Televisiones
No sé qué extraña conspiración de los astros hizo que ayer, domingo, los tres diarios que leí hablasen los tres de la llamada «telebasura». La voz de la Galicia habló de «De la televisión que educaba al ‘todo por la audiencia'», refieriéndose a las diferencias entre los programas «serios» de antaño en comparación con la «telebasura» que nos invade hoy. Por desgracia, no explica en qué «educaba» la televisión de 1978 y en qué sentido era «seria». Se refiere a La clave y El hombre y la Tierra, y elige como programas vistos de entonces a Curro Jiménez, Aplauso, Un globo, dos globos, tres globos y el mencionado El hombre y la Tierra. Hoy, sin embargo, vemos basuras del calibre de Gran hermano, Operación triunfo, Cuéntame y Shin Chan (en realidad, no los califica de malo, pero dado el título del artículo, ¿qué otra cosa se puede pensar?). Comenta, la verdad que en muy poco espacio, que antes sólo había dos cadenas (los que tenían esa suerte, que en Canarias no hubo dos cadenas hasta 1982) y ahora hay muchas, pero como se copian mucho entre sí, es como si no hubiese más. Plantea también el espinoso asunto de si las televisiones emiten lo que la gente quiere o la gente ve esos programas porque las televisiones los emiten, sin plantearse, aparentemente, si en la televisión de 1978 esos programas se veían porque a la gente le gustaban o porque era lo que se emitía.
Eso sí, explican cómo funcionaba un televisor de la época y una pantalla de plasma moderna. Información siempre útil si uno plantea comprarse una.
El País dedicó su página de debate al candente tema de «¿Qué hacer con la ‘telebasura’?» con Victoria Camps, del consejo audiovisual de Cataluña, hablando de «Más ojo crítico» donde defiende que la ‘telebasura’ es una cuestión de estética más que de ética: «Habría que rechazar la telebasura por amor propio. No son valores éticos, sino estéticos los que han de llevar a denigrarla». Posición genialmente cómoda, debo añadir, porque en estética hay mucho escrito y se puede decir mucho más, con lo que cada uno puede sustituir su ética por su estética. Juan Cueto, sin embargo, en «Anomalía catódica» plantea que quizá antes de discutir el tema de la «telebasura» sería conveniente resolver el asunto de las televisiones en España, muy sujetas al poder y la verdad es que muy poco dadas a la diversidad de opiniones y a la objetividad. Defensa que desde mi punto de vista es bastante razonable, pero que ganaría más peso si no apareciese en El País, que lleva ya varios meses intentando convencernos de las maravillas del monopolio en la televisión digital, contándonos la cantidad de cosas buenas -todos seremos más altos, más guapos y más listos- que nos sucederán a los españoles a partir de hoy, que se consuma la fusión entre plataformas: no hay nada como una buena concentración de medios para beneficiar al espectador. Perdónenme si soy escéptico, pero a mí lo de una plataforma digital única y grande no me parece que lleve automáticamente a libertad.
Por último El Mundo se las arregla para montar el debate más interesante, pero sospecho que sin pretenderlo de ninguna forma. Bajo el epígrafe «¿Suprimir los programas ‘telebasura’?» Fernando Palmero, periodista, en «Cuando la sociedad se mira a sí misma» viene a decir que ese tipo de programas, que jamás se caracterizan, son un reflejo de la sociedad y que por tanto no deberían suprimirse. Mientras tanto, Javier Lorenzo, periodista, en «Un estercolero que deforma las mentes» defiende el sí, o más bien, una censura salvaje que barriese con todo. Por desgracia, no aclara cómo distinguir la ‘telebasura’ de cualquier otra cosa ni por qué se sustituiría. Sí, claro, por obras educativas, ¿para educar en qué? ¿En lo que decida el gobierno? ¿En lo que decida la sociedad? En este último caso, ¿en qué se diferenciaría de lo que ya la sociedad elige ver?
Curiosamente, el tal Javier Lorenzo tiene una columna en la sección de comunicación del diario titulada «Galería del horror II», donde destaca «los excesos a los que puede llevar la televisión». Es ilustrativo examinar algunos:
Un hombre mata a su hermano por el mando a distancia. Un exceso no lo dudo, pero sería igual de exceso haberlo matado por cualquier otra razón, ¿o no? Los finlandeses protestan porque les eliminan un canal porno gratuito. Pues como protestaría cualquier persona a la que se le retirase un servicio gratuito, ¿o no? Un tribunal de Nueva York considera que condenar a alguien a 10 meses sin ver televisión es «una crueldad y una violación de su derecho constitucional a la libertad de información». Sobre lo primero no me pronuncio, pero lo segundo es evidente, ¿o no?
Pero lo de El Mundo no acaba aquí. Bajo el debate, aparece también la opinión de los lectores (es curioso que se considere indigna la opinión de los espectadores de los programas de ‘telebasura’ pero se considere tan relevante la opinión de los lectores de un periódico) y me gustaría destacar la de Alfredo que pregunta: «¿Qué tal si lo intentamos con documentales, buenas películas, ópera, conciertos, teatro, charlas de científicos, intelectuales y artistas hablando y enseñando al mundo lo que llevamos dentro?». No sé si lo de «lo que llevamos dentro» es deliberada ironía pero ciertamente me llama la atención que se destaque que las películas deben ser «buenas» mientras que se asume que los documentales, óperas, conciertos, obras de teatro, charlas de científicos, intelectuales y artistas son buenos por el mero hecho de ser documentales, óperas, conciertos, obras de teatro y charlas. ¿Quién decide lo que es bueno o malo? ¿Un consejo de sabios? ¿No hay malos documentales? ¿Os es que incluso el peor documental -el más parcial y mentiroso- es mejor que cualquier programa de ‘telebasura’?
A mí lo que me fastidia de la programación de televisión es que no sea lo suficientemente diversa. Me gustaría que emitiesen programas que a mí me gustase ver, pero también me parece bien que emitan lo que quieren ver los demás. Si en una democracia hay que atender a los derechos de las mayorías y las minorías, pues cada uno debería tener la oportunidad de ver los programas de su gusto. De ahí a prohibir… pues no sé, creo sinceramente que hay problemas más urgentes con la propia televisión y la democracia que tenemos. No ya el entramado mediático del que habla Juan Cueto, sino, por ejemplo, el progresivo ninguneo al parlamento, o que nadie jamás acepte las responsabilidades que le tocan (en todos los partidos, la verdad).
Por lo demás, me cansa un poco el término «telebasura» porque me parece deliberadamente cargado, una palabra que ya significa lo que significa y que por tanto se opone a la reflexión. «Telebasura» me parece claramente un término «basura» -como «terrorista», «radical» o «comunista»- que se emplea no para caracterizar un fenómeno o una serie de fenómenos después de haberlos analizado sino más bien como arma arrojadiza para descalificar sin pensar. «Telebasura» ahorra la reflexión, invita al desprecio instantáneo y me da la impresión que se usa más bien para desviar la atención que para centrarla en un problema.
Curiosamente, El Mundo eleva el tono de la discusión en sus páginas interiores cuando dedica dos completas a hablar de la BBC, «Independencia en inglés se dice ‘BBC'», y su conflicto con el gobierno británico, y aparentemente con muchos otros gobiernos anteriores, y la compara -implícitamente- al publicar el artículo conjuntamente con otro titulado «RTVE: le paso con el señor ministro» donde se hace eco de las acusaciones de supuestas manipulaciones en la televisión pública española. Ése, por ejemplo, sí me parece un debate interesante, porque afecta directamente a la televisión que queremos tener en una democracia.
De todo esto, ha salido una consecuencia personal interesante de tanto leer periódicos: he comprado el libro de Gustavo Bueno Telebasura y democracia que me he encontrado en bolsillo por unos módicos 6 euros. Parece una interesante reflexión sobre el asunto.
[Estoy escuchando: «Los niños de agua» de Benito Cabrera en el disco Travesías]