Es evidente que Borges y Bioy Casares se lo pasaron de fábula  escribiendo los cuentos que forman Seis problemas para don  Isidro Parodi. Es decir, el lector se lo pasa bien, pero  está claro que los autores se lo pasaron aún mejor. Uno se  imagina los diálogos: 
-A que no se te ocurre cómo meter un submarino -dice Georgie.
Adolfito piensa un rato. Luego sonríe:
-«En tales circunstancias estoy feliz, como el submarino en el  agua».
-Es buena, es buena. A ver, te toca.
-Hombre, siendo tú, un oxímoron.
-Demasiado fácil. No tiene gracia: «funeraria vivacidad». Una  parodia del intelectual de provincias.
-Ya está -dice Adolfito-. Páginas 92: «este polígrafo componía,  esa tarde, una Historia Científica del Cinematógrafo, y  prefería documentarse en su infalible memoria de artista, no  contaminada por una visión directa del espectáculo, siempre  ambigua y falaz».
-Basta de trabajo por hoy. Vamos a cebarnos un mate -concluye  Georgie.
Y así cada dos tardes, cuando Borges comía en casa de Bioy, y  siempre que no tuviesen que escribir un manifiesto o no hubiese  nada que criticar de Sábato.
El detective protagonista de los cuentos, el tal Isidro Parodi,  es un señor que acabó en la cárcel por un delito que no había  cometido. Privado de libertad, no tiene más remedio que escuchar  las historias que le cuentan todos los que sienten el impulso de  pasar por la celda. Son crímenes de los más variados -una  venganza planificada durante décadas, un lío de cuernos  exagerado, un chino ladrón de joyas mágicas, crímenes en un tren-  y de difícil solución. Invariablemente, don Isidro acaba  «resolviendo» el misterio y ofreciendo una solución.
Una solución, digo, porque no me creo nada. Los cuentos son  realmente parodias de los relatos policiales, llenos de chistes y  bromas de todo tipo; exigen entrar en el juego de leer las  barbaridades que se les van ocurriendo a los autores, qué giro  absurdo va a tener el disparate que cuentan. Y la mayor broma de  todo es que es imposible que el preso deduzca nada; de lo que le  cuentan no se puede resolver ningún misterio. Los otros aceptan  sus soluciones porque les convienen o no tienen ganas de llevarle  la contraria.
Es todo una parodia, digo. El lenguaje excesivo, descomunal,  desbocado, extravagante que llama continuamente la atención sobre  sí mismo. Se podría definir como barroco, si no fuese porque este  lenguaje llama a la puerta del barroco, entra con decisión y le  pega una soberana paliza. El lenguaje barroco no tiene ni la más  mínima oportunidad ante Borges y Bioy, que comían barroco para  desayunar. En ocasiones es casi incomprensible y el cuento «La  víctima de Tadeo Limardo» me resultó prácticamente imposible de  seguir. Supongo que para comprenderlo cabalmente habría que ser  porteño y vivir en los años cuarenta.
Y el objeto de la parodia es todo un mundo social compuesto por  individuos cada cual más raro: intelectuales mediocres (quizá eso  sea un pleonasmo), arribistas, cuentistas varios, compadritos,  damas de sociedad que alaban la decoración de la celda, chinos  que se humillan con más palabras de las necesarias… Todos  felicitan al preso por su condición, al no tener que sufrir los  embates del mundo. Todos caen bajo la pluma ácida y cruel de  Biorges. Todos se hunden en el egocentrismo de su propia  historia. Estoy seguro de que la mitad está basada en personajes  reales, y la otra mitad también. Aquellos in the know -a  saber, Borges y Bioy y cuatro gatos más- se lo debían pasar en  grande descifrándolos. Nosotros debemos buscar otros motivos para  disfrutar de estos cuentos.
Y en el centro, el pobre Isidro Parodi. Que no puede evitar que  le visiten. Que se ha ganado fama de perspicaz detective. Que  debe soportar que le digan si no ha pensado en pintar los  barrotes de blanco. Él es el centro alrededor del cual gira el  universo social que Borges y Bioy satirizaban. El pobre se tiene  que entretener con lo que puede.
Y como lo que más me gustó de los seis problemas es la forma en  que están escritos, aquí unas letras: «yo hablo con la franqueza  de una motocicleta», «Seré rotundo; daré la espalda a toda  metáfora […]. Mi cerebro es una cámara frigorífica», «asciende,  vertical, el ascensor», «yo me hago el soldado desconocido»,  «dijo que el matrimonio era una cosa tan unida que había que  cuidar de no separarla» y «su paisano y el doctor Shu T’ung, aquí  ausente».
[50 libros] 2006