Le han dado el premio Cervantes a Rafael Sánchez Ferlosio y me alegro muchísimo. Lo considero un escritor admirable, un ensayista genial, certero y riguroso, un prosista incomparable. Lo descubrí hace muchos años en un artículo publicado en El País. El artículo iba de trenes, anchos de vía o algo así. Pero eso no importa, porque Ferlosio sabría convertir en un gran ensayo cualquier tema.
Pero conocerle y admirarle sobre todo como ensayista me ha hecho no prestar atención a sus novelas. En parte por prejuicio. Siempre me habían dicho que pertenecía a la corriente realista, y hay pocas cosas que a estas alturas me aburran más que una novela realista (por eso ya casi no leo ciencia ficción). Pero para celebrar su premio, me he decidido a leerlas. Por el momento voy por la mitad de Alfanhuí y me está encantando. Me parece una novela extraordinaria.
De la contraportada:
Alfanhuí tiene los ojos amarillos como el alcaraván. Era, de chico, amigo de los lagartos, pero también del gallo de una veleta que le enseñó muchas cosas sobre los colores. Después estudió con un taxidermista que tenía una criada que un día se puso verde y se murió. Alfanhuí es el espectador itinerante de hombres extraños pero reales. Él vive las aventuras sin inmutarse, adaptándolas a una cotidianeidad fantástica en la que lo estridente no existe. Entre andanza y andanza crece más sabio y quizá más triste. Lo que le interesa conocer no es la verdadera realidad, sino el ensueño que la envuelve; no es el mundo tal cual, sino la artificiosa fantasía de una ilusión. Con algo de Charlot y algo de Lazarillo, pero sin el aspaviento de don Carnal o la penuria del mísero, en los viejos pueblos y las polvorientas rutas que Sánchez Ferlosio magistralmente pinta, Alfanhuí, industrioso y andante, nos deleita.
Cito un párrafo que me ha gustado mucho:
Alfanhuí no hubiera sabido decir si en sus ojos había una tenebrosa soledad y en sus oídos un insondable silencio, porque aquella música y aquellos colores venían de la otra parte, de donde no viene nunca el conocimiento de las cosas; traspuesto el primer día, por detrás del último muro de la memoria, donde nace la otra memoria: la inmensa memoria de las cosas desconocidas.