Our Magnificent Bastard Tongue: The Untold History of English, de John McWhorter

Siempre me pregunto si hay libros como éste pero sobre el español: un recorrido histórico de la lengua, una explicación de cómo las lenguas van cambiando, cómo se relacionan con otras, cómo van adoptando características y desechando otras. Imagino que debe haberlo, y supongo que algún amigo filólogo me podrá dar alguna pista, pero nunca he sido capaz de dar con ellos (excepto un par de títulos en inglés). Parece que en nuestro idioma estila más bien el libro de reprimenda, el que te explica todo lo que estás haciendo mal porque eres un analfabeto ignorante, libros de la culpa, más que libros del deleite. Imagino que debe ser uno de los muchos efectos perversos de tener academia de la lengua.

En cualquier caso, el párrafo anterior no está ni aquí ni allí.

Our Magnificent Bastard Tongue viene disfrazado de historia alternativa del inglés. Y digo alternativa porque John McWhorther ofrece su propia versión de los hechos, que, admite, difiere mucho de la habitual o del consenso entre los estudioso (de ahí el subtítulo “The Untold History of English”). Ofrece susargumentos y explica por qué cree tener razón, pero resulta difícil juzgar si tiene razón o no.

Por suerte, da un poco igual si tiene razón o no, porque la narrativa histórica le sirve para enlazar de forma muy amena distintas discusiones sobre el cambio lingüístico, sobre la hibridación. Da un poco igual si el “do” inglés proviene o no del celta, porque para este lector lo verdaderamente importante es la serie de ejemplos que pone, los mecanismos que va mostrando en otras lenguas. Cuando compara el inglés con otras lenguas germánicas o indoeuropeas puede que intente sostener su tesis, pero para el lector lego lo llamativo e interesante es que la comparación se pueda hacer. Cuando compara el recorrido histórico del inglés con de una lengua como el persa, lo interesante es las múltiples formas en que la historia afecta a las lenguas.

También se trata el persistente empeño en fijar las lenguas en cierto momento del tiempo, declarando como erróneo cualquier cambio posterior. Es la obsesión por el “uso correcto” de la lengua que si bien admite la evolución lingüística hasta cierto momento, la denuncia como incultura a partir de otro (habitualmente, el punto de corte es la edad en la que el crítico aprendió a hablarla y también es usual que se limite a un ideolecto concreto). El tema lo trata desde dos frentes. Por un lado, muestra que construcciones o usos que parecen muy modernos (el “they” singular, por ejemplo) son en realidad muy antiguos. Por otro, nos recuerda que algunas de nuestras más queridas construcciones fueron en su día denunciadas como peligrosos desviacionismos. La realidad última es que las lenguas cambian, han cambiando y seguirán cambiando. Las palabras van y vienen, mutan sus significados. Las gramáticas se complican en algunos casos y se simplifican en otros.

Y en el apartado de “no me lo esperaba pero me regocija haberlo encontrado en el libro”, un ataque frontal contra la hipótesis de Sapir-Whorf, la idea de que las lenguas condicionan de forma absoluta la forma de pensar de sus hablantes, que se dedica a atacar con evidente satisfacción. Está claro que esa hipótesis desagradable le molesta mucho y está deseando exponer sus errores y también sus efectos perniciosos sobre las relaciones humanas (por ejemplo, creando una sensación falsa de alteridad que enmascara nuestra humanidad fundamental). Y para mayor alegría, parece que su nuevo libro –The Language Hoax: Why the World Looks the Same in Any Language– tratará sobre ese mismo tema.

Repitiéndome: no importa mucho si sus ideas sobre la historia del inglés son correctas o no (después de todo, es un problema histórico complicado), porque la riqueza de ejemplos, la abundancia de comparaciones históricas y lingüísticas es más que suficiente para cualquier lego interesado en estas cuestiones.

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