Enrique Dans, responsable de El blog de Enrique Dans y conocido comentarísta tecnológico y empresarial, responde a esta entrevista de una pregunta.
¿Por qué eres optimista sobre el futuro del mundo tecnológico e internet?
La verdad es que no me considero especialmente optimista, sino simplemente pragmático. Creo más bien en pocas cosas, y en las que creo lo hago porque me demuestran su fiabilidad a la hora de los resultados. Creo en las curvas de difusión de tecnología y conozco sus parámetros fundamentales, creo en la ley de mercado, creo en el sentido común… Lo que Internet tiene de gran ventaja para un académico es el ser como una especie de cámara de alta velocidad, como un botón fast-forward que le permite vivir y replicar procesos que antes tardaban años y años, que había que estudiar con una enorme perspectiva histórica. Hoy podemos ver la evolución de sectores enteros en unos pocos años, y además lo hacemos en un entorno de información casi ilimitada, disponible a golpe de un clic.
Semejante perspectiva permite calcular probabilidades de adopción en procesos de difusión tecnológica en muy poco tiempo, puedes ver las curvas sigmoideas elevarse como serpientes, subirse unas encima de otras en procesos aparentemente caóticos y desordenados, pero que en realidad siguen una coreografía predecible. La posibilidad de ver esos procesos en el contexto de ese «entorno histórico comprimido» y de hacerlo sacudiéndome toda concesión a la inercia, cuestionándote siempre la «manera en que se supone que deben funcionar las cosas», es lo que hace que muchas veces se me juzgue como optimista. Pero en realidad, no se trata de optimismo en su acepción primera del diccionario, «propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable», sino en la segunda: «doctrina filosófica que atribuye al universo la mayor perfección posible». Se trata de creer que determinadas leyes que gobiernan la evolución de la tecnología y del mundo en general no son fruto de la casualidad, sino de una serie de parámetros que pueden ser estudiados y determinados. Y que si bien se puede contravenir dichos parámetros, actuar en contra del sentido común durante un cierto tiempo por la vía de la imposición, la ley o la política, siempre la inevitabilidad y la razón, acaban abriéndose paso.
En ese sentido admiro, por ejemplo, a académicos como Clayton Christensen, porque además de defender esta misma visión, son capaces de estructurarla y explicarla: lo que en mis entradas, clases o conferencias queda como un conjunto de predicciones expresadas con la misma fiabilidad que las de la Bruja Lola, en su trabajo quedan enmarcadas en un preciso y precioso modelo que puede ser entendido con la sola ayuda del sentido común. Por el momento, disfruto enormemente con lo que hago, pero me limito, en mi trabajo como académico y divulgador, a intentar ser una «fuente de ideas y sugerencias para otros»: entender algo antes que otros, adelantarme al gran público en la experimentación de muchas cosas, e intentar explicarlo de manera que se entienda con facilidad, que se interiorice, que se convierta en creencia firme. Pero eso, como tantas otras cosas en la vida, es parte de un proceso de maduración personal.