La fiera de mi niña: Corrupting Dr. Nice, de John Kessel

El tiempo ya no es lo que era. Uno pensaba que se trataba de algo más o menos continuo que fluía de pasado a futuro (en el sentido, por el momento, de la entropía creciente) y resulta que no. El tiempo está cuantizado, cada segundo dividido en pequeños fragmentos, 137’04 momentos por segundo. Más aún, cada uno de esos momentos por segundo es en realidad un universo independiente, que no se sigue causalmente del anterior ni influye causalmente en el siguiente. Por tanto, uno puede viajar en el tiempo, por ejemplo a la Jerusalén de los tiempos de Cristo, montar un casino, edificar un par de hoteles de lujos y organizar visitas a la crucifixión sin alterar para nada el futuro. Es decir, el pasado puede ser colonizado y explotado de forma segura. ¿Quiere usted oír a Elvis?; nada más fácil, se viaja a uno de esos universos, se secuestra al Elvis que uno prefiera (antes de ser gordo, por ejemplo), se le lleva al futuro y a grabar discos. O puede uno tener tres posibles versiones de Jesús, o los Beatles si Lennon hubiese sobrevivido. Todo eso es posible, cuando el pasado está permanentemente disponible 137 veces por segundo. Incluso, secuestrar un dinosaurio. Todo eso es Corrupting Dr. Nice, y algunas cosillas más.

John Kessel parece el ideal de escritor de ciencia ficción. Licenciado en física, cosa que se nota en los decimales del 137, e inglés (doctor en esto último y profesor de teatro) es capaz de combinar el rigor científico con el ritmo endiablado de la mejores comedias, la reflexión profunda sobre el tema a tratar con los mejores personajes. Normalmente se le considera un humanista, preocupado por la condición humana frente a la superficialidad estética del ciberpunk, y se admira la estructura cuidada de sus argumentos.

Corrupting Dr. Nice es hasta el momento su novela más celebrada. Se trata de una curiosa combinación de ciencia ficción dura, toda la fundamentación del viaje en el tiempo emparentada con la interpretación de mundos múltiples de la mecánica cuántica, y comedia alocada. Aquí la gente se enamora, se pelea, se confunde y se reencuentra con el ritmo endiablado de los momentos dorados del género. La trama, como tenía que ser, es una historia de amor, pero la acción, gracias al viaje en el tiempo, se desplaza por el París revolucionario, la américa del futuro y el Jerusalén después de Cristo (del que los viajeros del tiempo, usando armamento moderno, han expulsado a los invasores romanos y le han regalado un coche a Herodes para mantenerlo feliz).

Owen Vannice, el Dr. Nice del título, multimillonario hijo de multimillonarios, paleontólogo e ingenuo, secuestra un dinosaurio del Cretaceo. En el camino de vuelta al futuro, debe pasar por Jerusalén, a tiempo para ser retenido por un grupo rebelde judío. Allí, durante su breve estancia con un dinosaurio que no para de crecer, se encuentra con una pareja de timadores, padre e hija. Claro está, raudo se enamora de la hija y la rescata heroicamente de los secuestradores. Pero pronto comienzan los malentendidos y cuando Owen la deja plantada, Genevieve, que, claro está, también se había enamorado de él, planea su venganza.

Por supuesto, semejante planteamiento da para muchas situaciones graciosas y comicidad ciertamente no le falta. Pero como muchas grandes comedias, entre situación graciosa y situación graciosa se habla de cosas muy serias. No en vano, el líder de la rebelión judía contra los invasores del futuro es Simón el apóstol, que todavía no ha podido aceptar que los invasores se llevasen por el tiempo a su maestro Jesús. Buena parte de la novela se dedica a la preparación y ejecución del delirante juicio de terrorismo, en el que el juez observa constantemente los índices de audiencia para saber qué decisión tomar, y en el que el fiscal y la defensa traen testigos tan curiosos como Lincoln o el propio Jesús (la versión mayor). ¿Qué derecho tiene el futuro de colonizar el pasado? ¿Que cada uno de los 137 universos dentro de un segundo sea independiente, y su alteración no varíe el futuro, justifica el pillaje y la ocupación?

Lo mismo sucede en otros aspecto. Si uno puede traerse a cualquier artista del pasado, ¿qué actriz puede competir con Marilyn Monroe en la cumbre de su carrera? ¿Qué músico podría superar a Mozart? ¿Qué universidad puede darse el lujo de tener a Einstein y Newton entre sus profesores? ¿Quién puede hacerse un nombre en un mundo en el que el pasado está continuamente presente y es siempre mejor que el presente?

Corrupting Dr. Nice es humor y sátira en la mejor tradición del género, que se remota a Mercaderes del espacio y que hoy parece el territorio habitual de Connie Willis (autora, también amante de las comedias alocadas, que se ha superado a sí misma en su última novela To say nothing of the dog). John Kessel se aprovecha de las posibilidades que ofrece la ciencia ficción para crear esa imagen distorsionada de nuestra sociedad que es paradójicamente más fiel que un retrato realista.

John Kessel ha construido una de esas raras novelas de ciencia ficción: una de esas obras tremendamente divertidas (odiadas habitualmente por los snobs) que se recuerdan y fermentan lentamente en la mente del lector. Como la mejores comedias, tiene ideas, una trama enloquecida, un defensor de los débiles, una historia de amor y un dinosaurio llamado Wilma. ¿Qué más se puede pedir?

Publicado en BEM 64 (agosto-septiembre, 1998)

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La ciencia ficción: Diaspora, de Greg Egan

¿Por qué leemos ciencia ficción? Yo, simplemente, la leo porque es una literatura que me da algo que no encuentro en otros géneros. No busco exclusivamente el placer puramente literario definido según patrones estrechos, porque en ese caso no dejaría nunca de leer a Shakespeare y no me molestaría con el género. Busco algo más amplio, el juego entre ideas y futuros y la plasmación que puedan tener en obras literarias (porque para mí la literatura está a otro nivel por encima de la combinación de palabras con resultados más o menos eufónicos). Para mí, la ciencia ficción habita en una delgada línea que separa la extrapolación del juego estético; la simultánea estimulación de lo bello y lo sublime. Por supuesto, es un ideal difícil de alcanzar, y muchas obras del género se detienen antes de llegar, pero de vez en cuando… De vez en cuando se tropieza uno con Greg Egan y sabes que la espera ha valido la pena.

Greg Egan, ese australiano extraviado en la metafísica, lleva ya unos años revolucionando el género. Es una revolución silenciosa, pero que dinamita con tanta efectividad los pilares de la ciencia ficción como otras revoluciones anteriores más chillonas. Greg Egan es de esos autores que profundos conocimientos científicos, particularmente en el campo matemático, que le sirven para iluminar su visión del ser humano. En su obra los seres humanos no son entes estáticos que puedan definirse con comodidad; no, para él, una persona no es más, ni menos, que una combinación de estados, y el yo, no más que una sinergía transitoria, una estructura organizada que no tiene sentido más allá de un periodo de tiempo de unos segundos. Cuando Greg Egan explora la condición humana no lo hace desde el punto de vista biológico o social, que también, sino que amplia la discusión para incluir la misma naturaleza de nuestra consciencia y la forma en que el cerebro crea la visión que nosotros tenemos de nuestro ser. Ciudad Permutación fue su alucinante respuesta al problema más fundamental de la consciencia humana: ¿por qué yo soy yo y no otra persona? y de paso era la mejor exploración del posible carácter de seres humanos que sólo viven como programas de ordenador.

Pero cuando Greg Egan se pone a extrapolar, no se detiene con facilidad. En Diaspora, ha conseguido superarse a sí mismo.

Construida casi como una bildungsroman, Diaspora relata la búsqueda larga de Yatima, una personalidad informática creada sin basarse en ninguna referencia humana, “nacida” en la ciudad informática de Konishi donde habitan humanos convertidos en bits y sus descendientes. El magistral primer capítulo, llamado “Orfanogénesis”, cuenta en nacimiento de Yatima y es posiblemente la mejor plasmación en ciencia ficción de cómo podría funcionar un sistema así, como se implantaría una personalidad en un conjunto de algoritmos. A partir de ahí, se cuentan miles de años de historia, que rápidamente se convierten en millones y finalmente deja de tener sentido el tiempo cuando los personajes pasan a universos superiores de múltiples dimensiones. Los humanos de carne y hueso desaparecen en el primer tercio de la novela (estamos cerca el año 3000) por efecto de un fenómeno astronómico que arroja dudas sobre todas las teorías del universo. Luego resulta que la misma galaxia está amenazada y las polis, las ciudades informáticas, se embarcan en un viaje a planetas lejanos y luego a otros universos, en busca de unos misteriosos extraterrestres que dejaron un mensaje grabado en el agujero de gusano que conectan los pares de partículas (en la física inventada, todas las partículas son bocas de agujeros de gusano).

No estamos ante ciencia ficción fácil. No sólo por el alto contenido científico, que es abrumador y tan duro que es casi metafísica, sino por la impresionante visión que da de la humanidad del futuro. Un problema habitual de las novelas que se adentran en los millones del años es que sus personajes son demasiado cercanos a nosotros, cuando es poco probable que mañana la humanidad siga existiendo. Si bien Egan no se distancia excesivamente, lo cual convertiría a la novela en ilegible, hace lo posible porque sus personajes sean extraños. Y considerando que son seres informático, hay terreno para ello.

Y triunfa, admirablemente, y sus personajes informáticos se adaptan a realidades distintas, se redefinen para entender múltiples dimensiones, construyen modelos de la física del cosmos, se suicidan, renacen, comprenden todas sus emociones y amores (y pueden alterarlas a voluntad) y buscan, desesperadamente, entender el universo. Y cuando deben, no vacilan en viajar por millones de universos en busca de los seres con las respuestan (que no encuentran; sólo su rastro queda). Pocas veces la ciencia ficción ha estado tan cerca de plasmar a ese ser elusivo: el humano del futuro. Diaspora está llena de física, matemática, biología, astrofísica, inteligencia artificial, pero todo al servicio perfecto de un plan definido: la descripción de una humanidad remota. Diaspora es ese tipo de novela que define para mí lo que es la ciencia ficción, y la razón perfecta por la que leo este género.

Desde la lejana isla del otro lado del mundo, está redefiniendo el género sin realmente alejarse de él. Sigue extrapolando a partir de la ciencia, pero el resultado es profundamente original y estimulante. Si Greg Egan no es el mejor escritor actual de ciencia ficción, poco le falta. Hay que leerle.

Publicado en BEM 63 (junio-julio, 1998)

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La música de las esferas: Celestial Matters, de Richard Garfinkle

Mil años después de la muerte de Alejandro, a los 70 años y en la cumbre de su poder, la Liga de Delos, comandada por Atenas y Esparta, ha conquistado el mundo. Las ciudades griegas se extienden por toda la tierra uniendo a todas las razas. La Academia, expurgada de todo platonismo por Aristóteles, ha conocido un desarrollo científico extraordinario, confirmando todas las ideas del estagirita y Tolomeo, y ayuda activamente en el proceso bélico. La generación espontánea permite la producción de comida en el frente de batalla y el conocimiento exacto de las propiedades de los cuatro elemento y la música de las esferas permite que las naves aéreas no sólo dominen los cielos de la Tierra sino que también se aventuren hasta Selene y más allá. Sólo hay un problema, el Imperio Chino, con su misteriosa ciencia taoísta totalmente incomprensible para los griegos y basada en extraños conceptos y corrientes, se resiste a la conquista y la guerra amenaza ya con hacerse eterna. Pero los jefes de la Liga han concebido un plan genial: una nave aérea viajará hasta la esfera de Helios, el sol, y robará algo de su sustancia para arrojarla sobre la capital del Imperio Chino y acabar así con la guerra. Cosa que los chinos, por supuesto, no están dispuestos a consentir.

Hay veces en que uno lee el planteamiento de una novela de ciencia ficción y sabe que debe leerla entera. Aunque se da fuera del género, es un situación muy característica de la ciencia ficción. Uno lee la premisa inicial y siente esa combinación de sorpresa, ¿cómo se le habrá ocurrido esto?, e incredulidad, ¿cómo va a resolver semejante situación?, que te impulsa a sumergirte inmediatamente en la narración. Curiosamente, pero no es tan de extrañar, es una característica que comparten habitualmente la ciencia ficción llamada «dura», la que sigue con todo rigor ciencias como la física y la biología, y las ucronías, cuando conciben algún cambio en la historia y elucubran a partir de él. En ambos casos sentimos ese cosquilleo intelectual que nos obliga a saber más sobre una situación intrigante. En el primer caso, tenemos por ejemplo la posibilidad de la existencia de los taquiones y la novela Cronopaisaje, y en el segundo la posibilidad de que la Armada Invencible hubiese triunfado en Pavana.

Celestial Matters de Richard Garfinkle es en ese aspecto más interesante aún, al encontrarse en punto intermedio entre esas dos obras. Es una ucronía en el sentido en que describe acontecimientos históricos que nunca tuvieron lugar, pero lo hace, a la manera de la ciencia ficción dura, en un universo que se rige por las leyes de la ciencia griega, en el que realmente hay cuatro elementos, en el que las esferas rigen el movimiento de los astros (y la Tierra, por supuesto, ocupa el centro del universo) y en el que la materia celestial realmente tiene propiedades completamente diferentes a la materia terrestre (lo que permite construir las naves aéreas, que fueron originalmente desarrolladas para contrarrestar las cometas de batalla de los chinos).

Toda la novela está contada en primera persona por Aias, graduado de la Academia en Pirología y Uranología. Empieza relatando como siendo comandante de la nave celeste Chandra’s Tear, disfrutando de unas vacaciones, que recorren el mundo mediterráneo y permite al lector descubrir cómo es una ciudad griega moderna, sufrió un intento de asesinato por parte de los chinos y se le asignó como guardaespaldas a la capitana Liebre Amarilla, una feroz mujer de las lejanas ciudades cheroki graduada en Esparta. La sospechas sobre el intento de asesinato recaen inmediatamente en Ramonojon (que actúa de forma extraña al haberse convertido secretamente al budismo, la única religión no permitida en la liga) que a su vez acusa a Mihradarius, el hombre que debe diseñar la red para atrapar el fuego del sol, de estar saboteando todo el proyecto. ¿Quién dice la verdad? Lo que sigue a continuación es una historia de aventuras en la que se pone en marcha la operación Ladrón Solar, mientras se van desgranando las consecuencias lógicas de la ciencia griega e incluso se acaba descubriendo un posible síntesis con la ciencia taoísta. Hay motines, sabotajes, luchas de poder y un final que parecía imposible y que sin embargo es perfectamente lógico (y se refiere a algo que sí sucedió en la Tierra).

No voy a decir que Celestial Matters sea una novela perfecta. Tiene muchos de los defectos de una primera obra y en ocasiones el ritmo narrativo se resiente. Pero en pocas ocasiones un autor de ciencia ficción ha demostrado tanto valor a la hora de plantear su obra, y en pocas ocasiones el resultado ha sido tan estimulante intelectualmente (especialmente para los que admiramos la civilización griega). Se habla a menudo de la inventiva de los autores del género, de la forma en que dan vida a un mundo completamente extraño. Pero Richard Garfinkle da vida a un mundo más extraño que cualquier mundo extraterrestre, un mundo que existió y en el que la gente creía realmente estar en continua comunicación con los dioses (como sucede a menudo en la novela, cuando los dioses intervienen para dar consejos, nunca para actuar) o que la materia estaba formada por cuatro elementos. Es simultáneamente un homenaje a toda una civilización que pudo quizá haber conquistado el mundo, una elucubración sobre un concepto fascinante y, en el fondo, un comentario sobre nuestro propio mundo.

Celestial Matters pertenece a esa tradición dentro del género que sabe usar la literatura para la exposición de conceptos intrigantes. La continua aparición de novelas como esta demuestra que la ciencia ficción está lejos de haber perdido su capacidad imaginativa y el viejo sentido de la maravilla.

Publicado en BEM 61 (febrero-marzo, 1998)

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La carretera de la muerte: The Crow Road, de Iain Banks

A veces los autores están demasiado ocupados escribiendo ciencia ficción para escribir buenas novelas. La ciencia ficción tiene, como género, el problema de ser demasiado espectacular. Se parece a una caja llena de juguetes maravillosos, y lo autores se asemejan en ocasiones a niños de cinco años que intentan jugar con todos a la vez. A veces los autores están tan fascinados por la brillantez de sus ideas que se olvidan que deben fabricar una obra literatura, que algo de fruición estética debe permanecer en su trabajo (cosa que en ocasiones también olvidamos los lectores y podemos juzgar obras por la espectacularidad de su argumento sin preguntarnos si hemos disfrutado realmente de ellas como novelas). Pero esos mismos autores, cuando se concentran algo más en producir una buena novela, demuestran lo que puede dar de sí la ciencia ficción y son capaces de sacarle todo el provecho al género. Abundan los ejemplos, déjenme comparar simplemente Snow Crash de Neal Stephenson con La era del diamante de Neal Stephenson. La primera es una novela ciertamente espectacular, pero sin estructura que sostenga tanta espectacularidad acaba convertida en una confusión cacofónica de brillantes ideas. La era del diamante no está menos provista de ideas brillantes, pero todas ellas están sabiamente utilizadas para obtener el fin último: producir una buena novela, en este caso, una magnífica novela que sólo puede ser ciencia ficción (lo sé, la he leído cinco veces), no menos espectacular que Snow Crash.

Pero posiblemente Iain M. Banks sea un ejemplo aun mejor. Entre otras cosas porque produce dos líneas de obras separadas: como Iain Banks publica novelas que se quieren más cercanas al mainstream, mientras que como Iain M. Banks escribe novelas claramente de ciencia ficción. Pero la distinción no es tan clara como pueda parecer. Sus novelas generales se sitúan en un universo extraordinario, sin dios y caótico que recuerda a la mejor ciencia ficción, mientras que su obra de ciencia ficción en ocasiones se beneficia de sus habilidades en el mainstream. Aun así, sus obras generales suelen ser mejores que sus novelas de ciencia ficción.

El caso más claro es Pensad en Flebas. La novela es ciertamente espectacular, e Iain Banks jamás desaprovecha la oportunidad de destruir algo bien grande, como un orbital, pero está construida como episodios casi independientes y la obra carece de la coherencia mínima. Parece haber olvidado que el hecho de que a un personaje le sucedan muchas cosas no implica que todo lo que le suceda forme una novela. Parece que el autor simplemente no supo limitar sus ansias de jugar con todo. Pensad en Flebas es con mucho la peor novela de la Cultura y para leerlas buenas hay que referirse a El jugador o El uso de las armas. Esta última es posiblemente su mejor novela de ciencia ficción, precisamente por estar más cerca en estructura de sus novelas generales.

The Crow Road es todo lo contrario de Pensad en Flebas. No hay elementos espectaculares, trata de la vida de un joven escocés, un Prentice maravillosamente recreado, de veinte años, de sus amores, pesares y dudas. Hay una ligera trama de asesinato, pero ésta sirve más para iluminar al personaje central que como justificación de la novela. Es más, no hay realmente misterio más allá de descubrir como cambiará el protagonista al llegar al final. Vamos, que tiene todos los puntos para ser una Bildungsroman aburrida de quinientas páginas pero es una obra apasionante de leer y posiblemente la mejor novela de Iain Banks (o Iain M. Banks).

Y no es una novela que renuncie a nada por no ser ciencia ficción, más bien todo lo contrario. El exceso puede ser fructífero, pero también puede ser muy fructífera la frugalidad. Recordemos si no Fases de gravedad de Dan Simmons, un novela perfectamente realista sobre astronautas que se las arreglaba con facilidad casi insultante para evocar el sentido de la maravilla que se supone es patrimonio exclusivo del género. A veces, fijarse límites ayuda a construir mejores novelas, y en el mainstream hay que fijarse algunos.

The Crow Road no huye en absoluto de ninguna de las grandes preocupaciones de la ciencia ficción, es más, en ocasiones se acerca ellas con más profundidad. El lugar del hombre en el universos, nuestra fascinación por el orden natural de las cosas, nuestra imposición de un orden sobre el caos de la vida (el lector también debe imponer un orden a la estructura desordenada de la novela) son preocupaciones permanentemente presentes en la vida de Prentice, desde el momento en que su abuela explota (así empieza, «Fue el día en que estalló mi abuela») hasta la discusión religiosa con su padre, o cuando éste muere desafiando a Dios escalando la torre de una iglesia. Ese tipo de ironías, los personajes ligeramente desquiciados tan propios de Banks, los actos cotidianos descritos como si fuesen extraordinarios, que lo son, el sentido de que el tiempo pasa y hay cosas que se quedan atrás, la posibilidad de vivir la vida sin imponerle un sentido al mundo, abundan aquí y las preocupaciones de los personajes no son menos metafísicas y amplias y no están menos llenas de inteligencia y de asombro que las de un personaje de ciencia ficción, entre otras cosas, por no tener que preocuparse de pertenecer al género.

The Crow Road no es una novela de ciencia ficción, pero merecería serlo… o mejor, la ciencia ficción merecería tener una novela así.

Publicado en BEM 58 (agosto-septiembre, 1997)

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Crónica del siglo XXI: Kaleidoscope Century, de John Barnes

Hablaba en el número anterior de la idea y aquí tengo un par. En el futuro, los programas de optimización de código están tan avanzados que son completamente autónomos que saltan de ordenador en ordenador, sin que importe el sistema operativo, optimizando todo el software. Como son independientes del sistema operativo, inevitablemente saltan al cerebro humano y se dedican a optimizar al software que se ejecuta en nuestro cerebro (suponiendo que los seres humanos seamos algorítmicos, claro) para hacernos más listos, rápidos de reflejos y menos dependientes del sueño (saltan al cerebro codificados en el parpadeo de los monitores de ordenador, ¿qué pensaban?). También en el futuro, la Unión Europea ha decidido que los no blancos que habitan en Europa son los que imposibilitan la unión y los expulsa a todos del continente. Así Europa se convierte en un continente exclusivamente de blancos (por desgracia, esta última idea parece cada día más cercana si se miran los telediarios).

Esas dos idea forman con otras mucha la base de Mother of Storms, una de las grandes novelas de 1994 y con la que John Barnes fue merecido candidato al Hugo el año pasado. Cuando comienza parece ser uno de esos thriller de desastres a los que estamos acostumbrados. Una operación militar en el primer tercio del siglo XXI contra Siberia libera a la atmósfera grandes cantidades de metano, lo cual hace aumentar de tamaño a los huracanes que a su vez producen más huracanes. El mundo se enfrenta a grandes desastres ecológicos y a la muerte de mil millones de personas. La narración se cuenta desde el punto de vista de múltiples personajes. Pero no se trata de ese tipo de novelas, la resolución final incluye una imagen de transcendencia y una nueva visión de la sociedad humana (por cierto, parte de la solución necesita de un viaje al cinturón de Kupier). John Barnes ha escrito otras novelas también de interés, aunque son más primerizas, como Sin of Origin o A Million Open Doors.

Kaleidoscope Century [Siglo caleidoscópico], con la que tendría que haber sido candidato al Hugo este año, es otra visión del siglo XXI. Seguimos a su protagonista, un Joshua Ali Quare, que se despierta en Marte en el año 2109 a la edad de 140 años. Joshua se convirtió a finales del siglo XX en un agente secreto, al servicio de lo que quedaba del KGB. Como parte de su preparación se le inyecto una droga que cada quince años rejuvenece su cuerpo en diez, pero como parte de ese proceso Joshua pierde los recuerdos de sus existencia anterior (exceptuando algunos claves como su nombre y código). La novela realmente se centra en la recuperación de Joshua en su habitación de Marte que con ayuda de los registros que en existencias anteriores ha guardado en su ordenador intenta reconstruir su vida.

Antes de hablar del siglo XXI hablemos brevemente del XX. Posiblemente este siglo que se acaba ha sido uno de los más terribles de la historia de la humanidad (posiblemente también uno de los más felices, depende de como uno seleccione los acontecimientos). Hemos tenido dos grandes guerras mundiales, varias guerras regionales, líderes políticos que asesinaron a millones de sus conciudadanos y países enteros cubiertos de tal cantidad de minas antipersonales que seguirá muriendo gente por esa causa durante siglos. ¿Podría ser el siglo XXI peor aun? Ésa es la pregunta de Kaleidoscope Century. Pronto comprendemos que Joshua es un terrorista, un asesino sin escrúpulos que sigue los designios de la misteriosa Organization. A medida que reconstruye sus recuerdos comprendemos que él personalmente es responsable de la muerte de miles de personas, de asesinatos y violaciones en un siglo XXI con plagas de mutSida, una guerra terrible en Europa donde armas cada vez más avanzadas permiten el exterminio de más personas, y la guerra final entre memes, programas informáticos capaces de infectar la mente humana y someterla, en la que simplemente, junto con Sadi otro compañero que aparece varias veces en el libro, está del bando de uno de eso memes. Finalmente a Joshua no le queda más remedio que huir a las colonias espaciales cuando toda la Tierra cae en manos de Resuna, el memes más poderoso. Pero el problema principal es que los recuerdos de Joshua no concuerdan, son contradictorios entre sí.

A pesar de ser capaz de cuidar de una hija y poder vivir vidas sin hacer daño a nadie, Joshua es claramente un monstruo, un ser que mata cuando tiene que hacerlo y tortura y viola por placer. La clave de la novela es simple. Joshua a vivido varias veces su vida. Al final, y realmente no estoy revelando nada, Joshua descubre que en 1988 se construyó accidentalmente un agujero de gusano entre ese año y 2109 por la que puede viajar y recorrer de nuevo el siglo. En la frase final, cuando viaja al pasado a comenzar de nuevo, queda clara su naturaleza. Una frase que en escrita por autores más optimista como Asimov o Heinlein sería una canto a la resistencia humana y su capacidad para sobreponerse a todo, pero que dicha por Joshua no es sino una demostración más de su maldad sin límites y crueldad absoluta, la prueba de que no ha aprendido nada: «El jodido próximo siglo me pertenece».

Kaleidoscope Century es el retrato brutal de un siglo que, por desgracia, podría ser.

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La sombra cazadora, de Suso de Toro

Después de leer esta novela me vino a la mente la obra de Iain Banks. Cuando el autor escocés firma como Iain M. Banks, eso quiere decir que estamos ante una novela de ciencia ficción. Pero cuando elimina la “M” nos encontramos, supuestamente, ante una novela mainstream. El problema está en que Iain Banks no puede evitar enriquecer, y esa es la palabra justa, sus novela mainstream con elementos fantásticos y de ciencia ficción. Obras como El puente, The Crow Road o Walking on glass son maravillosos experimentos híbridos; en muchas ocasiones mejores que sus novelas de ciencia ficción.

La sombra cazadora se sitúa en coordenadas similares, en esa región indefinible donde habitan obras que no admiten fácil clasificación. No es una novela de ciencia ficción aunque contiene elementos del género, tampoco una novela de fantasía aunque abunda lo sobrenatural. Es inevitable, leyéndola, retrotraerse a esos ejes para evaluarla. Su voluntaria mezcla de géneros y mitos la hacen interesante.

La estructura de la novela es simple, casi parece una novela juvenil en su sencillez. Los protagonistas son dos adolescentes, dos hermanos (chico y chica), que deben abandonar el paraíso donde viven recluidos para enfrentarse a la maldad que habita en el exterior. Tiempo antes de su nacimiento, su padre, famoso presentador de televisión, aceptó un pacto fáustico (el nombre del padre sólo lo averiguamos de pasada y es, precisamente, Fausto): convertirse en una imagen de realidad virtual para poder presentar varios programas simultáneamente sin envejecer nunca. Esa imagen se ha hecho todopoderosa y domina ahora a una humanidad que, con gafas oscuras para ocultar la estática de sus ojos (“Si un día salís de la finca, no olvidéis poneros estas gafas. Fuera nadie anda sin ellas, está prohibido enseñar la mirada, mirarse a los ojos” les conmina su padre), no puede evitar dejar de mirar a las gigantescas pantallas que cubren el paisaje urbano; apocalíptico, inhumano, sin amor ni parentescos.

El padre muere, los hijos huyen de la casa perseguidos por la Imagen (a la que como una criatura de Frankenstein también se le niega el nombre, y es simplemente la Imagen), que quiere sus muertes o sus vidas, porque en el fondo es también su padre y en cierta forma su hermano. La huida se convierte entonces en un viaje iniciático donde cada personajes aprende sobre sí mismo y sobre los demás. Los puntos de vista se van alternando, y cada personajes tiene la oportunidad de contar fragmentos de la historia desde su punto de vista. A veces esos saltos inesperados sorprenden y dan giros extraños a la narración.

Pero no estamos ante Blade Runner. Abundan también los elementos sobrenaturales. La Imagen no es sino el minotauro, inmerso en su laberinto catódico hecho de imágenes, donde a veces deben penetrar doce jóvenes para no volver jamás. Y el chico, ella se llama Clara y el nombre de él es un secreto, muerto dos veces es capaz de ver el aura de las personas y hablar con su madre muerta.

Confusión quizás de mitos y tradiciones. La sombra cazadora es palimpsesto, aspira a reescribir lo ya dicho. Es una historia ambiciosa que desea jugar a varias cartas simultáneamente, sin ofrecer una interpretación concreta de los acontecimientos. Puede que el autor no haya triunfado en aunar todos los elementos mágicos y realistas, futuros y pasados, pero ha creado una obra diferente e interesante.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Los cómics Marvel de Rafael Marín

Éste es uno de los mejores libros sobre cómics que ha publicado en España. Esta escrito con amor a la obra estudiada pero con la suficiente lucidez intelectual y distancia crítica como para acercarse a la obra y señalar todos sus aspectos positivos y negativos. Es esos aspectos el libro es impecable. La opiniones están perfectamente explicadas y razonadas. Podrá uno estar en desacuerdo con ellas, pero no será porque el autor no sabe sostenerlas.

El libro consta de una introducción y cuatro capítulos (“El superhéroe Marvel y su concepto”, “Realismo y melodrama en un universo de fantasía”, “Más allá del Mainstream Marvel” y “Lenguaje y estilo de los comics Marvel”) a lo largo de los cuales el autor no nos intenta convencer de la bondad de los cómics Marvel sino de su validez como objeto de estudio. Son además capítulo muy amenos que se leen como una novela sin sacrificar el rigor.

Los mejores, aparte de la introducción, son los capítulos primero y segundo, donde se reúne la mayor parte del contenidos intelectual y de estudio. El capítulo cuarto parece ser demasiado corto para lo que trata (el lenguaje y estilo de los cómics Marvel) y no debería aparecer el último. De hecho el final del libro como exploración intelectual se encuentra en el capítulo 3, y el capítulo 4 no es sino un apéndice.

Entre los defectos del libro, nos encontramos con la falta de un capítulo dedicado a la edición Marvel en España y con la falta de un índice que haga la consulta del volumen más cómoda. Así mismo, el equipo que ha producido el libro ha abusado de un exceso de diseño y en algunas ocasiones los detalles para hacer el volumen más bonito se las arreglan para dificultar la lectura.

A pesar de estos pequeños defectos, este trabajo es sólido es imprescindible. Los cómics Marvel han sido durante muchos años una fuente no reconocida y en ocasiones oculta de ciencia ficción y fantasía. Es interesante la iniciativa de discutir este tipo de obras con seriedad y es digna de elogio la voluntad de publicarla para alcanzar a un público más amplio. Imprescindible.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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El engaño Hemingway de Joe Haldeman

Nos decía Joe Haldeman, en la entrevista publicada en el número anterior de BEM, que hay libros que se escriben porque a uno le pagan por ello y otros que se escriben porque quieres. Este es evidentemente un libro escrito por amor y porque quería escribirlo.

John Baird es un estudioso de la obra de Hemingway. Un día, el lector comprenderá al final del libro que la exacta situación temporal no tiene mucho sentido, un estafador le ofrece falsificar los manuscritos perdidos de Hemingway, aquellos que desaparecieron en una estación de tren francesa. Al principio John es bastante reacio, pero finalmente acaba involucrándose en el proyecto.

Y este libro podría ser sólo un inteligente thriller si no fuese por un par de detalles. Para empezar, su protagonista posee una memoria perfecta. En un par de ocasiones afirma que es incapaz de olvidar nada y que recuerda a la perfección cada palabra de las obras de Hemingway. También su vida tiene curiosos paralelismos con la de Hemingway: la experiencia más traumática de ambos fue la guerra y los dos fueron heridos de forma similar. Y cuando John Baird está más metido que nunca en el engaño, Ernest Hemingway se le aparece y lo mata, y luego le mata otra vez, y otra vez.

Los riesgos de escribir un libro así son evidentes: los homenajes literarios no son fáciles. Uno podría caer en el pastiche y escribir una mala imitación del original. También está el peligro de perder el propio estilo, de hacer algo de forma distinta a como lo harías normalmente. Por otro lado, tenemos el problema de combinar la vida de un escritor real y su obra en una trama de ciencia ficción.

Hay que decir que Joe Haldeman triunfa admirablemente en el empeño. Este tour de force personal no sólo es el homenaje a Hemingway que pretende sino que además es una de las mejores obra de Joe Haldeman. En los momentos en que más se parece a Hemingway, Joe Haldeman nunca deja de ser el mismo.

Tomemos por ejemplo a los protagonistas y su entorno. El héroe John Baird empieza no siéndolo y tiene que demostrar al final que lo es. Lena se busca un amante en el tercer implicado en la estafa. Las mujeres son en general más inteligente y saben con mayor seguridad lo que quieren. Y estos podrían ser los elementos de un cuento de Hemingway (por ejemplo, «The Short Happy Life of Francis Macomber»), pero nunca dejan de ser personajes de una novela de Joe Haldeman. John Baird es consciente de la fuerzas que le impulsan. Lena tiene más papel que las mujeres de Hemingway. Y el amante acaba degenerando hasta convertirse en una fuerza del mal.

La historia gira alrededor de viajes en el tiempo y paradojas temporales (supongo que alguien escribirá para quejarse de que cuento demasiado el argumento). Cambiando de universo en universo John Baird comprende cuán poco influyen las decisiones personales y lo mucho que afecta el azar: por ejemplo, el punto donde te han herido exactamente durante la guerra. Es interesante ver como en cada universo distinto, los personajes han cambiado ligeramente. Un efecto deliberado y con el que el autor juega para dotar de sentido a la obra. En la reflexión posterior el lector comprende que, en el fondo, esta historia acaba varias veces.

Estamos ante una joya cristalina y delicada, pulida con esmero (esta descripción se la he robado a Guillem Sánchez y encaja a la perfección) que merece con justicia los premios que tiene.

Publicado en BEM, 1995

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Memorias de Isaac Asimov

Uno debe siempre aproximarse con cuidado a cualquier autobiografía. Se trata de un género muy difícil en que puede pasarse de la sinceridad a la mentira o del coraje a la sensiblería en una simple línea. También pueden llegar a ser terriblemente aburridas, porque lo que uno considera interesante sobre la vida de una persona puede no coincidir con las imagen que esa persona tiene de sí mismo.

Asimov evitó estos posibles problemas escribiendo su vida dos veces. En 1979 y 1980 publicó In Memory Yet Green e In Joy Still Felt, los dos primeros volúmenes de su autobiografía. Se trataba de dos libros gruesos que contaban la vida de Asimov con un lujo de detalles digno, quizás, de mejor causa. No eran malos libros, se leían con la facilidad de cualquier novela de Asimov, pero habían demasiados detalles y muy poca persona.

El volumen que publica ahora Ediciones B en España no es el esperado tercer volumen de su autobiografía sino una obra completamente distinta. De hecho, parece uno de esos volúmenes recopilatorios de artículos que Asimov publicaba periódicamente. En 166 viñetas de longitud variable el autor Asimov deja paso a Asimov el hombre que puede hablar de si mismo algo más. No estoy diciendo que no se hable de los libros de Asimov, eso sería imposible, sino que ahora conocemos las razones personales detrás de esos libros. Asistimos también a sus frustraciones, sus batallas perdidas, sus, pocos, esqueletos en el armario, sus libros fracasados (aunque supongo que seguiremos oyendo que cualquier libro con el nombre de Asimov en la portada vende bien). Podemos ver, en suma, lo que pasaba por la mente de Asimov cuando vivía su vida. El resultado final se lee con facilidad y se recuerda mucho mejor que sus anteriores intentos en autobiografía.

Supongo que la diferencia fundamental entre este libro y sus antecesores se debe a que durante la composición de Memorias (que Asimov quería titular The Scenes of Life pero que el editor americano decidió cambiar por el más comercial I, Asimov) se sabía condenado. No le quedaba mucho por vivir y quizás sentía una cierta necesidad de justificarse. Eso podría explicar la omnipresencia de la muerte en sus páginas: amigos, colegas, familiares… También puede que eso contribuya a que este sea un libro mucho más sincero. Leemos aquí sobre la relación con sus padres («Mi padre» y «Mi madre»), nos sorprendemos ante la curiosa relación con su hijo («David»), nos enteramos de sus infidelidades, del fracaso de su matrimonio, de sus ambiciones y de sus fracaso personales. Al lector de ciencia ficción le resultarán además interesantes los retratos de varios autores.

Ahora me toca hablar de la edición española. No he leído el original, pero supongo que la traducción es correcta (aunque creo que Rejection Slips debería ser Notas de rechazo –p. 165–). La que no es correcta es la labor de quien haya corregido el libro. El sorprendido lector puede acabar preguntándose quién es Harlan Edison (p. 79) o Arthur G. Clarke (p. 351). También es interesante la bibliografía (y no sólo porque falten varias ediciones españolas de sus libros): el libro I, Asimov aparece como publicado por Ediciones B con el título de Yo, Asimov, pero si uno corre a la página del título del libro que tiene en la mano descubrirá que realmente se llama Memorias (o Isaac Asimov Memorias). Qué le vamos a hacer.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus

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Presentación Visiones 1995

Éste es el prólogo que escribí para la antología Visiones 1995 que seleccioné para la AEFCF.

En el mapa que utilizo para moverme por entre la ciencia ficción española hay dos polos: la antiutopía y el irracionalismo. Entre ellos considero que se encuentra la gran masa de tierra de nuestra literatura. Allí habitan obras que oscilan entre la preocupación por el control del individuo en alguna sociedad futura, antiutopías al estilo de Un mundo feliz, y la desconfianza, cuando no franca oposición, ante el conocimiento científico y tecnológico, al estilo de la nueva ola. Ésa es al menos la impresión que tengo después de varios años de leer ciencia ficción española, aunque, por supuesto, no he hecho ningún estudio formal. Pero, si es cierto, ¿cual podría ser la explicación? Se me ocurre una: la ciencia ficción española tal y como hoy la conocemos es hija de finales de los años 50 y principios de los 60, años de dictadura en nuestro país. Y si bien en aquella época toda la ciencia ficción estaba preocupada por el control social del individuo, me parece plausible que debido a la situación política de nuestro país esa preocupación le pareciese más cercana a la ciencia ficción española. Y en cuanto al irracionalismo… Bien, el nuestro siempre ha sido un de “que inventen ellos”. Si se toma como representativa la antología Lo mejor del a ciencia ficción española (publicada en 1982) se puede ver como los diversos cuentos se van ajustando, más o menos y con los debidos reparos, a este modelo.

Por supuesto, mi mapa no es muy exacto. Se parece más bien a esos planos medievales de centros arbitrarios, donde faltan continentes y donde las costas no se corresponder a ninguna real. No sé, por ejemplo, dónde colocar obras como Desierto de niebla y cenizas (¿es irracionalista o antiutópica, ninguna de las dos cosas, o ambas simultáneamente?) de Joan Trigo o Adam Blake de José Luis Garci. Pero aun así, creo que para tener una visión general del planeta de la ciencia ficción española es razonablemente útil, aunque estrictamente sólo corresponde a ciertos momentos históricos. Debería ser evidente, por ejemplo, que se han producido diversos cambios geológicos en la geografía de este mundo. La ciencia ficción rigurosamente científica, la llamada ciencia ficción dura, ha dejado de ser una pequeña islita más bien alejada (habitada por una sola persona, Javier Redal, y un sólo cuento en la antología Lo mejor de la ciencia ficción española) para convertirse en un gran continente virgen con tres grandes novelas y algunos nuevos colonos. Por otra parte, la tectónica de placas ha hecho su trabajo rápidamente y aquella masa de tierra de la que hablaba al principio se ha disgregado en fragmentos más pequeños. Todavía son reconocibles los dos polos (el premio Ignotus del año 1994 a mejor novela lo ganó Salud mortal de Gabriel Bermúdez Castillo, que podría considerarse una antiutopía, y tanto Elia Barceló como Rafael Marín han expresado más de una vez su desconfianza del conocimiento científico y tecnológico), pero muchos de esos fragmentos han derivado a otras latitudes y ahora las obras que allí viven tratan otros temas de otras formas.

Para mí, la cosas empezaron a cambiar a principio de los ochenta, coincidiendo, paradójicamente, con la desaparición de Nueva dimensión, la revista que durante muchos años fue la ciencia ficción en España. A finales de los 70 y principios de los 80 se empezaron a plantear formas y temas más ambiciosos; quizá impulsados por los cambios políticos y sociales que se habían producido y se producían en esos años y por la aparición de películas de éxito como La guerra de las galaxias. En esa situación favorable pudo Rafael Marín crear su fusión de novela picaresca y space-opera en Lágrimas de luz o Juan Miguel Aguilera y Javier Redal pudieron dar su versión de la ciencia ficción dura en Mundos en el abismo. El abanico de temas posibles se abrió de pronto y de una ciencia ficción que había sido grande en sus cuentos (véase, por ejemplo, las antologías Los viajeros de las gafas azules y La máquina de matar de Juan García Atienza) pasamos a una ciencia ficción que se supo capaz de crear grandes novelas.

Y llegamos hasta el día de hoy, cuando nuestra ciencia ficción tiene una variedad y una riqueza sorprendente dado su tamaño. Hay muchas tendencias y muchas escuelas que defienden su forma de escribir ciencia ficción. Eso es bueno. La ciencia ficción española de hoy es más multiforme que nunca, y se siente capaz de llevar cualquier ropaje. Creo que el lector encontrará abundantes ejemplos de sus formas posibles en las páginas de esta antología. Tenemos historias encuadrable en el ciberpunk, en la ciencia ficción dura, en el cuento clásico de exploración, en el surrealismo, en la parodia, en el gore casi terror, en el color local, etc… Esta variedad de posibilidades me parece muy positiva. Nunca he sentido la necesidad de disfrutar de un sólo tipo de literatura y no creo que la ciencia ficción deba ser única y monolítica. Si la ciencia ficción admite su expresión en una gran número de formas, ¿por qué no disfrutar de todas ellas? Lo maravilloso del género es que se puede leer a Robert Heinlein por la mañana y a Joanna Russ por la tarde; nuestro próximo libro puede ser El hombre hembra o Tropas del espacio. Es decir, podemos elegir, y ése me parece el principio de la libertad.

De las muchas corrientes posibles dentro de la ciencia ficción, y el lector habrá notado ya que estoy empleando el término “ciencia ficción” en un sentido muy amplio, hay sin embargo unas pocas ausentes de la ciencia ficción española. Y uno de los huecos más evidentes es el del feminismo. Si lee el índice de este volumen, verá que todos los autores son hombres; ninguna mujer envió un cuento. Es más, actualmente hay muy pocas mujeres escribiendo ciencia ficción en España. No es un situación nueva. Cuando la revista Nueva dimensión se planteó editar un número dedicado a la ciencia ficción escrita por mujeres, el único cuento español había sido escrito por un hombre bajo seudónimo. Mientras tanto, fuera de nuestra fronteras, las mujeres hace mucho que descubrieron el poder de la ciencia ficción y tomaron posesión del género dándole algunas obras maestras como Kindred de Octavia Butler, Caminando hasta el fin del mundo de Suzy McKee Charnas o El hombre hembra de Joanna Russ. Es ésta una situación sobre la que deberíamos meditar.

Lo que tampoco tenemos en la ciencia ficción española son estudios sobre el genero. No tenemos ni bibliotecas, ni bibliografías, ni ensayos. Ya lo dije en una ocasión y me gané una reprimenda, pero es cierto: los críticos españoles de ciencia ficción prefieren escribir el enésimo artículo sobre Ballard o Dick antes que estudiar la obra de un autor español (yo también soy culpable, mi columna en la revista BEM se llama precisamente “Libros extranjeros”). Es éste un problema que arrastramos desde hace mucho tiempo. Eso hace que la ciencia ficción española sea generacional (viene gente nueva a sustituir a la que se va) pero que no tenga historia (nadie se acuerda de lo que se hizo). Esta situación no puede continuar si la ciencia ficción española quiere ocupar el lugar que le corresponde.

Como ya he dicho antes, he querido que esta antología reflejase la variedad múltiple de la ciencia ficción actual. Pero ésa no ha sido una elección racional sino íntima y personal. Si bien me creo capaz de reconocer la buena ciencia ficción cuando la leo, no tengo ni idea sobre cómo se escribe. Y no porque no crea que hay reglas para escribir una buena historia, mi experiencia de lector me dice que las hay y muchas, pero también sé por experiencia de lector que un autor lo suficientemente hábil puede romperlas todas y seguir teniendo una buena historia. A un autor joven más le vale conocer todas la reglas que cuando las tenga bien aprendidas podría empezar a olvidarlas. Por tanto, yo sólo daría tres consejos para escribir ciencia ficción: aprender a escribir, aprender sobre el mundo y leer con atención la antología Worlds of Wonder de Robert Silverberg. Lo demás es a gusto del cliente.

Por otra parte, mucha gente opina que hay unos temas propios de la literatura, o lo que es lo mismo, que los libros deben hablar de unas ciertas cosas determinadas: el amor, la muerte, la vida, etc… Es decir, todo el conjunto de ideas abstractas que uno aprende en el colegio y que nunca encuentra en estado puro. Yo por mi parte, opinión que no hay nada indigno del interés de un escritor. Todo elemento humano podría en principio interesarle por igual, y podría utilizarlo como materia prima para fabular. Por esa razón, no creo que haya géneros y subgéneros privilegiados. Leamos, y ya decidiremos si lo que leemos nos gusta o no. «Es bueno que en el conjunto de las cosas las haya de distinto tipo, es bueno en las artes no limitarse a un sólo estilo o a un sólo género. ¿Qué es mejor, en poesía y prosa, la grandeza acompañada de ciertos defectos, o una correcta mediocridad, aunque enteramente irreprensible y sin fallo alguno?” se preguntaba ya hace algunos siglos el anónimo autor de Sobre lo sublime. Los compiladores de antologías se enfrentan exactamente al mismo problema: ¿debemos elegir obras que sabemos perfectas pero sin interés o debemos, sin embargo, elegir obras interesantes aunque con fallos? Para mí la solución ha sido fácil, he elegido simplemente lo que me ha parecido interesante. Como ya dije antes, no sé cuáles son las reglas de corrección, o lo que podría ser lo mismo, no creo que existan reglas muy definidas a las que toda obra literaria deba ajustarse, como mucho, esas son reglas que los autores deciden seguir a la hora de escribir, no normas, en principio, de obligado cumplimiento. Por esa razón, me limita a leer, y si lo que leo me gusta ya está. Eso quiere decir que los cuentos que he seleccionado aquí me parece al menos interesantes. Eso no quiere decir que los crea perfectos, simplemente hay valore más importantes que la perfección porque “una perfecta precisión corre el riesgo de la trivialidad, y en todo gran talento, como en las fortunas enormes, debe haber lugar para una cierta negligencia”.

Decía Borges que los libros son una de las pocas fuentes de felicidad que nos quedan. Yo he disfrutado mucho preparando esta antología, y espero que el lector disfrute de ella leyéndola. Si es así, habré alcanzando mi objetivo principal y me daré por satisfecho.

Antes de terminar, me gustaría expresar mi agradecimiento a las personas que han ayudado donando su tiempo, talento y entusiasmo a esta antología: Joan Manel Ortiz, Miquel Barceló, Ricard de la Casa, Paco Roca, José Luis González, Rafael Marín, Carlos Fernández Castrosín, Juan Miguel Aguilera y, por supuesto, los autores que enviaron su obra.

Lanzarote, julio de 1995

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