Mejores libros de Haruki Murakami
Pues ha llegado el momento. Mi lista de los mejores cinco libros de Haruki Murakami. Si no sabes por dónde empezar a leer a Murakami, estas son mis recomendaciones.
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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.
TRANSCRIPCIÓN
Hola. ¿Te gustaría leer a Murakami y no sabes por dónde empezar? ¿Ya has leído alguno de sus libros, pero no sabes cuál debería ser el siguiente? Pues te voy a dar cinco recomendaciones. Los que yo considero los mejores libros de Haruki Murakami.
Eso sí, esta es una lista personal e intransferible. En varios casos, es el resultado de relecturas recientes. En otros, es el impacto del libro en sí lo que hace que aparezca en la lista. Si tienes otras propuestas o estás totalmente en desacuerdo, deja un comentario.
Venga, vamos a empezar. Entra montaje.
Largo viaje. Pero ya estamos en Japón. Ya puedo seguir con la lista…
Voy a dar los libros en orden inverso, hasta llegar al que considero la obra maestra de Murakami. Pero en esta lista hay una sombra flotante, un libro que sé que pertenece a ella, pero no tengo claro en qué lugar. Es su última novela, «La muerte del comendador». Me parece una de sus mejores novelas, pero es todavía demasiado reciente y no la he interiorizado del todo.
Y tras este preámbulo:
Baila, baila, baila
«Baila, baila, baila» es la continuación de «La caza del carnero salvaje». El protagonista, sumido en lo que parece una brutal depresión, comprende que ha cometido un error. La joven que le acompañaba en la anterior novela desapareció sin dejar rastro y él no hizo ni el más mínimo esfuerzo por encontrarla.
Pero es imposible volver. El Hotel Delfín ya no existe como antes, habiendo sido transformado en un moderno establecimiento hotelero.
De hecho, Japón es ya muy diferente, como si el protagonista se diese cuenta por primera vez que ahora vive en una sociedad hipercapitalista, donde el dinero es la única medida de valor. Los ideales del pasado que apuntaban a un mundo mejor han muerto, sustituidos por el eterno presente del capitalismo tardío.
La trama con la joven sigue, que resultó haber sido asesinada. Y por supuesto, reaparece el mundo mágico con el que el protagonista se topó en «La caza del carnero salvaje». Pero lo más interesante de la novela es que casi todos los personajes que aparecen son versiones del protagonista, como si este hubiese quedado atrapado en un laberinto de espejos que le devuelven posibles versiones de sí mismo, de cómo su vida podría haber sido distinta. Incluso el asesino y una joven adolescente son reflejos del protagonista.
El tedio, el aburrimiento y la depresión, la ataraxia, son los temas fundamentales de la novela. Hasta ahí, suena a Murakami normal, pero esta es la primera de sus novelas donde el sufrimiento contemporáneo se conecta explícitamente con el estado del mundo. Problemas que parecen puramente personales tienen en realidad una causa social, son el resultado de un mundo construido de una forma determinada.
Y es esa curiosa tensión, entre el mundo totalmente solipsista del protagonista y el mundo abierto y amplio que realmente le está influyendo, lo que mueve esta novela. En «Baila, baila, baila» esas dos líneas alcanzan su máximo, pero la tensión que no se llega a resolver. «Baila, baila, baila» acaba en tablas.
Son otras historias de Murakami las que vendrán a superar ese punto muerto. En ese aspecto, «Baila, baila, baila» representa un antes y un después.
Tokio blues
El éxito de esta novela creó a Murakami, el autor internacionalmente conocido. Vendió tanto ejemplares que convirtió a su autor en una celebridad y digamos, rapsoda de toda una generación y de todo un estado de ánimo.
La generación es la que vivió los conflictos sociales de los años 70, cuando el mundo parecía estar a punto de cambiar para mejor, antes de que llegase la vorágine monetaria de los 80, sepultando esos sueños. La generación que pensó que podría renovar el mundo y luego se vendió a él sin contemplaciones.
Y el estado de ánimo es un momento vital concreto, alrededor de los 20 años, cuando todo es nuevo y las emociones son intensas. Es justo esa intensidad lo que la novela destaca una y otra vez. Los personajes sienten en lo más profundo, con total convicción, con una inocencia sincera. Todo lo hacen con una entrega absoluta. Refleja magistralmente esa intensidad juvenil que es casi insoportable y dolorosa para los que la sienten.
La novela está contada por su protagonista, desde algún momento indeterminado del futuro, cuando en un avión, en Hamburgo, escucha una canción de los Beatles, “Norwegian Wood”. Eso le retrotrae a ese momento del tiempo, la época universitaria, y a dos amores muy diferentes.
Hay algo deliciosamente equilibrado en esa estructura. Es fácil olvidar que todo lo que se cuenta está mediado por las impresiones de un hombre de mediana edad. Sin embargo, la presencia de ese hombre en el avión es ineludible, está ahí de fondo y es lo que dota a la novela de su especial tono agridulce. Ya desde el principio sabemos exactamente cómo termina su historia, independientemente de cómo nos gustaría que terminase.
«Tokio blues» está repleta de sexo y muerte. Son dos impulsos simultáneos, que se manifiestan una y otra vez con la misma intensidad. Son dos pulsiones que la novela une indisolublemente, como si estar vivo a cierta edad fuese también vivir hacia la muerte. Murakami nunca ha unido eros y tánatos de la misma forma.
Como ya dije, es una novela que resonó. De hecho, casi puedes elegir con qué parte de la historia quedarte. Con el recuerdo intenso del mundo pasado de la juventud o con la sensación de fracaso vital. Pero toda su potencia literaria deriva de que ofrece y entremezcla ambos puntos de vista.
Sauce ciego, mujer dormida
«Sauce ciego, mujer dormida» es una recopilación de cuentos, que recorren una enorme variedad de temas, entornos y personajes, siempre dejando esa sensación de que si mirases ligeramente a la derecha podrías ver ese otro mundo que late bajo la superficie de nuestra realidad.
De hecho, creo que este es uno de sus mejores libros para empezar a leer a Murakami. Murakami es dosis pequeñas pero intensas es una muy buena aproximación. Además, si un cuento no te gusta, hay más.
Casi todos los cuentos de esta antología contienen un enigma central. Digamos que el enigma es el eje a partir del cual se va construyendo la narración, sin el cual no habría nada. Suele adoptar la forma de un encuentro súbito con lo extraño, un estallido de irrealidad, un desbaratamiento del orden de las cosas tal y como las conocemos.
Pero el enigma en sí no es lo importante de cada cuento; está claro que para Haruki Murakami explicar lo sucedido no tendría la más mínima gracia: lo extraño dejaría de ser extraño y se tornaría normal, y el pozo convenientemente explorado dejaría de ser una buena metáfora. Lo que le importa, en realidad, es la reacción de los personajes, el comentario individual y en ocasiones el comentario social.
Para Murakami el retrato de los seres que habita su mundo, y la evolución del mundo que lo ha dejado en ese estado, es mucho más importante que los avatares concretos de la narración. Si uno exige respuestas a todo, la lectura puede ser muy frustrante; si uno se deja llevar por la narración, es una delicia.
Pero uno de los aspectos más llamativos de estos cuentos es la casi omnipresencia de un tema adicional, que sirve de acompañamiento al principal.
No siempre está presente con la misma intensidad, pero anda por allí: la escritura, el paso de la imaginación al papel. Lo habitual es que el narrador sea un escritor que está luchando por contar la historia de la mejor forma: es decir, modificándola para que sea más verdadera, aunque no más real.
Al sur de la frontera, al oeste del sol
«Al sur de la frontera, al oeste del sol» es una breve novela que es un triunfo de maestría, donde forma y fondo van increíblemente bien unidos. Para empezar, está claramente dividida en dos partes. En la primera, se cuenta la vida del protagonista hasta que se inicia la acción. En la segunda, lo que viene siendo la novela en sí. Además, está escrita como si fuese una novela de fantasmas. Fantasmas del pasado, sobre todo, que vuelven al presente.
Hajime, de 37 años, es un hombre de éxito: propietario de dos bares de jazz, casado, con dos hijas. El éxito de su vida es un hecho objetivo que él mismo admite. Pero le falta algo, una chispa, un inefable. Ese algo es el recuerdo de una amiga de infancia que tuvo a los doce años, una chica -Shimamoto- retraída como él, con un defecto en una pierna que la aislaba aún más. Fue su verdadero amor. Un recuerdo matizado por otra relación posterior, que acabó tan mal que destrozó la vida de la otra muchacha.
Un día, la amiga de la infancia entra en su bar –de todos los bares posibles en todas las ciudades del mundo- y la relación se reinicia. Pero la sospecha insistente del lector es que esa mujer realmente no existe, que esa relación sólo transcurre en la mente del protagonista o que como mucho podría ser una forma retorcida de venganza. Después de todo, la acción se describe desde el punto de vista de Hajime y elementos que parecen sólidos podrían ser totalmente evanescentes.
Pero la magia de la novela se produce justo al final. Durante casi doscientas páginas, Hajime nos ha hecho creer en su compleja vida interior, en sus padecimientos algo patéticos por no tener lo que realmente quiere. Pero de pronto, la novela da un giro totalmente inesperado. Entra súbitamente un personaje que hasta ese punto había sido totalmente pasivo y su intervención obliga replantear la interpretación de lo sucedido. Inicialmente, «Al sur de la frontera, al oeste del sol» podría ser la típica historia de un héroe solipsista. Pero las últimas páginas de la novela revientan, con un eco de Tanizaki, el egotismo del protagonista.
El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas
«El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas» es la obra maestra de Haruki Murakami, el libro que yo destacaría una y otra vez, el que le permitió alcanzar la grandeza. Una obra asombrosamente ambiciosa tanto en construcción como en temática.
También es un punto y aparte. El elegante y grácil uso de la primera persona de Murakami alcanza su cima en esta obra, que aprovecha las opciones del japonés. Hay algo increíblemente mágico en usar una lengua que puede decir “yo” de varias formas diferentes para explorar la individualidad y la identidad personal.
Bajo un Tokio quizá futurista se extiende un laberíntico mundo subterráneo poblado por temibles criaturas de pesadilla, los tinieblos. En la superficie, dos grupos enfrentados, el Sistema y la Factoría, mueven a sus agentes, calculadores y semióticos, en un duelo mortal. Los calculadores cifran datos con sus cerebros modificados y los semióticos intentan robarlos, en ocasiones abriendo esos mismos cerebros. Eso es “el despiadado país de las maravillas”, donde un calculador es requerido para prestar sus servicios.
La otra línea narrativa de la novela es la de “el fin del mundo”, un lugar que parece existir en la eternidad (mientras que “el despiadado país de las maravillas” parece discurrir en tiempo real). Un hombre –que no recuerda nada de su vida anterior- llega a las puertas de una ciudad de altos muros. Para entrar debe renunciar a su sombra, que sólo podrá recuperar al abandonar la ciudad. Por desgracia, nadie puede salir de la ciudad. Los únicos capaces de irse son los pájaros, porque pueden volar sobre las murallas.
Esos dos mundos, relacionados sutilmente, se van construyendo narrativamente en capítulos alternos, y van confluyendo –aunque no como esperabas- a medida que avanza la novela. El realismo ciberpunk de “el despiadado país de las maravillas” se va tiñendo de elementos fantásticos, y la fantasía de “el fin del mundo” va adoptando tintes industriales.
La combinación de elementos de ciencia ficción y fantasía producen, curiosamente, una extraña forma de realismo temático. Es como si ciertas cosas sólo se pudiesen describir mejor desde mundos más o menos distorsionados.
Muchos de los temas tratados, una nube de ellos con un centro bien claro, aparecen en otras novelas de Murakami. También es habitual la mezcla de elementos realistas y momentos fantásticos. Pero nunca como en esta novela, con tanta contundencia y con unos resultados tan espectaculares.
Abundan las ironías y frases pronunciadas sin pensar que se revelan posteriormente cargadas de significado. El distanciamiento burlón del protagonista de “el despiadado país de las maravillas” contrasta perfectamente con la aproximación sensorial del héroe de “el fin del mundo”.
Leer «El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas» es entrar voluntariamente en un vertiginoso torbellino de imágenes que va revelando el corazón de la novela.
Gracias y hasta la próxima.