por Pedro Jorge Romero


—¿La moneda? —Preguntó Caronte.

—Lo siento. Lamentablemente soy emperador y no suelo llevar dinero encima —contestó amablemente el Emperador Chino.

—Entonces, ¿cómo va a cruzar la laguna? —Preguntó Caronte.

—¿No va a llevarme usted?

—No sin la moneda.

—Pues lo lamento profundamente, no sabía que necesitaba una moneda. La verdad es que acabo de llegar aquí y supongo que todavía no conozco las costumbres locales.

El Emperador Chino miró a su alrededor. Había aparecido en aquel extraño lugar y no había tenido tiempo de fijarse en los detalles. Parecía encontrarse en una inmensa caverna subterránea. De hecho era tan grande que apenas podía apreciar las paredes y no estaba seguro si aquello en lo alto era una capa de nubes o el techo. La luz difusa no venía de ningún lugar en particular. Se encontraba de pie frente a una laguna de aguas negrísimas que no daba la impresión de ser muy profunda, pero por más que miraba no conseguía distinguir el fondo. Justo a su lado había un pequeño embarcadero de madera con aspecto de ser terriblemente antiguo. Una barca se mecía plácidamente y sobre ella aquel ser inconcebible que debía ser el barquero.

Al otro lado de la laguna distinguía una formación inmensa que ocupaba prácticamente todo el campo de visión. Unas enormes puertas se abrían en la parte central de la construcción y sobre ellas se sentaba una figura inmensa, que debía ser realmente grande si era apreciable con tanto detalle a semejante distancia. En comparación, las gentes del otro lado se veían como figuras diminutas que formaban colas zigzagueantes que se alejaban de las puertas, cada persona esperando pacientemente su turno. Lo que parecía una serpiente de longitud kilométrica se movía continuamente agarrando aquí y allá a alguna pobre alma y arrojándola con fuerza bestial por los aires. El desdichado elegido se perdía rápidamente en la penumbra más allá de las puertas.

El Emperador Chino, que tenía experiencia con las grandes obras de ingeniería, se había sentido inmediatamente atraído por aquella construcción y le había parecido natural intentar cruzar al otro lado. Por esa razón se había acercado al embarcadero en cuanto avistó la barca que se aproximaba. Poco a poco, mientras esperaba, un grupo de personas se habían colocado en una cola tras él y ahora el Emperador Chino se encontraba atrapado entre un grupo de gente que miraba al vacío a su espalda y una extraña criatura al frente.

—Mi nombre es Shih Huang Ti —dijo el Emperador deseoso de entablar conversación y encontrar una salida.

Caronte puso cara de sorprendido. Sus ojos rojos se posaron en Shih Huang y parecieron mirarle con atención.

—Mi nombre es Caronte o Carón, como prefieras. ¿Cómo recuerdas tu nombre? ¿No has perdido la memoria?

—¿Por qué habría de hacer tal cosa? —Pregunto el Emperador Chino ahora completamente confundido.

—Al beber del río, claro.

—¿Qué río?

—El río de la entrada.

El Emperador recordó inmediatamente un riachuelo que atravesaba la entrada de la caverna. Todos los que se acercaban bebían sedientos de sus aguas. Él, sin embargo, no había sentido sed y como el riachuelo apenas tenía unos centímetros de profundidad y no era muy ancho, más bien un canalillo de agua, lo había atravesado sin problemas para continuar su marcha. Así se lo contó a Caronte.

—Por esa razón todos estos hombres y mujeres —el Emperador señaló a la cola que tenía detrás— miran al vació como hechizados, porque han perdido la memoria.

—Exacto. Pero vamos a ver, ¿cómo te ha dejado pasar el perro? Debe detener a todo el que entre sin beber.

—¿Se refiere a ese simpático animal de tres cabezas? Magnífico ejemplar, me encantaría tener uno como él en mis jardines de palacio. Pues no sé, me limité a acariciarlo un poco, el bajó las cabezas y se apartó del camino. En mi reino todo los animales, hasta los más salvajes, saben que no deben atacar el Emperador.

—Extraño, muy extraño. Sin monedas, sin beber del río, Cerbero le deja pasar sin problema, está deseoso de cruzar al otro lado… Raro, muy raro —dijo Caronte más bien para si mismo.

El Emperador, que no había podido evitar oírlo, preguntó sorprendido.

—¿Qué sucede? ¿Nunca viene nadie sin moneda y sin perder la memoria?

Caronte levantó un dedo largo y huesudo y comenzó a rascarse la cabeza calavérica llena de largas canas.

—Bueno, hace poco tuvimos a un tipo. Un tal Dante. Pero ese venía con Virgilio. Virgilio pasa mucho por aquí, ¿sabe? Vive en el limbo y se le deja mucha mano libre, así que de vez en cuando aprovecha para traer visitas. Además, Dante venía recomendado de arriba. Vamos, que tenía amigos —de pronto el rostro de Caronte se iluminó esperanzado.— ¿Conoces a Dios?

—¿A cuál de ellos? —Preguntó el Emperador con perfecto aplomo.

Caronte ignoró aquella respuesta que poco aclaraba y siguió rascándose.

—Raro, muy raro —dijo finalmente—. Pues no sé que hacer —dijo dirigiéndose al Emperador—. Ésta es una situación anómala —de pronto alejó la mano de la cabeza y la escondió en la túnica negra que vestía—. ¿Por qué no vuelves atrás y bebes del río? Yo prometo olvidarme por esta vez de la moneda.

Al Emperador no le parecía buena idea eso de perder la memoria. Si no recordaba quien era, qué sentido tendría pasar al otro lado. Si olvidaba todo lo que sabía de arquitectura y construcción no podría admirar aquellas magníficas puertas ni hacer preguntas respecto a su edificación.

—¿Puede decirme dónde estoy? —Preguntó al fin amablemente.

Caronte pareció aun más sorprendido.

—¿Cómo es posible que no lo sepas? Estás en el infierno.

El Emperador pareció meditar esa información durante unos segundo.

—El lugar a donde van las almas pecaminosas después de la muerte, ¿sabes? Para sufrir el castigo eterno —añadió Caronte intentado ayudar.

El Emperador había adoptado una postura reflexiva. Tenía los ojos dirigidos contra el suelo y se sujetaba la barbilla con una mano. Unos segundos después alzó el rostro y se encaró con Caronte.

—Quiere decir que estoy muerto.

—Es la explicación más simple. Aplicando la navaja de Occam —dijo Caronte que ya se veía explicándole filosofía de la ciencia a un emperador chino muerto.

—Debe haber un error. Yo soy chino, y emperador, debo añadir. Cuando morimos no vamos a ninguna caverna, no bebemos de ningún río para perder nuestros recuerdos, no dejamos que un campesino de largas melenas canosas nos lleve en una barca a través de una laguna negra —Caronte puso cara de ofendido—, y —el Emperador se puso aun más recto y digno— ciertamente no discutimos de dinero. ¿Qué clase de infierno es este? —Exigió con toda su autoridad.

Caronte estaba dispuesto a contestar que él no hacía las reglas que se limitaba a trabajar allí y que si tenía alguna queja que se la presentase al encargado oportuno. Pero no tuvo tiempo. Una sombra inmensa ocupó todo el ancho de la caverna. Fue como si de pronto la Luna se hubiese desprendido de los cielos y se desplomase rauda sobre la tierra. Incluso las almas olvidadizas habían dejado de estudiar con detenimiento la etología de los animales invisible y habían levantado la vista al unísono para apreciar la forma que se les venía encima. De pronto dos pilares inmensos de posaron sobre el suelo. Eran como dos penínsulas súbitamente transportadas al interior. Sobre ellos se sostenía una mole inmensa, un pecho brutal que parecía el escenario perfecto de la tectónica de placas. Los hombros de la bestia eran como una cordillera montañosa y de ellos colgaban dos Italias que hacía las veces de brazos. La cabeza era un asteroide caído sobre el tronco, de dientes como icebergs que relucían en las profundidades remotas de la boca y de nariz casi inexistente con dos agujeros aun más negros que la aguas de la laguna. Los ojos relucían dorados y perfectos y parecían escrutarlo todo con atención. La bestia se completaba con una selva de pelo que le colgaba hasta la cintura y una cola kilométrica, que antes el Emperador había confundido con una serpiente, que se agitaba incesantemente.

El ser movía lentamente la cabeza de un lado a otro, algo así como ver moverse el Everest. Las ánimas asistían estupefactas al espectáculo y el propio Emperador sólo podía pensar que aquella cosa era más grande que un dragón. Finalmente la pesadilla reparó en Caronte y le habló.

—¿QUÉ SUCEDE? ¿POR QUÉ HAS DETENIDO EL FLUJO DE ALMAS? —Las mayúsculas fueron perfectamente vocalizadas. El sonido era tan profundo como si viniese directamente del interior de la Tierra. La voz se había reflejado tantos miles de veces en su camino que los ecos perduraron unos segundos más.

—Perdóneme mi señor Minos. Es este extranjero —señaló al Emperador que intentó de pronto ocupar menos volumen—. Hay algunos problemas administrativos e intentaba solventarlos.

—ÉSA NO ES EXCUSA —Minos ladeó la cabeza para mirar al Emperador y éste pensó que era como ver su palacio desplazarse varios metros a la izquierda.

—Mi nombre es Shih Huang Ti. Soy emperador… y chino —se atrevió a añadir al final.

Minos bajó la cabeza hasta dejarla a la altura del Emperador. Un desprendimiento de tierras o el paso de un cometa podrían ser imágenes aproximadas del fenómeno.

—YO SOY MINOS, EL JUEZ.

—Oh, yo también soy juez —dijo el Emperador con alegría nerviosa—. Desterré a mi propia madre por libertina.

—BIEN, BIEN —dijo Minos como si estuviese de acuerdo con la sentencia—. ¿SU NOMBRE ME SUENA? —Encarnó las cejas que fue como contemplar una ola gigante que surcase montañas—. ¿HA HECHO ALGO IMPORTANTE?

El Emperador sonrió al recordar sus dos grandes creaciones.

—He construido murallas para cercar el imperio y he quemado libros.

—AH, ESE HUANG TI. POR UN SEGUNDO PENSÉ QUE ERA EL INVENTOR DE LA ESCRITURA —pareció algo decepcionado—. "CERCAR UN HUERTO O UN JARDÍN ES COMÚN; NO, CERCAR UN IMPERIO" ESCRIBIÓ SOBRE USTED UN ARGENTINO. ¿POR QUÉ LO HIZO? ¿POR QUÉ EDIFICAR UNA MURALLA Y QUEMAR TODOS LOS LIBROS?

El Emperador decidió no preguntar sobre la naturaleza de ese curioso ser, "un argentino", y decidió contestar a las preguntas. Minos parecía mandar mucho allí y le interesaba quedar bien con él.

—Bien, yo lo considero realmente una cuestión de estética…

El rostro de Minos reflejaba la más absoluta de las sorpresas, algo que una símil geológico no podría representar; las montañas no suelen sorprenderse.

—Es decir, quemar libros y edificar murallas son actos simultáneos y recíprocos —aclaró rápidamente el Emperador—. Ya sabe, dos caras de la misma moneda —dijo agitando las manos que hasta entonces había llevado escondidas en la túnica—. Además, uno no pasa a la historia por guardar las cosas del pasado sino por destruirlas. Y yo quiero pasar a los libros de historia.

—CREO QUE COMPRENDO —Minos parecía estar en otra parte.

El Emperador aprovechó la confusión para pedir lo que quería.

—¿Podría pasar al otro lado?

Minos volvió a fijar sus cuencas doradas en él, operación que llevó algunos segundos. El Emperador, pacientemente volvió a guardar las manos en la túnica.

—¿POR QUÉ? ¿TIENE UNA MONEDA?

Siempre volvemos al asunto del dinero, pensó el Emperador.

—No —contestó tímidamente—. Pero me gustaría ver esa curiosa construcción que se aprecia desde aquí. ¿Qué es?

—Ya le he explicado yo que no puede pasar sin moneda y menos sin haber perdido la memoria —aprovechó para decir Caronte esperando así disculparse.

—SIN MONEDA NO PUEDE PASAR. PERO SI QUIERE SABER MÁS SOBRE EL OTRO LADO YO PUEDO EXPLICÁRSELO.

»AQUELLO QUE SE VE ES EL SEGUNDO CÍRCULO DEL INFIERNO. ANTES DE ESO VIENE EL PRIMER CÍRCULO, EL LIMBO, DONDE HABITAN AQUELLOS QUE LLEVARON VIDAS VIRTUOSAS PERO MURIERON SIN CONOCER A CRISTO. VIRGILIO ES EL MEJOR GUÍA DE ESA ZONA.

»LA ENTRADA AL SEGUNDO CÍRCULO ESTÁ GUARDADA POR UNAS PUERTAS DE CIENTOS DE METROS DE ALTURA SOBRE LAS QUE SE LEE LA INSCRIPCIÓN: "LOS QUE ENTRÁIS DEJAD TODA ESPERANZA". DANTE SACÓ ALGUNOS DETALLES MAL —dijo disculpándose, algo que el Emperador ignoró.

»YO ME SIENTO SOBRE LAS PUERTAS E IMPARTO JUSTICIA. ANTE CADA CONDENADO SE EXPONE LA LISTA DETALLADA DE TODOS SUS PECADOS, QUE YA NO PUEDE RECORDAR. YO DECIDO A QUE CATEGORÍA PERTENECE EN VISTA DE LOS PECADOS MÁS COMUNES Y ELIJO EL CÍRCULO DEL INFIERNO ADECUADO PARA ÉL. ENTONCES MI COLA —la cola se agitó como demostración— ATRAPA AL CONDENADO Y LO LANZA DIRECTAMENTE AL LUGAR QUE LE CORRESPONDE. ALLÍ SUFRE ETERNAMENTE SIN SABER PORQUÉ. EL HABER PERDIDO LA MEMORIA ES PARTE IMPORTANTE DEL CASTIGO —añadió con orgullo profesional.

—¿Cómo se consigue un trabajo así?

—ME HAN CONTADO QUE EN VIDA FUI UN REY DE CRETA FAMOSO POR SU CAPACIDAD DE IMPARTIR JUSTICIA. MIS VEREDICTOS ERAN SIEMPRE JUSTOS Y AJUSTADOS A LA FALTA. SUPONGO QUE ALGUIEN ME RECOMENDÓ PARA EL PUESTO… YA NO ME ACUERDO MUY BIEN.

De pronto pareció recordar algo.

—DEBO VOLVER A MIS OCUPACIONES. LE IMPORTARÍA SUBIR A LA BARCA, CREO QUE POR HOY OLVIDAREMOS EL ASUNTO DE LA MONEDA. HAY QUE REANUDAR EL FLUJO DE ALMAS.

—Pero no ha perdido la memoria —dijo Caronte agarrándose fuertemente al remo.

—ES CIERTO, LO HABÍA OLVIDADO —se dirigió al Emperador con el rostro lleno de súbito entendimiento—. SU CASO NO ES MUY COMÚN, ¿SABE? CARONTE NO LLEVA AQUÍ MUCHO TIEMPO, APENAS UNOS MILES DE AÑOS, Y NO TIENE MUCHA EXPERIENCIA. USTED ES CHINO —era como si viese su túnica amarilla por primera vez— Y NI SIQUIERA DEBERÍA ESTAR AQUÍ. EL UNIVERSO GUARDA OTROS INFIERNOS PARA LA GENTE COMO USTED. YA SABE, LLENO DE FIGURAS DE TERRACOTA Y TODO ESO.

Caronte pareció completamente sorprendido.

—Entonces, ¿por qué estoy aquí?

Minos sonrió como si los hielos del ártico se abriesen de pronto.

—¿NO ES EVIDENTE LA RESPUESTA? ESTÁ USTED SOÑANDO.

Apenas oyó esas palabras, Caronte, Minos, la laguna, las almas, la caverna y las puertas se desvanecieron. Ante él se alzaba la forma imponente de su palacio, que, ahora que lo miraba con atención, tenía la misma expresión que el rostro de Minos. Notó que su espalda descansaba sobre el tronco de un árbol, un hermoso almendro en flor. Vio, entre los árboles, pasar una mariposa volando.

Distraídamente el Emperador siguió el vuelo de la mariposa mientras arrojaba sin pensar otro libro al pequeño fuego que tenía a su lado. Admiró lentamente cada uno de las figuras de terracota que le rodeaban, grandes guerreros que habrían de guardarle en su morada final. ¿Serían aquellas figuras las responsables de su visión? Meditó sobre el extraño sueño que le había poseído en una tranquila tarde de verano, y, en un momento de incertidumbre y duda, hermanas de la melancolía, no supo si era un emperador chino que había soñado estar muerto o, quizá, una mariposa que soñaba ser un emperador chino.