No soy recargable

Es triste hacerse mayor y descubrir que uno tiene limitaciones. Qué agradables son los tiempos de la juventud cuando te sabes un Superman o un Einstein, capaz de pilotar un jet o de pelearte con veinte ninjas. Desde ayer he descubierto una nueva limitación personal que me tiene llorando mi amargura por las esquinas, tal como un perro ladrador aznaril pero sin los ladridos. He descubierto que no soy recargable.

La cosa es como sigue. Tu cuentas por Galicia que te vas unos días a Tenerife y todo el mundo te dice lo mismo: «A ver si traes el sol», «Qué cabrón» «Disfruta, porque lo que es aquí…» y la mejor de todas «Recárgate de sol». Pues eso último he descubierto que no se me da nada bien (bueno, lo de traer el sol tampoco). No soy un acumulador, ni me recargo ni nada.

Mientras estoy bajo el sol, todo perfecto. Me muestro lleno de energía y casi siento la clorofila correr por mis venas. Pero en cuanto desaparece el sol, ya está, finito, se acabó, listo, terminado, imposible seguir, vámonos, a otra cosa… Es decir, expuesto al buen tiempo todos los sistemas funcionan correctamente, pero carezco de la más mínima capacidad para sostener esa actividad en ausencia del estímulo. Quizá me ha pasado como a la batería de mi iPaq que a fuerza de mantenerla siempre al máximo es ahora apenas capaz de contener el aliento antes de tener que volver a enchufarla a la corriente.

Pues eso, que no soy un acumulador. Y ahora miro por la ventana y da la impresión de ser las ocho de la tarde, visión que no estimula demasiado mis ganas de trabajar.

En otra nota. Les pongo una foto de la sala de arte Tanque de Santa Cruz de Tenerife. Como verán, es efectivamente un viejo depósito de la refinería de Santa Cruz, reconvertido en espacio artístico.

A propósito de la foto. Hace poco encontré una página en Internet (lamento no recordar la dirección) donde se me criticaba porque en un momento dado de Criptonomicón escribí «tanque» en lugar de «depósito» (se me criticaba por algunas cosas más, no demasiadas, pero en muchas de ellas tenía razón). Tengo justificación doble. A) Soy canario, y los canarios tendemos a llamar tanque a lo que el resto del mundo llama depósito. Es parte de nuestro encantador ideolecto. También llamamos papa a los que los demás se empeñan en llamar patata (como si fuese una batata más pequeña) -yo si quiero reírme no tengo más que decir patata en voz alta-, e incluso algunos usamos la palabra «chaplón», tan encantadora ella y tan útil. B) Un tanque es también un depósito (aunque mis diccionarios no se aclaran si sólo de agua o también otros líquidos).

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