The Sense of Style
Es de Steven Pinker que al menos de lenguaje sabe. Por otra parte, ese subtítulo –“The Thinking Person’s Guide to Writing in the 21st Century”– (que seguro no eligió él) echa bastante para atrás. Veremos qué tal.
Es de Steven Pinker que al menos de lenguaje sabe. Por otra parte, ese subtítulo –“The Thinking Person’s Guide to Writing in the 21st Century”– (que seguro no eligió él) echa bastante para atrás. Veremos qué tal.
La serie The Leftovers ha sido la gran sorpresa del verano, una excelente exploración de… bien, de algo. Es evidente que a la serie le importa bastante poco su premisa inicial: un 2% de la humanidad desapareció súbitamente en el mismo instante. En los pocos momentos en los que vemos a algunos de los desaparecidos, en los pocos flashbacks que la serie ofrece, esos personajes son meras comparsas, elementos necesarios para comprender la situación de los personajes realmente importantes: los que quedaron en la tierra.
En esencia, The Leftovers es una serie sobre un horror tan fundamental que no puede ser representado en la pantalla. Lo sucedido es un hecho tan inaudito, tan desproporcionado, que muestra un universo todavía más extraño de lo que pensábamos y todavía más indiferente a las necesidades humanas. Mostrar la desaparición, y ya no digamos “explicarla”, reduciría esa sensación total de lo incomprensible.
En The Leftovers is TV’s best exploration of depression se interpreta que se trata de una serie fundamentalmente sobre la depresión, repleta de personajes que ya no pueden vivir normalmente en el mundo. El punto central es el momento del episodio 9 donde, por fin, vemos el instante justo de la desaparición, pero, lo que es importante, sólo desde el punto de vista de los que se quedaron, con la luz de la esperanza apagándose súbitamente:
Some might criticize this sequence for not directly depicting the moment of departure. Some might suggest the show is looking away from its central horror, the unanswerable that drives all of the characters endlessly. But in baldly metaphorical terms, The Leftovers is depicting that central horror. It’s showing light turning to dark in an instant, people who thought they knew their universe being rocked.
See, The Leftovers isn’t really a show about how 2 percent of the world’s population disappeared, or about living through grief. It’s not about post-traumatic stress disorder, or even the mysteries at the center of its conceit, really. No, The Leftovers is a show about depression. And it might be the best show on that topic in television history.
La depresión, añade luego, es muy difícil de tratar en una serie de televisión. No ya porque un personaje deprimido pueda o no ser interesante, sino porque el centro mismo de la depresión es un horror que mora en el interior de la persona, que ejerce todo su poder desde una posición inaccesible y posee un carácter prácticamente indescriptible. Según esa interpretación, la grandeza de la serie radicaría precisamente en extraer el núcleo de la depresión de su subjetividad radical y convertirlo en un hecho objetivo del mundo que todos los personajes experimentan y sufren.
Es una interpretación más que interesante y muchos aspectos de la serie cobran un sentido mucho más amplio vistos desde ese punto de vista. Especialmente en el caso de Nora, un personaje que muestra muchos rasgos depresivos y es probablemente el ejemplo más perfecto de la tesis.
Pero también creo que hay otros aspectos que la serie explora y que no están directamente relacionados con la depresión, o al menos no tan directamente.
Un caso es el tercer episodio que trata casi completamente de nuestro empeño en encontrar señales, indicaciones de cuál debe ser nuestro comportamiento, en el mundo. El personaje protagonista, un pastor de iglesia, cree ver continuamente la acción de la Providencia divina. En hecho puramente aleatorios cree ver mensajes. Pero la moraleja del episodio es que el mecanismo que hace que le mente humana encuentre patrones con facilidad le traiciona una y otra vez. El mundo de The Leftovers es puramente indiferente a los humanos y cualquier señal es siempre falsa. No hay mensajes a recibir no simplemente porque no los haya, sino porque no hay nadie que pueda emitirlos.
Algo similar sucede en el capítulo 4 que explícitamente comienza con un montaje que deja claro que el muñeco que será el centro de la mayoría del episodio es eso, un simple muñeco, fabricado por manos humanas y producido en miles de copias idénticas. Sin embargo, en el resto del episodio distintos personajes, a pensar de entender que es un muñeco comprado en una tienda, no pueden evitar dotarlo de contenido simbólico, de colocarlo en lugar de eso otro que tienen, desean o temen.
Para algunos se convierte en un símbolo religioso, al ser empleado como niño Jesús en un belén, y luego pasa a ser símbolo de toda la comunidad y del orden a preservar. En cualquier momento podría haber sido sustituido por otro muñeco idéntico comprado en la misma tienda, pero a esas alturas del episodio ya representa cosas (el sentido del deber del jefe de policía) que se no pueden pagar con dinero y el muñeco reemplazable se vuelve único. Para los jóvenes del pueblo, representa la posible rebeldía contra el mundo, y por eso lo roban de su pesebre. Pero luego la hija del policía es incapaz de destruirlo porque se transforma de nuevo en símbolo de otro vínculo que no está dispuesta a romper.
Curiosamente, toda esa cadena de símbolos se rompe cuando aparece otro niño Jesús para sustituir al robado. Un niño Jesús más niño Jesús que el muñeco original, al exhibir muchos más de los rasgos tradicionales asociados al belén. Sólo un símbolo más potente es capaz de eliminar el peso simbólico del objeto recién encontrado. La búsqueda incesante de ese muñeco por todo el pueblo, sus distintos avatares, es siempre la búsqueda de otra cosa y nadie parece ser inmune.
Pero al final el jefe de policía lo ve exactamente como lo que es, lo que era al principio del episodio, un simple objeto de plástico que no tiene mayor importancia. En ese punto el objeto pierde toda su potencia emocional, su poder para representar otras cosas y acaba arrojado sin contemplaciones por la ventanilla del coche. Todo lo que representó, sin dejar de ser nunca puro plástico, fue siempre una proyección de anhelos humanos.
Cuando mi amigo Carlos Mestre me recomienda un anime, yo presto mucha atención. En este caso, The Tatami Galaxy:
Su director, por cierto, es Masaaki Yuasa, creador de ese gran episodio de Hora de aventuras que es “Food Chain” que contiene esta genial secuencia:
El rayo destructor del planeta desconocido
Eso sí, el título en español es tan exquisitamente demencial que se vuelve en su único punto positivo.
Segundo libro tras otro que tampoco conozco llamado Beautiful LEGO. Aparentemente, este segundo está dedicado a los aspectos más dark de las construcciones con Lego, presentando imágenes supuestamente inquietantes. Pero a juzgar por las fotos, tampoco lo parece:
No sé. Habrá que hacer el “sacrificio” de comprarlo y leerlo.
Lo he puesto en mi lista de los deseos, por si algún alma caritativa…
¿Qué es un cyranodroide? Me alegra que me hagan esa pregunta.
El nombre deriva de Cyrano de Bergerac y esa famosa escena en la que el feo protagonista le susurra a un tío guapo lo que tiene que decir para conquistar al objeto común del afecto (sí, ese tipo de obras son un poco raras), combinando de esa forma ingenio (Cyrano) y belleza (el otro) en un nuevo ser.
Básicamente dicen en “Cyranoids”: Stanley Milgram’s Creepiest Experiment:
Imagine that someone else was controlling your actions. You would still look like you, and sound like you, but you wouldn’t be the one deciding what you did and what you said. Now consider: would anyone notice the difference?
Como la mayoría de nosotros suscribe la teoría del homúnculo (aunque no lo admitamos) –es decir, hay alguien dentro de nosotros atareado con la labor de ser nosotros mientras maneja un robot de carne–, básicamente un cyranodroide sería sustituir el homúnculo, poner otro núcleo de personalidad en lugar del habitual. La pregunta horrible o fascinante (depende del punto de vista) es: ¿alguien se daría cuenta?
Pues resulta que una aproximación de esa situación se puede dar experimentalmente. En una habitación dos personas mantienen una conversación. Pero una de ellas, secretamente, no está respondiendo realmente lo que piensa. En su lugar, otra persona en otro lugar, que sigue por audio y vídeo la conservación, le indica remótamente lo que debe decir. En el experimento inicial, con 20 personas, nadie se dio cuenta de que pasaba algo raro.
En el segundo experimento, el actor era un niño de 12 años, mientras que la persona que suministraba las respuestas era un psicólogo social de 37. Algunos participantes pensaban que al niño había sido entrenado, otros que era muy listo, pero nadie se imaginó la verdad
Por una parte, es perfectamente normal. Un cyranodroide no es algo que se encuentre en la vida normal. Si interaccionamos con una persona cualquiera en la calle, no tenemos forma de saber si la personalidad que manifiesta es su personalidad real o está “poseído”. Esas cosas sólo suceden en las películas, y habitualmente la posesión es tan dramática que a efectos del guión es más que evidente.
Pero lo interesante es preguntarse qué pasaría entre personas que se conocen. Sospecho que si un conocido mío se empezase a comportar de otra forma lo primero que se me ocurriría es que ha sufrido algún tipo de alteración cerebral, no que ha sido “poseído” por otra persona. Pero también podría ser que nadie se diese cuenta:
If I started shadowing someone else’s speech, would my friends and family notice? I would like to think so. Most of us would like to think so. But how easy would it be? Do we really listen to each others’ words, after all, or do we just assume that because person X is speaking, they must be saying the kind of thing that person X likes to say? We’re getting into some uncomfortable territory here.
La otra reflexión que se me plantea es simplemente que por mucho que creamos en el homúnculo, que nos sintamos operarios de una enorme grúa de construcción hecha de carne, no es ésa la posición que tomamos para evaluar a los demás. Los demás vienen en paquetes completos. El objeto de carne que tenemos delante es la persona, y en la evaluación de los demás el dualismo que nos aplicamos a nosotros mismos se esfuma.
Ésta es una de mis versiones preferidas. En ocasiones se da la tendencia a tocar las suites para cello de Bach como si fuesen ejercicios mecánicos, una cuestión de puro virtuosismo técnico y de precisión cronométrica. Sin embargo creo que Anner Bylsma la toca como si la música estuviese viva, como si la estuviese tocando ante todo para poder escucharla.