Dónde aterrizar, Bruno Latour

El clima del planeta está cambiando por culpa de la actividad humana. Y todavía cambiará mucho más, lo que, según Bruno Latour en «Dónde aterrizar», nos obliga a cambiar toda nuestra orientación política.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. El mundo ha cambiado. Pero no el mundo metafórico de la actividad humana. El mundo en sí. Lo real. El planeta ha cambiado y sigue cambiando rápidamente. Y si la política es la habilidad de vivir en el mundo, entonces según Bruno Latour en «Dónde aterrizar», la política también ha cambiado radicalmente. Otra cosa es que queramos verlo.

Lo publica la editorial Taurus con traducción de Pablo Cuartas.

Si nos descuidamos, vamos a arder.

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Apuesto a que no sabías que estabas volando. Pero sí, así estamos todos, en un avión que salió en su día de un origen al que ya no podemos volver y que avanza hacia un destino que ya no existe. Esa condición que ahora compartimos todos es la que según Bruno Latour debe transformar nuestra forma de vivir y hacer política.

Y todo eso es consecuencia de una transformación fundamental del planeta: el cambio climático. O mutación climática, como la llama el autor, extendiendo su caracterización más allá de lo puramente factual, más allá del hecho de que estamos cambiando el clima.

Pero antes de seguir… gracias a Taurus por enviarme el ejemplar para reseñar. Pero como digo siempre, el libro es de la editorial, pero las opiniones y comentarios son exclusivamente míos.

Hay un detalle interesante de este libro que no percibí cuando lo leí. Normalmente el índice de un libro no te dice nada. Los nombres de los capítulos rara vez tienen sentido a menos que ya hayas leído el libro. No en este caso. De hecho, el índice se llama “Índice en forma de resumen” y los títulos son muy descriptivos.

Por ejemplo, el 1 está muy claro: «Una hipótesis de política ficción: la explosión de las desigualdades y la negación de la situación climática son el mismo fenómeno». Pues sí. El capítulo 14 es «El desvío por la historia de las ciencias permite comprender cómo cierta noción de naturaleza ha inmovilizado algunas posiciones políticas». Evidente… O simplemente son declaraciones de acciones: «Las ciencias de la Zona Crítica no tienen las mismas funciones políticas que las demás ciencias naturales».

Por supuesto, en ese índice resumen no está el libro. Pero sí que lo puedes leer completo, son dos páginas, y hacerte una idea de por dónde van los tiros.

En lo fundamental, «Dónde aterrizar» es un manifiesto, un manual de urgencia pidiendo modificar nuestra forma de pensar, nuestra forma de relacionarnos con el planeta. Es un brillante análisis de nuestra situación contemporánea, una clara reflexión sobre lo que hemos hechos mal y una lúcida exigencia de cambio. El estilo, como él mismo dice, es voluntariamente abrupto. Se trata de ser claros.

Por desgracia, eso le lleva a usar palabras fácilmente malinterpretables, que en otro tipo de libro exigirían varias páginas de aclaraciones. Por suerte, el texto remite una y otra vez a una amplia bibliografía.

Bruno Latour relaciona tres fenómenos. La desregulización que trajo con ella el fin del sueño de la globalización. El enorme crecimiento de la desigualdad. Y el negacionismo del cambio climático. Fenómenos que toma como síntomas de un algo mucho más profundo, de un cambio político descomunal. O, tras leer las posiciones del autor, sería mejor decir que se trata de la irrupción de un elemento que siempre estuvo ahí pero no quisimos ver.

El cambio climático lo cambia todo. Hace que lo Terrestre se manifieste plenamente y provoca lo que el autor define como mutación climática, donde clima es la relación de los humanos con sus condiciones materiales de la existencia, hecho que afecta enormemente nuestras opciones para organizar la sociedad. Y lo Terrestre no va a irse.

Pero ¿qué sucedió?

Nuestra política, dice Latour, se orientaba hacia dos polos. Por un lado, los Global, con su sueño de unidad del mundo entero. Por el otro, lo Local, con sus viejos arraigos al suelo. Nuestras posiciones políticas se situaban en la línea que los unía, colocándose cada uno en algún punto a lo largo de la onda de modernización que llevaba de uno a otro.

Por desgracia, lo Global se transformó en algo puramente depredador y volver a lo Local ahora es imposible. Curiosamente, el planeta es demasiado pequeño para contener la globalización, que exigiría muchos más recursos de los disponibles, varios planetas. Pero a la vez es demasiado grande, contiene demasiados elementos, es demasiado complejo para permitir lo local. Vamos, no puedes cerrar tus fronteras y fingir que lo de fuera no te afecta.

O mejor dicho, sí que puedes. Puedes negar el cambio climático y fingir que eso afecta a otros, ahí fuera. Es un polo atractivo para mucha gente y todos los días lo vemos manifestarse de una forma u otra en las noticias. Pero es una fantasía. Las condiciones del planeta afectan a todos. Hemos perdido el suelo y nuestra orientación política.

De nuevo, somos como pasajeros viajando en un avión que vuela sobre el agua, habiendo partido de un aeropuerto que ya no existe con destino a un lugar que nunca fue.

De ahí lo de «Dónde aterrizar».

¿Cómo orientarnos? Pues si estos tres polos son dos de ellos ya imposible y el tercero es una fantasía, solo nos queda la opción de mirar hacia la Tierra. Lo Terrestre, un nuevo actor político, que en una situación sin precedentes deja de ser el telón de fondo de la actividad humana. Se planta ante nosotros, como un ser primigenio que creíamos dormido.

Estamos quemando el planeta. Si no tenemos cuidado en las próximas décadas, provocaremos un desastre sin precedentes en la historia humana. En esencia, hemos forzado la naturaleza hasta tal punto que esta se ha revirado contra nosotros. Ahora, la Tierra entera reclama participar, o al menos la parte que Latour identifica como Zona Crítica.

Y no es que no hubiésemos intentado cambiar. Ya lo hicimos con la ecología, que tras 50 años Latour presenta como un fracaso. Y fracasó porque a pesar de sus preocupaciones por la naturaleza, no logró cambiar de punto de vista. Seguía moviéndose en el antiguo eje. La preocupación social y la preocupación ecológica, insiste Latour, no son dos preocupaciones diferentes. Son la misma. Un mundo justo para los humanos es también un mundo justo para los pajaritos.

La distinción entre seres humanos y naturaleza no es real. Compartimos el planeta con un número inmenso de otros actores y debemos decidir en qué grado estamos dispuestos a colaborar con ellos. En los noventa soñamos con el fin de la historia y ahora nos hemos topado de bruces con la geohistoria.

Sencillamente, nuestro sistema actual es insostenible.

Pero no te confundas, no es que el capitalismo esté mal equipado para resolver la mutación climática. Eso es tan evidente que hay millonarios que lo dicen e incluso tenemos un famoso chiste gráfico al respecto. No, el blanco de Bruno Latour es más de fondo, la forma de pensar que sostiene nuestro sistema: la modernidad.

La modernidad tiene muchas características, pero una principal era considerar que la naturaleza y lo humano eran dos esferas totalmente diferentes. Podíamos vivir en nuestras ciudades y de vez en cuando ir a la naturaleza a buscar recursos. Latour se pregunta cómo se pudo considerar racional una forma de pensar capaz de producir semejante fantasía, capaz de dejar el planeta en el estado en que se encuentra ahora.

Como resume muy bien:

«Hoy, el escenario, los bastidores, el proscenio, el edificio entero se ha subido a las tablas y les disputa a los actores el papel principal. Esto cambia todos los libretos y sugiere nuevos desenlaces. Los humanos ya no son los únicos actores aunque comprueban que se les confía un papel demasiado importante para ellos».

Si hay una fecha para el certificado de defunción, sería el 13 de diciembre de 2015.

De todas formas, la crítica no acaba con la modernidad. También incluye a la ciencia, que en más de una ocasión ha servido para justificar y favorecer el deterioro del planeta. Y también reclama cambios en la forma de hacer ciencia. Aunque por desgracia esa me resultó la parte más decepcionante. No porque no esté de acuerdo, sino porque no acaba de ser lo suficientemente claro en su argumentación. Si no supiese, por otros textos, lo que quiere decir, creo que no me hubiese aclarado.

Ah, por cierto, también que hay que cambiar la forma en que contamos y divulgamos la ciencia. Pero eso queda para otro día.

Pero tampoco es excesivamente importante. El resto de lo que argumenta es muy claro y creo que fundamentalmente tiene toda la razón. El cambio climático es la gran amenaza existencial a la que se enfrenta la humanidad y que eso produce la mutación climática de la que habla: la necesidad de cambiar muchas cosas, entre ellas la relación con el resto del planeta. Y ya creía, antes de empezar, que la mayor parte de lo que consideramos problemas, los titulares que ocupan las cabeceras de los periódicos o que abren informativos, no son más que síntomas de un problema mayor que da la impresión de que no queremos ver.

Haciendo gala de lo que recomienda, tener en cuenta todas las voces del planeta, «Dónde aterrizar» se cierra con una declaración personal, un punto de vista desde sus condiciones concretas, que explicita y deja claras, como un actor más en el planeta.

En mis momentos más pesimistas, creo que simplemente está claro que la inteligencia no es adaptativa a escala planetaria, que una civilización inteligente acaba destruyendo su ecosistema y que esa es la explicación de la paradoja de Fermi.

Cuando me siento optimista, tengo fe en los jóvenes, que parecen estar levantándose para exigir que les dejemos un planeta en condiciones, que no quememos el mundo. Quizá la mejor opción sería dejárselos ya.

Y otro libro sobre cómo podríamos cambiar la sociedad para mejor es «Utopía para realistas», de Rutger Bregman. Quedan muchos cambios por hacer y por algún sitio hay que empezar. Aquí te dejo el vídeo.

Gracias y hasta la próxima.

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La dependienta, de Sayaka Murata

Sayaka Murata ofrece en «La dependienta» una protagonista singular que solo aspira a su hueco en el mundo.

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https://youtu.be/UhCs6U9o3lw

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una mujer que ha encontrado su lugar. Un hombre que está convencido de que alguien le debe algo. Una sociedad que exige continuamente nuestro conformismo, aunque ya se lo hayamos entregado. Es «La dependienta», de Sayaka Murata.

La publica Duomo ediciones con traducción de Marina Bornas.

Entremos en la tienda.

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Keiko Furukura sabe que no es una persona normal. Así que vive oculta en los huecos que la sociedad le deja: trabaja por horas en una tienda abierta veinticuatro horas, parte de una gran cadena, donde es feliz siguiendo el manual de empleado al pie de la letra. Por desgracia, ya ha cumplido los 36 y la sociedad tiene ideas muy claras sobre lo que una mujer de su edad debe hacer.

«La dependienta» es una de esas novelas muy serias escrita con mucho sentido del humor. Muestra a una protagonista francamente peculiar, muy diferente al lector, pero cuyo deseo de poder vivir tranquilamente, en paz, con su forma de ver el mundo, es perfectamente comprensible.

Keiko no es solo que quiera vivir la vida de otra forma, sino que ella misma es muy diferente a los demás. Cuando era pequeña, decidió que la mejor forma de separar a unos compañeros de clase que se peleaban era usar una pala. Ante los lloros de un bebé piensa que un cuchillo sería la solución. Las emociones que siente son diferentes y quizá más limitadas. No sabe lo que es la ira. No experimenta tampoco mayor interés por el sexo o tener pareja. Y su definición de comer es limitarse a hacer lo mínimo para que algo sea masticable.

Su problema principal es que la vida tiene muchas reglas rara vez explícitas, increíblemente sutiles y en muchas ocasiones inconsistentes. Tiene que recurrir a las excusas inventadas por su hermana para justificar seguir trabajando por horas en una tienda. Porque en la tienda hay algo que no existe en el mundo real: un manual perfectamente claro explicando cómo ser el empleado ideal. Keiko no sabe ser humana, pero sí sabe ser humana de tienda: ser dependienta.

Por desgracia, la sociedad sigue insistiendo. Cuándo piensa casarse y encontrar un trabajo estable. Así que concibe un plan genial: fingir que mantiene una relación con un antiguo compañero de trabajo, Shiraha, un vago redomado que busca la vida más sencilla pero que inicialmente parece similar a ella.

Pero el tiro sale por la culata. La pobre Keiko acaba con más presiones que antes y encima rompe el delicado equilibrio de la tienda. Para sus compañeros, incluso para su jefe, de pronto deja de ser una simple dependienta y se convierte en “persona”, con vida sentimental y planes de boda.

Lo mejor de «La dependienta» es su protagonista, que nos cuenta la historia en primera persona. Es claramente neuroatípica, pero acepta su situación sin rencor ni odio. A pesar de que piense cosas que no consideramos normales, ella solo aspira a vivir tranquilamente. Es un personaje muy simpático que aspira a sobrevivir en un mundo que no acaba de entender.

Un poco como todos nosotros.

La autora se deleita mostrando a Keiko como una observadora casi ornitóloga, que tiene calados los movimientos de clientes y empleados. La tienda es un lugar ordenado, donde cada uno es un objeto que ejecuta su función. Ella se limita a obedecer el reglamento e imitar a los demás, para encajar.

Incluso el trabajo emocional, el tener que sonreír continuamente y ser amable, no le importa. Ser un engranaje más de una máquina enorme es justo lo que quiere. Ella nació realmente cuando se convirtió en dependienta.

El humor de la novela va de fondo, ocupando casi siempre el espacio entre los deseos de Keiko y la realidad social. Ella no acaba de entender por qué le insisten y con ella tampoco el lector.

Me encanta además que la reflexión de la novela sea doble. Por un lado, preguntarse por qué la sociedad puede llegar a insistir de esa forma, exigir que interpretemos unos papeles determinados. Y por el otro, mostrar qué tipo de persona sería la ideal para ser engranaje, para ser perfectamente conformista.

O inconformistamente conformista.

O conformistamente inconformista.

Algo así…

En ese aspecto, si el final te parece feliz o trágico depende firmemente de tu valoración de Keiko. A mí me pareció que completaba maravillosamente su arco narrativo y no podría ser más feliz.

Lo que no dejo de preguntarme es si la novela mantiene alguna relación con «Indigno de ser humano», de Osamu Dazai. De hecho, parece jugar con esa obra, ofreciendo a su protagonista como ejemplo de otra forma de llevar eso de no encajar en el orden social y pintando a Shiraha como una versión paródica del protagonista de Dazai. Ya digo, no dejo de pensarlo, pero he sido incapaz de dar con ningún comentario al respecto. Es algo que le preguntaría a la autora.

«La dependienta» es una divertida novela sobre las exigencias sociales y cómo cada uno se enfrenta a ellas. Incluso una persona que no acaba de entender por qué se le piden esas cosas y con qué sentido.

Y si quieres otra novela japonesa sobre personas al margen de la sociedad, te dejo aquí el vídeo sobre «La fórmula preferida del profesor». Los primos son los mejores números.

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Gracias y hasta la próxima.

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