Los mejores relatos de ciencia ficción, de Ricardo Bernal (selección y prólogo)
Este volumen, Los mejores relatos de ciencia ficción, está claramente dirigido a un público juvenil. Quizá eso explique que ningún cuento sea realmente moderno, que los temas tratados sean los habituales de la ciencia ficción pero sin más honduras de las estrictamente necesarias. Se trata, en suma, de una antología convenientemente domesticada, para consumo de un público que sin bien puede tener simpatías hacia el género no es necesariamente lector habitual. Eso claro, la torna ideal como antología de introducción o iniciación.
No es por ello que los cuentos sean malos. Todos tienen una calidad más que aceptable y son agradables de leer. Como ya he dicho, no hay nada realmente extraordinario y no se ha intentado manifestar el abanico temático de la ciencia ficción. Entre los menos satisfactorios tenemos: «Exilio» de Edmond Hamilton, con una idea que quizá sorprendió en su día pero que es hoy tal cliché que es difícil no averiguar el final nada más empezar a leerlo; «Lección de historia» de Arthur C. Clarke, que no es más que una de sus habituales bromas en forma de cuento, agradable de leer e irónica pero lastrada por su forma; y «Recuerdo perdido» de Isaac Asimov, que trata de seres del futuro que añoran cuando era maravilloso ser humano.
Mas satisfactoria es el resto de la aportación anglosajona. «El sexto palacio» de Robert Silverberg es una agradable historia sobre tesoros perdidos y guardián temible que termina con un adecuado giro irónico. «El ruido del trueno» de Ray Bradbury combina la ucronía con el viaje en el tiempo mostrando las terribles consecuencias de incluso el acto más pequeño. «Deserción» de Clifford D. Simak es el tipo de historia que uno esperaría de su autor: lírica y pastoral, a pesar de situarse en Júpiter, pero que sin embargo consigue reflexionar con cierta hondura sobre la experiencia de «el otro».
Pero tres cuentos forman claramente lo mejor del volumen. El más magistral y mejor contado es «El nuevo acelerador» de H.G. Wells (es interesante observar que el mejor cuento de una antología de ciencia ficción tiene ya un siglo) que comienza como lo que parece un informe más o menos interesante sobre una nueva droga milagrosa y acaba siendo algo completamente distinto, en un giro inesperado y que demuestra la gran capacidad que tenía Wells para la crítica social. «De cómo Ergio el autoinductivo mató a un carapálida» de Stanislaw Lem trae, junto con Wells, un cierto aire diferente al trasladar las preocupaciones básicas de la ciencia ficción a un ambiente fantasioso y juguetón, donde la cibernética convive con los dragones. Y por último, «Lo recordaremos por usted perfectamente» de Philip K. Dick que sirvió de base a la película Desafío total. Lo único a comentar de este cuento es que se conserva sorprendentemente bien, y que los juegos irónicos de la trama siguen siendo dignos de su autor (y que incluso sorprende en la relectura).
Ya ven. Nada es realmente desconocido, y casi cualquier aficionado al género habrá leído la mayoría de los relatos incluidos. Aún así, no deja de ser una antología de calidad a muy buen precio.
Publicado originalmente en El Archivo de Nessus, 2000
Aparte de escribir buenas novelas de ciencia ficción (o cómo se llame lo que hace), Neal Stephenson tiene otra faceta más periodística. No está tan marcada como la de Bruce Sterling, quien ha dedicado muchos esfuerzos a informar desde cinco minutos en el futuro, pero es muy interesante, centrándose sobre todo en el mundo de la informática y las tecnologías avanzadas de comunicación. Y aquí es donde Neal Stephenson gana a muchos de los que tratan esos temas: él realmente entiende el fundamento técnico. No es que sus comentarios sean análisis secos de posibilidades tecnológicas, más bien todo lo contrario. Son piezas llenas de opiniones, subjetivas y claramente escritas por una persona en concreto, pero una persona cuya opinión merece tenerse en cuenta porque demuestra conocer bien el campo sobre el que escribe.
Neil Gershenfeld es un tecnólogo singular. Defiende muchas ideas innovadoras y avanzadas sobre cómo deberían funcionar los ordenadores, pero lo hace siempre desde el punto de vista humano. Por ejemplo, ¿a qué debería parecerse un ordenador portátil? Pues a un libro. Un libro se puede llevar a cualquier sitio. La resolución es impresionante y puede leerse incluso en las condiciones de iluminación más extremas. Pesa poco. No consume energía. Carga instantáneamente. Es resistente (se cae al suelo, y no pasa nada). Es fácil de anotar. El acceso es rápido a cualquier parte. Visto así, al ordenador portátil le queda mucho camino por recorrer. Y ésa es, precisamente, la perspectiva de Gershenfeld: las personas no debe adaptarse a las máquinas sino las máquinas a las personas. Y su ideal es un mundo en el que nadie piense en los ordenadores porque estarán por todas partes (pero tampoco se trata de fantasías absurdas de inteligencias artificiales por todas partes, sino de objetos comunes que conservarán su función, pero la ejecutarán mejor). Todo lo que nos rodea, será un poco más inteligente y cumplirá mejor con su función, que es servir a las personas (por ejemplo, ¿por qué el teléfono se empeña en sonar cuando no podemos cogerlo, o cuando llama alguien con el que no queremos hablar? ¿Por qué los relojes no son capaces de ponerse en hora solos? ¿Cómo es posible que mi cafetera todavía no sepa cómo me gusta el café?).
Rincewind va a Australia.
Manuel Rivas es poeta y periodista. Quizá eso explique su literatura. Lo de poeta no implica el uso de términos raros y oscuros, más bien todo lo contrario: precisión y corrección. Y también es uno de esos raros periodistas, más raros aún hoy en día, capaces de mirar en el interior de las personas, no con sensiblería sino con verdadero deseo de entender y con ternura. La concreción escueta casi de miniaturista y el examen atento de la realidad se combinan en este volumen de cuentos, historias que podían haberse quedado en meras anécdotas de no ser por la visión de su autor.
Teresa Simons, agente del FBI y nacida en Inglaterra, ha perdido a su esposo Andy Simons, también agente del FBI. Andy investigaba los ataques repentinos de violencia, esas personas que de pronto cogen un arma y salen a la calle disparando a todo lo que se mueva. Y murió cuando asistía/predecía una de esas situaciones. El tirador, aparentemente reducido, tenía todavía una última bala. La suya.
Pátera Seda recibe la iluminación del apartado dios el Extraño mientras juega a la pelota. Sabe entonces que debe hacer todo lo posible por salvar su manteón, aunque para ello tenga que robar, con la esperanza de que los dioses vuelvan a manifestarse en las Ventanas, especialmente, el Extraño, el dios que está fuera del mundo. Para ello se enfrentará a Sangre, será capturado, tendrá que exorcizar un burdel y acabará siendo propuesto por el pueblo como nuevo caldé de su ciudad de Virón.
Conocido especialmente como estudioso de la religiones (recordar ese espléndido ensayo que es El mito del eterno retorno, o Diccionario de las religiones, en colaboración con Ioan P. Couliano, como testamento de su obra), Mircea Eliade fue también un escritor de ficción, considerado como uno de los autores más valiosos en su país de origen, Rumania. Su literatura se nutre de sus estudios en los mitos y las religiones, extrapolando a partir de los arquetipos repetidos como si de ciencias duras se tratase. Por tanto, siempre hay algo extraño en Eliade, nunca sabe uno si la acción tiene una explicación terrenal, o realmente hay un trasfondo místico que es la causa de todo.