Visualino: Programación visual para Arduino

El amigo Víctor Ruiz se ha montado Visualino, un entorno de programación visual para Arduino:

Así que, ¿qué hace Visualino? Pues es un entorno similar a Scratch: permite crear programas para Arduino como un puzzle. Pero además, permite programar directamente la placa de Arduino y por tanto, hace innecesaria la conexión permanente al PC. Además, los bloques generan el código de C/C++ en tiempo real en una ventana. El entorno es similar al del IDE de Arduino, con las mismas opciones principales: Verificar, Subir, Guardar, Cargar y Monitor. Puedes ver cómo se usa Visualino en este vídeo:

Visualino hace uso de varios otros proyectos para ofrecer una herramienta de lo más útil. Requiere el uso del IDE de Arduino 1.6, pero aparte de eso, la instalación es muy simple (aunque probablemente tengas que configurar dónde está Arduino) y esa forma de programar Arduino resulta muy cómoda.

Lo estoy usando en mi Mac y por ahora encantado.

La documentación está en español y de regalo How to measure voltage with Arduino que explica cómo usar Visualino para crear un medidor de voltaje (por desgracia por ahora la explicación está en inglés).

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Para 100 metrónomos

Poème Symphonique para 100 metrónomos de György Ligeti. Por lo visto fue una pieza controvertida. La wiki cita a Ligeti diciendo:

but a special sort of critique, since the critique itself results from musical means. … The “verbal score” is only one aspect of this critique, and it is admittedly rather ironic. The other aspect is, however, the work itself. … What bothers me nowadays are above all ideologies (all ideologies, in that they are stubborn and intolerant towards others), and Poème Symphonique is directed above all against them. So I am in some measure proud that I could express criticism without any text, with music alone. It is no accident that Poème Symphonique was rejected as much by the petit-bourgeois (see the cancellation of the TV broadcast in the Netherlands) as by the seeming radicals…. Radicalism and petit-bourgeois attitudes are not so far from one another; both wear the blinkers of the narrow-minded. (Ligeti, cited in Nordwall 1971, 7–8)

Me encanta la equivalencia final qeu hace entre las actitudes radicales y burguesas, que le resulta (y suelen ser en mi experiencia) igual de miopes.

La obra son 100 metrónomos. Tras un momento de silencio se les pone en marcha y se les deja acabar. Es fascinante escuchar los momentos en que parecen sincronizarse. Y también, el último y solitario metrónomo antes de parar.

Y aquí una versión György Ligeti – Poème Symphonique for 100 metronomes:

The score calls for a long silence and then up to an hour of ticking. We decided to shorten this considerably. The metronomes are supposed to be fully wound but we had to limit that to 13 turns on average (more for faster tempos and fewer for slower tempos). A team of festival volunteers, cooks, and musicians then set them off, on cue, as quickly as possible for escaping.

Y una crítica The Music Salon: Ligeti: Poème Symphonique for 100 metronomes:

Never forget to entertain the possibility that the composer is just out to make fun of us.

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La hipótesis de Riemann

Un vídeo excelente sobre la hipótesis de Riemann. La verdad es que a las explicaciones de matemática el vídeo le sienta muy bien, aunque también es verdad que Edward Frenkel (del que me estoy leyendo ahora mismo su libro, Love and Math, que es una maravilla) tiene un gran talento para explicarse. Entre él, un rotulador y una enorme hoja de papel…

Y de propina, y relacionado, un vídeo donde explica eso de que la suma de todos los naturales da –1/12. Es la primera vez que lo entiendo:

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Sakura

De aprender a apreciar el Sakura 桜

No es solo una flor, es todo lo que ella representa. El cambio del frio al buen tiempo, de los cielos grisáceos del Tokio invernal a los cielos azules primaverales teñidos por el blanco del sakura. El gentío sonriente inundando calles y parques de la ciudad, haciéndote olvidar de la constante masa de hombres de negocios (salaryman) vestidos con trajes oscuros que llenan las estaciones a horas punta.

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Pandora by Holly Hollander, de Gene Wolfe

Pandora by Holly Hollander es la novela más desconcertante que le he leído a Gene Wolfe. Y lo es precisamente porque no lo parece. Parece ser justo lo que parece ser: una novela de misterio con sus asesinatos, sus sospechosos, sus confesiones en cadena y la gran revelación final. Nada más simple y más sencillo.

Lo cual es imposible, porque se trata de una novela de Gene Wolfe. No hay novela de Gene Wolfe sencilla. La “novela simple” de Gene Wolfe pertenece al orden de los animales mitológicos.

Veamos.

Está Holly Hollander, una adolescente que vive con sus padres en una gran casa, porque su familia es propietaria de una empresa de cajas fuertes (ya saben, de esas que se usan para ocultar secretos). Ella es la narradora, nada de fiar, del libro. Es más, se supone que lo ha escrito ella y Gene Wolfe se ha limitado a hacer correcciones, sobre todo en lo que a puntuación se refiere (aunque ha respetado su amor por las cursivas).

Sabemos que a Holly le gusta mucho su caballo, no le cae nada bien su madre y se lleva bastante bien con su padre. Su madre es una dama de sociedad de gran belleza que está teniendo una aventura con el cerrajero del pueblo (Barton, por lo visto basado en la residencia real de Gene Wolfe). También participa en las obras benéficas locales, en particular una feria de antigüedades para que la de Elaine, la madre, ha comprado una caja cerrada que lleva la ominosa inscripción Pandora (se me escapa cómo puedes comprar una caja que pone eso y plantearte abrirlo. Pero lo vamos a dejar ahí). La idea es que el cerrajero (atormentado veterano de Vietnam) abra la caja y el afortunado ganador de una rifa se lleve lo que sea que hay dentro.

O al menos ése es el plan hasta que la caja Pandora estalla matando al cerrajero y al ganador, hiriendo a Holly y provocando innumerables destrozos. Lo peor es cuando se descubre que la explosión la provocó una bomba sin explotar de la segunda guerra mundial, que el padre de Holly (veterano de esa contienda) se había traído como amuleto de buena suerte: en su día podría haber estallado, matándole, pero no lo hizo.

Y pronto, otro crimen más. El tío Herbert muere tiroteado en el aparcamiento del hospital donde tienen ingresada a Holly tras la explosión (por heridas en una pierna). ¿Quién es el tío Herbert? Pues el verdadero dueño de la empresa, que lleva años ingresado en una institución psiquiátrica (de la que acaba de escapar) por haber matado a su mujer, y que estaba en el hospital de camino a ver a Holly.

Y como dije antes, lo habitual. Un detective, varios sospechosos, Holly comentando sobre la vida de todos los que encuentra, varias construcciones aparentemente lógicas sobre lo que ha sucedido y que apuntan a esta u otra persona, una gran revelación final y la justicia que se restaura.

Pero el problema es que el asesino jamás confiesa. Es más, todos –Holly la primera– saben que están metidos en una historia de detectives y en ocasiones comentan lo que debería suceder siguiendo el cliché y se aseguran de no hacerlo. Y encima, el detective se llama Aladdin Blue. Si eso no es un cartel de neón en una noche despejada sin luna diciendo que la novela no es lo que parece no sé lo que puede ser (la novela está dedicada a Aladdin Blue y David G. Hartwell. Éste último es una persona real y el editor del libro).

Y si conoces la obra de Gene Wolfe, aparecen varios de sus elementos recurrentes: la rosa, la sangre, los personajes que van contando sus ideas como una serie de progresiones lógicas (y si se desvían, nunca olvidan el punto en el que se quedaron y esa cuestión se retoma posteriormente). Los personajes de Gene Wolfe tienen sobre todo la tendencia a contar lo que saben, y cuando mienten, cosa que hacen continuamente, es sobre todo por omisión.

Y luego está Holly, de la que no puedes creer nada de lo que dice. Mantiene una cierta relación con Aladdin Blue (antiguo abogado que pasó un tiempo en la cárcel de la que salió convertido en criminólogo, que no detective) como si este fuese su mentor. Luego, está claro que no soporta a su madre, que la propia Holly tenía ciertos sentimientos hacia el cerrajero, que ha leído demasiadas novelas de misterio y que hace afirmaciones sobre los demás que podrían aplicársele a ella misma sin problemas.

Ahora que he leído esta novela por tercera vez, la situación es la siguiente: no hay ninguna razón para creer que la última “elucubración sobre cómo sucedió todo y sus motivos para que sucediese” es más real que cualquiera de las anteriores. A varios personajes se les acusa, y pocas páginas antes del final, un personaje hace una confesión deliberadamente falsa. La inducción nos llevaría a pensar que ésa es la tónica de la novela, que todas las acusaciones son mentira, que al final no se descubre la verdad, que el asesino del cerrajero (Larry Lief) y el tío Herbert sigue suelto y ha logrado salirse con la suya.

El último gran cliché de las historias de misterio sería ése: al final se descubre al asesino. Si la historia concluye, la última acusación es la verdadera. La sospecha es que Pandora de Holly Hollander subvierte incluso ese último cliché, que el hecho de que se acaben las páginas no implica que se haya llegado a la verdad. Una novela que se deleita dando tantas vueltas a los lugares comunes del género ha trastocado uno de los más sagrados: al final no hay justicia y no se restablece el orden en el mundo.

Eso, o simplemente la novela no tiene nada de especial. O mejor dicho, su giro final es ser sencillamente justo lo que es, pero hacerte creer que hay algo más, que hay un sentido oculto que no has logrado desentrañar siendo en realidad la más simple de las historias de detectives.

Cosa que, conociendo a Gene Wolfe, no me sorprendería nada. Sería diabólico, pero no sorprendente.

PS: Devuelvo la novela a su cajita. En unos años la leeré por cuarta vez. A lo mejor entonces…

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¿Quién inventó internet y la web?

Las respuestas a ese tipo de preguntas suele ser complicada.

Who invented the World Wide Web and the Internet?

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When ‘A’ claims they invented ‘X’ as a sociologist of technology my default position is often to respond with scepticism: as I did when I saw this picture above. I understand why Sir Tim Berners-Lee and Vint Cerf would claim they invented the World Wide Web and the Internet respectively. The status of inventor gives each of them a public plinth from which they can discuss how they think digital technology should be mobilised for the benefit of society. Examining their claims to fame is not an attempt to debunk these men’s status: it’s an exercise to show that technology never emerges in isolation. The sociology of technology tells us the invention and development of the Web and the Internet, like all technology, has to be understood within a broader social context that involves networks of people and technology as well as cultural values. I can’t do this statement justice here. By applying this logic to these t-shirts in the picture above I can, however, begin to show the value of the sociology of technology.

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