De la imposibilidad de hablar de las cosas

Adrián Hiebra hablaba hace unos días, en Ciencia, cultura y mercado, de ciencia y política científica, criticando el empecinamiento de hacer que la investigación científica rinda siempre cuentas económicas, que demuestre siempre su aportación al tesoro. Dice:

Una cosa es admitir que el sistema tiene unas reglas que escapan a nuestra voluntad y otra, muy diferente, reducir la riqueza a su formulación monetaria, olvidando que nuestro patrimonio va más allá de aquello que produce lucro económico directa o indirectamente. La precariedad no conduce a nada, es obvio, y satisfacer unas condiciones materiales mínimas es un objetivo prioritario. Pero esto no impide que existan bienes tan imprescindibles como no comercializables. Bienes y actividades que se posicionan no en contra, sino al margen de los intereses económicos, con los que no guardan relación directa pero con los que tampoco tienen por qué ser incompatibles.

Recomendándoles la lectura del texto me gustaría centrarme en un aspecto que se deriva de su queja: la dificultad (en algunos casos extrema) actual para hablar de las cosas, reduciéndose todo al componente económico e industrial. Es decir, si intentas hablar del libro o del elibro, acabas casi de inmediato hablando de la industria del libro. Si intentas hablar de arte, acabas hablando de museos, galerías o cotizaciones. Si hablas de cine o televisión, otro cuarto de lo mismo. Es como si colectivamente hubiésemos aceptado que el criterio económico es la dimensión más importante e incluso la única. Lo que acabamos haciendo es sustituir el conjunto por una parte, que puede ser ser en sí misma digna de análisis y reflexión pero que no lo representa totalmente, que sólo trata de los aspectos puramente económicos. Ante ese panorama, no me sorprende que algunos reclamen que todo acabe siendo competencia del ministerio de industria.

Pero en esa operación perdemos buena parte de lo que hace realmente interesante a esos campos, precisamente los aspectos que no entran en esos cálculos de valor monetario. Es un triste empobrecimiento del discurso.

Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Raqueta Malvada De Tenis

    La verdad, no me ocurre esto… siquiera tengo muy claro si hablas de un ámbito personal o profesional; independientemente de eso, me recuerda un poco a Baricco reflexionando sobre el vino hollywoodiense…

  2. Alfonso

    Nunca se habla como se escribe.
    Pero el escribir facilita luego dar la charla.

  3. JJ

    Al fin y al cabo es positivismo puro: se habla de lo que se puede medir de forma objetiva. Yo no diría que se reduce todo a un discurso económico. En ciencia se habla también de índices medibles: el índice h, número de resultados en el primer cuartil, todo eso. El reducir todo a algo medible no sé si es bueno o malo: es lo que hay.

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