Ya con más de cuarenta: Memorias de un hombre en pijama, de Paco Roca
Se me hace raro pensar que Paco Roca es ya cuarentón. Cuando le conocí era joven y tenía un talento enorme. En mi cabeza sigue siendo igual de joven y a juzgar por los cómics que ha ido produciendo, sigue poseyendo un gran talento que ya le ha ganado sus primeros reconocimientos (primeros, digo, porque asumo que vendrán muchos más).
Memorias de un hombre en pijama reúne una serie semanal que se publicó en el diario Las Provincias. Estas historias presentan a Paco Roca en toda su humanidad, pero transformado en un personaje algo torpe que se mueve por el mundo un poco a tientas, como si pisase continuamente un terreno inseguro. Digamos que se convierte en uno de esos personajes de comedia de los años 30, una especie de Cary Grant en pijama. Pijama, como reflejo del sueño infantil de estar todo el día en casa. Y quién mejor que un dibujante de cómics para cumplir el sueño de trabajar en pijama (excepto, quizá, un probador de colchones).
La dos primeras páginas cuentan el proceso que llevó al pijama a convertirse en objetivo vital, la bandera de un pequeño triunfo sobre la vida. Y como es un sueño de infancia, es ahí donde vuelve durante las primeras viñetas, recurriendo a detalles que revive con maestría. Yo había logrado olvidar, por ejemplo, que durante mi niñez la televisión cerraba la emisión al mediodía.
Como dije antes, el centro de estas historias es un Paco Roca permanentemente desconcertado, que se pasea por el mundo empleando una especie de indefensión como si fuese un escudo, manifestado esa extraña sensación —que yo comparto en muchas ocasiones— de llevar aquí muchos años pero no acabar de entender todavía cómo funcionan las cosas. Un Paco Roca increíblemente bondadoso que rara vez saca a relucir los fallos de los demás. Él prefiere ilustrar la condición humana poniéndose a sí mismo de ejemplo, siendo él la diana de los chistes.
Hay dos páginas que ilustran brillantemente lo que estoy intentado decir. Van de un viaje en tren, donde un molesto pasajero hace el viaje muy difícil para otro pasajero. Pero lo que en manos de otro autor se convertiría en una historia sobre lo pesados que son los demás, Paco Roca lo transforma en una reflexión para todos nosotros: el molesto pasajero es el propio Paco Roca, que no deja de incordiar (sin darse cuenta) al pobre hombre que va a su lado. Y por si eso no fuese suficiente, el texto que acompaña a las viñetas es una reflexión del personaje Paco Roca sobre lo maravilloso, estupendo y romántico que resulta viajar en tren, de lo mucho que le gusta. Maravillo, estupendo y romántico para él, que no para su vecino de asiento.
Mil autores insistirían en que los otros nos incordian. Paco Roca prefiere recordarnos que con toda seguridad nosotros mismos somos un incordio para otros.
Y así, en esta recopilación, página tras página, con esa misma inteligencia y con una exquisita y aplicada sencillez.
Brick bending
Resulta que las piezas de Lego dejan un pequeño espacio, lo que permite jugar un poco con las posiciones y crear curvas. Mi primer intento fue un círculo:
La curva queda así:
Por desgracia, para hacerlo hacen falta muchas piezas. Ese círculo lleva 500.
Aquí un triángulo.
E incluso se puede hacer algo cuadrado.
Y aquí un pequeño detalle de un vértice.
Por supuesto, no son más que pruebas iniciales. Con práctica se pueden hacer cosas verdaderamente espectaculares. Como, por ejemplo, lo que se ve en Bendy Lego y Brick Bending.
Curso de ética periodística
Lo he visto en No pienso volver a enlazar un medio español. Me ha hecho gracia en plan «utopía del periodismo como nos gustaría que fuese» o algo así.
Plétora de piñatas, de Mauro Entrialgo
Comprendí el gran acierto de estas tiras días después, cuando en una conversación me descubrí en varias ocasiones poniéndolas de ejemplo. Porque como es habitual en Mauro Entrialgo, el chiste y el comentario social son lo mismo, hermanados, de tal forma que uno se vuelve indistinguible del otro. Al diseccionar las fallas más habituales de la naturaleza humana, el autor garantiza que esas tiras siempre estarán vigentes, más allá de los vaivenes de la actualidad. No es que no comenten el día a día, que a veces lo hacen, sino que más bien logran extraer la lección más permanente que se derivan de las vicisitudes diarias.
No es que no supiésemos ya que Mauro Entrialgo tiene la inteligencia y la capacidad de observación para lograr ese equilibrio (por ejemplo, Los domingos). Pero la verdad es que una tira diaria parece un género tan terriblemente difícil que lo más lógico sería esperar muchos tropiezos. Pero en esta recopilación de la tira publicadas por el diario Público (primer tomo de tres, aunque lamentablemente en la portada no lo indica, lo que me provocó un momento de decepción (aunque luego me hicieron ver que el lomo sí lo indica)) hay muy pocos fallos, bastantes aciertos y sólo una secuencia de tiras que me disgusta.
Como hacer una tira diaria es muy difícil, el autor recurre a las series recurrentes, con personajes, situaciones, y planteamientos que se van repitiendo y que, asumo, se pueden tener preparadas de antemano por si es necesario. Series como «mentira cochina», «no diga/diga», «cosas que hay en la calle», «ni tanto/ni tan calvo» o «realidad alternativa» (donde suele poner a caldo nuestro mundo comparándolo con otro mundo posible o, mejor dicho, suele desmontar los mecanismos que en nuestra realidad nos sirven de excusa para no cambiar las cosas) o personajes como Silvia, Drugos o El demonio rojo. La recurrencia de varios de esos temas funciona habitualmente bastante bien, porque las ideas acaban superponiéndose y crean una agradable densidad y destapan muy efectivamente todas las mentiras que nos contamos a diario. Sólo me disgusta, y mucho, «Como su propio nombre indica» que simplemente parece una forma cómoda de cumplir con ese día, porque no son más que listas de personas con nombres que tienen relación con sus actividades o profesiones. Son las que al final me acaba saltando como carentes de interés.
Una cosa que me gusta especialmente de estas tiras son los continuos juegos autorreferenciales, especialmente fáciles recurriendo a fechas señaladas (un personaje, por ejemplo, telefonea (en la página 19) a una tira del futuro, y posteriormente, llegado el día concreto, podemos presenciar la recepción de la llamada). Un juego con el propio proceso de crear tiras se da en la página 95, donde el propio autor comenta lo fácil que es dibujar un apagón (lo que recuerda lo fácil que es dibujar una batalla épica que se desarrolla durante una tormenta de nieve). Podemos ver la habilidad de Mauro Entrialgo para desplazar la actualidad en la página 56, donde las polémicas sobre listas más votadas se convierte en una tira sobre niños. O en la 79, donde recurre a los extraterrestres para desarmar vicios cinematográficos. Y por cierto, la inocencia infantil —que tanto desconcierta a los adultos pero que tan certera puede ser— está también muy presente, como por ejemplo en la página 107. Y confieso que me encanta el palo que da a la sección de libros de empresa de los aeropuertos (página 97).
Mi valoración final es que se trata de un libro bastante sólido. Es cierto que hay una serie de tiras que no me gusta, pero aún así agradezco la voluntad completista de la recopilación. Si bien me disgusta no poder tenerlas todas en un único tomo, esta primera entrega me hace desear tener las siguientes. Después de todo, reflejan tan bien lo cotidiano que no dudo que podré recurrir a ellas en más de una conversación.
El gran problema de la ciencia ficción
Lo apunta Roger Ebert en su reseña de John Carter:
I may have one or two details wrong, but you understand the point: When superior technology is at hand, it seems absurd for heroes to limit themselves to swords. When airships the size of a city block can float above a battle, why handicap yourself with cavalry charges involving lumbering alien rhinos? When it is possible to teleport yourself from Earth to Mars, why are you considered extraordinary because you can jump really high?
Pasa tantas veces. Tras idear un mundo extraordinario, lleno de detalles asombrosos, la historia se empeña en dejarlo de lado y los trata como un fondo más o menos chulo: grandes avances en inteligencia artificial sirven para construir un deportivo o fascinantes descubrimientos sobre el cerebro se emplean para montar un burdel. Es el gran problema de la ciencia ficción (aunque, siendo justos, pasa también con la fantasía): la necesidad de contar una historia a escala humana. Enfrentándose a un, por ejemplo, impresionante fondo galáctico, a las grandes magnitudes del tiempo y el espacio, a las dimensiones inabarcables de la realidad, la persona que cuenta una historia se ve casi forzada a reducir esa escala, a trivializar muchos de esos detalles para poder contar lo de siempre. Pocas personas se atreven a mirar la realidad a la cara y contar las cosas tal y como son, o al menos, a examinar los fascinantes detalles del paisaje.
Aunque, por supuesto, esas personas tienden a escribir las historias de ciencia ficción más interesantes.
Un vídeo para un día como hoy
Algo que siempre deberíamos tener presente: Cause And Effect: Why We Need To Tell Herstory.
While the chips are clearly stacked against today’s young girls, amazing women everywhere continue to rise above the stats. You or someone you know is probably one of them.
También está en forma de infográfico:
iPad
El iPad ha perdido el apellido que tuvo brevemente (aunque una encarnación del iPad 2 sigue existiendo), al igual que carecen de apellidos otros productos de Apple. Y la verdad, han hecho bien, porque la situación podría haber llegado al absurdo. Si éste era el 3, ¿cómo se llamaría el de dentro de cinco iteraciones? ¿iPad 8? Y si le ponían de apellido una tecnología, iPad HD, ¿qué harían cuando la tecnología cambiase? Ya les pasó con el iPhone, que pasó a llamarse 3G, y luego 3GS por lo de «speed», luego 4 (porque efectivamente era la cuarta iteración), y ahora 4S otra vez por «speed» (o algo). Un proceso tan absurdo que no dudo que pronto el iPhone pase a llamarse simplemente iPhone.
En cuanto a lo demás, el nuevo iPad se resume en «un tablet excelente es ahora mejor». Mejor a la vista, con una nueva resolución que suena francamente impresionante y estoy deseando ver (y que seguro que justifica cambiar de máquina después de haber presenciado el cambio entre iPhone 3GS e iPhone 4), y mejor internamente, aunque lo de dentro es algo que Apple prefiere no comentar. Desde su punto de vista, si las aplicaciones funcionan bien, ¿qué importa cómo se ejecuta el milagro? Apple sabe que una tecnología lo suficientemente usada se convierte en natural.
Y lo que les importa realmente es el software. Por eso se dieron tanta prisa en hablar del cacharro, empleando tal velocidad que pensé que la presentación se les iba a quedar en nada, y pasaron directamente a lo que puedes hacer con el iPad. No se trata de lo que el cacharro sea o deje de ser, sino de lo que te permita hacer. Y como sucedió en la presentación del iPad 2 donde realmente presentaron GarageBand e iMovie para iOS, en esta han presentado iPhoto aprovechando que la nueva pantalla ofrecerá una experiencia espectacular (y además, aprovechara para dar el primer paso en el abandono, cantado, de los mapas de Google).
El iPad está ahora simplemente en fase de consolidación, de camino a convertirse en el modelo de la máquina computacional del futuro. Las mejoras de hardware (la cámara, por ejemplo) combinadas con el software adecuado le permitirán ir cubriendo cada vez más terreno, reduciendo cada vez más la necesidad de un ordenador tradicional.
Pero si para algo sirvió esta keynote fue sobre todo para mostrar a Tim Cook al final diciendo que el año 2012 no ha hecho más que empezar y que podemos esperar muchas más cosas a lo largo del año. La cosa no ha hecho más que empezar, dijo. Lo que, como dice MG Siegler, sonó a promesa para sus clientes y a amenaza para sus competidores.
Y pensar que hace poco más de dos años no existía nada de esto.
Lo que me gustaría ver mañana
Mañana, previsiblemente, se presenta el iPad 3 (o iPad HD que dicen ahora). Está bien y eso, claro, pero teniendo en cuenta que el desarrollo es bastante previsible (mejor pantalla, mejor batería, mejor cámara… Es más, pueden pasarse por el Bingo del iPad3! y ver nuestras predicciones comunitarias), no parece que pueda haber sorpresas. El dispositivo, no lo dudo, será mucho mejor que el iPad actual, pero esencialmente seguirá siendo el mismo aparato. Como además lo más probable es que se venda bien, ayudará a ampliar el campo ya fértil de las apps para dispositivos móviles.
Pero esencialmente estamos hablando de lo mismo que hemos hecho durante los dos últimos años. Lo que está bien, porque esa una estabilidad de la que depende mi negocio y el de otros muchos.
Pero de verdad, lo que me gustaría ver mañana, es una ampliación en otra dirección: la de la tele. No hacia una televisión marca Apple (que la verdad, no sé si llegará a aparecer algún día), sino hacia ese pequeño dispositivo que ya existe y se llama Apple TV. Lo que me gustaría es que el Apple TV pudiese ejecutar aplicaciones iOS.
La buena noticia es que podría ser posible que mañana Apple presente una nueva versión del Apple TV, quizá para ponerlo a la altura de la nueva resolución del iPad. Por desgracia, el Apple TV es un aparato que está situado a varios metros de la persona que lo usa, por lo que el gran problema es la interacción. En dispositivos como iPhone o iPad, que se tienen en la mano, lo que hay en pantalla se toca y se manipula. Por desgracia, en un televisor normal tocar la pantalla no sirve de nada aunque la tengas pegada a la cara. Y el pequeño mando del Apple TV no parece buena forma de manejar un app.
¿Ha resuelto Apple el problema de interactuar a distancia con un Apple TV? Me gustaría pensar que sí y que pronto habrá apps para ese dispositivo. Pero a la vez soy consciente de que el problema es complicado (no tanto hacerlo, como hacer que sea fácil de usar) y temo que tendré que seguir esperando.
Y es una pena, porque estoy ahora mismo trabajando en una app que sería perfecta para el Apple TV.
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