47

Yo tengo la manía de aproximar las cifras. No tengo claro si es una cuestión de personalidad o una de las pocas cosas que estudiar física dejó grabada en mi cabeza. Por tanto, en el caso de las edades, pasado cierto punto, tiendo a hablar del año que está por cumplir, por estar más cerca. De esa forma a mi hija le insisto que tiene nueve años y ella me responde que tiene 8 y bastantes meses. Y cuando pienso en mi edad, hace meses que estoy en los 47. Y si seguimos aproximando a la cifra más cercana… bien, ya se lo imaginan.

Lo mire como lo mire, soy un señor de mediana edad.

Una situación bastante extraña, francamente. Con sus motivos.

Por mucho que me imaginase a mí mismo con más edad, creo que nunca pasé de los 33 años (simbólicos por eso del 2000). Jamás pensé en mi mismo con 47, 48, 49 o 50 años. Me encuentro por tanto deambulando por tierra extraña, por un país desconocido que jamás pensé visitar y del que no se regresa (con sus flechas de la fortuna y tal, ya saben como sigue). Si a eso le añadimos la sensación interna de tener apenas 20 años, de carecer todavía de experiencia, fuerzas y seguridad para enfrentarme al mundo, de creer que todavía me faltan miles de cosas por aprender, pues se pueden imaginar la sensación de andar perdido y sin mapa, con un león siguiéndome el rastro bajo la lluvia perpetua (pobre león).

La verdad es que si me identifico con alguien es con ese meme de perrito, donde un encantador animalito controla una central nuclear, vuela un helicóptero o lanza misiles intercontinentales y la leyenda declara “No tengo ni idea de lo que estoy haciendo”. Podrían poner mi foto, con lo que el meme, es cierto, perdería todo su encanto, y ésa sería la imagen de cómo me siento.

Verán, las pocas veces que pensaba en personas de más de 50 años, daba por supuesto que la edad los dotaba de ciertos superpoderes, que al ir cumpliendo años iban ganando casi mágicamente capacidades y habilidades. Y lo mejor, sin kryptonita de ningún tipo. Capaces sin duda de controlar centrales nucleares, volar helicópteros o lanzar misiles. Si no pensaba en mi mismo con esa edad se debía principalmente a que esas personas no parecían ni humanas. Para mí eran como miembros de una raza de dioses de Kirby que podían reorganizar el espacio y el tiempo a su antojo.

Ahora que soy un hombre de mediana edad compruebo que es más bien al revés, que el espacio y el tiempo te reorganizan a ti cuando les da la gana.

La verdad, hubiese agradecido que alguien me lo contase. Tanto tiempo dedicado a los reyes godos y a la declinaciones del latín, y a nadie se le ocurrió dedicar unos minutos a comentar un hecho tan importante. Yo hubiese agradecido un poco menos de Quevedo y un poco más de “la vida va a ser como si Cioran escribiese el guión de una comedia. Y da gracias que Cioran sabe escribir. Por cierto, la música es de James Q. ”Spider“ Rich y Homer ”Boots“ Randolph III. Corre, corre”.

Tampoco es que hubiésemos hecho caso. Es prerrogativa de la juventud no prestar ni la más mínima atención a los consejos de los mayores, y la de los adultos dar consejos que ningún joven va a aceptar. Como diría el rey León, es el circo de la vida.

Un circo de pulgas. En el que las pulgas empujan bolas de estiércol colina arriba y luego…

Creo que esto de las metáforas se me está yendo de las manos.

¿Por dónde iba yo?

Ah, sí, Albuquerque…

No, no era eso. A ver. ¿Era algo relativo al sauerkraut?

No, tampoco.

Vale, imagino que simplemente quería decir que uno cumple años, que no acabas de creerte que estés cumpliendo años, que es como haberse lanzado en paracaídas y al llegar al suelo estar en plan “qué hago yo en esta selva llena de peligros y quién es este individuo que me mira desde el espejo” y que en cualquier caso, cumplir años es mucho mejor que la alternativa.

Y ahora, a celebrarlo. Que uno de los grandes aspectos positivos de cumplir años es que puedes comer hasta reventar y los demás te hacen regalos.

¿Lo mejor? Tengo la edad que tengas, hoy puede ser un gran día:

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Mujeres decorativas en los videojuegos

Nuevo vídeo de Anita Sarkeesian sobre los clichés que se aplican a las mujeres en los videojuegos. En este caso, el trato a las mujeres cuando son personajes secundarios. Es muy interesante pero es preciso señalar que algunas de las imágenes son bastante fuertes. En ocasiones incluso se hace difícil creer que esos juegos existan:

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De animalismos

Hablaba hace poco del uso de los animales en la experimentación y que decidir hacerlo o no está muy lejos de ser una cuestión científica, aunque sea preciso tener en cuenta ciertos hechos científicos para valorarla adecuadamente. Ahora me encuentro en Un alegato contra el animalismo de Juan Ignacio Pérez con un buen ejemplo de lo que comentaba.

Casi todo el artículo es un ataque frontal contra lo que el autor cree que son los males de las corrientes posmodernas. Incluso saca al pobre Sokal, haciéndole decir lo que nunca dijo, para poder acusarlas de ser anticientíficas y antimodernas, directamente opuestas al proyecto de la Ilustración, a la modernidad, al pastel de manzana y a las madres.

Por supuesto, hay todo tipo de corrientes posmodernas, y unas dicen unas cosas y otras dicen otras. Pero debe recordarse que ese tipo de ideas son ante todo herramientas de análisis, y sirven especialmente para dejar al descubierto aquellos elementos que consideramos absolutos y tras la reflexión no lo son tanto. En general desmontan, matizan o ponen en su lugar los mitos que nos guían para vivir, incluso los mitos de la ciencia. En ese aspecto, pues sí, se pueden oponer a la modernidad y a la Ilustración, precisamente porque pueden disolver mitos de la modernidad y la ilustración. Tacharlas de antimodernas o anticientíficas es un poco absurdo, precisamente porque la función de cualquier análisis de ese estilo es precisamente ser “anti”. Cualquier reflexión del estilo “¿esto se estará haciendo bien?” es un poco anti-“esto”.

Por tanto, no hay ninguna necesidad de endiosar a la modernidad y la Ilustración como si todo lo que predicasen fuese perfecto, porque sus problemas tenían y algún atolladero actual se puede remontar a esas raíces . Pero tampoco demonizar posturas como las posmodernas, porque a pesar de sus aspectos negativos hay mucho que aprender (y mucho que deberíamos aprender).

Por tanto, resulta tremendamente divertido, y quizá irónico, que tras un preámbulo tan “anti” la postura ofrecida por el autor sea simplemente:

Si no se acepta que los seres humanos han de tener prelación absoluta y que el bienestar o la vida de ningún animal puede estar a la par que los de cualquier ser humano, quiebra un principio básico.

Uno que esperaba argumentos “científicos” de algún tipo, se encuentra sin embargo con una afirmación categórica. Y si bien un posmoderno podría aceptar que las posturas de los demás tengan validez en sí mismas, en este caso la postura tan totalmente absoluta que declara sin vacilar: “Esto no es discutible” (no puedo evitar que me recuerde a aquel personaje de Achille Campanile que sólo discutía con personas que estuviesen de acuerdo en líneas generales con su postura: “Yo estoy a favor de la paz. No, yo estoy en contra de la guerra”). Y luego añade:

La prelación absoluta de la vida, la dignidad y el bienestar de los seres humanos sobre cualquier consideración ideológica es un principio sobre el que se asienta toda una concepción humanista del mundo a la que algunos no estamos dispuestos a renunciar de ninguna manera.

A lo que yo, poniéndome posmoderno, digo que guay, que muy bien. Que él tiene una idea de cómo se debe organizar el mundo, cómo debe ser la jerarquía de la realidad, y otros tienen otras totalmente diferentes. Que de ellas, cada uno, teniendo en cuenta los hechos del mundo, tomará ciertas decisiones y no otras. Que no tiene nada de mágico eso de decir “yo tengo mis principios”, porque todos tenemos nuestros principios. Que cada uno hace uso de las ideologías como más le convenga, porque esa afirmación suya no deja de ser ideológica (es una táctica habitual, debo añadir, presentar la ideología propia afirmando que no lo es).

Por desgracia, nada de eso es científico. Primero, porque intentar establecer la superioridad del ser humano recurriendo a algún criterio es fútil, aunque sólo sea porque en última apelación uno siempre podría preguntar “¿por qué ese criterio y no otro?”. Y porque siempre cabrá la sospecha de que quedamos en cabeza precisamente porque nos conviene quedar en cabeza, y que jamás, por muchos que fuesen los datos científicos, decidiríamos que son los delfines los seres superiores del planeta, que de alguna forma u otra encontraríamos la forma de ganar. Porque los datos de la ciencia deben, para ser útiles, someterse a interpretación y ahí es donde fallamos.

Si afirmamos que los seres humanos merecen protección absoluta es precisamente porque somos seres humanos. Y es algo que no precisa mayor justificación.

Y en sí mismo, como ya dije, no tiene nada de malo. Cada uno tiene su principio moral que guía sus acciones y las de la sociedad que aspira a construir. Mientras uno esté dispuesto a admitir que se trata de creencias sobre el mundo, de ideologías, y no de hechos científicos que los demás deben aceptar por algún tipo de “necesidad lógica”, pues la cosa queda así.

Si encuentro algo criticable en la afirmación es sin embargo su total absolutismo. Supongo que es deliberado y el autor pretende cuidarse de cualquier posible vía de escapa. Por desgracia, ese tipo de criterios absolutos acaban teniendo consecuencias aberrantes y no es difícil construir casos que valoraríamos, aplicando otros principios de nuestra sociedad, como inaceptables. Por ejemplo, si como dice, el bienestar del ser humano es el más importante, podrías pensar que una pequeña satisfacción para una persona es aceptable aunque implique un gran sufrimiento para un animal.

Estoy seguro de que no es así. Estoy seguro de que ese absolutismo es de salón totalmente y que enfrentándose a un caso concreto y real su postura sería muy diferente. Y ese es el problema fundamental de intentar aplicar reglas y principios generales, hacer física, a lo que es un asunto tan complicado como vivir en sociedad. En ocasiones, hacer lo correcto y lo justo implica matizar esa regla que tanto nos gusta. Incluso en un mismo individuo distintos principios rectores chocan entre sí y la reflexión ética consiste precisamente en intentar navegar entre ellos.

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Ciencia y política

Resulta agradable encontrar un político capaz de separar con tanta claridad los papeles de la ciencia y la política, como hace Pablo Echenique, investigador del CSIC, en La ciencia y la política, esa extraña pareja.

Empieza con:

Las verdades científicas se determinan con experimentos (combinados con matemáticas y modelos que interpretan los resultados) y son hechos esencialmente no opinables. Las decisiones políticas, en cambio, se toman votando (al menos cuando nos dejan) y no son hechos, sino acuerdos entre partes.

Que es, como bien dice un caso extremo, prácticamente ideal. Como señala casi de inmediato, en general los problemas realmente complejos incluyendo múltiples elementos, donde ciencia y política, los objetivo y lo subjetivo, se entremezclan.

Viene a decir lo lógico en este caso: la política debe tener en cuenta cuáles son los hechos (si los hay y en qué grado son fiables) para poder tomar sus decisiones. Pero que en última instancia, las decisiones se toman según una visión del mundo concreta, según unos valores que uno aspira a respetar, según unos criterios de la sociedad en la que se quiere vivir, según unas ciertas ideas sobre lo que es justo o adecuado. Lo expertos te pueden ayudar, como bien dice, pero luego queda una dimensión humana diferente, una visión de las cosas, una ética.

Pone dos ejemplos a continuación. El de los transgénicos está demasiado tocado, pero de la experimentación con animales es como muy claro en su dimensión moral. Imagina que fuese posible (que no estoy nada seguro de que sea posible, pero vamos a imaginarlo. Pero aclaro que no es porque no crea que los animales no sufran. Todo lo contrario, estoy convencido de que mi perro es capaz de sentir un rango enorme de emociones. Mi duda se refiere más bien a los límites de lo que la ciencia puede demostrar) que la ciencia demostrase que los animales sienten dolor y sufren. ¿Qué habría que hacer en ese caso?

La pregunta ya deja en evidencia que no se trata de una cuestión científica, precisamente porque de los hechos del mundo no se derivan posturas éticas. La ética surge de otro razonamiento que mezcla valores con los hechos conocidos. Por ejemplo, alguien podría concluir que el sufrimiento animal no importa mayormente y es por tanto irrelevante. Otra persona podría pensar que el sufrimiento de los animales es menor, siguiendo quizá criterios utilitarista, que el de los posibles muertos humanos y por tanto eso justifica la experimentación, el uso de los animales como objetos. Y una tercera persona podría igualmente concluir que el dolor infligido es mucho peor que el dolor sufrido y por tanto decidir que no es ético experimentar con animales.

(Un hecho interesante es que hay límites éticos a la experimentación con seres humanos. En algún momento concluimos que eso debía ser así. De forma similar, hubo una época en la que un ser humano podía ser legalmente propiedad de otro).

Vamos, que el cambio climático antropogénico es un hecho de la realidad tan fiable como pueda serlo un hecho de la realidad. Pero la respuesta a dar a ese hecho es lo que debemos discutir y analizar.

Todo esto, suponiendo que la ciencia nos pueda ofrecer una respuesta más o menos precisa. Sin embargo, también es verdad que en muchos casos la respuestas científicas dependen de otros factores y deben establecerse cuidadosas distinciones. Eso implica que el proceso de análisis y reflexión política debe ser todavía mayor. Y también en otras ocasiones, los detalles científicos se mezclan con aspectos sociales y resulta difícil separar unos de otros. Como sucede en todo lo relacionado con cuestiones de sexo y género.

Uno puede ser cientifista y pensar que todas estas cuestiones morales se pueden decidir científicamente. También puedes irte por el camino contrario y no prestar ninguna atención a lo que puede saberse sobre el mundo. Ninguno de los caminos llevará a nada bueno. El primero nos traería una especie de distopía tecnocrática y el segundo impediría a aprovechar nuestros conocimientos para mejorar la vida humana. La relación entre ciencia y política, por incómoda que pueda ser, es la mejor opción.

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“No biography”

Parece ser que la reputación en su industria del gran guionista de televisión Dennis Potter (y El detective cantante es una de las mejores series que se han hecho) era tal que cuando pidió que sus dos últimas creaciones –Karaoke y Cold Lazarus, donde la segunda es continuación de la primera– fuesen coproducidas (usando el mismo equipo) por dos cadenas rivales, BBC y Channel 4, éstas aceptaron. Karaoke se emitía primer en la BBC y al día siguiente Channel 4 emitía ese mismo episodio. Al terminar Karaoke, Channel 4 se puso a emitir Cold Lazarus con la BBC repitiendo el episodio al día siguiente.

Es cuando menos un caso llamativo. Respetaron el último deseo de un hombre que sabía que iba a morir de cáncer de páncreas.

Pero a lo que iba.

Daniel Feeld, el protagonista de Karaoke, es un escritor al borde de la muerte que está convencido de que la realidad está siguiendo el guión de su última obra, también llamada Karaoke. Tras varias vicisitudes, el protagonista acaba en la cama del hospital, dejando como última voluntad esa simple petición: “No biography”. No acaba de tener mucho éxito, porque en Cold Lazarus su cabeza congelada es objeto de experimentación en la Gran Bretaña del siglo XXIV.

Cuando vi las series, la petición final me llamó la atención. El personaje parecía estar solicitando que el abismo al que se enfrentaba se extendiese también a la realidad, que la vida física que en esos momentos terminaba no continuase, digamos, simbólicamente más allá de ese punto. Lo que fue, fue, parece pedir, que se detenga también la laboriosa combinatoria de los símbolos que fingen representar a la persona. Muerta la persona, que muera también cualquier posible representación. Es por tanto irónico que sus recuerdos de infancia sean tan importantes en la segunda serie, incluyendo algún episodio traumática que cualquiera desearía olvidar.

Pero hay algo extrañamente específico en la voluntad final. Pudiendo pedir cualquier forma de olvido, pide explícitamente no tener biografía. Como buen escritor, Feeld probablemente fuese consciente de que es imposible atrapar una persona en palabras, que toda biografía no es sólo incompleta sino también falsa. Sufrimos el espejismo de creer que reuniendo suficientes datos alcanzaremos la esencia de algo, que reuniendo suficientes registros de temperatura alcanzaremos la verdad sobre el mundo, que si apuntamos las suficientes fechas la realidad de una persona se manifestará ante nosotros. Es más, creemos que con suficientes datos biográficos la persona en sí no podrá evitar aparecer frente a nosotros.

No se nos ocurre que la situación podría ser la contraria. Que la incesante acumulación de datos no haría más que alejarnos de aquello que queremos conocer.

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Google Glass y la imagen

No una foto de las gafas, sino la imagen que tienen en la imaginación popular. En The Flawed “Frames” of Google Glass se argumenta que Google sobre todo ha perdido la batalla de la imagen:

As Google flailed about in a flummoxed frenzy in which the best they could offer was “it’s a work in progress” the term “glasshole” came to encapsulate the out of touch and techno-elitist aura around Glass and its celebrants. For Google Glass to be successful, really successful, it needed to be “cool” – and being a “glasshole” did not seem “cool.” Furthermore “glasshole” functioned wonderfully as a “frame” insofar as it supplies those who are wary of Glass (for whatever reason) with a simple vocabulary with which to voice their disapproval. People may not know what Google Glass really does, but they know that it turns the wearer into a “glasshole” – and the only “app” to fix that is to take off the Glass.

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Todo futurismo es un retro-futurismo

Matt Novak resumió muy bien la compra de Oculus por parte de Facebook con el titular Facebook is Buying Oculus Because It Needs a Sci-Fi Toy:

Why is Facebook buying the virtual reality company Oculus? Because without a sci-fi toy — like Google’s robots or Amazon’s drones — Facebook had nothing to offer hungry tech journalists who are looking for the next big thing.

A lo que mi amigo fernand0 añadió en Twitter lo de “Y mística también necesitan”. Qué es absolutamente cierto. Con un juguete de ciencia ficción compras aura de futuro, aunque esa idea de futuro se crease hace 40 años y hoy en día debería estar condenada al cajón de las antigüedades. Oculus no es tanto futuro como nostalgia del futuro.

Lo que me lleva a la frase del título, que es de Dale Carrico. Con el futurismo no se trata de inventar un futuro. Todo lo contrario, se trata de volver atrás e intentar recrear el futuro que pensamos que iba a ser, una idea del mañana que se remonta a las ferias mundiales de los años 30. Por eso tenemos a tanta gente reclamando coches voladores, viajes espaciales o colonias lunares. Como aquella famosa portada de Buzz Aldrin, que lo pintaba, seguro que injustamente, tan desconectado del mundo en el que vive que consideraba el presente un fracaso porque no le había dado su preciosa colonia marciana.

Tampoco es extraño. Nuestra idea actual del mundo futuro se forjó en un momento concreto, aderezado por una fe inquebrantable en el desarrollo tecnológico y en la capacidad de la técnica para crear por sí sola un mundo mejor. Puede que ese tecnoutopismo ya no sea tan descarado, pero sin duda sigue dando forma a nuestra idea de lo que será.

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Si la luna fuese del tamaño de un pixel

Una divertida web llamada así If the Moon were only 1 pixel y con la coletilla “un modelo a escala tediosamente preciso del sistema solar”. A partir de ese tamaño para la luna, todo está a la escala correspondiente, incluyendo las distancias. Uno se mueve a partir del sol haciendo scroll hacia la derecha, con algún tipo de gesto sobre el ratón, que es donde entra la parte tediosa del asunto, porque las distancias que hay entre los planetas son enormes.

(Por suerte, el autor se apiada de nosotros y ofrece en la parte superior un acceso rápido a los planetas. Incluyendo a Plutón, al que todavía queremos).

Sistema solar

Aparte de parecerme una web muy chula (por supuesto, se le enseñé de inmediato a mi hija y la traduje algunos de los mensajes que el autor va dejando en el vacío), también me provoca la sensación de absoluta enormidad. El sistema solar es simplemente inmenso a nuestra escala y recorrerlo en un vehículo normal (como un coche) llevaría siglos.

Me parece en última instancia algo hermoso y también la demostración de que la fantasía del vuelo espacial tripulado no es más que eso, una fantasía febril, una confusión que consiste en trasladar nuestra experiencia en la Tierra a algo que en comparación es casi inconcebiblemente mayor. Somos capaces de apreciar lo sublime, pero no pensar en términos de los sublime.

Las máquinas son otro cantar.

Ellas probablemente sí que puedan aprender a pensar así.

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Historia de dos laberintos

Miró al mismo borde del abismo y el abismo le devolvió la mirada. Ese abismo se encontraba en el mismo centro de un laberinto, junto con la efigie macabra del rey amarillo y, entre todas las cosas, un Minotauro. Es un laberinto demencial, retorcido y confuso, en parte arquitectura monstruosa, desmesurada e inhumana que recuerda a la ciudad de los inmortales, y en parte crecimiento libre de la naturaleza, caótica, imparable, paciente, que no da facilidades, que no se aparta al paso de una persona. Sus entradas y salidas no están claras, los pasillos no siempre son transitables, no hay reglas o atajos para recorrerlo. Es un laberinto levantado cerca del palacio que fue, del antiguo lugar de esplendor, que todavía contiene sus tesoros, pero que ya no relucen con su grandeza sino que más bien acongojan con su confusión abigarrada, con la promesa de desmoronarse en cualquier momento.

El centro del laberinto es también el templo a un dios antiguo, uno que reclama sangre y sacrificios. Un lugar secreto, al que es difícil llegar, para el que no hay hilo posible. Un lugar protegido por su monstruo, simultáneamente esclavo y señor,que lo recorre blandiendo un hacha. Es un lugar de muerte, un lugar que exige siempre un sacrificio, un lugar en que se debe siempre derramar la sangre. Que la víctima no fuese el ciervo es posiblemente una ironía. Que la víctima final pudiese sacarse ella misma el cuchillo no significa que allí no muriese algo, que no cayese ninguna máscara.

Una forma de ser, quizá.

Un punto de vista, es posible.

Algunas convicciones, eso seguro.

Era, en suma, un laberinto irracional. Por eso el abismo podía habitar en su interior. Era un laberinto incomprensible, levantado por la voluntad de seres con instintos, deseos y fantasías que haríamos bien en no intentar comprender. Hay que saber mantenerse en el límite mismo. Y si caes, hay que intentar volver. Seguir la luz inversa, no la que señala el sentido de la otra vida, sino la súbita luz que ilumina el túnel que está arriba, te saca del pozo y te devuelve a la superficie, que te lleva de vuelta al lugar donde habita la razón y las motivaciones comprensibles.

Pero no es la primera vez que el personaje mira directamente al abismo.

Me corrijo, no es la primera vez que el personaje cree mirar directamente al abismo. Es más, se enorgullece de ello. Se imagina un hombre conscientemente situado sobre la línea que separa un mundo de otro, en la misma zona liminar. Si se pintase a sí mismo, se dibujaría como un Jano bifronte que juega con un eterno retorno entre las manos.

Porque verán, hay otro laberinto anterior, una versión paródica e invertida del laberinto real.

Hay que conseguir información de un criminal. Para ello, el personaje se infiltra de nuevo en su organización, regresando así al borde de lo que él cree un vacío insondable (sin comprender que las estrellas son las que viven en ese vacío), tratándose en realidad de una simple operación policial. Cuando un asunto de drogas sale mal, el personaje controla perfectamente la situación, el genio criminal resulta ser un pobre diablo y se inicia una curiosa persecución por un laberinto en el que el perseguido es la parodia de un monstruo.

Como decía, este laberinto es muy diferente. En lugar de arquitectura monstruosa, hay casas suburbanas de escala humana y perfectamente comprensibles. Si uno entra por una puerta, sabe perfectamente lo que hay a cada lado y puede continuar con la huida o la persecución. En lugar de pasillos sinuosos, caminos intransitables, confusión y caos, este laberinto está formando por rectas paralelas y perpendiculares, salpicadas de generosos espacios abiertos de los que la naturaleza huyó hace mucho tiempo. Incluso la cámara sigue linealmente toda la acción, sin parar jamás, sin cortes, como si en realidad todo sucediese sobre una recta racional, como si Lönnrot persiguiese a su pelirrojo limitándose a dividir las distancias usando regla y compás.

Es un laberinto situado en un lugar donde todavía funcionan los móviles y es posible pedir ayuda. Donde las vías de comunicación son rápidas y geométricamente eficientes. Escapar de él no requiere ninguna ninguna intervención de los cielo. Basta simplemente con esperar la llegada del taxi.

Creía mirar al abismo. Se equivocaba, porque en realidad no hay abismo en ese laberinto. Es un laberinto humano, producto de motivaciones humanas perfectamente comprensibles. Incluso el detonante de la acción se puede explicar recurriendo a la avaricia o el afán de poder, emociones de la superficie, emociones comunes. Y aunque toda la escena finge confusión, es perfectamente clara. La cámara siempre se mantiene al mismo nivel. El operador no tropieza jamás. Basta con girar siempre al mismo lado.

Es un laberinto racional.

El verdadero laberinto es todo lo contrario.

Por eso allí habita el abismo.

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Our Magnificent Bastard Tongue: The Untold History of English, de John McWhorter

Siempre me pregunto si hay libros como éste pero sobre el español: un recorrido histórico de la lengua, una explicación de cómo las lenguas van cambiando, cómo se relacionan con otras, cómo van adoptando características y desechando otras. Imagino que debe haberlo, y supongo que algún amigo filólogo me podrá dar alguna pista, pero nunca he sido capaz de dar con ellos (excepto un par de títulos en inglés). Parece que en nuestro idioma estila más bien el libro de reprimenda, el que te explica todo lo que estás haciendo mal porque eres un analfabeto ignorante, libros de la culpa, más que libros del deleite. Imagino que debe ser uno de los muchos efectos perversos de tener academia de la lengua.

En cualquier caso, el párrafo anterior no está ni aquí ni allí.

Our Magnificent Bastard Tongue viene disfrazado de historia alternativa del inglés. Y digo alternativa porque John McWhorther ofrece su propia versión de los hechos, que, admite, difiere mucho de la habitual o del consenso entre los estudioso (de ahí el subtítulo “The Untold History of English”). Ofrece susargumentos y explica por qué cree tener razón, pero resulta difícil juzgar si tiene razón o no.

Por suerte, da un poco igual si tiene razón o no, porque la narrativa histórica le sirve para enlazar de forma muy amena distintas discusiones sobre el cambio lingüístico, sobre la hibridación. Da un poco igual si el “do” inglés proviene o no del celta, porque para este lector lo verdaderamente importante es la serie de ejemplos que pone, los mecanismos que va mostrando en otras lenguas. Cuando compara el inglés con otras lenguas germánicas o indoeuropeas puede que intente sostener su tesis, pero para el lector lego lo llamativo e interesante es que la comparación se pueda hacer. Cuando compara el recorrido histórico del inglés con de una lengua como el persa, lo interesante es las múltiples formas en que la historia afecta a las lenguas.

También se trata el persistente empeño en fijar las lenguas en cierto momento del tiempo, declarando como erróneo cualquier cambio posterior. Es la obsesión por el “uso correcto” de la lengua que si bien admite la evolución lingüística hasta cierto momento, la denuncia como incultura a partir de otro (habitualmente, el punto de corte es la edad en la que el crítico aprendió a hablarla y también es usual que se limite a un ideolecto concreto). El tema lo trata desde dos frentes. Por un lado, muestra que construcciones o usos que parecen muy modernos (el “they” singular, por ejemplo) son en realidad muy antiguos. Por otro, nos recuerda que algunas de nuestras más queridas construcciones fueron en su día denunciadas como peligrosos desviacionismos. La realidad última es que las lenguas cambian, han cambiando y seguirán cambiando. Las palabras van y vienen, mutan sus significados. Las gramáticas se complican en algunos casos y se simplifican en otros.

Y en el apartado de “no me lo esperaba pero me regocija haberlo encontrado en el libro”, un ataque frontal contra la hipótesis de Sapir-Whorf, la idea de que las lenguas condicionan de forma absoluta la forma de pensar de sus hablantes, que se dedica a atacar con evidente satisfacción. Está claro que esa hipótesis desagradable le molesta mucho y está deseando exponer sus errores y también sus efectos perniciosos sobre las relaciones humanas (por ejemplo, creando una sensación falsa de alteridad que enmascara nuestra humanidad fundamental). Y para mayor alegría, parece que su nuevo libro –The Language Hoax: Why the World Looks the Same in Any Language– tratará sobre ese mismo tema.

Repitiéndome: no importa mucho si sus ideas sobre la historia del inglés son correctas o no (después de todo, es un problema histórico complicado), porque la riqueza de ejemplos, la abundancia de comparaciones históricas y lingüísticas es más que suficiente para cualquier lego interesado en estas cuestiones.

Más
The Power of Babel, de John McWhorter
Todas las lenguas del mundo: “What Language Is (And What It Isn’t and What It Could Be)”, de John McWhorter

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