Diccionario de las Artes (ii)

He terminado de leer Diccionario de las Artes de Félix de Azúa, y el acto me ha llenado de una extraña sensación de logro personal. Supongo que he estado tan ocupado últimamente y he tenido tan poco tiempo para según que cosas ?por ejemplo, escribir como me gustaría en esta bitácora-, que incluso el simple hecho de terminar un libro se me había perdido en la memoria. En cuanto termine un par de proyectos más, definitivamente tendré mejor opinión de mí mismo.

Bueno, a lo que iba. El libro, muy recomendable. De hecho, mi amigo Xavier ha decidido comprárselo porque le leí por teléfono una entrada. Es de esos textos irónico, sardónico y divertidos que vale la pena citar (esto ya lo había dicho aquí) . En realidad, el libro es caricatura, caricatura del discurso académico, caricatura de las pretensiones cientifistas, caricatura de la reflexión sobre el arte. Pero al ser caricatura, paradójicamente, como ya dice el mismo autor en la entrada precisamente correspondiente a Caricatura, se parece más a la realidad que la realidad misma. Destilada, la esencia de la idea se transmite más pura, el escepticismo queda más manifiesto, y el amor por la materia más en evidencia a pesar de las pullas y las bromas.

Y para terminar, la entrada texto que me dejó riendo y riendo durante un buen rato. Una cita:

Durante los años setenta se produjo un descubrimiento sensacional. Los investigadores de la literatura y los teóricos de la misma descubrieron algo que había permanecido inadvertido en muchísimos cuentos, novelas, poemas y relatos: el texto. Resultaba que la literatura estaba compuesta por textos. Es más: los textos podían sustituir con creces a la literatura.

De pronto todo fue texto. Escritores de mediana edad presentaban «el texto» de un amigo en el incomparable marco de la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander. O en un tribunal de oposición se presentaba «un texto» que de inmediato merecía el cum laude y la cena. Un conocido restaurante de la parte alta de Barcelona sustituyó la Carta por un Texto. Incluía un «Texto del día», más barato. Y nadie escribió ya nunca más ni novelas ni poemas, sólo textos.

Como se plantea de inmediato el problema de identificar un texto, se lanza a la deliberadamente absurda exégesis del pensamiento de Julia Kristeva, intentando descifrar un texto absurdo, en este caso sin premeditación, que nada dice y que parece más bien una muestra de cientifismo mal entendido. Satisfecho de la labor, habiendo obtenido una explicación que poco explica, concluye:

De modo que si alguien se le presenta con un texto, sea usted agudo, no se deje engañar, y observe primero si se trata realmente de un texto. Por ejemplo, ¿le invita a reconstruir la significancia? Y si, en efecto, le invita, compruebe que se trate de una verdadera significancia, y no de cualquier sucedáneo: ¿acaso diferencia, estratifica y confronta en la lengua? De ser así, puede usted estar casi seguro de que se trata de un texto. Ya sólo le faltará leerlo.

Genial.

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