Filosofía comercial de Internet
Wiley Miller, autor de la espléndida Non Sequitur, la resume perfectamente en su tira de hoy.
Wiley Miller, autor de la espléndida Non Sequitur, la resume perfectamente en su tira de hoy.
He salido fuera y la columna de humos se ve claramente. He hecho una foto. Son las cinco y poco, pero la fotografía se ve más oscura porque la cámara apuntaba hacia la luz.
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Acabo de recibir el número de agosto de Scientific American -estoy suscrito a la versión americana, que me resulta más agradable de leer que la edición española, vayan ustedes a saber por qué- y dándole un vistazo rápido he encontrado un par de cosas interesantes.
Una es la columna escéptica de Michael Shermer titulada «Why ET Hans’t Called» que trata sobre la famosa paradoja de Fermi (que no cita) y su relación con la ecuación de Drake. La paradoja de Fermi simplemente plantea que si hay muchas civilizaciones extraterrestres corriendo por ahí por qué hemos sido incapaces de detectarlas.
La pregunta tiene su chicha, porque dejando de lado las magufadas parece efectivamente una paradoja. Es decir, sería casi imposible venir a la Tierra, recorrer algunos lugares y no darse cuenta de que está habitada por una civilización con cierta inteligencia. ¿Cómo es que nosotros no podemos detectar las grandes obras de ingeniería de una civilización muy avanzada que ocupe la galaxia? Y la pregunta similar: ¿cómo es que no se detectan sus emisiones de radio?
Shermer plantea que el problema se encuentra en la L de la ecuación de Drake. No comparte la opinión de que el periodo de vida de una civilización es una variable no conocida y se pone a calcular cuál podría ser ese valor considerando los periodos de existencia de varias civilizaciones terrestres:
[…] because it is the one component in the Drake equation for which we have copious empirical data from the history of civilization on Earth.
La cifra que obtiene para L es de unos 420 años y si sólo tiene en cuenta las civilizaciones tecnológicas, obtiene unos 304 años. Cifras que le dan entre 2 y 4 civilizaciones actualmente en la galaxia.
No me sorprende el resultado. Eso sí, nunca he tenido claro qué se considera una civilización a efectos de la ecuación de Drake: ¿sólo una civilización técnicamente avanzada desde el momento en que adquiere tecnología? Con esa ambigüedad presente cualquiera podría obtener básicamente la cifra que le diese la gana. La visión que Shermer da de una civilización es ciertamente restrictiva, pero ilumina un problema curioso.
Lo que me reafirma en mi opinión de que SETI está más cerca de la religión y la seudociencia (es difícilmente falsable, la verdad) que de la ciencia real, por mucho aparataje tecnológico que uno le meta.
Otro artículo de interés es «Machine Chic» de Mark Alpert que va sobre ordenadores que se pueden llevar puestos. La prueba, muy informal, es del Poma de Xybernaut. Como era de esperar, las cosas no son tan bonitas como parecen y el autor encuentra muchos problemas con el cacharro, desde fallos para conectarse hasta problemas para escribir en él, pasando por dolores musculares:
My disappointment began when I tried to do something useful with the device. I was able to create text files using Microsoft Pocket Word, but I found that writing with the software keyboard is maddeningly laborious. I couldn’t deftly maneuver the mouse with my thumb, and I had to put the letters in a gigantic font to make them legible.
Pero todo eso era de esperar. Intuitivamente, parece difícil pasearse por la calle mientras uno intenta enfocar una pantalla diminuta que lleva frente a un ojo. Y claramente, es difícil caminar y escribir simultáneamente usando un teclado en pantalla. Lo evidente sería usar sistemas de entrada de datos que liberasen manos y ojos, de forma que uno pudiese concentrarse en la navegación espacial con toda tranquilidad. Un poco como los teléfonos móviles, que no nos exigen mirarlos continuamente. Lo que está claro es que no se puede pretender llevar encima un ordenador como el que se tiene sobre la mesa.
Y lo último que he leído hasta ahora viene muy a cuento por la película Señales. Matt Ridley ?autor de Genoma. La autobiografía de una especie en 23 capítulos– en «Crop Circle Confession» confiesa haber creado sus propios círculos en los cultivos. Y de paso aprovecha para criticar la actitud periodística que resalta las explicaciones paranormales y no las soluciones más evidentes. Supongo que las explicaciones raras ayudan a vender la noticia, mientras que una explicación mundana no interesa a nadie. Es lo que pasa cuando el periodismo se convierte en una rama de la industria del espectáculo.
Hay un incendio cerca de casa. Son sólo las cuatro, pero todo se ha puesto de un tono rojizo de puesta de sol muy curioso.
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Plutarco en Cómo sacar provecho de los enemigos ofrece una serie de consejos. Uno de ellos es:
[…] no se deba descuidar la alabanza ni la honra de un enemigo, cuando éste es celebrado justamente.
Es decir, nada de que al enemigo ni agua. Si lo ha hecho bien, lo ha hecho bien, y por tanto merece la felicitación.
En cuanto a la envidia de la buena suerte de los enemigos, tiene esto que decir:
[…] también se debe tener discusiones con aquéllos [los enemigos] en torno a la honra, al mando o a las ganancias justas, no sólo disgustándose, si tienen algo más que nosotros, sino también observando por qué motivos tienen más, e intentando superarles, asimismo, en diligencia, laboriosidad, inteligencia y atención, a la manera de Temístocles, que decía que la victoria de Milcíades en Maratón no le dejaba dormir. Pues el que piensa que su enemigo lo aventaja por mera buena suerte en los puestos de honor o en las defensas de otros ante el juez, en los puestos de administración del Estado o entre los amigos y jefes, y, en lugar de hacer algo y emularlo, se sumerge en un estado de envidia y desánimo completos, se da a una envidia ociosa e inútil.
Es decir, la misma idea que antes. Si el enemigo tiene algo, será porque se lo ha ganado y habrá que descubrir qué ha hecho para merecerlo. Todo lo contrario del «piensa mal y acertarás» que invita a despreciar como inmerecidos los triunfos de los demás.
Lo más atractivo de la idea de Plutarco (que admito, no es tampoco demasiado original), es la forma de venganza que plantea. En lugar de pelearte con el enemigo -que supuestamente es lo que pretende, para eso es enemigo- lo usas para mejorarte a ti mismo, es decir para edificarte en lugar de desmoronarte. Algo así como lo de tener a los amigos cerca y a los enemigos aún más cerca.
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Otro libro que he empezado a leer (siempre leo varios simultáneamente, una costumbre): Cómo sacar provecho de los enemigos de Plutarco. Lo compré porque me gustó el título, y leyéndolo me he dado cuenta de que los griegos ya escribían libros de autoayuda.
Vamos, que viene calcadita la estructura de uno de esos manuales. Las anécdotas aleccionadoras, los consejos prácticos de la vida diaria, los pequeños trucos, etc…
Y luego, reflexionando, me he dado cuenta de que la filosofía de la época estaba orientada a la vida, a ayudar a vivir mejor, a guiar por la vida buena (no como la filosofía actual, que está dedicada a desenterrar huesos de filósofos y cambiarlos de tumba). Desde ese punto de vista, la filosofía griega estaba a un paso del libro de autoayuda.
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Sigo pesando menos de 80 kilos, pero me he salido de acetosis. Demasiados hidratos de carbono durante las vacaciones. Lo peor es que ayer se me disparó el apetito, pero hoy lo he podido controlar.
A ponerse firme otra vez.
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Que se lo cuenten a James Bond. Ahora, por muy poco dinero -apenas 4.000 dólares- puedes convertir los restos cremados de tus seres queridos en diamantes. El invento es de una compañía llamada LifeGem.
El diamante en cuestión te sirve como recordatorio, y siempre será mejor que ir corriendo con las cenizas por ahí. Por ejemplo, le puedes regalar a tu novia un bonito anillo de diamantes fabricados con los restos de tu madre.
Se me ocurren cosas más macabras, pero muy pocas, la verdad.
Hoy, en el Café Casino de Santiago (un sitio muy agradable para tomar un café y relajarse un rato) se me ha sentado un grupo de jóvenes en una mesa cercana. No he podido evitar seguir lo que hablaban ?lo hacían casi a gritos- y me he maravillado de la amplitud de la conversación: se paseaban de tema en tema con total soltura.
Qué envidia he sentido.
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En Tenerife tuvimos apenas dos días para hacer pocas cosas. Además, nos lo tomamos más de relax y como la isla nos resulta más conocida (yo nací en Lanzarote, pero viví en Tenerife durante catorce años, y Sara ya la había visitado en varias ocasiones) pues nos dedicamos a disfrutar más y movernos menos.
Mi primer momento de impresión fue entrar en la habitación del hotel, una estancia francamente inmensa en la que había espacio de sobra para moverse. Por ejemplo, aquí hay una fotografía desde la cama y otra desde el sofá.
Visitamos el Loro Parque. A mí no me gusta demasiado. Lo encuentro un lugar un poco cutre y los espectáculos con animales me resultan algo desagradables. Pero está claro que si vas con niños, no te queda más remedio que pasarte por ahí, y si te planteas que es más bien un jardín, pues la cosa hasta tiene su gracia. Entre los animales presentes, destacan los pingüinos en lo que afirman es el pingüinario más grande del mundo (aquí, aquí, aquí, aquí y aquí). Aunque, por supuesto, hay otras cosas que ver.
La otra gran excursión fue el paseo hasta el Parque Nacional del Teide. El Teide ?con sus 3.718 metros- es el punto más alto de España, aunque los que no saben distinguir España de la Península insistan que es el Aneto.
Lo bonito de ir al Teide es hacer la ruta. Poco a pocos se va vislumbrando el pico, cada vez más cerca. Nosotros fuimos partiendo de La Laguna siguiendo el Camino de la Esperanza. Al principio uno se van encontrando con los bosques de pinos canarios. Luego el terreno se va volviendo más volcánico y desnudo hasta llegar a la base del Teide. A continuación, uno puede bajar por La Orotova y ver una vegetación completamente diferente. Las diversas fotos están aquí.
Dentro del parque en sí, destacan los Roques. Formas que sobresalen de la tierra y que conforman un paisaje maravilloso (aquí, aquí, aquí, aquí y aquí).
Nuestra proyectada subida al Teide (en el teleférico) se vio totalmente frustrada. Hacía demasiado tiempo y estaba cerrado durante todo el día. Otra vez será.
El resto del tiempo lo invertimos en hacer compras, visitar a los amigos y, claro, cenar.
Considerándolo todo en conjunto, el viaje fue estupendo.