Rimero de enlaces

Últimamente, por cuestiones de trabajo, tengo menos tiempo para que los enlaces me interesen o dejen de interesar. Pero alguno cae de vez en cuando:

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Leer en el móvil

Lo sé, lo sé, lo sé, si hace sólo un par de años alguien me hubiese dicho que acabaría leyendo, y con gusto, en la pantalla del móvil, le habría tachado de loco. En papel, sí, en algún ereader de tinta electrónica, pues era una posibilidad, pero en una pantalla, jamás.

Básicamente, asumía que mis pocas ganas de leer en la pantalla de un ordenador se trasladaría automáticamente a cualquier otra pantalla de ese tipo. La cosa cambió, por supuesto, con el iPad. Recibirlo y probarlo fue comprobar que se podía leer cómodamente en pantalla. Pero tanto Kindle como iBooks tienen versiones análogas para el iPhone, por lo que un día me descubrí sosteniendo mi iPhone 3GS para leer un poco de un libro que había empezado en el iPad. Pronto me di cuenta de un par de detalles.

Para empezar, que está muy bien eso de llevar un montón de libros. Como tiendo a leer varios libros simultáneamente, pues llevar en el móvil 3 o 4 que estoy leyendo resulta tremendamente conveniente. Además, no tengo que cargar con ningún cacharro adicional (se dice que los imprescindibles para salir de casa son las llaves, la cartera y el móvil), con el móvil me sobra. Ni iPad, ni Kindle. Además, si quiero leer en cualquier rato muerto -en la cola del súper, antes de que empiece la película-, no tengo más que sacar el móvil y ponerme a ello. Así es fácil aprovechar hasta los momentos más inverosímiles.

Pero mi mayor sorpresa fue descubrir que a) la pantalla no me molestaba nada, que la lectura me resultaba cómoda. De hecho, en los lectores de tinta electrónica siempre me molestó un poco que el fondo fuese tan gris, por lo que con los flóculos flotando en mis ojos, la luz de la pantalla es una gran ayuda (incluso leyendo un libro normal, si uno de ellos se coloca justo en mi campo de visión, ya no puedo ver las letras). Y b) que el tamaño de la pantalla era un punto a favor, con, por supuesto, mucho menos textos que una página normal. Puedo sostener el móvil a una distancia adecuada, con un tamaño de letra adecuado, y mi incipiente presbicia no me afecta. Con un libro en papel en general debo sostenerlo demasiado cerca o demasiado lejos, y los libros en papel tienen el grave defecto de no poder cambiar el tamaño de la letra.

En general, estoy encantado con esa experiencia de lectura. Ahora cuando un libro me interesa de verdad, voy corriendo a ver si hay versión para el Kindle y si la hay (y el precio es razonable, cosa que no pasa siempre), es la que compro para leerlo directamente en el móvil. Y con el nuevo iPhone 4, la cosa es todavía mucho mejor, porque la definición de las letras y la claridad de la pantalla son espectaculares.

Lo que me lleva a pensar que en el futuro el dispositivo principal de lectura no será un tablet o un lector dedicado, será algún móvil (tengo referencias a que ya es así en algunos países, pero no he dado con ningún enlace), probablemente Android, con una buena pantalla. Es decir, los móviles se adueñarán de una función más. Y darán un paso más a convertirse en un demonio familiar que se sentará en tu hombro y en todo momento te susurrará información útil al oído.

Al tiempo.

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Lost, la serie completa en DVD

Por fin ha llegado. La serie completa en DVD (una edición que se supone idéntica a la Blu-ray). La verdad es que es enorme.

La caja está recubieta por un papel que tiene esto por delante (deja ver parte de la caja):

Por detrás detalla el contenido:

Si retiras el papel, la caja es tal que así. No he prestado atención, pero supongo que son los nombres de los candidatos:

La caja contiene a su vez la caja real. Se ve que la consideraron demasiado «valiosa» para no protegerla: Como se ve, viene bien envuelta:

Retirado todo, ya se ve la caja de la colección. No lo tengo claro, pero supongo que es la base de la estatua:

Debajo de la tapa, el mapa de la isla:

Aquí se ve la caja de los DVD, el tablero de juego y el libro que indica qué episodios hay en cada disco:

El interior de la caja está dividido en 3 secciones. Lo de la foto anterior está debajo de la sección central, donde se ven las siluetas de los protagonistas. Las pequeñas secciones laterales contienen otros elementos:

Los DVD vienen en carpetas. Si las abres, son así:

Laas seis carpetas, de las seis temporadas:

Y aquí están los elementos: una carta, las piezas para jugar al juego de Jacob y el hombre de negro, un ankh y una linterna de luz negra, porque se supone que hay todavía más pistas entre caja y demás.

Esto es un lateral de la caja:

El detalle simpático. La caja de envío parece ser la caja de distribución y llevaba una etiqueta indicando en qué momento había que exponer el producto. Me encanta la traducción al español:

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The Invisible Gorilla: and other ways our intuition deceives us de Chritopher Chabris y Daniel Simons

Si viésemos el mundo tal y como es, nuestras vidas serían como la de Funes, el memorioso, el gran personaje de Borges. Viviríamos todo el día sin salir de nuestra habitación a oscuras, reconstruyendo durante todo un día un día completo con la máxima precisión, incapaces de olvidar o si quiera pensar. Si podemos pensar es precisamente porque no nos consume lo innecesario, no nos distrae lo que nos sirve ahora mismo. Las repeticiones periódicas, lo que no cambia, el fondo, es algo que podemos ignorar con tranquilidad. Y si ya sabemos que una situación se va a desarrollar de cierta forma, no hay razón para preocuparse por posibles variaciones. Ésos son ejemplos de cómo opera nuestra mente. Es un sistema que funciona.

Hasta que, por supuesto, deja de funcionar.

Habitualmente de la forma más estrepitosa.

The Invisible Gorilla va de los atajos que empleamos para no tener que lidiar con la complejidad del mundo. Nuestro cerebro extrae del mundo los datos más salientes e inmediatamente nos ofrece un veredicto. Normalmente todo funciona bien porque el cerebro aplica heurísticas que se han demostrado razonablemente válidas. Es poco habitual que caminando tranquilamente choquemos con una lámina de vidrio, por lo que rara vez tenemos en cuanta esa eventualidad. Sólo somos dolorosamente conscientes de esa posibilidad cuando chocamos con una de esas modernas puertas prácticamente invisibles.

Por desgracia, no se nos da nada bien ser conscientes de lo que no sabemos, por lo que ante la ausencia de la sensación de desconocimiento, lo que tenemos es una sensación de certidumbre. El resultado es una imagen fatalmente distorsionada de lo que somos capaces de hacer, una opinión sobrevalorada de nuestras capacidades mentales.

The Invisible Gorilla detalla esas certidumbres cotidianas, de esos engaños que pueden llegar a controlar nuestros procesos mentales. El título deriva de un llamativo experimento. Un vídeo con jugadores de baloncesto pasándose el balón. Se pide a una persona que cuente el número de pases de los jugadores vestidos de blanco. En un momento dado del vídeo, una persona vestida de gorila entra en la imagen, llega al centro, se golpea el pecho y vuelve a salir. Asombrosamente, un 50% de las personas que ven el vídeo no ven el gorila. La idea choca totalmente contra lo que creemos sobre nosotros mismos. Es imposible pensar que algo así pudiese pasar sin que no nos diésemos cuenta. Pero si una tarea exige concentración, en ocasiones lo hacemos hasta tal grado que nos quedamos ciegos para todo lo demás. Tampoco importa, si el gorila no afecta a lo que queremos conseguir con lo que sea que estuviésemos haciendo. A menos, claro, que…

A menos que vayamos por la carretera y una moto se nos meta delante, una moto que era perfectamente visible hasta ese momento pero que no habíamos percibido. O que llevemos a la superficie un submarino sin darnos cuenta de que hay un barco justo delante. O que pasemos junto a la escena de un crimen sin ver lo que está pasando. Todos ellos ejemplos que se comentas y diseccionan en el libro.

¿Y cuáles son las formas más estrepitosas en las que pueden fallar nuestra percepción del mundo? Pues son 6, que se analizan en otros tantos capítulo: creemos que percibimos del mundo más de lo que creemos; creemos recordar mejor de lo que realmente somos capaces de recordar, y es más, la memoria es tremendamente fluida y maleable; creemos que somos mejores a una tarea -jugar al ajedrez, por ejemplo- de lo que somos realmente porque desconocemos los límites de nuestras habilidades (los verdaderos maestros en algo tienen bien claros esos límites); es más, otra, creemos saber más de lo que realmente sabemos y creemos que tenemos en nuestra mente conocimientos que realmente no están ahí, todo porque confundimos lo que sucede con la razón para que suceda; peor aún, llegamos rápidamente a conclusiones basándonos en correlaciones puramente espurias; y la más insidiosa de todas, creemos que nuestra mente contiene un gran potencial que espera ser despertado, y si es con un método fácil e indoloro, mejor.

Al final, los autores no concluyen que no debamos guiarnos por nuestra intuición, sino que no debemos situar la intuición por encima de todo. Después de 200 páginas demostrando cómo puede fallar estrepitosamente, hacen un llamamiento a que seamos un poco más racionales y que tengamos en cuenta la situación en la que nos encontramos antes de recurrir a un método u otro. También dejan un mensaje de esperanza. Saber que tenemos esas tendencias negativas debería ayudarnos a estar al tanto y tener siempre en cuenta la posibilidad de haber cometido un error.

Un error más que humano.

Error que la lectura de este libro te ayudará a mitigar.

[50 libros] 2010

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Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao

bajo el influjo del cometaHay algo realmente curioso en la forma de escribir de Jon Bilbao. Ha desarrollado un estilo que planta una gruesa capa de distanciamiento entre el lector y lo que está contando. Pero curiosamente lo hace para implicarte emocionalmente más en las historias. Porque el efecto final de ese distanciamiento es dejarte una sensación de algo inevitable, de una sucesión de acontecimientos que derivan inexorablemente hacia una conclusión que no se puede modificar de ninguna forma. Es un distanciamiento que te implica todavía más como lector pero a la vez te provoca el desasosiego de saber que estás leyendo algo que ya está definido, que los personajes no podrán hacer nada por alterar el resultado final (aunque tú no sabes cuál es). Evidentemente, pasa así con toda literatura, pero lo habitual es que el autor te intente provocar la sensación de que estás presenciando algo que está sucediendo «ahora».

No es así con Jon Bilbao, quien en ocasiones no vacila en saltar en el tiempo y contarte el futuro de los personajes, lo que les sucederá muchos después de que la historia termine. También se aprovecha de un estilo de escritura casi clínico, que finge contar con objetividad lo que fuera que sucedió –incluso cuando, rara vez, se narra en primera persona- pero que no renuncia a explosiones de color cuando las considera preciso. Y tampoco hay diálogos. O mejor dicho, sí los hay, porque se nos dice lo que los personajes dijeron y en el orden en el que lo dijeron, pero no hay la pretensión de mostrar las conversaciones como si estuviesen sucediendo en realidad, frente a nosotros. Es un elemento más, una capa más de distancia que te aleja del relato… y que luego te devuelve a él. Es uno de los muchos placeres que se derivan de leer su obra.

Mezclando esos elementos y algunos más, Jon Bilbao provoca esa sensación absoluta de desasosiego, de inquietud. En sus relatos, el mundo es siempre mayor de lo que se está contando, siempre queda más espacio por explorar. Lo que sucede no es sino una pequeña fracción de todo sobre lo que se podría escribir. En ocasiones, hay elementos fantásticos –»Bajo el influjo del cometa», con sus grandes zonas apagadas-, en otras, lo fantástico se da a entender sin hacerse nunca explícito –»Soy dueño de este perro». Pero en la mayoría de los casos, las situaciones son raras y fuera de lo común, pero no sobrenaturales. Poco importa su preciso carácter. Estos relatos plantean una visión diferente, otra forma de mirar el mundo.

Bajo el influjo del cometa (Editorial Salto de Páginas. ISBN: 978-84-937181-5-2. 256 pp. 19,50 €) está compuesto por ocho cuentos de los más variados. Las situaciones son muy diferentes y están epletos de fascinantes detalles sobre los personajes. Es más, los personajes son perfectamente normales. Si hay alguna anormalidad, surge precisamente de esa normalidad fundamental. Reaccionan de forma humana, no como cabría esperar de personajes literarios; reaccionan con lo que interpretamos como cierta arbitrariedad, pero también guiándose por sus convicciones más profundas. De hecho, las tramas del libro surgen precisamente de las respuestas que personas normales dan a problemas que quizá no lo sean del todo.

Un buen ejemplo es «Un padre, un hijo», la historia de dos hombres marcados por el recuerdo de una madre, que se embarcan en una especie de viaje espiritual –que no lo es- y que acaban revelándonos detalles de sus personalidades. La conclusión final deviene puramente de lo que ellos hacen y sienten, pero también en cierta forma quedó fijada muy en el pasado. Algo parecido sucede en «Bajo el influjo del cometa», donde una zona sumida en una noche perpetua es el lugar ideal para que lo cotidiano dé paso a una forma curiosa de justicia, o quizá a una rotura menor del orden social. O incluso «Una victoria parcial», donde la aparición de una ballena varada es la excusa para una forma llamativa de terapia familiar.

O si no, mi preferido de toda la colección: «Los espías». Como casi todos los cuentos de esta recopilación, empieza de una forma y termina de otra. De hecho, es tan potente el tirón del lugar común, que no te esperas el cambio. Se inicia con una familia que llega a un pueblo y de una pareja que los espía desde la casa de enfrente. La relación «espía-espiado» va mutando lentamente hasta lograr todo un comentario sobre nuestras necesidades sociales.

En cierta forma, ése es el secreto de Jon Bilbao, lo que hacía funcionar El hermano de las moscas. No se trata de un hecho más o menos fantástico, eso no importa demasiado y apenas merece explicación. La utilidad de la situación anómala es precisamente obligar a los personajes a confesarse, a contarnos sus pequeñas miserias. Miserias que finalmente se revelan como perfectamente triviales, porque son las de todos nosotros. Lograr hacerlo como lo hace Jon Bilbao es todo un triunfo.

[50 libros] 2010

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Things the Grandchildren Should Know de Mark Oliver Everett

Mark Everett -más conocido por su nombre artístico: Eels- cuenta en el libro, en el que debe ser el momento más triste, que cuando era adolescente se encontró a su padre muerto en casa. Su padre era el famoso físico Hugh Everett, creador de la interpretación de muchos mundos de la mecánica cuántica. Cuenta también, en su interpretación de lo sucedido, que una combinación de amargura y carácter convirtió a su padre en un hombre distante, que tocar el cadáver fue una de las pocas ocasiones en las que recuerda haber tocado a su padre.

Tuve una época en la que escuchaba su música y la de Belle and Sebastian. Tengo la impresión de que la diferencia principal entre los dos era la siguiente: Eels te engatusaba con una voz de mundo de colorines, ofreciéndote una gominola envenenada, mientras que Belle and Sebastian te preguntaba amablemente si estarías dispuesto a dejarte clavar un puñal oxidado. En ambos casos, acabas con algo en el cuerpo que quizá no querrías tener dentro, una serie de ideas y de visiones del mundo que una vez conocidas ya no se podían olvidar.

La vida de Mark Everett ha estado llena de golpes tremendo, perdiendo a miembros de su familia cercana con un ritmo que casi parece cronométrico. También están las drogas en algún momento, y aparentemente sólo sabe mantener relaciones con mujeres que están locas. Sin embargo, no se puede considerar estrictamente trágica, porque ha encontrado una forma de canalizar sus experiencias y convertirla en canciones. De hecho, en momentos determinados identifica hechos concretos y explica cómo acabaron convertidos en canciones. También, a juzgar por lo que cuenta, ha logrado hacerlo manteniendo un mínimo de integridad creativa. Es más, al final el libro ejecuta una bucle y vuelve al comienzo. Mark Everett convertido ya en adulto comprende y acepta las limitaciones de Hugh Everett. El rencor, nos dice, te hace sobre todo daño a ti. Todos tenemos problemas, nos dice, y nadie vive en un cuento de hadas. Ni siquiera su padre.

En Things the Grandchildren Should Know, Mark Oliver Everett intenta ser sincero y creo que en general lo consigue. En ocasiones un poco autoindulgente y la narración puede llegar a ser desigual. La persona aparece con todas sus contradicciones, dobleces y espinas, como un ser humano, vamos. Creo que es incluso un libro que vale la pena leer aunque no hayas escuchado jamás de Eels. Y si lo has hecho, creo que te revelará mucho sobre su música.

[50 libros] 2010

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Confessions of a Public Speaker de Scott Berkun

Este libro no es exactamente una guía para aprender a hablar en público. En ese aspecto, es muy fiel a su título. Se trata, efectivamente, de confesiones de un señor que se dedica a hablar en público, sobre todo de los fallos y errores que comete cada vez que se planta frente a la multitud a hablar de un tema. Y eso que él es un profesional.

Me gusta esa aproximación. Primero, porque sus anécdotas son entretenidas de leer, y como no oculta fallos, esa actividad que tanto miedo da (aunque no es la que más miedo produce, como nos recuerda) no es tan temible, que incluso alguien que se gana la vida con ellos puede hacerlo mal, y varias veces en la misma charla. Y encadenando un fallo tras otro va ofreciendo consejos y técnicas para mejorar. Leer este libro no te convertirá en un gran conferenciante, pero es muy probable que te entretenga, que aprendas un par de trucos y que acabes con una buena comprensión de esa profesión tan curiosa.

[50 libros] 2010

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Rimero de enlaces

Enlaces que me han llamado la atención:

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Should you judge this book by its cover?: 100 fresh takes on familiar sayings & quotations, de Julian Baggini

Los refranes, citas y dichos, esas maravillas de la cultura humana que te permiten decir una cosa y la contraria si te apetece. Pueden aconsejar «No por mucho madrugar amanece más temprano» y acto seguido decirte «A quien madruga Dios le ayuda».

Como bien dice el autor, muchas de esas citas y refranes sirven sobre todo para no tener que pensar, para producir una falsa sensación de sabiduría. Convenientemente analizados, esos lugares comunes revelan detalle y sutilezas que en algunos casos los invalidan, en otros limitan considerablemente su aplicación o, en algunos casos, les dota de nuevo sentido.

Y a esa valiente valor se enfrenta Julian Baggini con el mismo entuasismo por la divulgación filosófica que ya ha demostrado en otros libros. Los comentarios ocupan apenas dos páginas -se publicaron originalmente en prensa- por lo que no dan para muchas profundidades. Por suerte, el autor sabe meter el número adecuado de condicionantes en ese limitado espacio. El libro está en inglés, por lo que los refranes y citas también lo están. Es un problema en los pocos casos en los que no hay un buena equivalencia en español. Por lo demás, entretenido e interesante.

Dichos, refranes y citas pueden encapsular una parte de la realidad. En la mayoría de los casos, lo difícil es saber qué parte.

[50 libros] 2010

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