudo como de cenicero. Vamos, uno de esos actores que si entrase en un plato y el director le dijese «Haz de avutarda coja», el hombre interpretaría a la mejor avutarda del mundo, envidia de aves gruiformes por doquier. Aquí más o menos. Le dijeron, «Haz de climatólogo escocés» y el hombre hace lo que puede.

Con lo dicho, comprendan que incluso me sorprenda que se hayan molestado en rodar las escenas con personajes humanos. La descompensación entre lo que le sucede al mundo y las vicisitudes de esos integrantes de una mente colmena es tan grande que no hay color. La película hubiese ganado mucho cortando la mayor parte de ese metraje. Aparte de ahorrarnos como cuatrocientos veintisiete clichés.

Pero lo peor de El día de mañana es que tiene final feliz. Sí, como me oyen. No, no, la catástrofe es inevitable, pero la verdad es que la llevan con una alegría y optimismo que ya los querría Pollyanna para sí. A ver, esos astronautas que miran con tanta tranquilidad la tormenta, ¿no se dan cuenta de que están muertos, de que nadie va a subir a buscarlos? ¿Cómo es posible que el Presidente de los Estados Unidos esté tan feliz después de que haya perdido todo su territorio y ahora presida un campo de refugiados? ¿Sólo porque encontraron a cuatro supervivientes mal contado? Han muerto cientos de millones, por Dios. Y además, ¿nadie se ha dado cuenta de que muchas de las principales bolsas del mundo están ahora enterradas bajo cientos de metros de hielo, que se encuentran en la mayor depresión económica desde el paleolítico superior?

Incluso la estatua de la libertad se mantiene en pie. Cubierta de hielo, eso sí, pero en pie, como representante que es del espíritu americano. ¿Recuerdan El planeta de los simios (la buena)? Pues sí, las comparaciones son odiosas.

Lo mejor: Las impresionantes secuencia de efectos especiales.

Lo mejor (II): Las pullas políticas. Especialmente los americanos entrando ilegalmente en Méjico.

Lo peor: Hay escenas con personajes reales.

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Troya

Aquiles y sus alegres muchachos deciden tomarse quince días de vacaciones e irse a la playa de Troya, lugar donde abunda la diversión: asesinatos, masacre y destrucciones varias. Y donde si tienes suerte, puedes incluso saquear el templo de algún dios. La excusa del viaje es recuperar la esposa «fugada con chico guapo además príncipe» de un rey «cornudo y calzonazos que se dejar atravesar por la espada del primero que pasa». Digo excusa, porque la mujer tampoco está tan bien como para justificar lanzar mil naves. Treinta, quizá, y unos siete botes de pesca, pero definitivamente no mil.

Al jefe del cotarro está un malo de película de James Bond llamado Agamenón que quiere conquistar Troya, dios sabrá por qué. Q está interpretado por Ulises, que se pasea por la película con cara de estar hasta los huevines de tanta pelea y morirse por destejer a una que yo me sé. Curiosamente, Ulises aparece y desaparece según conviene, jamás se le ve hacer nada (podría argumentarse que es el más inteligente de toda la película), y esencialmente aguarda el momento en que se le ocurrirá la idea genial que le permitirá volver a casa (si él supiese…). Es más, claramente en varios momentos de la película se le oye pensar «¿A ver cuándo se me ocurre de una vez lo del caballo?» como si fuese un teleñeco y hubiese leído el guión.

Sigamos.

Rambo… digo, Aquiles, es el primero en desembarcar, cómo no, y claro, se dedica a saquear el templo de un dios, cortarle la cabeza a la estatua de un susodicho y secuestrar a una virgen. De lo más normal todo. Cuántas veces no nos habrá pasado el llegar a un país extranjero y buscar el templo más cercano para destruirlo. Tengo entendido que en algunas culturas se mosquean si no lo haces.

Rambo… digo, Aquiles, viene acompañado de sus colegas, que básicamente son una panda de delincuentes callejeros cualquiera pero con nombre griego. Si llamas a tu grupo Ángeles del Infierno puedes ir reservando sitio en el trullo, ahora, ponle Mirmidones y te llegarán contratos sin fin para ir a guerrear por ahí, en plan Equipo A, y tendrás garantizada la gloria eterna, los bardos cantarán tu nombre y una tortuga te ganará en las carreras. Luego dicen que hay justicia. Por cierto, es curioso que el muchacho ande tan preocupado por la salud del Patroclo (guapetón y sospechosamente sin novia, ¿no quedaban templos?). Si te preocupa el bienestar de alguien, ¿es lógico llevárselo a un campo de batalla? Dejó ahí la reflexión.

El resto de la historia consiste básicamente en que un ejército de cienes y cienes de millones de guerreros generados por ordenador se pelea contra otro ejército de cienes de cienes de millones de guerreros generados por ordenador. No se preocupen, el primer ejército había llegado en un millar de naves generadas por ordenador y el segundo vive en una ciudad también digital. Todos queda en casa, que dicen.

Se me olvidaba el bando troyano. Un momento:

Paris es imbécil. Pa qué nos vamos a engañar. Curiosamente, sale muy poco en la película, pero siempre es para cumplir la importante función de cagarla y meterlos a todos en líos (dispositivo para avanzar el argumento, que lo llaman). Es él quien convence a Helena para que deje de ser reina de Esparta y pase a ser princesa de Troya. Qué vio toda una mujer hecha y derecha en semejante alfeñique es algo que jamás se aclara. Sólo en un momento de la película Paris dice algo que denota un mínimo de inteligencia y sentido común… pero bueno, para el caso que le hacen…

Sólo hay dos personajes en toda la película. Héctor es uno de ellos. No crece ni se vuelve verde, pero sí pone ojos de preguntarse qué he hecho yo para merecer esto. El pobre es heredero, y por tanto le queda la obligación de cargar con las estupideces de los demás.

Priamo es el otro personaje. Está cansado, agotado, exhausto, fatigado y humillado. Además, se le nota el peso de un gran remordimiento: no haber castrado a su hijo menor cuando tuvo la oportunidad. Sinceramente, la línea sucesoria ya estaba garantizada y Troya se hubiese ahorrado muchos problemas. Todo ventajas. Alternativamente, podría haberse castrado a sí mismo tras tener el primero.

El grueso del asunto son las continuas peleas. Por desgracia, carecen por completo de la más mínima imaginación y por tanto su interés se aproxima a cero con rapidez. Para que la cosa sea más estúpida, cuando se pelean dos héroes da la impresión de que los ejércitos se detienen a contemplar las batallitas de los jefes. Yo, mientras tanto, me preguntaba por la asombrosa facilidad para encontrar madera en una costa en la que no se veía un árbol por ningún sitio. Y además, ¿de qué comía tanta gente?

Los personajes están completamente modernizados. Grave error. Primero, porque los personajes mitológicos no deberían parecer héroes de acción de una película de tiros. Segundo, los diálogos son tan penosos que en lugar de inducir una apreciación más profunda de los personajes te producen grandes deseos de reír. Por cierto, por modernidades, hay incluso una historia de amor, que es además la razón de la caída final del héroe. Creo que hace diecisiete millones de películas que no veía ese argumento.

No salen los dioses, otro error mayúsculo. Cuentan que se hizo para que la película no se pareciese a Furia de titanes. Ojalá Troya se acercase siquiera a la calidad de Furia de titanes. Parece, además, que el director los consideraba innecesarios y tontos. Antes de llamar tonto a un dispositivo narrativo debería repasar los diálogos de la película que ha creado; y de innecesarios menos, porque sin los dioses nada de lo que pasa en pantalla tiene sentido. El hombre homérico es un peón en manos de los dioses y su voluntad importa poco. Aunque mirado desde otra óptica, en esta película los personajes son marionetas en manos de su director.

¿Han leído alguna vez uno de esos cómics donde el texto cuenta exactamente lo que pasa en la viñeta? Pues aquí con la música igual. Se acerca un gran ejército y de pronto suena música de «se acerca un gran ejército». Se va a tomar una decisión trascendental y nada, como si hubieses parido al compositor y lo conocieses desde niño, se cumple tu predicción y llega la música de «decisión trascendental». Y así una y otra vez, machaconamente. Es el tipo de banda sonara que te hace anhelar los grandes días del cine mudo.

Bueno, terminemos. Después de algunas muertes y muchas piras funerarias viene lo del caballo (qué falta de imaginación, si al menos fuese un conejo). Paris propone quemarlo, que es lo que hubiese hecho cualquier persona con dos dedos de frente, pero nada, pa dentro va. Los troyanos alegres y felices duermen para que los griegos ocultos en el caballín arrasen la ciudad, dejen entrar al grueso del ejército y hagan de las suyas a placer. El ejército griego parece definitivamente americano, porque entre golpes, muertes, descuartizamientos, degollaciones, violaciones y demás se entretiene en derribar estatuas con fruición. Les ahorro describir la patética escena final con el malo, el héroe y una que pasaba por allí. Sólo decirles que al final aparece Légolas (te echábamos de menos) y resuelve la situación. Como algo de Paris le queda, vuelve a cagarla, pero tampoco importa.

París parece que sobrevive. Por lo tanto, quizá no nos libremos de Troya 2: El retorno del rey. Aeneas también sale por ahí, por lo que podría protagonizar una continuación que cuente su larga búsqueda de tierra seca en un mundo dominado por las aguas.

Lo mejor: Llega un momento en que se acaba.

Lo mejor (II): Voy a leer la novelización que dicen que es mucho mejor.

Lo peor: Es larga y aburrida.

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Pásalo

«Vota PP, pásalo» será la coletilla de los eslóganes electorales del PP para las elecciones europeas del 13 de junio. ¿Están de coña o son unos brillantes genios de la estrategia? Creo que lo último lo podemos descartar sin mayores problemas, viendo la facilidad con la que estropean incluso la ocasión más favorable. ¿Lo primero? No sé, no sé. ¿Tienen sentido del humor en el PP? Pues parece que algo sí, que pretenden que el uso del «pásalo» sirva para desdramatizar -ya se sabe que las elecciones europeas son siempre un poco en broma- lo sucedido el 13 de marzo.

Es posible que la jugada les salga. Cosas más raras han pasado. Pero la verdad, me da la impresión de que lo único que consiguen es dejar claro que siguen obsesionados por lo mismo -¿lo único?- y que el partido está muy lejos de reconocer, o querer hacerlo, las razones que llevaron a la pérdida de las elecciones.

Muchos más interesante me parece la idea (que cuenta El País) de repartir junto con la publicidad del PP un calendario de la Eurocopa. Sin duda, muchos españoles encontrarán dicho calendario utilísimo. Por tanto, el PSOE debería contraatacar enviando… pues no sé, por ejemplo un juego de fotografías de la boda. No vaya a ser que la gente se quede con que el PP es el único partido en sintonía con los intereses de los ciudadanos.

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Misión cumplida

La chica se llama Sabrina. Aparece hoy en portada de un diario nacional con una tremenda sonrisa de Joker y haciendo un gesto que se entiende un OK rotundo y sin contemplaciones. A su lado, el cadáver de un iraquí (que también tiene nombre, se llamaba Al Jamadi). Es posible que muriese torturado por la soldadesca americana. Dice el comentario periodístico que la imagen es macabra. Sin embargo, creo que su gesto delanta la honda satisfacción, el orgullo interior que se siente al haber cumplido con el deber. Ali puede que esté muerto, luctuoso y lamentable hecho del que alguien se hará responsable para que a continuación no pase absolutamente nada (qué tiempos aquellos en que hacerse responsable de algo significaba también aceptar algún tipo de penitencia), pero al menos ha muerto libre y demócrata, en lugar de morir esclavizado por un tirano. La diferencia es sutil pero no por ello menos importante. Quién sabe, de no haber intervenido la coalición internacional puede que el hombre hubiese muerto a manos de los carniceros de Sadam. Y claro, puestos a morir, ¿no preferirían ustedes morir debidamente liberados y democratizados a base de bombas? Y no me digan que esta guerra no tenía nada de democrática: tres señores, nada menos que tres, votaron en las Azores la decisión de emprenderla. En ese punto se alcanzó, quizá sorpresivamente, la unanimidad.

Sólo me queda una duda. La chica, Sabrina, me recuerda con esa sonrisa a las no menos sonrientes señoritas que en los supermercados te ofrecen unas lonchitas de jamón o unos taquitos de queso en plan degustación. Con ese gesto parece estar avalando la calidad del producto y me entrar un terrible desasosiego: ¿era Abu Ghraib un supermercado? Si así fuese, por desgracias los fiambres eran humanos.

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Normal

Estaba en la sección de librería de un Corte Inglés de Serrano cuando vi a un cómico de Paramount Comedy, Carlos Clavijo más concretamente (si no era él, se le parecía muchísimos). En cualquier caso, no es eso lo importante, sino la alegría que sentí al descubrirme normal: me emocioné por estar cerca de un famoso.

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Soy republicano

Soy republicano (aclaro que no me vale cualquier república, tiene que ser democrática y respetuosa con los derechos humanos). Desde mi punto de vista, eso significa que me parece maravilloso que la gente se case e igualmente divino que la gente no se case. Y ahí termina mi preocupación por los novios a menos que me inviten al banquete, porque francamente en las bodas me lo paso bien y normalmente disfruto de la comida.

Pero aparentemente estoy en franca minoría. Estos días paseándome por la red descubro a muchos protestando porque un hijo de una familia real se casa. Es más, algunos parecen considerar que definirse republicanos les da derecho a ser groseros, soeces y a exhibir un machismo que yo consideraba más propio de un cavernícola de chiste. ¿Son ellos los republicanos de verdad? ¿Estoy equivocado por completo? ¿Debería cambiarme y definirme como patafísico o algo?

Aclaro que en realidad soy más bien republicano de corazón. Porque aparte de la condición anteriormente expuesta me gustaría también tener una república con unos políticos con cierto fundamento. Sin embargo, observando a algunos miembros de nuestra fauna parlamentaria y pensando que alguno de ellos podría acabar como presidente de una república española, me entra un sudor frío que me recorre todo el espinazo. La verdad es que para eso prefiero a un señor que ocupa un puesto más bien decorativo y no tiene más adscripciones políticas que haber jurado la constitución. Ustedes perdonarán mi vulgar pragmatismo.

Se me objetará que el gasto de la boda sí merece interés y consideración. Efectivamente, es bueno que los ciudadanos se pregunten en qué se gasta su dinero. Ahora bien, y francamente, esa partida en especial no ocupa precisamente el lugar más alto en mi lista particular de dispendios públicos que merecen mi atención. Ojalá, el único problema del país fuese cuánto cuesta una boda.

A los que la boda les parezca emocionante, les deseo que la disfruten con salud. Yo leeré un libro o me pasearé por Barcelona. Tampoco hay que comerse tanto la cabeza.

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Quedada

Hubo quedada ayer en Madrid. No puedo escribir mucho, porque estoy en un cyber usando el formulario web de mi página que no es gran cosa. Pero aquí pueden encontrar una lista de asistente. Yo envié algunas fotos a Chaplón, mi página de Typepad.

Fue muy divertida. Lo pasamos francamente bien.

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