El señor Mee de Andrew Crumey

Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 2002.

El señor MeeUn encantador viejecito, bastante ingenuo y erudito, que vive al cuidado de una de esas asistentas que debe asegurarse de que coma, descubre un día, después de una serie de coincidencias borgeanas, una referencia a la misteriosa Enciclopedia Rosier. Desesperado por saber más de ella, sigue el consejo de sus asistenta y decide buscar en Internet (después, claro, de la obligada compra y adecuada configuración de un ordenador). Lo que se encuentra es la fotografía de una señorita desnuda que lee con interés el libro Ferrand y Minard: Jean-Jacques Rousseau y la búsqueda del tiempo perdido.

Simultáneamente, el autor del libro mencionado (Ferrand y Minard: Jean-Jacques Rousseau y la búsqueda del tiempo perdido) tiene sus propios problemas y reflexiona sobre su vida y el libro que quería escribir (¿El señor Mee?) mientras entra y sale de consultas médicas y recuerda a la señorita que fue su amante y que parecía haber entendido muy bien su libro (Ferrand y Minard: Jean-Jacques Rousseau y la búsqueda del tiempo perdido).

Y mientras tanto, no hay dos sin tres, en el París de mediados del dieciocho, dos copistas, Ferrand y Minard, se conocen en un encuentro que haría las delicias de Flaubert y forjan una amistad cuyas consecuencias no son capaces de medir. Amistad que se tensa cuando deben huir de París aparentemente perseguidos por las autoridades que desean apropiarse del libro que han estado, en un encargo bastante misterioso, copiando: la Enciclopedia Rosier.

Valoración: 4 estrellas de 5

Ediciones Siruela. Madrid. 2001. Título original: Mr Mee (2000). Traducción: José Luis López Muñoz. 348 páginas. ISBN: 8478445722.

Y como era de esperar, van a dar junto a la casa de Rousseau, al que, primero sin desearlo, le hacen la vida imposible.

El señor Mee es la cuarta novela de Andrew Crumey, este escocés dedicado a retorcer los textos literarios a la manera de Calvino o de Borges. También, es la mejor de la cuatro.

La primera, Music, in a foreign language era una especie de combinación, no demasiado exitosa, entre Si una noche de invierno un viajero y 1984 en la que por medio de una historia dentro de una historia dentro de una historia dentro de una historia recurrentemente conseguía perder, con anuencia, al lector.

Sus dos obras posteriores se apartaban de la visión realista cruda de la primera y trataban más de un cierto mundo fantástico. Pfitz trataba de ciudades inexistentes y D’Alembert’s Principle… pues de eso, del Principio de D’Alembert (también, por cierto, un tríptico).

Pero es en El señor Mee donde consigue su más perfecta mezcla entre la obra autorreflexiva que se comenta a si misma, y la trama compleja llena de escaleras que suben hacia abajo y bajan hacia arriba. Pero El señor Mee es también una novela tremendamente divertida, lleno de ingenio juguetón, donde los juegos narrativos divierten al lector que se encuentra preguntándose a dónde va a parar todo esto. Es una novela filosófica, sí, pero también es un juego filosófico que arranca más de una sonrisa.

¿Qué dice la misteriosa Enciclopedia Rosier? Aparentemente, por lo que se puede reconstruir a partir de las pistas que se dan, trata de un temprano descubrimiento de la mecánica cuántica, de la realidad efímera y fantasmagórica de la… bueno, de la realidad.

Y, sin misterio ninguno, de eso va precisamente El señor Mee.

Andrew Crumey, que es físico teórico, se me olvidaba comentarlo, no escribe novelas donde aparecen misteriosos fenómenos físicos, tampoco escribe novelas sobre la vida de los científicos que estudian misteriosos fenómenos físicos, lo que escriben son novelas que en sí mismas son fenómenos físicos.

El señor Mee es una deliciosa novela cuántica. Extraña, sorprendente, donde la existencia no está nada clara, donde la riqueza puede aparecer de la nada, donde un personaje puede ser y no ser. En la que las ondas de probabilidad pueden viajar de una página a otro para hacer, en su confluencia, que lo imposible sea inevitable.

Y en la que puede, por cierto, asombrosamente, recuperarse el tiempo perdido.

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1 pregunta: Fabrizio Ferri Benedetti

La cosa humedaFabrizio Ferri Benedetti, «Algernon» (como el ratoncito de laboratorio de Flores para Algernon), responsable de La cosa húmeda, responde a esta entrevista de una pregunta.

¿Cuál es tu visión del cine italiano?

Creo que el cine italiano tiene cuatro etapas. La primera es la del cine del bueno, en blanco y negro, que viene a resumirse en las buenas películas neorealistas de los ’50 (Visconti, De Sica, Rossellini, Antonioni), el cine de Pasolini, etcétera. La segunda etapa es la del color, con la Commedia all’Italiana sesentera de Dino Risi, Mario Monicelli, y actores como Mastroianni o Sofia Loren. Supone también el nacimiento del trash. Luego está la etapa de los ochenta y noventa, con películas en su mayoría terribles, la crisi del cinema (que no evitó que naciera una de las mejores revistas italianas del sector, Ciak). Y, finalmente, tenemos la etapa del siglo XXI, con cine de autor hecho por los cuatro mataos de siempre, los de los ochenta, pero más ancianos (Verdone en varias salsas, Tornatore, Pieraccioni, y otros directores toscanos, además de los supervivientes residuales, ya con un pie en la tumba).

Para mi, la esencia del cine italiano es fundamentalmente trash y kitsch. Siempre he desconfiado un poco de los directores italianos que se tomaban demasiado en serio – especialmente Pasolini (con perlas como Salo, resulta comprensible). Como mucho cine de autor europeo, el cine italiano de autor no es a veces un espectáculo para todos los paladares, aunque el Neorealismo le haya dado una dimensión más humana. Las incursiones en géneros como la ciencia ficción (Mario Bava) o el terror (DariO Argento) han sido siempre muy escasas. Por suerte sí existe la brocha gorda en el cine italiano, y en cantidades industriales.

Me refiero, como no, a las comedias sexy de los setenta y principios de los ochenta, con actores secundarios inolvidables, de rostros a menudo monstruosos, caricaturescos, feísimos. El cine de los pedos y los desnudos vulgares, de las hostias dadas con sonidos grabados y de los efectos especiales improbables, un cine cuyos símbolos más conocidos son Alvaro Vitali y Edwige Fenech. Esta corriente cuenta con dos padres prestigiosos, a mi entender: Federico Fellini y Sergio Leone. Su herencia cinematográfica, debidamente diluida en una sucesión de vástagos mutantes, ha acabado por engendrar una descendencia numerosísima de películas mediocres en su día, y ahora recicladas como un género aparte, históricamente significativo y sin duda disfrutable. De Fellini se ha tomado el gusto por la burla y lo grotesco, por los personajes excesivos (quien ha visto «Amarcord» sabrá a qué me refiero), lo absurdo y lo tragicómico, siempre con toques de folklore local; de Sergio Leone se ha tomado el alma del Spaghetti Western (estilo plagiado en docenas de filmes zarrapastrosos) y un lenguaje parodiado hasta lo inverosímil. Es este cine setentero que Quentin Tarantino alabó recientemente en Cannes, levantando duras respuestas por parte de los autores italianos «serios»:

Las nuevas películas italianas son deprimentes. Las películas que he visto en los últimos tres años parecen todas iguales, sólo hablan de: chico que crece, chica que crece, pareja en crisis, padres, vacaciones para disminuidos psíquicos. ¿Qué ha pasado? He querido mucho al cine italiano de los años 60 y 70, y algunas películas de los años 80, y ahora siento que todo eso ha terminado. Una auténtica tragedia

Así que si me preguntan cuál es la primera imagen del cine italiano que puede venirle a la cabeza a un italiano… la primera respuesta sería probablemente un fotograma de una película de Fantozzi, de los hermanos Vanzina o una de las tantas comedias con Alberto Sordi, la pareja Bud Spencer y Terence Hill, Renato Pozzetto y compañía. Y es que la seriedad está muy bien, pero la risa se recuerda mejor.

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El periplo de Haruki Murakami

Haruki MurakamiDescubrí a Haruki Murakami en una librería. Lo comento porque para mí es muy extraño descubrir a los autores en las librerías. Normalmente, los libros los compro después de saber de ellos. Los suelo descubrir leyendo bitácoras, aunque veces pasa también en un suplemento cultural. En cualquier caso, allí estaba yo, en la librería, repasando los libros. No tengo claro por qué lo hacía; quizá estuviese buscando un regalo de cumpleaños. Da igual, la cuestión es que di con un nombre claramente japonés y un título tremebundo: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. ¿Quién no se pararía ante semejante título? Sobre todo, cuando prácticamente bailaba en un lomo enorme.

Me pareció interesante.

Me lo llevé.

Quedé enganchado.

cronicaEntrar en una novela de Haruki Murakami es entrar en un mundo fantástico que refleja fielmente nuestra realidad. Sé que parece paradójico, pero ésa es la magia. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es en el fondo la historia de una relación de pareja, de una separación en malas circunstancias. Pero a su alrededor se mueve un torbellino, casi siempre silencioso, que va involucrando aspecto cada vez más amplios de la sociedad y que se va tornando cada vez más fantástico. Lo que comienza con la historia de Tooru, un hombre que ha perdido a su esposa, un tipo más bien parado, acaba derivando en una reflexión sobre la corrupción política y la incapacidad de Japón para aceptar su pasado agresor. El ritmo es lento y pausado, el protagonista vaga en busca de su esposa encontrando una plétora de fascinantes personajes, pasa largos periodos en el interior de pozos (una imagen que se repite en toda la obra de Murakami) y en general recorre una geografía distorsionada, un mundo ligeramente aberrante, pero exactamente igual al nuestro.

Ése es el secreto de Haruki Murakami: puede que sus universos narrativos contengan elementos fantásticos, o que sigan lógicas algo caprichosas, pero es que nuestro universo real es exactamente así en cuanto lo describimos proyectado sobre nuestra mente, en cuanto lo describimos desde nuestra percepción particular. El protagonista de Murakami puede quizá atravesar los muros de un pozo para llegar a otro lugar; pero el muro sólo estaba en su mente y el nuevo espacio es producto de nuestra geografía habitual. Por fantástica que sea, la historia es siempre de aquí y ahora. El narrador de Murakami no es objetivo, más que nada porque en la realidad no hay narradores objetivos. Como explica magistralmente Jay Rubin, traductor al inglés de Murakami y autor del excelente Haruki Murakami and the Music of Words, lo fantástico de su universo es el fantástico que se encuentra en el interior de cualquier cerebro humano.

Al sur de la frontera, al oeste del solEl efecto que produce el autor queda más claro en el caso de Al sur de la frontera, al oeste del sol, que he releído recientemente y que es una de mis novelas preferidas de Murakami. Cuenta una historia que aparentemente no tiene nada de problemática. Hajime, de 37 años, es un hombre de éxito: propietario de dos bares de jazz, casado, con dos hijas. El éxito de su vida es un hecho objetivo que el mismo admite. Pero le falta algo, una chispa, un inefable que sólo se puede encontrar al sur de la frontera; es decir, moviéndose de lado, en lugar de seguir adelante, hacia el oeste del sol. Ese algo es el recuerdo de una amiga de infancia que tuvo a los doce años, una chica -Shimamoto- retraída como él, con un defecto en una pierna que la aislaba aún más. Fue su verdadero amor, aunque la relación no se consumó nunca. Y el recuerdo está matizado por otra relación posterior, que acabó tan mal que destrozó la vida de la otra muchacha.

Al principio, Al sur de la frontera, al oeste del sol parece ser una novela sobre la crisis de los 40. El personaje protagonista narra su situación vital en primera persona y va contando sus insatisfacciones. Un día, la amiga de la infancia entra en su bar –de todos los bares posibles en todas las ciudades del mundo- y la relación se reinicia. Pero la sospecha insistente del lector es que esa mujer realmente no existe, que esa relación sólo transcurre en la mente del protagonista o que como mucho podría ser una forma retorcida de venganza. Después de todo, la acción se describe desde el punto de vista de Hajime y elementos que parecen sólidos podrían ser totalmente evanescentes. ¿Está tan insatisfecho con su vida que está imaginando toda una aventura? ¿Cree de verdad poder retomar el pasado?

Pero la magia de la novela se produce justo al final. Durante casi doscientas páginas, Hajime nos ha hecho creer en su compleja vida interior, en sus padecimientos algo patéticos por no tener lo que realmente quiere. Pero de pronto, su esposa –hasta ese momento una mujer que permanece de fondo y que da la impresión de ser algo simplona- se revela como un personaje complejo, lleno de heridas, con un pasado que desenmascara a su marido como un llorica que no ha sufrido nunca, que desarma las pretensiones de Hajime, que revela su crisis de mediana edad como un gesto infantil y patético. Y es ella precisamente la esposa, en un eco de Tanizaki, el personaje que al final se comporta con más madurez.

En la literatura fantástica de Murakami siempre hay algo más. Lo que vemos no es exactamente todo lo que hay. Un día podemos abrir una puerta y encontrarnos en un mundo desconocido. Un día podemos descubrir nuestra capacidad para atravesar muros. O simplemente un día descubrimos que las personas que nos rodean poseen personalidades tanto o más complejas que la nuestra, que no son meras comparsas de nuestra existencia, que incluso es posible que sean protagonistas de sus propias historias. El protagonista de Murakami habla desde su yo. Pero no está aislado.

Libros de Haruki Murakami.

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Tobynstein de J. M. Allué

Tobynstein es un nuevo juego de cartas creado por J. M. Allué. Lo editará próximamente Perra Comics junto con el sello Homoludicus (que publicó hace poco Café Race de Fran F G). El autor describe el juego la caja como estilo Ciudadelas:

En Tobynstein cada jugador debe decidir qué hará cuando llegue la noche:excavar en el cementerio, coser los trozos de cuerpo conseguidos o intentar robar a los demás.
Durante sus expediciones nocturnas encontrarán desde ciudadanos enfurecidos y espíritus animales a valiosos objetos que los ayudarán a conseguir su objetivo.

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La verdad es que tiene pinta de ser divertido.

TOBYNSTEIN – AVANCE
TOBYNSTEIN, de J.M. Allué – nuevo juego anunciado
>> Tobynstein. Levántate y juega_

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Contra el doblaje

Últimamente no hace ni falta escribir las entradas. «Las voces de Nicholson, Brando
y Caine no son la misma
«:

Cuando te acostumbras a ver una serie con subtítulos, y un año más tarde la reponen por TVE doblada, te da un asco tan grande, pero tan grande, que no entiendes cómo has podido pasar veinte años oyéndolo todo de esa forma.

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La jornada de un bitacorero

Enrique Dans se marca una artículo sobre «La jornada de un blogger». Me gusta, porque destaca la lectura como una de las ocupaciones fundamentales para mantener una bitácora:

El blogger necesita una permanente infusión de conocimientos frescos, de temas relacionados de una manera más o menos directa con sus intereses, temas a los que hacer referencia, a los que vincular, sobre los que comentar, recursos para documentar afirmaciones, citas, opiniones afines, ideas discordantes…

Y me encanta la conclusión, claro, por lo que tiene de quitar dramatismos:

En el fondo, un día en la vida de un blogger no es más que uno en la vida de una persona con una afición, en este caso, la de volcar parte de su vida en un diario en la Red.

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Juego del mes: Icehouse

El juego del mes de junio en la BSK es Icehouse.

En realidad, Icehouse es más bien un sistema de juego, compuesto por pirámides de distintos colores y tamaños. Combinándolas con reglas, se pueden ir construyendo un buen montón de juegos. El único coste inicial son las pirámides en sí, pero a partir de ahí, es cuestión de imaginación o buscar.

Treehouse

La verdad es que la comunidad alrededor de Icehouse parece muy activa, inventando y traduciendo juegos con rapidez. Hay algunos que a mí me encantaría probar; especialmente, Zendo.

(vía Diario de Wkr)

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El juego número 100 (y el 101)

Pues ahí estaba yo, considerando qué juego debía ser el número 100 de mi colección, cuando me resolvieron la cuestión. Y además, muy satisfactoriamente resuelta.

Nuestros amigos Jesús, Esther y Gara (la amiguita de Eva) se pasaron por mi nueva lista de los deseos en Amazon.de. En la lista sólo hay juego, porque Alemania es muy buen lugar para comprarlo. Todavía falta para mi cumpleaños, pero se dieron prisa en elegir y Amazon lo mandó tan rápido que llegaron ya. No quedé más remedio que abrirlos, porque no se pueden tener regalos cerrados por ahí.

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Y así mi juego número 100 resultó ser un Mahjong estupendo. Un juego al que jugué una vez hace 14 años –sin enterarme de nada- y que tenía ganas de retomar.

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El otro juego era Ponte del Diavolo. No sé casi nada sobre él, excepto que tiene unos componentes muy monos y va de puentes. Como a ellos les gusta mucho Venecia, pues me lo compraron.

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Mahjong parecía bastante complicado, pero ayer Davidgp me recomendó un vídeo de Scott Nicholson que lo explica bastante bien. Creo que lo he entendido; a ver si se puede probar pronto.

Faltan 22 días para mi cumpleaños y ya tengo mis primeros regalos. Y a los regaladores: muchas gracias.

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