Grecia para todos, de Carlos García Gual

Con «Grecia para todos», el experto en el mundo antiguo y extraordinario divulgador Carlos García Gual no invita a acercarnos a la Grecia clásica.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. La antigüedad griega, tan en la base de nuestra cultura, tan elemento imprescindible de la mezcla que somos… Y a la vez… tan lejana. Incluso es posible que te dé un poco de miedo. Y es justo ese miedo lo que Carlos García Gual pretende disiparte con «Grecia para todos».

Lo publica la editorial Espasa.

Volvemos a viajar en el tiempo. Pero la verdad, siempre viajamos en el tiempo…

Me llama la atención que decir Grecia es hablar de la Grecia antigua. Da la impresión de que “Grecia” solo se refiere al país moderno en las noticias. Tal es el impacto que la civilización griega tiene sobre nuestra cultura europea moderna. Y que tras nuestras aventuras exteriores, también marca un poco al resto del mundo.

Es algo en lo que autor ya incide en la introducción, recordándonos que esa Grecia clásica es un país «un tanto al margen de los tiempos». El viaje que nos propone, «imaginario y sentimental», es imaginario y sentimental de más de una forma.

Esa propuesta es justo «Grecia para todos», un acercamiento como él mismo dice «a modo de ensayo didáctico de lectura fácil». Una introducción rápida a todas las distintas facetas de ese mundo griego, sobre todo en los aspectos que llegan hasta nosotros. Incluye, además, una bibliografía muy chula y útil.

Y no se me ocurre nadie mejor para ello que Carlos García Gual.

No solo es un reconocido experto en el mundo clásico y un reputado traductor de muchas obras de la antigüedad. Es también un ensayista excepcional, que sabe explicar con claridad y amenidad sin por ello sacrificar el rigor. Casi puedes escoger al azar cualquier libro firmado por él y disfrutar de un acercamiento muy entretenido y rebosante de saberes.

Y es realmente lo que me asombra de «Grecia para todos». Un libro de menos de 200 páginas que se lee de un tirón, que usa los nombres latinos cuando estos resultan más claros, y sin embargo da la impresión de contener una enorme riqueza. Terminas de leerlo y te da la impresión de haber aprendido un montón.

Habla de los símbolos de la antigüedad griega, como el olivo o el mar, de su lengua, su historia, sus mitos, su filosofía. Es un libro que parte de la idea de que sabes muy poco sobre ese mundo, pero incluso si sabes algo… te encuentras considerando este o aquel comentario sobre este o aquel detalle. Carlos García Gual te hace percibir ese elemento importante que parecía perdido en la globalidad.

Hay detalles que me encantan. Como cuando comenta que la expresión «libertad para los griegos» se usó sobre todo para justificar la agresión. Se ve que ese truco retórico viene de antiguo. O cuando insiste en avanzar un poco en el tiempo y contar las repercusiones inmediatas de la cultura griega.

También cuando destaca los cambios entre el pensamiento de filósofos como Platón o Aristóteles y el de los posteriores filósofos del helenismo. Y también con el helenismo, el cambio del orden cívico y un comentario sobre cómo los cambios sociales producen cambios en la filosofía.

No deja de destacar los orígenes indoeuropeos del politeísmo griego, y por tanto la conexión del mundo griego con el resto del mundo. Es más, dice que Grecia «pudo florecer aprovechando elementos de otras culturas anteriores».

Así mismo, insiste que la cultura griega no tenía ninguna posibilidad de haberse extendido fuera de sus fronteras, porque Grecia no llegó a conquistar nada. Fueron los romanos, al aceptarla como herencia, los que la llevaron por el mundo.

Al final, reitera la intención del libro. El destacar todo lo que nuestro mundo moderno deriva de los griegos y también lo fácil que resulta acercarse a ese mundo. Dos propósitos que el libro cumple excelentemente.

Y como estamos en la antigüedad, aquí te dejo mi vídeo sobre «Relatos fantásticos», de Luciano de Samósata. Un autor al que admiro y que no podría tener más influencias clásicas. Vamos.

Continuar leyendoGrecia para todos, de Carlos García Gual

Tokio blues, de Haruki Murakami

La novela «Tokio blues» fue la que creó a Haruki Murakami como autor capaz de vender millones de ejemplares. Su descripción de dos momentos vitales muy concretos resonó con un público enormemente amplio. Para muchos, la mejor novela de Murakami.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

https://youtu.be/RPPBbD1VUbo

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una novela cercana, nostálgica, inocente, sincera. Una novela contada desde la necesidad de ser contada. Una exploración de la extraña intersección de la vida y la muerte en una época donde todas las emociones están a flor de piel. Es «Tokio blues», de Haruki Murakami.

Lo publica la editorial Tusquets con traducción de Lourdes Porta Fuentes.

Bien, ya estamos en Tokio.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Decía Borges que cada escritor crea a sus precursores. Es decir, tras la aparición de una obra singular, uno puede volver atrás en el tiempo y dar con rastros de esa obra en otros múltiples momentos del pasado. Toda obra de arte añadida al mundo cambia el mundo y con él también el pasado.

Un caso singular es «Tokio blues», que se titula en japonés «Noruwei no mori», literalmente “Bosque de Noruega”, que por lo visto es como los japoneses traducen el título de la canción “Norwegian Wood” de los Beatles. Si has leído «Tokio blues», escucha la canción y dime si los Beatles no son ahora sus precursores. Es que suena tal cual como una historia de Haruki Murakami. Es increíble.

Es justo esa canción la que provoca un enorme impacto en el protagonista y narrador de «Tokio blues». Toru Watanabe, de 37 años, está aterrizando en Hamburgo cuando por los parlantes del avión suena una versión de esa canción. Oírla le retrotrae a sus años de universidad, a finales de los sesenta y principios de los setenta y a su relación con Naoko. Consciente de que empieza a olvidar, decide escribirla, sabiendo que algo de desmemoria, los bordes ligeramente difuminados, es lo ideal para escribir tus recuerdos.

Así es como volvemos al pasado, a Toru recién llegado de Kobe para asistir a la universidad en Tokio. Es una época compleja, de enorme agitación social, cuando parecía que el mundo iba a cambiar, pero no. Allí vuelve a encontrarse con Naoko, una amiga que era novia de su mejor amigo, Kizuki, quien se suicidó el día de su cumpleaños sin causa aparente. Un hecho que marcó a los dos y lanzó a Naoko a una vida de problema mentales, incluyendo una estancia en un sanatorio durante buena parte del libro.

También conoce a Midori, una joven que no podría ser más diferente a Naoko. Vital, allí donde Naoko es melancólica, pero también marcada por sus propios fantasmas. Toru se encuentra vacilante entre las dos, entre su sensación de responsabilidad para con Naoko y sus sentimientos por Midori. Es este triángulo, que en ocasiones se amplia, por ejemplo, con la aparición de Reiko, es la base de la novela. De ahí parte su reflexión sobre la muerte como parte de la vida y del amor como algo complicado que no siempre sale bien.

Esta novela, escrita entre Palermo y Roma, creó a Murakami el autor estrella, capaz de vender millones de ejemplares. No es de sorprender, porque «Tokio blues» captura magistralmente dos momentos vitales muy diferentes, manteniéndolos en equilibrio. Aunque uno es mucho más explícito que otro.

Está el momento vital concreto, alrededor de los 20 años, cuando todo es nuevo y las emociones son intensas. Es justo esa intensidad lo que la novela destaca una y otra vez. Los personajes sienten en lo más profundo, con total convicción, con una inocencia sincera. Todo lo hacen con una entrega absoluta. Refleja magistralmente esa intensidad juvenil que es casi insoportable y dolorosa para los que la sienten.

Y también el proceso de explorar los caminos que llevan a la vida adulta. Atrapado en cierto egotismo, mostrándose pasivo e indeciso, Toru Watanabe busca explícitamente alcanzar ese estado. Pero el proceso es complicado y caótico, cosa que la novela contrasta con la inmovilidad de la muerte. La muerte, siempre ominosamente presente sobre la vida de los protagonistas. La muerte que los ha marcado tan profundamente.

Muchos consideran que no es una novela de Murakami, porque se aleja bastante de sus claves habituales. Aunque es más directa de lo que es usual, el autor lo consideraba todo un desafío, lo de enfrentarse a una estructura así. Sin embargo, contiene mucho de sus elementos. Hay referencias a pozos, hay duplicaciones y paralelismos y personajes que están en lugar de otro. La propia Reiko directamente ocupa el lugar de Naoko en cierto momento.

Y sobre todo, en el Murakami de esa época, la melancolía y la sensación de estar totalmente perdido. Naoko, Toru, Midori y los otros son personajes que no acaban de encontrar su camino, que todavía están buscando su identidad y que hablan para expresarse procurando decir lo menos posible. Ese estar perdidos, sensación que llega hasta el mismo final, se contrasta con descripciones exactas y precisas, con una serie de lugares concretos de Tokio que un lector dispuesto podría ir a recorrer.

«Tokio Blues» está repleta de sexo y muerte. Son dos impulsos simultáneos, que se manifiestan una y otra vez con la misma intensidad. Son dos pulsiones que la novela une indisolublemente, como si estar vivo a cierta edad fuese también vivir hacia la muerte. Murakami nunca ha unido eros y tánatos de la misma forma.

Pero todo eso se cuenta mediado por el punto de vista de un hombre de mediana edad, cuya única manifestación en la historia es la propia Reiko, que cuida de Naoko en el sanatorio, que tiene su edad. La presencia de ese hombre en el avión es ineludible, está ahí de fondo y es lo que dota a la novela de su especial tono agridulce. Ya desde el principio sabemos exactamente cómo termina su historia, independientemente de cómo nos gustaría que terminase. En unas breves páginas nos queda claro que no es un hombre feliz. Toda la potencia literaria de «Tokio blues» deriva de que ofrece y entremezcla ambos puntos de vista.

Y si quieres seguir con Haruki Murakami, tengo un montón de vídeos hablando de sus libros. Aquí te dejo la lista.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoTokio blues, de Haruki Murakami

Mejores libros de Haruki Murakami

Pues ha llegado el momento. Mi lista de los mejores cinco libros de Haruki Murakami. Si no sabes por dónde empezar a leer a Murakami, estas son mis recomendaciones.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

https://youtu.be/iG_7_6yx1As

TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Te gustaría leer a Murakami y no sabes por dónde empezar? ¿Ya has leído alguno de sus libros, pero no sabes cuál debería ser el siguiente? Pues te voy a dar cinco recomendaciones. Los que yo considero los mejores libros de Haruki Murakami.

Eso sí, esta es una lista personal e intransferible. En varios casos, es el resultado de relecturas recientes. En otros, es el impacto del libro en sí lo que hace que aparezca en la lista. Si tienes otras propuestas o estás totalmente en desacuerdo, deja un comentario.

Venga, vamos a empezar. Entra montaje.

Largo viaje. Pero ya estamos en Japón. Ya puedo seguir con la lista…

Voy a dar los libros en orden inverso, hasta llegar al que considero la obra maestra de Murakami. Pero en esta lista hay una sombra flotante, un libro que sé que pertenece a ella, pero no tengo claro en qué lugar. Es su última novela, «La muerte del comendador». Me parece una de sus mejores novelas, pero es todavía demasiado reciente y no la he interiorizado del todo.

Y tras este preámbulo:


Baila, baila, baila

«Baila, baila, baila» es la continuación de «La caza del carnero salvaje». El protagonista, sumido en lo que parece una brutal depresión, comprende que ha cometido un error. La joven que le acompañaba en la anterior novela desapareció sin dejar rastro y él no hizo ni el más mínimo esfuerzo por encontrarla.

Pero es imposible volver. El Hotel Delfín ya no existe como antes, habiendo sido transformado en un moderno establecimiento hotelero.

De hecho, Japón es ya muy diferente, como si el protagonista se diese cuenta por primera vez que ahora vive en una sociedad hipercapitalista, donde el dinero es la única medida de valor. Los ideales del pasado que apuntaban a un mundo mejor han muerto, sustituidos por el eterno presente del capitalismo tardío.

La trama con la joven sigue, que resultó haber sido asesinada. Y por supuesto, reaparece el mundo mágico con el que el protagonista se topó en «La caza del carnero salvaje». Pero lo más interesante de la novela es que casi todos los personajes que aparecen son versiones del protagonista, como si este hubiese quedado atrapado en un laberinto de espejos que le devuelven posibles versiones de sí mismo, de cómo su vida podría haber sido distinta. Incluso el asesino y una joven adolescente son reflejos del protagonista.

El tedio, el aburrimiento y la depresión, la ataraxia, son los temas fundamentales de la novela. Hasta ahí, suena a Murakami normal, pero esta es la primera de sus novelas donde el sufrimiento contemporáneo se conecta explícitamente con el estado del mundo. Problemas que parecen puramente personales tienen en realidad una causa social, son el resultado de un mundo construido de una forma determinada.

Y es esa curiosa tensión, entre el mundo totalmente solipsista del protagonista y el mundo abierto y amplio que realmente le está influyendo, lo que mueve esta novela. En «Baila, baila, baila» esas dos líneas alcanzan su máximo, pero la tensión que no se llega a resolver. «Baila, baila, baila» acaba en tablas.

Son otras historias de Murakami las que vendrán a superar ese punto muerto. En ese aspecto, «Baila, baila, baila» representa un antes y un después.


Tokio blues

El éxito de esta novela creó a Murakami, el autor internacionalmente conocido. Vendió tanto ejemplares que convirtió a su autor en una celebridad y digamos, rapsoda de toda una generación y de todo un estado de ánimo.

La generación es la que vivió los conflictos sociales de los años 70, cuando el mundo parecía estar a punto de cambiar para mejor, antes de que llegase la vorágine monetaria de los 80, sepultando esos sueños. La generación que pensó que podría renovar el mundo y luego se vendió a él sin contemplaciones.

Y el estado de ánimo es un momento vital concreto, alrededor de los 20 años, cuando todo es nuevo y las emociones son intensas. Es justo esa intensidad lo que la novela destaca una y otra vez. Los personajes sienten en lo más profundo, con total convicción, con una inocencia sincera. Todo lo hacen con una entrega absoluta. Refleja magistralmente esa intensidad juvenil que es casi insoportable y dolorosa para los que la sienten.

La novela está contada por su protagonista, desde algún momento indeterminado del futuro, cuando en un avión, en Hamburgo, escucha una canción de los Beatles, “Norwegian Wood”. Eso le retrotrae a ese momento del tiempo, la época universitaria, y a dos amores muy diferentes.

Hay algo deliciosamente equilibrado en esa estructura. Es fácil olvidar que todo lo que se cuenta está mediado por las impresiones de un hombre de mediana edad. Sin embargo, la presencia de ese hombre en el avión es ineludible, está ahí de fondo y es lo que dota a la novela de su especial tono agridulce. Ya desde el principio sabemos exactamente cómo termina su historia, independientemente de cómo nos gustaría que terminase.

«Tokio blues» está repleta de sexo y muerte. Son dos impulsos simultáneos, que se manifiestan una y otra vez con la misma intensidad. Son dos pulsiones que la novela une indisolublemente, como si estar vivo a cierta edad fuese también vivir hacia la muerte. Murakami nunca ha unido eros y tánatos de la misma forma.

Como ya dije, es una novela que resonó. De hecho, casi puedes elegir con qué parte de la historia quedarte. Con el recuerdo intenso del mundo pasado de la juventud o con la sensación de fracaso vital. Pero toda su potencia literaria deriva de que ofrece y entremezcla ambos puntos de vista.


Sauce ciego, mujer dormida

«Sauce ciego, mujer dormida» es una recopilación de cuentos, que recorren una enorme variedad de temas, entornos y personajes, siempre dejando esa sensación de que si mirases ligeramente a la derecha podrías ver ese otro mundo que late bajo la superficie de nuestra realidad.

De hecho, creo que este es uno de sus mejores libros para empezar a leer a Murakami. Murakami es dosis pequeñas pero intensas es una muy buena aproximación. Además, si un cuento no te gusta, hay más.

Casi todos los cuentos de esta antología contienen un enigma central. Digamos que el enigma es el eje a partir del cual se va construyendo la narración, sin el cual no habría nada. Suele adoptar la forma de un encuentro súbito con lo extraño, un estallido de irrealidad, un desbaratamiento del orden de las cosas tal y como las conocemos.

Pero el enigma en sí no es lo importante de cada cuento; está claro que para Haruki Murakami explicar lo sucedido no tendría la más mínima gracia: lo extraño dejaría de ser extraño y se tornaría normal, y el pozo convenientemente explorado dejaría de ser una buena metáfora. Lo que le importa, en realidad, es la reacción de los personajes, el comentario individual y en ocasiones el comentario social.

Para Murakami el retrato de los seres que habita su mundo, y la evolución del mundo que lo ha dejado en ese estado, es mucho más importante que los avatares concretos de la narración. Si uno exige respuestas a todo, la lectura puede ser muy frustrante; si uno se deja llevar por la narración, es una delicia.

Pero uno de los aspectos más llamativos de estos cuentos es la casi omnipresencia de un tema adicional, que sirve de acompañamiento al principal.

No siempre está presente con la misma intensidad, pero anda por allí: la escritura, el paso de la imaginación al papel. Lo habitual es que el narrador sea un escritor que está luchando por contar la historia de la mejor forma: es decir, modificándola para que sea más verdadera, aunque no más real.


Al sur de la frontera, al oeste del sol

«Al sur de la frontera, al oeste del sol» es una breve novela que es un triunfo de maestría, donde forma y fondo van increíblemente bien unidos. Para empezar, está claramente dividida en dos partes. En la primera, se cuenta la vida del protagonista hasta que se inicia la acción. En la segunda, lo que viene siendo la novela en sí. Además, está escrita como si fuese una novela de fantasmas. Fantasmas del pasado, sobre todo, que vuelven al presente.

Hajime, de 37 años, es un hombre de éxito: propietario de dos bares de jazz, casado, con dos hijas. El éxito de su vida es un hecho objetivo que él mismo admite. Pero le falta algo, una chispa, un inefable. Ese algo es el recuerdo de una amiga de infancia que tuvo a los doce años, una chica -Shimamoto- retraída como él, con un defecto en una pierna que la aislaba aún más. Fue su verdadero amor. Un recuerdo matizado por otra relación posterior, que acabó tan mal que destrozó la vida de la otra muchacha.

Un día, la amiga de la infancia entra en su bar –de todos los bares posibles en todas las ciudades del mundo- y la relación se reinicia. Pero la sospecha insistente del lector es que esa mujer realmente no existe, que esa relación sólo transcurre en la mente del protagonista o que como mucho podría ser una forma retorcida de venganza. Después de todo, la acción se describe desde el punto de vista de Hajime y elementos que parecen sólidos podrían ser totalmente evanescentes.

Pero la magia de la novela se produce justo al final. Durante casi doscientas páginas, Hajime nos ha hecho creer en su compleja vida interior, en sus padecimientos algo patéticos por no tener lo que realmente quiere. Pero de pronto, la novela da un giro totalmente inesperado. Entra súbitamente un personaje que hasta ese punto había sido totalmente pasivo y su intervención obliga replantear la interpretación de lo sucedido. Inicialmente, «Al sur de la frontera, al oeste del sol» podría ser la típica historia de un héroe solipsista. Pero las últimas páginas de la novela revientan, con un eco de Tanizaki, el egotismo del protagonista.


El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

«El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas» es la obra maestra de Haruki Murakami, el libro que yo destacaría una y otra vez, el que le permitió alcanzar la grandeza. Una obra asombrosamente ambiciosa tanto en construcción como en temática.

También es un punto y aparte. El elegante y grácil uso de la primera persona de Murakami alcanza su cima en esta obra, que aprovecha las opciones del japonés. Hay algo increíblemente mágico en usar una lengua que puede decir “yo” de varias formas diferentes para explorar la individualidad y la identidad personal.

Bajo un Tokio quizá futurista se extiende un laberíntico mundo subterráneo poblado por temibles criaturas de pesadilla, los tinieblos. En la superficie, dos grupos enfrentados, el Sistema y la Factoría, mueven a sus agentes, calculadores y semióticos, en un duelo mortal. Los calculadores cifran datos con sus cerebros modificados y los semióticos intentan robarlos, en ocasiones abriendo esos mismos cerebros. Eso es “el despiadado país de las maravillas”, donde un calculador es requerido para prestar sus servicios.

La otra línea narrativa de la novela es la de “el fin del mundo”, un lugar que parece existir en la eternidad (mientras que “el despiadado país de las maravillas” parece discurrir en tiempo real). Un hombre –que no recuerda nada de su vida anterior- llega a las puertas de una ciudad de altos muros. Para entrar debe renunciar a su sombra, que sólo podrá recuperar al abandonar la ciudad. Por desgracia, nadie puede salir de la ciudad. Los únicos capaces de irse son los pájaros, porque pueden volar sobre las murallas.

Esos dos mundos, relacionados sutilmente, se van construyendo narrativamente en capítulos alternos, y van confluyendo –aunque no como esperabas- a medida que avanza la novela. El realismo ciberpunk de “el despiadado país de las maravillas” se va tiñendo de elementos fantásticos, y la fantasía de “el fin del mundo” va adoptando tintes industriales.

La combinación de elementos de ciencia ficción y fantasía producen, curiosamente, una extraña forma de realismo temático. Es como si ciertas cosas sólo se pudiesen describir mejor desde mundos más o menos distorsionados.

Muchos de los temas tratados, una nube de ellos con un centro bien claro, aparecen en otras novelas de Murakami. También es habitual la mezcla de elementos realistas y momentos fantásticos. Pero nunca como en esta novela, con tanta contundencia y con unos resultados tan espectaculares.

Abundan las ironías y frases pronunciadas sin pensar que se revelan posteriormente cargadas de significado. El distanciamiento burlón del protagonista de “el despiadado país de las maravillas” contrasta perfectamente con la aproximación sensorial del héroe de “el fin del mundo”.

Leer «El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas» es entrar voluntariamente en un vertiginoso torbellino de imágenes que va revelando el corazón de la novela.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoMejores libros de Haruki Murakami

Contra la lectura, de Mikita Brottman

En, «Contra la lectura», Mikita Brottman, intenta despejar los mitos que rodean al libro.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Leer es lo mejor que hay, ¿no? Aumenta tu belleza física, incrementa tu altura, te eleva a otro estado superior del ser, te limpia la nevera, se ocupa del perro, te permite sentirte superior a los demás. Leer es lo mejor que hay, ¿no? Pues es posible que no, nos dice Mikita Brottman en «Contra la lectura».

Lo publica la editorial Blackie Books con traducción de Lucía Barahona.

Descubramos la verdad.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Pocas veces se reconoce que uno de los grandes éxitos del marketing de los últimos cinco siglos es haber logrado convertir un simple objeto, el libro, es una especie de bálsamo de Fierabrás, dotado de unas cualidades prácticamente sobrenaturales.

Un extraterrestre que no hubiese visto jamás un libro creería, al oír algunas de las cosas que se dicen sobre él, sobre la lectura e incluso sobre la industria editorial, que estamos ante una suerte de ente mágica y con seguridad dotado de los atributos de la divinidad. Intento imaginarme su decepción cuando le enseñasen un taco de hojas de papel (o un Kindle).

Yo lo llamo la bobería del libro.

Algo similar debe sentir Mikita Brottman, porque su «Contra la lectura» intenta desenmascarar muchos de los mitos sobre el libro procurando a la vez hacer la menor sangre posible. No intenta tanto hacer que los lectores se sientan mal, sino colocar en su justa medida esa actividad que a algunos nos gusta tanto.

Esa voluntad de no hacer sangre se evidencia en el subtítulo: “Un ensayo dedicado a los lectores que no creen que los libros sean intocables”. Seguimos hablando de lectores, pero de unos concretos. Más claro no puede estar.

El libro empieza muy bien, preguntándose qué significa “leer” para toda esa gente que se preocupa tanto del supuesto descenso de los índices de lectura. ¿Qué les preocupa de verdad? En mi experiencia personal, se trata sobre todo de algún tipo de ansiedad social, una vigilancia fronteriza para poder delimitar bien los grupos. Rara vez es una preocupación puramente cultural.

También nos recuerda que la sacralización de la lectura es un fenómeno relativamente reciente. De hecho, la valoración del acto de leer ha sufrido muchísimos altibajos. En su día, leer novelas se consideraba al nivel al que hoy estimamos, o no, a los realities.

Es más, el valor que le asignamos ahora está muy relacionado con el capitalismo en sí, que precisó en su momento de una fuerza laboral con cierto nivel de alfabetización. Ese importante factor, la lectura como necesaria para el crecimiento, más otros relativos sobre todo a las clases sociales, ha llevado al estado actual donde damos por supuesto que leer es siempre positivo.

Y no dudamos en insultar al que no lee. De hecho, bastaría con repasar los memes que los lectores han ido creando para hablar de los no lectores para confirmar que la lectura podrá ser muy beneficiosa, pero no te convierte necesariamente en mejor ser humano.

La autora resume muy bien su punto de vista cuando dice:

«Simplemente quiero sugerir que no hay nada digno o respetable de manera intrínseca en el acto de leer en sí».

Es una idea más que evidente. Toda actividad humana se puede pervertir, toda actividad se puede malograr, toda actividad puede convertirse en síntoma de un trastorno. Pero la realidad es que nuestra sociedad del libro ha sacralizado la lectura en sí, independientemente de lo que estés leyendo.

Es más, se considera que lo contrario de leer es algún tipo de atrofia intelectual. Que la lectura es la única forma de desarrollar una mente plenamente humana. Lo saben incluso los que no leen, de tantas veces que se ha repetido.

En contra, Mikita Brottman recuerda todo tipo de problemas. Que la lectura puede producir un aislamiento social considerable y limitar el desarrollo emocional, hasta el punto de tener gente que afirma que sus mejores amigos son personajes literarios. Eso sin contar con un progresivo alejamiento de la realidad.

Aunque no llega a afirmar que la bibliomanía, la tendencia a acumular libros porque sí, sea una enfermedad, se acerca bastante a hacerlo. En la mayoría de los casos llamamos bibliomanía a lo que no es más que una variante del síndrome de Diógenes. Yo lo sufro, pero hago lo posible por resistirme.

Eso sin hablar de la tendencia de los lectores a sentirse superiores a los demás, con toda una serie de creencias que normalmente no son más que formas de articular discriminaciones y jerarquías sociales ajenas a los libros en sí.

Nos recuerda que los clásicos se siguen publicando porque dan dinero. Que en muchas ocasiones, son libros aburridos sin el más mínimo interés excepto para especialistas y que te compensa más ver la película. «Solo deberíais leer libros con los que disfrutéis», sin convertir, añado yo, la lectura es un trabajo o un sacerdocio.

Y sobre todo, defiende a la gente que no lee, que el aspecto que más me gusta de este libro. Especialmente a los que no leen porque sus cerebros no funcionan así, porque piensan de una forma diferente a los lectores. Defiende, acertadamente, que otras formas artísticas, como la música o la pintura abstracta, pueden lograr efectos y presentar realidades que escapan a cualquier ficción literaria. Por desgracia, nuestro sistema tiende a dejar de lado a esas personas, sobre todo en el ámbito académico, donde reina la palabra.

Pero no se trata de afirmar que la lectura, y en este caso lectura es leer literatura, no sirva para nada. Por supuesto, tiene sus efectos positivos. Tomado en su justa medida, leer es muy importante. Como también lo es saber cuándo dejar de leer.

Y otro libro contra la idea de lecturas, que va todavía más lejos en sus críticas (por si eso te parecía imposible), es «Metáforas de la lectura», de Víctor Moreno. Aquí te dejo el vídeo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoContra la lectura, de Mikita Brottman

Uzumaki, de Junji Ito

En «Uzumaki», Junji Ito ha creado una obra maestra del manga de terror.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

https://youtu.be/VuSelSaf7sE[/embed\]

TRANSCRIPCIÓN

Hola. El terror ante un cuerpo que te traiciona, el terror de una biología sobrenatural, el terror ante una transformación incontrolable. Es «Uzumaki», de Junji Ito.

Lo publica la Editorial Planeta con traducción de Marc Bernabé y Verònica Calafell.

Entremos en el pueblo.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

La historia se inicia en Huruzu, un pequeño pueblecito japonés en la costa. La primera persona con la que nos encontramos es Kirie, una alumna que secundaria que será la protagonista y guía. Tras encontrarse con un extraño remolino, la protagonista da con el padre de su amigo Shûichi. El hombre ni siquiera responde, está en un callejón contemplando fijamente un caracol. Su amigo le confirma que efectivamente era su padre y le propone de inmediato escapar juntos del pueblo porque algo va pasar. Resulta que esta pequeña población pesquera está contaminada por las espirales.

En concreto, el padre de Shûichi, la primera víctima que conocemos, está obsesionado con las espirales. No trabaja, apenas se relaciona, y pasaría el día encerrado contemplando espirales de todo tipo. Pronto su cuerpo se transformará horriblemente, se distorsionará plegándose sobre sí mismo, adoptando el cuerpo humano la forma de espiral. El día de la cremación, el humo que sale de la chimenea también se mueve en espiral.

«Uzumaki» es uno de los cómics que me ha dado miedo. Muchos dicen que es imposible, que un cómic no puede dar miedo porque el lector controla por completo el ritmo de la historia. Puedes pasar la página más despacio, o no pasarla en absoluto.

Tonterías. Eso es pensar que la aparición súbita, que el cine de terror ha perfeccionado hasta el extremo, es la única forma de provocar miedo.

No, al contrario, hay muchas formas de producir terror. Y Junji Ito, como demuestra ampliamente en «Uzumaki», domina varias de ellas. Fue… fue dentista…

El pueblo efectivamente está contaminado por espirales. A medida que la historia progresa comprendemos que hay algo profundo y antiguo que regresa, que la periodicidad en el plano de las espirales es también una repetición en el tiempo.

Hay espirales por todas partes. En la hierba. En los edificios. En el interior de las personas. Junji Ito se divierte dando con espirales en los lugares más inverosímiles, convirtiéndolas en reales y metafóricas a la vez, ocultándolas en el dibujo o haciéndolas totalmente explícitas.

Pronto queda claro que el pueblo está más que sometido a las espirales. No dejan de sucederse hechos horribles. Personas que se transforman en caracoles. Pelos que se desmadran y acaban compitiendo. Amantes anudados. Casas ancestrales que se deforman. Faros encantados. Bebés que aspiran a regresar al útero. O fenómenos atmosféricos provocados por la voz humana.

De hecho, es el propio espacio físico alrededor del pueblo el que se deforma, tornándose en una espiral que te permite entrar, pero no te deja salir. El pueblo entero llega a transformarse en un universo cerrado separado del resto del país.

Sin embargo, todos parecen aceptar esos hechos como si fuesen normales, parte de algo que simplemente sucede. Solo Kirie y algunos personajes más parecen reaccionar con horror. Lo que hace especialmente horrible este cómic es el ambiente general de aceptación.

La protagonista, Kirie, será casi siempre la testigo de todos estos fenómenos, ya sea sufriéndolos directamente o presenciándolos en persona. Ella será siempre nuestro punto de referencia a medida que la situación el pueblo va deteriorándose.

Lo dicho, llegado cierto momento, quien entra en Hurouzu no vuelve a salir.

Este volumen contiene la historia completa, más un epílogo muy gracioso y un capítulo extra llamado “Galaxias”. Ese capítulo extra no aporta nada y desde mi punto de vista la historia termina más que satisfactoriamente en la página 610.

Hay dos aspectos en «Uzumaki».

Está la historia global, lo que le sucede al pueblo entero en sí. Es una historia con tintes lovecraftianos, con entidades antiguas, que bien podrían ser abstractas, más allá de lo humano, que reaparecen periódicamente y exigen su sacrificio. Entes más allá de cualquier comprensión, que tratan a la humanidad como nosotros tratamos a las hormigas, con una indiferencia brutal en el mejor de los casos y con una crueldad desmedida en el peor.

Ese aspecto está bastante bien y el final es una asombrosa combinación agridulce, acompañado del virtuosismo gráfico de Junji Ito. De la misma forma que provoca un verdadero desasosiego cuando muestra destinos colectivos en formas de montones y montones de cuerpos deformes.

Pero lo que realmente convierte a «Uzumaki» en una historia genial es cuando se vuelve intimista y personal, cuando contemplamos, por los ojos de nuestra protagonista, un horror individual, el irónico y desmedido castigo por una falta trivial. Cuando contemplamos destrucciones físicas que para nosotros son claramente inmerecidas. Y cuando esas deformaciones, esas alteraciones desconcertantes y repugnantes del cuerpo son simultáneamente metafóricas.

Como cuando las rivalidades de instituto, la necesidad de ser más popular, se manifiesta como una batalla entre peinados barrocos que cobran vida propia y exigen su atención. O, siguiendo con la escuela, cuando la suerte de acosado y acosador se une en un destino común. En «Uzumaki», la pereza te transforma en caracol, la ira te une a la violencia de tu víctima, la lujuria te convierte en una monstruosidad terrorífica.

Junji Ito usa además un estilo muy realista, lo que ayuda mucho a provocar la sensación de grotescas deformaciones, a hacerte creer que eso podría pasarte a ti, que «Uzumaki» transmite con tanta genialidad.

Y si quieres seguir con el terror, te propongo «Una cabeza llena de fantasmas», una novela de Paul Tremblay francamente curiosa. Aquí te dejo el vídeo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoUzumaki, de Junji Ito

De lo sublime, de Longino

Un gran clásico de la crítica literaria, una obra que conserva su frescura a pesar de tener casi 2.000 años. «De lo sublime», de Longino.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Hoy te traigo «De lo sublime», de Longino. Una de las grandes obras clásicas sobre la estética y la crítica literaria. Y también una lectura muy entretenida.

La publica la editorial Acantilado con traducción de Eduardo Gil Bera.

Vamos allá.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

«De lo sublime», conocido en otras ediciones como «Sobre lo sublime», es una de mis obras preferidas de la antigüedad clásica. Ese periodo indefinido que puede llegar hasta la caída del imperio romano. Es un texto fascinante, rico, reflexivo, lleno de ideas y que puede leerse y releerse una y otra vez.

Veras.

Hay un gran texto clásico sobre literatura, que es la Poética de Aristóteles. Cuando lo tuve que leer, la edición que compré venía con otro libro: «De lo sublime» de Longino. No lo conocía. Terminada la tarea que me habían asignado, leí el siguiente.

Ya lo había pagado. Fue hace mucho tiempo y los móviles todavía no hacían nada útil. No daban ni la hora.

Al terminar, sentí el más absoluto entusiasmo. El libro que NO se me había asignado para leer me gustó mucho más y me resultó mucho más extraordinario, cercano y francamente razonable. Comprendo que la Poética es muy importante, pero…

Mi opinión. A Aristóteles no le gustaba el teatro. Lo que le gustaba eran sus ideas sobre el teatro. Y si el teatro real no coincidía con sus ideas, pues peor para el teatro.

También carecía del más mínimo sentido del humor. Jorge de Burgos no tenía nada de qué preocuparse. Su libro sobre la comedia seguro que era el libro de chistes más aburrido de la historia. Ni Freud lo hubiese superado.

Tu vídeo es pueril y desdramatizado. No tiene sentido de la estructura, los personajes o de mis unidades.

Qué te decía.

Pero al contrario, el autor de «De lo sublime»… Nadie sabe cómo se llamaba, pero Longino nos vale… parece que sinceramente disfrutaba del arte, de la literatura, del teatro. Sus palabras parecen derivar de haber estudiado las obras para extraer sus aspectos destacables, su técnica, en lugar de partir de opiniones a priori sobre “así deben ser las cosas”.

Y hay un momento absolutamente luminoso, una revelación maravillosa en la que el autor y yo somos uno y estamos totalmente de acuerdo. Pero ya hablaremos de eso.

Si bien el discurso posee un firme sustrato moral, sí que transmite la cercanía y el calor humano de alguien que disfruta. Longino parece estar pasándoselo bien.

Ayuda mucho que el texto sea una carta dirigida a un amigo y describa una experiencia común a los dos: el desencanto con un tratado anterior sobre la materia. Nuestro autor decide componer su propio texto. Con doble intención. Por un lado, explicar qué es lo sublime, sus efectos y sus usos. Y por el otro, explicar cómo lograr ese efecto sublime, dejando espacio para que cada uno adapte esas enseñanzas a su propia personalidad.

Es a la vez texto de análisis y manual de retórica. Analiza cómo se hace y enseña a hacerlo.

No está nada mal para un libro tan cortito y que además está incompleto. Y siempre con una enorme profusión de citas y comentarios sobre otros autores, usando continuamente ejemplos para apoyar sus palabras. Por citar, incluso cita el Génesis.

Pero ya hemos dado muchas vueltas. ¿Qué es lo sublime?

Pues es un cierto apasionamiento, un cierto éxtasis, es un desborde de emociones atemperado por la razón. Para convencer no basta con argumentar, no basta con dar datos, no basta con los razonamientos. Hace falta mover al público, elevar su espíritu, llevar al cénit su humanidad.

«Lo sublime es una elevación y culmen del lenguaje», dice. «Lo maravilloso y sobrecogedor siempre vence a lo que apunta sólo a persuadir y complacer» añade. «Lo sublime que irrumpe en sazón devasta como un rayo todo lo establecido y muestra en su plenitud el poder del orador», sentencia.

Ya sale una idea importante en todo el texto, que es más o menos explícita en todo el discurso, la de un cierto equilibrio. No se trata de emocionar. No se trata de razonar. Se trata de hacerlo a la vez y en su justa medida.

¿Y de dónde surge lo sublime?

Pues tiene 5 fuentes:

  1. Concepción elevada del pensamiento.
  2. Pasión vehemente e inspirada.
  3. La doble formación de figuras.
  4. La dicción noble.
  5. La dignidad y elevación de estilo en la composición.

Pero ya te habrás dado cuenta de que todas estas fuentes no son iguales. Las tres últimas, son las que se refieren al arte, a la técnica, a la pura composición del texto. Es la parte de escritor, es la parte que se puede aprender, es lo que la experiencia y la cuidadosa selección de modelo te puede enseñar.

Y es a lo que dedica muchas y muchas páginas el autor, a contar, con muchos ejemplos como ya he dicho, como lograr esos efectos retóricos de lo sublime.

Hay pocas reglas en «De lo sublime». O mejor dicho, hay muchas reglas, pero todas están debidamente matizadas, todas están atemperadas y todas definen un dominio sobre el que pueden aplicar. Por ejemplo, en la página 86 dice «La excesiva concisión rebaja lo sublime» para inmediatamente añadir «La prolijidad es fría». Siempre hay un punto justo, siempre hay una razón perfecta. Pero depende de la obra.

«De lo sublime» se escribió en una época muy diferente, alejada de los grandes sistemas filosóficos, de lo esquemas totales, una época en la que resultaba difícil dar con una cosmovisión, con una teoría general que explicase todos los fenómenos. Una época más dispersa que se enfrentaba a una compleja avalancha de hechos y una prolija sucesión de manifestaciones que exigen un análisis individual y concreto.

Por esa razón hay una presencia continua de fondo, un “todo en su justa medida”, que obliga al autor, y a nosotros lectores, a tratar las obras en su individualidad radical. Si no lo hacemos así, al no disponer de recetas, ¿cómo podremos saber si realmente la obra ha alcanzado ese equilibrio y con él lo sublime? Leído ampliamente, «De lo sublime» defiende juzgar cada obra según lo que cada obra ha decidido hacer.

Es más estricto con cierto… minimalismo. Defiende más que nada que las figuras no se noten. Que la habilidad artística pase desapercibida en cuanto ha alcanzado lo bello y sublime. Nada de florituras por las florituras para Longino. No todas las pasiones son iguales, nos dice, y es muy fácil caer en la puerilidad.

¿Y las otras dos fuentes? ¿Las dos primeras?

Pues lamento decirte que según el autor tienden a ser innatas. Aunque el texto también parece defender que emular a los grandes posiblemente te permita elevarte a ti también. Pero en lo que debe ser la distancia más grande con nuestra época, Longino va a un poco más allá.

«Lo sublime es el eco de un alma grande», dice, añadiendo además que «…no es posible que hombres en cuyas vidas prevalecen ideas y propósitos ruines y propios de esclavos produzcan algo admirable y digno de inmortalidad» (p. 20)

Supongo que en esa época una idea de ese tipo debía ser evidente. Ser un genio era ser buena persona o algo así. Una gran obra implicaba un gran creador, o algo así. Para ciudadanos del siglo XXI, acostumbrados a los desmanes de los creadores y hábiles para navegar la distinción entre persona y obra, la idea es bastante más difícil de aceptar. No nos da la impresión de que la grandeza artística requiera de un alma especial.

Bien, espero que te haya quedado claro que me encanta de este libro su disfrute absoluto de la literatura y que esté tan dispuesto a acercarse a las obras en sí. Pero todavía no te he contado el momento más luminoso, el que cuando lo leí originalmente me impactó de verdad y me obligó a tratar «De lo sublime» como un gran clásico.

Se produce en la página 70 de esta edición, al comienzo de la sección XXXIII. Tras conjurar a un hipotético escritor «verdaderamente puro e irreprochable», el autor plantea con inocencia lo que es realmente una pregunta fundamental:

«¿No merece la pena preguntarse en general qué es preferible, en poesía como en prosa, si la grandeza con errores, o la mediocridad en la ejecución, pero pulcra en su conjunto y sin fallos?»

En ese punto, esa persona que habla desde hace casi dos mil años y yo somos uno. Porque la respuesta se decanta de inmediato por la convicción de que la obra genial contiene el error, que lo audaz tiene su mácula, por la idea de que la grandeza tropieza consigo misma. La obra perfecta y pura lo es porque no se arriesga. El genio siempre admite crítica porque la audacia de producir una gran obra implica fallar en algún punto.

Es mejor el error valiente que la perfección estéril.

«De lo sublime» es una gran obra. Todo un monumento al aprecio de la literatura. Y otro libro enamorado de lo literario es «Impón tu suerte», de Enrique Vila-Matas. Ahí encontrarás obras y obras para disfrutar. Aquí te dejo el vídeo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoDe lo sublime, de Longino

Dónde aterrizar, Bruno Latour

El clima del planeta está cambiando por culpa de la actividad humana. Y todavía cambiará mucho más, lo que, según Bruno Latour en «Dónde aterrizar», nos obliga a cambiar toda nuestra orientación política.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. El mundo ha cambiado. Pero no el mundo metafórico de la actividad humana. El mundo en sí. Lo real. El planeta ha cambiado y sigue cambiando rápidamente. Y si la política es la habilidad de vivir en el mundo, entonces según Bruno Latour en «Dónde aterrizar», la política también ha cambiado radicalmente. Otra cosa es que queramos verlo.

Lo publica la editorial Taurus con traducción de Pablo Cuartas.

Si nos descuidamos, vamos a arder.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Apuesto a que no sabías que estabas volando. Pero sí, así estamos todos, en un avión que salió en su día de un origen al que ya no podemos volver y que avanza hacia un destino que ya no existe. Esa condición que ahora compartimos todos es la que según Bruno Latour debe transformar nuestra forma de vivir y hacer política.

Y todo eso es consecuencia de una transformación fundamental del planeta: el cambio climático. O mutación climática, como la llama el autor, extendiendo su caracterización más allá de lo puramente factual, más allá del hecho de que estamos cambiando el clima.

Pero antes de seguir… gracias a Taurus por enviarme el ejemplar para reseñar. Pero como digo siempre, el libro es de la editorial, pero las opiniones y comentarios son exclusivamente míos.

Hay un detalle interesante de este libro que no percibí cuando lo leí. Normalmente el índice de un libro no te dice nada. Los nombres de los capítulos rara vez tienen sentido a menos que ya hayas leído el libro. No en este caso. De hecho, el índice se llama “Índice en forma de resumen” y los títulos son muy descriptivos.

Por ejemplo, el 1 está muy claro: «Una hipótesis de política ficción: la explosión de las desigualdades y la negación de la situación climática son el mismo fenómeno». Pues sí. El capítulo 14 es «El desvío por la historia de las ciencias permite comprender cómo cierta noción de naturaleza ha inmovilizado algunas posiciones políticas». Evidente… O simplemente son declaraciones de acciones: «Las ciencias de la Zona Crítica no tienen las mismas funciones políticas que las demás ciencias naturales».

Por supuesto, en ese índice resumen no está el libro. Pero sí que lo puedes leer completo, son dos páginas, y hacerte una idea de por dónde van los tiros.

En lo fundamental, «Dónde aterrizar» es un manifiesto, un manual de urgencia pidiendo modificar nuestra forma de pensar, nuestra forma de relacionarnos con el planeta. Es un brillante análisis de nuestra situación contemporánea, una clara reflexión sobre lo que hemos hechos mal y una lúcida exigencia de cambio. El estilo, como él mismo dice, es voluntariamente abrupto. Se trata de ser claros.

Por desgracia, eso le lleva a usar palabras fácilmente malinterpretables, que en otro tipo de libro exigirían varias páginas de aclaraciones. Por suerte, el texto remite una y otra vez a una amplia bibliografía.

Bruno Latour relaciona tres fenómenos. La desregulización que trajo con ella el fin del sueño de la globalización. El enorme crecimiento de la desigualdad. Y el negacionismo del cambio climático. Fenómenos que toma como síntomas de un algo mucho más profundo, de un cambio político descomunal. O, tras leer las posiciones del autor, sería mejor decir que se trata de la irrupción de un elemento que siempre estuvo ahí pero no quisimos ver.

El cambio climático lo cambia todo. Hace que lo Terrestre se manifieste plenamente y provoca lo que el autor define como mutación climática, donde clima es la relación de los humanos con sus condiciones materiales de la existencia, hecho que afecta enormemente nuestras opciones para organizar la sociedad. Y lo Terrestre no va a irse.

Pero ¿qué sucedió?

Nuestra política, dice Latour, se orientaba hacia dos polos. Por un lado, los Global, con su sueño de unidad del mundo entero. Por el otro, lo Local, con sus viejos arraigos al suelo. Nuestras posiciones políticas se situaban en la línea que los unía, colocándose cada uno en algún punto a lo largo de la onda de modernización que llevaba de uno a otro.

Por desgracia, lo Global se transformó en algo puramente depredador y volver a lo Local ahora es imposible. Curiosamente, el planeta es demasiado pequeño para contener la globalización, que exigiría muchos más recursos de los disponibles, varios planetas. Pero a la vez es demasiado grande, contiene demasiados elementos, es demasiado complejo para permitir lo local. Vamos, no puedes cerrar tus fronteras y fingir que lo de fuera no te afecta.

O mejor dicho, sí que puedes. Puedes negar el cambio climático y fingir que eso afecta a otros, ahí fuera. Es un polo atractivo para mucha gente y todos los días lo vemos manifestarse de una forma u otra en las noticias. Pero es una fantasía. Las condiciones del planeta afectan a todos. Hemos perdido el suelo y nuestra orientación política.

De nuevo, somos como pasajeros viajando en un avión que vuela sobre el agua, habiendo partido de un aeropuerto que ya no existe con destino a un lugar que nunca fue.

De ahí lo de «Dónde aterrizar».

¿Cómo orientarnos? Pues si estos tres polos son dos de ellos ya imposible y el tercero es una fantasía, solo nos queda la opción de mirar hacia la Tierra. Lo Terrestre, un nuevo actor político, que en una situación sin precedentes deja de ser el telón de fondo de la actividad humana. Se planta ante nosotros, como un ser primigenio que creíamos dormido.

Estamos quemando el planeta. Si no tenemos cuidado en las próximas décadas, provocaremos un desastre sin precedentes en la historia humana. En esencia, hemos forzado la naturaleza hasta tal punto que esta se ha revirado contra nosotros. Ahora, la Tierra entera reclama participar, o al menos la parte que Latour identifica como Zona Crítica.

Y no es que no hubiésemos intentado cambiar. Ya lo hicimos con la ecología, que tras 50 años Latour presenta como un fracaso. Y fracasó porque a pesar de sus preocupaciones por la naturaleza, no logró cambiar de punto de vista. Seguía moviéndose en el antiguo eje. La preocupación social y la preocupación ecológica, insiste Latour, no son dos preocupaciones diferentes. Son la misma. Un mundo justo para los humanos es también un mundo justo para los pajaritos.

La distinción entre seres humanos y naturaleza no es real. Compartimos el planeta con un número inmenso de otros actores y debemos decidir en qué grado estamos dispuestos a colaborar con ellos. En los noventa soñamos con el fin de la historia y ahora nos hemos topado de bruces con la geohistoria.

Sencillamente, nuestro sistema actual es insostenible.

Pero no te confundas, no es que el capitalismo esté mal equipado para resolver la mutación climática. Eso es tan evidente que hay millonarios que lo dicen e incluso tenemos un famoso chiste gráfico al respecto. No, el blanco de Bruno Latour es más de fondo, la forma de pensar que sostiene nuestro sistema: la modernidad.

La modernidad tiene muchas características, pero una principal era considerar que la naturaleza y lo humano eran dos esferas totalmente diferentes. Podíamos vivir en nuestras ciudades y de vez en cuando ir a la naturaleza a buscar recursos. Latour se pregunta cómo se pudo considerar racional una forma de pensar capaz de producir semejante fantasía, capaz de dejar el planeta en el estado en que se encuentra ahora.

Como resume muy bien:

«Hoy, el escenario, los bastidores, el proscenio, el edificio entero se ha subido a las tablas y les disputa a los actores el papel principal. Esto cambia todos los libretos y sugiere nuevos desenlaces. Los humanos ya no son los únicos actores aunque comprueban que se les confía un papel demasiado importante para ellos».

Si hay una fecha para el certificado de defunción, sería el 13 de diciembre de 2015.

De todas formas, la crítica no acaba con la modernidad. También incluye a la ciencia, que en más de una ocasión ha servido para justificar y favorecer el deterioro del planeta. Y también reclama cambios en la forma de hacer ciencia. Aunque por desgracia esa me resultó la parte más decepcionante. No porque no esté de acuerdo, sino porque no acaba de ser lo suficientemente claro en su argumentación. Si no supiese, por otros textos, lo que quiere decir, creo que no me hubiese aclarado.

Ah, por cierto, también que hay que cambiar la forma en que contamos y divulgamos la ciencia. Pero eso queda para otro día.

Pero tampoco es excesivamente importante. El resto de lo que argumenta es muy claro y creo que fundamentalmente tiene toda la razón. El cambio climático es la gran amenaza existencial a la que se enfrenta la humanidad y que eso produce la mutación climática de la que habla: la necesidad de cambiar muchas cosas, entre ellas la relación con el resto del planeta. Y ya creía, antes de empezar, que la mayor parte de lo que consideramos problemas, los titulares que ocupan las cabeceras de los periódicos o que abren informativos, no son más que síntomas de un problema mayor que da la impresión de que no queremos ver.

Haciendo gala de lo que recomienda, tener en cuenta todas las voces del planeta, «Dónde aterrizar» se cierra con una declaración personal, un punto de vista desde sus condiciones concretas, que explicita y deja claras, como un actor más en el planeta.

En mis momentos más pesimistas, creo que simplemente está claro que la inteligencia no es adaptativa a escala planetaria, que una civilización inteligente acaba destruyendo su ecosistema y que esa es la explicación de la paradoja de Fermi.

Cuando me siento optimista, tengo fe en los jóvenes, que parecen estar levantándose para exigir que les dejemos un planeta en condiciones, que no quememos el mundo. Quizá la mejor opción sería dejárselos ya.

Y otro libro sobre cómo podríamos cambiar la sociedad para mejor es «Utopía para realistas», de Rutger Bregman. Quedan muchos cambios por hacer y por algún sitio hay que empezar. Aquí te dejo el vídeo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoDónde aterrizar, Bruno Latour

La dependienta, de Sayaka Murata

Sayaka Murata ofrece en «La dependienta» una protagonista singular que solo aspira a su hueco en el mundo.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

https://youtu.be/UhCs6U9o3lw

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una mujer que ha encontrado su lugar. Un hombre que está convencido de que alguien le debe algo. Una sociedad que exige continuamente nuestro conformismo, aunque ya se lo hayamos entregado. Es «La dependienta», de Sayaka Murata.

La publica Duomo ediciones con traducción de Marina Bornas.

Entremos en la tienda.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Keiko Furukura sabe que no es una persona normal. Así que vive oculta en los huecos que la sociedad le deja: trabaja por horas en una tienda abierta veinticuatro horas, parte de una gran cadena, donde es feliz siguiendo el manual de empleado al pie de la letra. Por desgracia, ya ha cumplido los 36 y la sociedad tiene ideas muy claras sobre lo que una mujer de su edad debe hacer.

«La dependienta» es una de esas novelas muy serias escrita con mucho sentido del humor. Muestra a una protagonista francamente peculiar, muy diferente al lector, pero cuyo deseo de poder vivir tranquilamente, en paz, con su forma de ver el mundo, es perfectamente comprensible.

Keiko no es solo que quiera vivir la vida de otra forma, sino que ella misma es muy diferente a los demás. Cuando era pequeña, decidió que la mejor forma de separar a unos compañeros de clase que se peleaban era usar una pala. Ante los lloros de un bebé piensa que un cuchillo sería la solución. Las emociones que siente son diferentes y quizá más limitadas. No sabe lo que es la ira. No experimenta tampoco mayor interés por el sexo o tener pareja. Y su definición de comer es limitarse a hacer lo mínimo para que algo sea masticable.

Su problema principal es que la vida tiene muchas reglas rara vez explícitas, increíblemente sutiles y en muchas ocasiones inconsistentes. Tiene que recurrir a las excusas inventadas por su hermana para justificar seguir trabajando por horas en una tienda. Porque en la tienda hay algo que no existe en el mundo real: un manual perfectamente claro explicando cómo ser el empleado ideal. Keiko no sabe ser humana, pero sí sabe ser humana de tienda: ser dependienta.

Por desgracia, la sociedad sigue insistiendo. Cuándo piensa casarse y encontrar un trabajo estable. Así que concibe un plan genial: fingir que mantiene una relación con un antiguo compañero de trabajo, Shiraha, un vago redomado que busca la vida más sencilla pero que inicialmente parece similar a ella.

Pero el tiro sale por la culata. La pobre Keiko acaba con más presiones que antes y encima rompe el delicado equilibrio de la tienda. Para sus compañeros, incluso para su jefe, de pronto deja de ser una simple dependienta y se convierte en “persona”, con vida sentimental y planes de boda.

Lo mejor de «La dependienta» es su protagonista, que nos cuenta la historia en primera persona. Es claramente neuroatípica, pero acepta su situación sin rencor ni odio. A pesar de que piense cosas que no consideramos normales, ella solo aspira a vivir tranquilamente. Es un personaje muy simpático que aspira a sobrevivir en un mundo que no acaba de entender.

Un poco como todos nosotros.

La autora se deleita mostrando a Keiko como una observadora casi ornitóloga, que tiene calados los movimientos de clientes y empleados. La tienda es un lugar ordenado, donde cada uno es un objeto que ejecuta su función. Ella se limita a obedecer el reglamento e imitar a los demás, para encajar.

Incluso el trabajo emocional, el tener que sonreír continuamente y ser amable, no le importa. Ser un engranaje más de una máquina enorme es justo lo que quiere. Ella nació realmente cuando se convirtió en dependienta.

El humor de la novela va de fondo, ocupando casi siempre el espacio entre los deseos de Keiko y la realidad social. Ella no acaba de entender por qué le insisten y con ella tampoco el lector.

Me encanta además que la reflexión de la novela sea doble. Por un lado, preguntarse por qué la sociedad puede llegar a insistir de esa forma, exigir que interpretemos unos papeles determinados. Y por el otro, mostrar qué tipo de persona sería la ideal para ser engranaje, para ser perfectamente conformista.

O inconformistamente conformista.

O conformistamente inconformista.

Algo así…

En ese aspecto, si el final te parece feliz o trágico depende firmemente de tu valoración de Keiko. A mí me pareció que completaba maravillosamente su arco narrativo y no podría ser más feliz.

Lo que no dejo de preguntarme es si la novela mantiene alguna relación con «Indigno de ser humano», de Osamu Dazai. De hecho, parece jugar con esa obra, ofreciendo a su protagonista como ejemplo de otra forma de llevar eso de no encajar en el orden social y pintando a Shiraha como una versión paródica del protagonista de Dazai. Ya digo, no dejo de pensarlo, pero he sido incapaz de dar con ningún comentario al respecto. Es algo que le preguntaría a la autora.

«La dependienta» es una divertida novela sobre las exigencias sociales y cómo cada uno se enfrenta a ellas. Incluso una persona que no acaba de entender por qué se le piden esas cosas y con qué sentido.

Y si quieres otra novela japonesa sobre personas al margen de la sociedad, te dejo aquí el vídeo sobre «La fórmula preferida del profesor». Los primos son los mejores números.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoLa dependienta, de Sayaka Murata

Constantinopla 1453: El último gran asedio, de Roger Crowley

Una ciudad a caballo entre dos continentes, dos religiones, dos culturas. Su caída marcó el mundo. Eso es lo que cuenta Roger Crowley en «Constantinopla 1453: El último gran asedio»

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una ciudad milenaria a caballo entre dos mundos, dos religiones, dos formas de concebir la sociedad. Una ciudad codiciada por todos y cuya caída marcó un final y un renacimiento. Es «Constantinopla 1453: El último gran asedio», de Roger Crowley.

Lo publica la editorial Ático de los libros con traducción de Joan Eloi Roca.

No, ya no podemos volver a Constantinopla.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Me encanta este libro. Me gustó mucho cuando lo leí por primera vez hace unos años. Y me ha vuelto a encantar en esta nueva lectura.

Pero antes de seguir… gracias a Ático de los libros por enviarme el ejemplar para reseñar. Pero como digo siempre, el libro es de la editorial, pero las opiniones y comentarios son exclusivamente míos.

«Constantinopla 1453: El último gran asedio» es un libro ágil, informativo, fascinante, muy bien contado, que no deja un momento de pausa y que sabe abrirse más allá de los límites del conflicto que cuenta. Reflexiona sobre cambios tecnológicos y políticos, sobre las transformaciones de las poblaciones y de las culturas, sobre organizaciones y jerarquías.

En el centro, claro, la ciudad de Constantinopla. Constantinopla, la nueva capital del Imperio Romano, en su momento la ciudad más grande y rica del mundo, una ciudad que exhibía su poder ante todos. Constantinopla justo en la confluencia de dos continentes, rodeada por mar en tres de sus lados, y protegida en el otro por una impresionante muralla que la había defendido durante mil años. Constantinopla, el último representante del cristianismo en territorio del islam.

Ciudad saqueada en 1204 por la cuarta cruzada, convertida en una mísera sombra de lo que fue, capital de un imperio cada vez más reducido. Pero aún así, todo un símbolo, la heredera de Roma, el recordatorio de una época que ya no existía. Quien poseyese Constantinopla poseería el mundo. Razón por la que la ciudad estaba acostumbrada a ser asediada periódicamente. Una ciudad con ahora una población tan reducida que algunos de sus barrios, tras las murallas, eran a todos los efectos pueblos separados.

Y así fue como el joven sultán Mehmed II, con solo veintiún años y acompañado de un descomunal ejército, se plantó ante ella el mes de abril de 1453, en lo que sería el último asedio contra la ciudad. 53 días después, Constantinopla caía bajo el poder del Imperio Otomano.

Roger Crowley cuenta toda esta historia con un estilo asombrosamente vívido, pasando de un acontecimiento a otro con ritmo perfecto, manteniéndote interesado mientras baraja múltiples versiones de un mismo detalle (las crónicas son dispersas y en ocasiones contradictorias) para hacerte sentir como si realmente estuvieses allí. De la política de la Europa cristiana pasa hábilmente a un detalle personal e íntimo para luego darnos una muestra del genio organizativo del sultán o del enorme ingenio defensivo de la bizantinos.

A mí en el colegio me contaron la caída de Constantinopla como el inicio del Renacimiento. Por supuesto no es así, y esos procesos históricos rara vez dependen de una única causa. Pero si es cierto, como este libro deja muy claro, que ese hecho en concreto es tremendamente simbólico de un mundo que ya estaba cambiando y de equilibrios que ya se estaban desplazando. Vamos, si hasta hay una canción.

Por ejemplo, los ejércitos en sí.

Hoy tenemos una imagen muy en blanco y negro. Pero esos dos ejércitos eran mucho más multiculturales de lo que podría pensarse. Había muchos cristianos en el bando musulmán, y musulmanes en el bando cristiano. Por otra parte, era una batalla medieval, y el grado de brutal violencia es el de una batalla medieval. Sin embargo, el grado de organización y ejecución era impresionante. El ejército otomano requería de los recursos de todo un imperio, moviendo materiales de un lado a otro para preparar el asedio.

Las naciones europeas, por su parte, eran ya más cercanas a nosotros de lo que podrían pensarse. Estaban más preocupadas de sus intereses comerciales que de cualquier otra cosa y también de su propia seguridad inmediata, recelando sobre todo unas de las otras (enemistades, por cierto, que se repetían en la propia ciudad de Constantinopla). La religión, dejando de lado el tema de la unión de las iglesias, parecía una cuestión secundaria. Como dice el autor, eran naciones ya demasiado seculares. La diplomacia, que para muchos era cuestión de vida o muerte, es una constante en esta historia.

De hecho, los genoveses tenían todo un asentamiento, Gálata, frente a Constantinopla, supuestamente neutral. Una neutralidad más bien imperfecta.

Pero a mí personalmente lo que me fascina de este libro es que cuenta una historia que más allá de su enormidad geopolítica y humana es también tremendamente tecnológica.

La triple muralla de Constantinopla era un primor. Era la defensa perfecta y había protegido a la ciudad hasta ese momento. Pero frente a ella, el ejército otomano se plantó con los mayores cañones de la época, unas impresionantes obras de ingeniería que habían requerido conocimientos de muchas naciones y que exigían un grado de organización impresionante. Se rompían con su uso y debían ser reparados o modificados sobre la marcha. Todo un contingente de especialistas debía desplazarse con ellos.

Esos cañones disparaban proyectiles que oscilaban entre los 90 y los increíbles 700 kilos en el caso del supercañón diseñado por el húngaro Urbano, que ya había ofrecido sus servicios a Constantinopla (que carecía de recursos económicos y materiales). Se estima que la ciudad recibió 5.000 cañonazos, que exigieron 25 toneladas de pólvora. Hay una combinación de guerra antigua y moderna en esta historia. Como todo lo relacionado con la caída de Constantinopla, hay algo de mundo que muere y mundo que nace, algo de periodo de transición. Todos lo que prestaban atención sabían que la ciudad caería en algún momento. Si no hoy, mañana.

Por supuesto, los cañones no fueron el único elementos. Se asediaba, se asaltaba con torres, se cavaban túneles bajo las murallas, se inventaban métodos para localizar esos túneles, se tendía una cadena para cerrar el Cuerno de Oro, las flotas luchaban y los barcos se trasladaban por tierra…

Pero más allá de eso, si consideramos la capacidad de organizarse como una tecnología, una forma de hacer las cosas, este asedio es tremendamente fascinante. A mí me encantan los procedimientos, disfruto muchísimo descubriendo cómo se hacen cosas que parecen sencillas. Y Roger Crowley no defrauda en ese aspectos. Más de una vez durante la lectura, como sin duda me pasó la primera vez, tuve que detenerme para admirar el ingenio que le echaban.

Y en el centro de este libro lo que hay es una ciudad, a la que su autor claramente le tiene mucho cariño. La que fuera Bizancio, luego Constantinopla y que finalmente cambiaría su nombre a Estambul. Pasa eso con las ciudad. Incluso Nueva York se llamaba Nueva Amsterdam.

Fue capital de sucesivos imperios. Pero curiosamente, como indica el propio autor, en cierta forma tuvo que caer para poder renacer. Mehmed la convirtió en una ciudad multicultural, a caballo entre dos continentes, donde convergían innumerables rutas comerciales. Una ciudad mucho más tolerante de lo que era habitual en la época. A pesar de ser un trauma para Occidente, dice el autor:

«La caída también liberó la ciudad del empobrecimiento, el aislamiento y la ruina».

Y añade que los conquistadores:

«Supieron insuflar nueva vida a una ciudad asombrosa y bella, distinta a la Ciudad de Oro cristiana, pero hecha de colores no menos brillantes».

«Constantinopla 1453» es un libro que sabe moverse con agilidad entre las distintas facetas de lo que cuenta, que ofrece una visión amplia del conflicto y de la política de la época, que entra en lo personal cuando es necesario y pasa a lo global cuando hace falta. Una gran lectura.

Y si quieres otro libro sobre una época fascinante y cambios tecnológicos incesantes, entonces te dejo este vídeo sobre «El ojo del observador», los cambios en la forma de ver el mundo en la República Neerlandesa del siglo XVII.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoConstantinopla 1453: El último gran asedio, de Roger Crowley

Picnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay

La desaparición de unas alumnas de un elitista colegio, en la Australia de 1900, desencadena una serie de acontecimientos que sacuden las convicciones. «Picnic en Hanging Rock», de Joan Lindsay, todo un clásico de la literatura australiana.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una desaparición repentina. Un misterio que no tiene sentido. Un enigma que no se puede resolver. Una invasión que se produce bajo la atenta mirada de una roca casi eterna. Es «Picnic en Hanging Rock», de Joan Lindsay.

Lo publica Impedimenta con traducción de Pilar Adón.

Vamos de picnic…

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

«Picnic en Hanging Rock» es un clásico de la literatura australiana. Se publicó originalmente en 1967 y cuenta la historia de unas alumnas que desaparecen en la formación rocosa de Hanging Rock durante una excursión el día de San Valentín. La autora decía haberla escrito en dos semanas, a medida que los sueños se la iban dictando.

A mí lo que me llama poderosamente la atención de esta novela, más allá del argumento, es que ejecuta una maniobra tremendamente complicada. Es simultáneamente una novela sobre una presencia y una ausencia. Hay una invasión alienígena y a la vez hay algo que extrañamente falta. En la terminología de Mark Fisher, sería una novela que es a la vez weird y eerie.

Primero la invasión.

La novela entra directamente en el asunto. Es el día de San Valentín y las alumnas de la elitista escuela privada Appleyard salen de excursión a Hanging Rock. Se trata de una famosa y característica formación rocosa habilitada para picnics. La acción se sitúa en 1900, así el viaje hasta allí es largo y se hace en carruaje.

La novela, por cierto, presenta la historia como real y ofrece todo tipo de detalles periodísticos falsos.

Una vez allí, algunas alumnas acompañadas de la profesora de matemática deciden explorar la base de la formación. Y no regresan nunca. Bueno, una de ellas reaparece posteriormente, pero sin ser capaz de arrojar luz sobre lo sucedido.

Por supuesto, se inicia una búsqueda frenética, pero las consecuencias de la desaparición, totalmente misteriosa e inexplicable, se van ramificando y buena parte de la novela consiste en narrar esas ramificaciones. Los hechos trastocan las vidas de muchos personajes, en ocasiones produciendo conexiones, casualidades y azares que alcanzan finales inesperados.

Pero nada esto sucede en el vacío. La desaparición se produce en el contexto de la ocupación británica de Australia. La autora no vacila en ningún momento en mostrar a los europeos como invasores, como personas que creen que han llegado a un lugar vacío, un lugar sin historia, donde no pasó absolutamente nada hasta la llegada de los británicos. Un lugar donde todo está todavía por hacer, como dice un personaje.

La novela contrasta continuamente esa idea ingenua con las enormes extensiones de tiempo del propio mundo, de la geografía. Los venidos de fuera invariablemente desdeñan los millones de años geológicos, o directamente sienten miedo. Pero «Picnic en Hanging Rock» jamás te permite olvidar que Australia ya estaba allí, y no está vacía por mucho que los recién llegados lo crean.

El paisaje, la geografía, los animales, los insectos son siempre observadores de fondo de esta historia. Siempre están ahí. Gran parte de la atmósfera misteriosa de la novela depende de ese punto de vista, de la comprensión de que allí ya han pasado cosas, de que los parámetros que sirven para medir otros lugares no operan allí. Durante el viaje de ida, la profesora de matemática hace una referencia al teorema de Pitágoras aplicado al camino, para desconcierto total del conductor. En Australia eso no necesariamente se cumple.

Llega el punto incluso de que la novela contrasta las filosofías de vida de aquellos nacidos en Australia, y que han crecido en esa tierra, y los británicos recién llegados que no son capaces de comprender las dimensiones de la isla continente y no están capacitados ni para sobrevivir de verdad. Para ellos, todo es extraño y desconcertante. En febrero hace mucho calor.

Esa invasión está presente desde el mismo principio, con unas primeras páginas antológicas. El colegio en sí se presenta como una monstruosidad, algo totalmente fuera de lugar, una presencia impostada, algo que no debería estar. Una fuerza corrupta.

Las niñas sin embargo se presentan como seres a medio camino, todavía en transición. Todavía con cierta sintonía con lo natural, con la tierra y el aire. Pero ya a punto de pasar a la sociedad. Las niñas en esta novela son totalmente liminares.

Y nadie representa mejor la invasión que la directora del colegio, la señora Appleyard. Ella representa las reglas, los tiempos humanos, las cronologías, las costumbres sociales, el decoro, los intentos de controlar un mundo que no se deja, el deseo de orden… Frente a una naturaleza caótica, irreal, compleja, llena de vida, impasible, azarosa, ensoñadora, eterna… La roca posee una mirada de millones de años.

La señora Appleyard no puede estar más alejada de lo natural, insiste la novela una y otra vez. La directora encorseta, limita y marca los modelos de la sociedad.

¿Y la ausencia?

Pues los aborígenes australianos. Ellos estaban allí. No es verdad que Australia estuviese vacía. Hanging Rock era el hogar de alguien. Allí vivían unas personas a las que expulsaron para crear una zona de picnic. La desaparición que se cuenta en la novela remite a la desaparición histórica.

No tengo claro qué esperaba al empezar a la lectura de «Picnic en Hanging Rock». Ciertamente no me esperaba esa reflexión sobre mundos enfrentados, sobre escalas temporales tan incompatibles, una novela que reflexiona sobre la destrucción causada por cada paso que dan los personajes. Ciertamente no esperaba una novela tan increíblemente ecológica, en el sentido de que la naturaleza misma es uno de los protagonistas esenciales de la novela, parte de una dualidad fundamental.

Francamente, me pareció una obra maestra que merece una lectura atenta.

Y si quieres otro libro consciente del lugar en el que se desarrolla, no puedo sino recomendarte «El bebedor de vino de palma», de Amos Tutuola, con su asombrosa reelaboración de la tradición oral yoruba.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoPicnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay