Constantinopla 1453: El último gran asedio, de Roger Crowley

Una ciudad a caballo entre dos continentes, dos religiones, dos culturas. Su caída marcó el mundo. Eso es lo que cuenta Roger Crowley en «Constantinopla 1453: El último gran asedio»

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una ciudad milenaria a caballo entre dos mundos, dos religiones, dos formas de concebir la sociedad. Una ciudad codiciada por todos y cuya caída marcó un final y un renacimiento. Es «Constantinopla 1453: El último gran asedio», de Roger Crowley.

Lo publica la editorial Ático de los libros con traducción de Joan Eloi Roca.

No, ya no podemos volver a Constantinopla.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Me encanta este libro. Me gustó mucho cuando lo leí por primera vez hace unos años. Y me ha vuelto a encantar en esta nueva lectura.

Pero antes de seguir… gracias a Ático de los libros por enviarme el ejemplar para reseñar. Pero como digo siempre, el libro es de la editorial, pero las opiniones y comentarios son exclusivamente míos.

«Constantinopla 1453: El último gran asedio» es un libro ágil, informativo, fascinante, muy bien contado, que no deja un momento de pausa y que sabe abrirse más allá de los límites del conflicto que cuenta. Reflexiona sobre cambios tecnológicos y políticos, sobre las transformaciones de las poblaciones y de las culturas, sobre organizaciones y jerarquías.

En el centro, claro, la ciudad de Constantinopla. Constantinopla, la nueva capital del Imperio Romano, en su momento la ciudad más grande y rica del mundo, una ciudad que exhibía su poder ante todos. Constantinopla justo en la confluencia de dos continentes, rodeada por mar en tres de sus lados, y protegida en el otro por una impresionante muralla que la había defendido durante mil años. Constantinopla, el último representante del cristianismo en territorio del islam.

Ciudad saqueada en 1204 por la cuarta cruzada, convertida en una mísera sombra de lo que fue, capital de un imperio cada vez más reducido. Pero aún así, todo un símbolo, la heredera de Roma, el recordatorio de una época que ya no existía. Quien poseyese Constantinopla poseería el mundo. Razón por la que la ciudad estaba acostumbrada a ser asediada periódicamente. Una ciudad con ahora una población tan reducida que algunos de sus barrios, tras las murallas, eran a todos los efectos pueblos separados.

Y así fue como el joven sultán Mehmed II, con solo veintiún años y acompañado de un descomunal ejército, se plantó ante ella el mes de abril de 1453, en lo que sería el último asedio contra la ciudad. 53 días después, Constantinopla caía bajo el poder del Imperio Otomano.

Roger Crowley cuenta toda esta historia con un estilo asombrosamente vívido, pasando de un acontecimiento a otro con ritmo perfecto, manteniéndote interesado mientras baraja múltiples versiones de un mismo detalle (las crónicas son dispersas y en ocasiones contradictorias) para hacerte sentir como si realmente estuvieses allí. De la política de la Europa cristiana pasa hábilmente a un detalle personal e íntimo para luego darnos una muestra del genio organizativo del sultán o del enorme ingenio defensivo de la bizantinos.

A mí en el colegio me contaron la caída de Constantinopla como el inicio del Renacimiento. Por supuesto no es así, y esos procesos históricos rara vez dependen de una única causa. Pero si es cierto, como este libro deja muy claro, que ese hecho en concreto es tremendamente simbólico de un mundo que ya estaba cambiando y de equilibrios que ya se estaban desplazando. Vamos, si hasta hay una canción.

Por ejemplo, los ejércitos en sí.

Hoy tenemos una imagen muy en blanco y negro. Pero esos dos ejércitos eran mucho más multiculturales de lo que podría pensarse. Había muchos cristianos en el bando musulmán, y musulmanes en el bando cristiano. Por otra parte, era una batalla medieval, y el grado de brutal violencia es el de una batalla medieval. Sin embargo, el grado de organización y ejecución era impresionante. El ejército otomano requería de los recursos de todo un imperio, moviendo materiales de un lado a otro para preparar el asedio.

Las naciones europeas, por su parte, eran ya más cercanas a nosotros de lo que podrían pensarse. Estaban más preocupadas de sus intereses comerciales que de cualquier otra cosa y también de su propia seguridad inmediata, recelando sobre todo unas de las otras (enemistades, por cierto, que se repetían en la propia ciudad de Constantinopla). La religión, dejando de lado el tema de la unión de las iglesias, parecía una cuestión secundaria. Como dice el autor, eran naciones ya demasiado seculares. La diplomacia, que para muchos era cuestión de vida o muerte, es una constante en esta historia.

De hecho, los genoveses tenían todo un asentamiento, Gálata, frente a Constantinopla, supuestamente neutral. Una neutralidad más bien imperfecta.

Pero a mí personalmente lo que me fascina de este libro es que cuenta una historia que más allá de su enormidad geopolítica y humana es también tremendamente tecnológica.

La triple muralla de Constantinopla era un primor. Era la defensa perfecta y había protegido a la ciudad hasta ese momento. Pero frente a ella, el ejército otomano se plantó con los mayores cañones de la época, unas impresionantes obras de ingeniería que habían requerido conocimientos de muchas naciones y que exigían un grado de organización impresionante. Se rompían con su uso y debían ser reparados o modificados sobre la marcha. Todo un contingente de especialistas debía desplazarse con ellos.

Esos cañones disparaban proyectiles que oscilaban entre los 90 y los increíbles 700 kilos en el caso del supercañón diseñado por el húngaro Urbano, que ya había ofrecido sus servicios a Constantinopla (que carecía de recursos económicos y materiales). Se estima que la ciudad recibió 5.000 cañonazos, que exigieron 25 toneladas de pólvora. Hay una combinación de guerra antigua y moderna en esta historia. Como todo lo relacionado con la caída de Constantinopla, hay algo de mundo que muere y mundo que nace, algo de periodo de transición. Todos lo que prestaban atención sabían que la ciudad caería en algún momento. Si no hoy, mañana.

Por supuesto, los cañones no fueron el único elementos. Se asediaba, se asaltaba con torres, se cavaban túneles bajo las murallas, se inventaban métodos para localizar esos túneles, se tendía una cadena para cerrar el Cuerno de Oro, las flotas luchaban y los barcos se trasladaban por tierra…

Pero más allá de eso, si consideramos la capacidad de organizarse como una tecnología, una forma de hacer las cosas, este asedio es tremendamente fascinante. A mí me encantan los procedimientos, disfruto muchísimo descubriendo cómo se hacen cosas que parecen sencillas. Y Roger Crowley no defrauda en ese aspectos. Más de una vez durante la lectura, como sin duda me pasó la primera vez, tuve que detenerme para admirar el ingenio que le echaban.

Y en el centro de este libro lo que hay es una ciudad, a la que su autor claramente le tiene mucho cariño. La que fuera Bizancio, luego Constantinopla y que finalmente cambiaría su nombre a Estambul. Pasa eso con las ciudad. Incluso Nueva York se llamaba Nueva Amsterdam.

Fue capital de sucesivos imperios. Pero curiosamente, como indica el propio autor, en cierta forma tuvo que caer para poder renacer. Mehmed la convirtió en una ciudad multicultural, a caballo entre dos continentes, donde convergían innumerables rutas comerciales. Una ciudad mucho más tolerante de lo que era habitual en la época. A pesar de ser un trauma para Occidente, dice el autor:

«La caída también liberó la ciudad del empobrecimiento, el aislamiento y la ruina».

Y añade que los conquistadores:

«Supieron insuflar nueva vida a una ciudad asombrosa y bella, distinta a la Ciudad de Oro cristiana, pero hecha de colores no menos brillantes».

«Constantinopla 1453» es un libro que sabe moverse con agilidad entre las distintas facetas de lo que cuenta, que ofrece una visión amplia del conflicto y de la política de la época, que entra en lo personal cuando es necesario y pasa a lo global cuando hace falta. Una gran lectura.

Y si quieres otro libro sobre una época fascinante y cambios tecnológicos incesantes, entonces te dejo este vídeo sobre «El ojo del observador», los cambios en la forma de ver el mundo en la República Neerlandesa del siglo XVII.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoConstantinopla 1453: El último gran asedio, de Roger Crowley

Picnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay

La desaparición de unas alumnas de un elitista colegio, en la Australia de 1900, desencadena una serie de acontecimientos que sacuden las convicciones. «Picnic en Hanging Rock», de Joan Lindsay, todo un clásico de la literatura australiana.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una desaparición repentina. Un misterio que no tiene sentido. Un enigma que no se puede resolver. Una invasión que se produce bajo la atenta mirada de una roca casi eterna. Es «Picnic en Hanging Rock», de Joan Lindsay.

Lo publica Impedimenta con traducción de Pilar Adón.

Vamos de picnic…

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

«Picnic en Hanging Rock» es un clásico de la literatura australiana. Se publicó originalmente en 1967 y cuenta la historia de unas alumnas que desaparecen en la formación rocosa de Hanging Rock durante una excursión el día de San Valentín. La autora decía haberla escrito en dos semanas, a medida que los sueños se la iban dictando.

A mí lo que me llama poderosamente la atención de esta novela, más allá del argumento, es que ejecuta una maniobra tremendamente complicada. Es simultáneamente una novela sobre una presencia y una ausencia. Hay una invasión alienígena y a la vez hay algo que extrañamente falta. En la terminología de Mark Fisher, sería una novela que es a la vez weird y eerie.

Primero la invasión.

La novela entra directamente en el asunto. Es el día de San Valentín y las alumnas de la elitista escuela privada Appleyard salen de excursión a Hanging Rock. Se trata de una famosa y característica formación rocosa habilitada para picnics. La acción se sitúa en 1900, así el viaje hasta allí es largo y se hace en carruaje.

La novela, por cierto, presenta la historia como real y ofrece todo tipo de detalles periodísticos falsos.

Una vez allí, algunas alumnas acompañadas de la profesora de matemática deciden explorar la base de la formación. Y no regresan nunca. Bueno, una de ellas reaparece posteriormente, pero sin ser capaz de arrojar luz sobre lo sucedido.

Por supuesto, se inicia una búsqueda frenética, pero las consecuencias de la desaparición, totalmente misteriosa e inexplicable, se van ramificando y buena parte de la novela consiste en narrar esas ramificaciones. Los hechos trastocan las vidas de muchos personajes, en ocasiones produciendo conexiones, casualidades y azares que alcanzan finales inesperados.

Pero nada esto sucede en el vacío. La desaparición se produce en el contexto de la ocupación británica de Australia. La autora no vacila en ningún momento en mostrar a los europeos como invasores, como personas que creen que han llegado a un lugar vacío, un lugar sin historia, donde no pasó absolutamente nada hasta la llegada de los británicos. Un lugar donde todo está todavía por hacer, como dice un personaje.

La novela contrasta continuamente esa idea ingenua con las enormes extensiones de tiempo del propio mundo, de la geografía. Los venidos de fuera invariablemente desdeñan los millones de años geológicos, o directamente sienten miedo. Pero «Picnic en Hanging Rock» jamás te permite olvidar que Australia ya estaba allí, y no está vacía por mucho que los recién llegados lo crean.

El paisaje, la geografía, los animales, los insectos son siempre observadores de fondo de esta historia. Siempre están ahí. Gran parte de la atmósfera misteriosa de la novela depende de ese punto de vista, de la comprensión de que allí ya han pasado cosas, de que los parámetros que sirven para medir otros lugares no operan allí. Durante el viaje de ida, la profesora de matemática hace una referencia al teorema de Pitágoras aplicado al camino, para desconcierto total del conductor. En Australia eso no necesariamente se cumple.

Llega el punto incluso de que la novela contrasta las filosofías de vida de aquellos nacidos en Australia, y que han crecido en esa tierra, y los británicos recién llegados que no son capaces de comprender las dimensiones de la isla continente y no están capacitados ni para sobrevivir de verdad. Para ellos, todo es extraño y desconcertante. En febrero hace mucho calor.

Esa invasión está presente desde el mismo principio, con unas primeras páginas antológicas. El colegio en sí se presenta como una monstruosidad, algo totalmente fuera de lugar, una presencia impostada, algo que no debería estar. Una fuerza corrupta.

Las niñas sin embargo se presentan como seres a medio camino, todavía en transición. Todavía con cierta sintonía con lo natural, con la tierra y el aire. Pero ya a punto de pasar a la sociedad. Las niñas en esta novela son totalmente liminares.

Y nadie representa mejor la invasión que la directora del colegio, la señora Appleyard. Ella representa las reglas, los tiempos humanos, las cronologías, las costumbres sociales, el decoro, los intentos de controlar un mundo que no se deja, el deseo de orden… Frente a una naturaleza caótica, irreal, compleja, llena de vida, impasible, azarosa, ensoñadora, eterna… La roca posee una mirada de millones de años.

La señora Appleyard no puede estar más alejada de lo natural, insiste la novela una y otra vez. La directora encorseta, limita y marca los modelos de la sociedad.

¿Y la ausencia?

Pues los aborígenes australianos. Ellos estaban allí. No es verdad que Australia estuviese vacía. Hanging Rock era el hogar de alguien. Allí vivían unas personas a las que expulsaron para crear una zona de picnic. La desaparición que se cuenta en la novela remite a la desaparición histórica.

No tengo claro qué esperaba al empezar a la lectura de «Picnic en Hanging Rock». Ciertamente no me esperaba esa reflexión sobre mundos enfrentados, sobre escalas temporales tan incompatibles, una novela que reflexiona sobre la destrucción causada por cada paso que dan los personajes. Ciertamente no esperaba una novela tan increíblemente ecológica, en el sentido de que la naturaleza misma es uno de los protagonistas esenciales de la novela, parte de una dualidad fundamental.

Francamente, me pareció una obra maestra que merece una lectura atenta.

Y si quieres otro libro consciente del lugar en el que se desarrolla, no puedo sino recomendarte «El bebedor de vino de palma», de Amos Tutuola, con su asombrosa reelaboración de la tradición oral yoruba.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoPicnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay

Impón tu suerte, de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas reúne en «Impón tu suerte» una serie de ensayos sobre todo tipo de temas. Pero cada uno de ellos vuelve una y otra vez a la literatura y lo literario, a una serie de lecturas literarias.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Enrique Vila-Matas es un prosista excepcional, un escritor como hay poco, autor de una obra singular y fascinante. Y en los ensayos de «Impón tu suerte» recorre imprevisibles senderos literarios.

Lo publica la editorial Círculo de Tiza.

Empecemos.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Para organizarme, uso banderitas de colores donde escribo el título del libro. Cada color, un tipo de libro. En el caso de «Impón tu suerte», la banderita es naranja, lo que en mi sistema indica un libro de ensayo.

En teoría es lo que es, un libro que reúne 140 ensayos sobre distintos temas, que sin embargo siempre confluyen de una forma u otra hacia lo literario.

Pero estamos hablando de Enrique Vila-Matas, un escritor que no quiere hacer ese tipo de distinciones, un autor que claramente nos dice en la introducción: «no me dedico a la no ficción, ni al realismo negro ni sucio, ni a la maldita autoficción; el espacio en el que siempre me moví es simplemente el de la ficción, sin más».

En ese aspecto, «Impón tu suerte» bien podría ser una novela de Enrique Vila-Matas, donde aparece un personaje llamado Enrique Vila-Matas que hace cosas que bien podría hacer Enrique Vila-Matas. ¿Qué distingue a este libro de «Marienbad eléctrico» o «Kassel no invita a la lógica»?

O mejor dicho.

¿Qué ganaríamos haciendo semejante distinción?

Después de todo, como él mismo dice: «la obra es solo una».

Da igual. «Impón tu suerte» es un libro maravilloso. Un repaso estimulante, vital, entusiasta y extremadamente inteligente a toda una serie de literaturas, obras y autores. Todo eso filtrado a través de la personalidad de Enrique Vila-Matas, de sus preferencias, de sus gustos, de su forma de entender la literatura y, muy importante, su forma de encarar la actividad de escritor. La convicción de que lo artificial puede llevar a la verdad.

Son ensayos iluminadores, exploradores, que pasan de un autor a otro, de una obra a la siguiente, con una velocidad asombrosa, pero siempre con un comentario certero e inteligente. De hecho, la cantidad de autores mencionados es tan enorme, que el muy útil índice onomástico tiene nada menos que 22 páginas.

Por supuesto, las obras mencionadas son las que se ajustan a la concepción de la literatura que tiene Vila-Matas. No es que él mismo considere que su forma de leer sea la única, ni siquiera la mejor, pero es la suya. Las ficciones que le gustan son las que se pelean con los bordes, dice, las, usando esa palabra tan bonita, liminares, las que vacilan en el umbral sin saber del todo donde han puesto los pies.

Obras que se arriesgan, obras que se meten en líos, obras que llegan a un callejón sin salida. El experimento audaz y fallido antes que la estéril perfección de lo bien hecho pero convencional.

Y si eso te puede gustar a ti, este libro es ideal. Enrique Vila-Matas tiene la endiablada habilidad de explicar lo más interesante de un texto usando un par de palabras. Ee excavar y dar justo con ese minúsculo detalle que hace que valga la pena leer la obra de la que habla.

Además, se muestra inteligente y capaz de valorar el mundo tal y como es. En ocasiones se pone apocalíptico, pero se resiste gallardamente. Por ejemplo, comenta que en España nunca se ha editado tan bien, aunque es verdad que los suplementos literarios han degenerado bastante.

También demuestra una mirada enormemente lúcida que le lleva a aceptar que la cultura no es una panacea. La barbarie se puede desatar en el lugar más culto. Pero cabe la esperanza, aunque sea lejana y difusa.

No quiero dar la impresión de que todos los textos tratan de literatura. No, no, toca todo tipo de temas. El uso de redes sociales, el paseo como una de las pocas actividades no colonizadas por el capitalismo, la política reciente o el hecho de que el presente es tan terriblemente denso que nos impide por completo pensar.

Pero sí que de alguna forma todos esos temas vuelven a lo literario, a veces por senderos insospechados. Por ejemplo, un paseante permite reflexionar sobre la doble vida del escritor, que por tanto no está anclada en ningún lugar concreto.

«Impón tu suerte» no es solo una delicia de lectura, es también para mí una fuente inagotable de lecturas novedosas. Más de una vez tuve que detener la lectura para ir a la librería a obtener con premura ese libro tan interesante que Vila-Matas estaba contando tan bien.

Y si te interesa otro ensayo sobre el estado de nuestra cultura, aquí tienes el vídeo sobre «El intelectual melancólico», de Jordi Gracia.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoImpón tu suerte, de Enrique Vila-Matas

El río de la conciencia, de Oliver Sacks

En «El río de la conciencia», Oliver Sacks nos ofrece diez ensayos sobre ciencia, mente y memoria. Toda una demostración de maestría reflexiva y explicativa.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. El neurólogo y gran divulgador Oliver Sacks ofrece una recopilación de ensayos que demuestran su capacidad, erudición y elegancia explicativa. Es «El río de la conciencia».

Lo publica Editorial Anagrama con traducción de Damià Alou.

A nadar.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Este es un libro bonito y elegante, escrito por un maestro del ensayo, que sabe empezar con un tema, pasar a otro, crear conexiones y llegar a su conclusión, creando una exquisita espiral virtuosa.

No es de extrañar. Oliver Sacks no solo fue un científico en activo, sino también uno de esos grandes divulgadores capaces de combinar conocimientos de distintas disciplinas para iluminar los diferentes recovecos de la experiencia humana.

Libros como «Despertares», «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero» o «Alucinaciones» demostraron sus enormes habilidades como autor.

«El río de la conciencia» es una recopilación de diez ensayos. Algunos están dedicados a figuras concretas, otros a algún tema relacionado con la mente y un puñado trata de sus propias circunstancias personales.

Pero en realidad, todos dan vueltas alrededor de unas pocas preocupaciones, con cada ensayo expandiéndolas y expresándolas a su modo.

El primero de ellos “Darwin y el significado de las flores” es un fascinante retrato del Darwin botánico, ofreciendo muchos e interesantes detalles sobre su estudio de las flores, y de cómo ese estudio cimentó aspectos de su teoría de la evolución.

A veces el proceso del descubrimiento científico se presenta como puntuado, un hecho singular que aparece de pronto. Pero el ensayo sobre Darwin ilustra que el trabajo científico es la aplicación minuciosa de tiempo y esfuerzo.

Algo similar sucede con “El otro camino: Freud como neurólogo”, que muestra los veinte años que el fundador del psicoanálisis pasó con sus investigaciones neurológicas. Muestra sus ideas iniciales, su insatisfacción con un modelo del cerebro que le resultaba demasiado estático y mecanicista, y que muchas de sus ideas neurológicas siguen siendo relevantes. Vamos, que muestra al Freud neurólogo como un precursor importante.

Proceso que culmina en el último ensayo, “El escotoma: negligencia y olvido en la ciencia”, donde con esa erudición modesta suya se pregunta por qué algunas ideas precursoras permanecen en la oscuridad y deben ser redescubiertas posteriormente. Muestra la ciencia como un proceso contingente, azaroso, donde las ideas deben ajustarse al marco teórico de ese momento para ser aceptadas o simplemente consideradas. Por extraño que parezca, incluso las ideas científicas requieren aparecer en el momento justo.

La mente es el otro gran tema. Desde nuestra percepción del paso del tiempo, en “Velocidad”, donde describe cómo ciertos desórdenes o drogas pueden alterar la percepción del tiempo, para terminar hablando de los límites inherentes a nuestra fisiología.

“La falibidad de la memoria”, que describe nuestra incapacidad para garantizar que nuestros recuerdos sean reales. “El yo creativo”, que retoma el olvido como fundamento de la creatividad y se plantea los mecanismos inconscientes que la permiten. Inclusos los ensayos más personales, “Transoír” y “Una sensación de malestar general”, ejecutan la misma maniobra del resto de los ensayos: partir de lo concreto, del ejemplo o la anécdota para luego teorizar o abstraer.

Por supuesto, en una recopilación de este tipo, no todos los ensayos están al mismo nivel y cada lector hará su particular selección. He dejado para el final dos de mis favoritos, los que considero mejores y que me parece que sintetizan el talento de Oliver Sacks para reflexionar, escribir y explicar.

“El río de la conciencia” se plantea justo eso, el hecho de que percibimos nuestra propia conciencia como un flujo continuo de algo. ¿Esa impresión es real? Usa el cine como metáfora para plantearse si la conciencia no será más bien una sucesión de instantes aislados que el cerebro recompone como continuos. Muestra algún caso fascinante donde la conciencia parece detenerse y no vacila en adentrarse en el terreno de la qualia. Nosotros no nos limitamos a hacer o calcular: percibimos, como una experiencia cualitativa. Para nosotros el rojo es algo más que una frecuencia de la luz. El rojo para nosotros es rojez.

“Sensibilidad: las vidas mentales de las plantas y las lombrices” es un asombroso modelo de elegancia, un ejemplo magistral de cómo escribir un ensayo. Retomando a Darwin y un comentario suyo sobre las lombrices, traza todo un mapa sobre la continuidad de la mente en el mundo natural. Desde los seres más pequeños, incluyendo las plantas, hasta nosotros, ofreciendo una panorámica abierta y expandida de lo que es la mente. Un ensayo fascinante.

En ese ensayo, además, comenta el caso de los cefalópodos, como seres muy inteligentes. Y para saber más sobre la inteligencia de los pulpos, no se me ocurre nada mejor que «Otras mentes», de Peter Godfrey-Smith. Aquí te dejo el vídeo.

Por lo demás, deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoEl río de la conciencia, de Oliver Sacks

La muerte: Una reflexión filosófica, de Todd May

Todd May es asesor filosófico de la serie «The Good Place», porque su libro «La muerte: Una reflexión filosófica» es un certero análisis de nuestra mortalidad.

Lo publica Biblioteca Buridán.

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

¡Ay, pobre Yorick!

Yo le conocía, Horacio. Tenía un humor incansable, una agudeza asombrosa.

Hola. Tengo una mala noticia. Vamos a morir. Algún día. Es una faena, sí, lo sé. Pero Todd May en «La muerte: Una reflexión filosófica» intenta acotar los límites de semejante jugarreta.

Lo publica Biblioteca Buridán con traducción de Josep Sarret Grau.

Qué depresión, pero no queda otra que empezar.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Es muy posible que el nombre de Todd May no te suene de nada. Tampoco es que los nombres de profesores de filosofía salgan habitualmente en las conversaciones. Pero es muy posible que te suene la serie a la que asesora: «The Good Place», las aventuras de Eleanor Shellstrop, Chidi, Jason y Tahani. Una serie que precisamente se inicia con la muerte de los protagonistas.

Cuentan que justo este libro, «La muerte: Una reflexión filosófica», acabó en manos del creador de la serie, Michael Schur, y el resto es historia. Alguien se tiene que asegurar que los chistes sobre Kant y Aristóteles tengan sentido.

Pero vamos al libro.

Nace, por supuesto, de la percepción de la mortalidad, esos momentos donde recordamos que vamos a morir y hasta pensamos: “mira, me toca hoy”. Todd May parte de una anécdota de ese estilo.

El primero de los tres capítulos caracteriza la muerte en sí. La muerte es, nos dice, de todos los hechos importantes de la vida, el más importante, porque la muerte colapsa todos los demás.

La muerte ni siquiera es un final, como acaban las novelas o las películas. Es una interrupción. Es el cese de las experiencias. Es la destrucción de los placeres. La muerte es inevitable e incierta.

No es nada nuevo, claro. Ya el mismo Eclesiastés nos advertía que todo es vacuidad, solo vacuidad y nada más que vacuidad. O como olvidar a los grandes filósofos, Bill y Ted.

Pero por si todo lo anterior fuese poco, la muerte además hace que dudemos del sentido del mundo.

Es decir, para qué esforzarnos, para qué hacer, si al final todo va a desaparecer. ¿Qué sentido tiene cualquier acto humano frente a la eternidad? ¿Cuál es el valor de una vida humana si está condenada a desaparecer?

Todd May va exponiendo varias tradiciones filosóficas y varias opciones. Por ejemplo, Epícuro y su idea de que no debemos temer a la muerte porque es algo que jamás experimentaremos. No suena nada convincente. O Nagel, sobre la valía intrínseca de vivir. El simple hecho de estar vivo.

Por supuesto, te habrás dado cuenta de que el tono del libro es totalmente ateo. Da por supuesto que no hay nada más allá y cuando se refiere a las religiones lo hace en el contexto de intentar contener el conocimiento de que vamos a morir.

Porque esa es la cuestión. Sabemos que vamos a morir. Si no lo supiésemos, pues tampoco pasaría nada. Pero la muerte pesa sobre todos nuestros actos y todos los segundos de nuestra existencia.

El segundo capítulo recurre nada menos que a Borges y su cuento “El inmortal”. Es decir, la otra opción. ¿Cómo sería eso de no morir? ¿Cómo se comportaría un inmortal? Alguien eternamente de mediana edad, por ejemplo, que supiese que no va a morir jamás. ¿Cómo encararía el mundo? ¿Cómo podría decidirse a hacer algo si siempre queda tiempo para emprender cualquier proyecto? La eternidad futura siempre será mayor que cualquier pasado.

Su conclusión es que la inmortalidad es incompatible con la humanidad. Que la inmortalidad borraría el sentido de nuestras vidas tanto como lo hace la muerte.

Yo recelo mucho de los textos que pretenden demostrar que la inmortalidad sería tremendamente aburrida, una infinita extensión de tedio. Siempre me pregunto si no será un fallo de imaginación.

Además, ¿no podría probar? Digamos, ¿vivir un millón de año? ¿Vale? O medio millón, ¿no? ¿1000? ¿Mil años y luego cuento qué tal, si me he aburrido mucho? ¿Quinientos? No es más que un parpadeo comparado con la eternidad. Un breve experimento. Tampoco pido tanto. ¿Vale? ¿Puede ser? ¿Por probar?

No, no puede ser. No a menos que se produzca un cambio tecnológico por ahora ni siquiera planteable. Y tampoco el argumento del libro es que la inmortalidad sea mala en sí. El problema es que la inmortalidad no sería humana. Ser inmortal sería ser algo completamente diferente a un ser humano. Lo cual no sería un problema si fuese una opción…

Pero resulta que como seres humanos que somos, seres que saben que van a morir, es justo la muerte lo que dota de sentido a nuestras acciones. La paradoja es que la muerte da sentido a nuestras acciones, pero no hay un buen momento para morir. La paradoja es que la muerte nos hace humanos, pero morirse es una faena.

He ahí el problema.

Y a eso dedica el tercer capítulo, a intentar resolver esa paradoja. O mejor dicho, a buscar la forma de integrarla en nuestra vida. Tarea para la que vuelve a recurrir a distintas tradiciones filosóficas para luego integrarlas en su respuesta final.

¿Lo que propone en ese capítulo final es la respuesta? ¿Es la mejor manera de vivir con el conocimiento de la muerte? Eso es lo que cada uno debe decidir por su cuenta.

Me gustó mucho este libro. No estoy de acuerdo con algunos de los argumentos, y creo que el budismo y el estoicismo no son tan limitados como da a entender. Pero me gusta mucho la forma en que lo cuenta y lo claramente que muestra la paradoja humana de la muerte. Incluso su respuesta, si debo decir la verdad, me parece bastante razonable.

Pero ¿qué piensas tú? Deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendoLa muerte: Una reflexión filosófica, de Todd May

¡Universo!, de Albert Monteys

Robots demasiado enamorados. Formas de vida demasiado alienígenas. Jefes muertos que siguen dando la vara. Una extraña dislocación emocional y cronológica. Es «¡Universo!», de Albert Monteys.

Lo publica Astiberri Ediciones

En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.

Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Robots demasiado enamorados. Formas de vida demasiado alienígenas. Jefes muertos que siguen dando la vara. Una extraña dislocación emocional y cronológica. Es «¡Universo!», de Albert Monteys.

Lo publica la editorial Astiberri.

Marchemos al futuro.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

Al grano. «¡Universo!», de Albert Monteys, es uno de los mejores libros de ciencia ficción en español. Ya sea cómic, novela o ensayo especulativo. Es de la mejor ciencia ficción española. Todo un triunfo del género.

Si te mola la ciencia ficción, eso es todo lo que necesitas saber. Este vídeo es así de cortito…

Ah, ¿qué quieres más? ¿Que aquí estoy para darte razones?

Uff, ¡cómo me haces trabajar! Menos mal que me caes bien.

Vale, vamos…

«¡Universo!» lo hace todo bien. Albert Monteys combina ideas espectaculares, cósmicas, grandiosas con un grafismo intenso, colorista y exuberante, un uso magistral de las viñetas para marcar el tiempo y la distorsión y, por si no fuese suficiente, lo redondea todo con una tremenda conciencia humana y un cariño especial para las clases sociales más desfavorecidas.

En este libro no hay aguerridos héroes espaciales o brillantes científicos geniales. Hay personas normales intentando navegar, como intentan siempre las personas normales, un presente, su presente, cada vez más extraño, azaroso y complicado.

La primera historia es un buen ejemplo.

Se llama “El pasado es ahora”. A Alex Wortham, el megalómano jefe de una gran corporación, se le ocurre una idea genial: consumir el 23% de los recursos de la Tierra para mandar a un empleado al inicio del tiempo, donde producirá el big bang y dedicará los primeros 13 minutos del universo a grabar la marca de la empresa en todos los quarks.

Por cierto, el jefe lleva muerto varios años, pero eso no le impide seguir mandando. Ya sabes, la cabeza muerta del mercado y esas cosas.

Lo que nuestro pobre salaryman no sabe es que la vuelta a casa con su familia implica esperar 16.000 millones de años. Y para que no se desmadre, lo han mandado con una especie de ordenador guía casi omnipotente para garantizar la aparición de la empresa. Al pobre hombre, que se rinde casi siempre a la apatía mientras el universo se despliega a su alrededor, no se le permite ni el más mínimo proyecto personal. No sea que interfiera, claro…

Pero más allá de toda la perfecta ejecución de la historia y el grafismo, el núcleo que sostiene “El pasado es ahora” es ese delicado equilibrio entre la historia sencilla de un hombre al que le gustaría volver a casa tras su jornada laboral, de 16 mil millones de años, y las enormes fuerzas del capitalismo más voraz que no le permiten ni un respiro.

Y así sucesivamente. Albert Monteys demuestra en cada historia su dominio del cómic y de los recursos pulp para sacarse de la manga historias alucinantes que tocan la famosa condición humana. El amor que queremos y el que recibimos, vivir una fantasía o entregarnos a la realidad en “La fábrica del amor”. El impresionante homenaje a Kirby en “Taurus-77” con extraterrestres que son demasiado extraños para ser mediáticos (tenemos claro lo que queremos en nuestros aliens), que acaba siendo una deliciosa vuelta de tuerca a los temas de Stanislaw Lem.

La extraña invasión de iluminados en “Lo que sabemos del planeta tierra”, que antes de su exquisitamente irónico final, todo un golpe en el mejor sentido, habla de la fertilidad y la infertilidad, de la fragilidad y la perfección.

Y acabando con ese impresionante retrato de las relaciones de parejas que es “La Cristina del mañana”, donde una mujer va percibiendo el tiempo cada vez con más adelanto, alejándose por tanto cada vez más del presente, obligada así a presenciar el paso de la existencia como una observadora incapaz de intervenir. Es una historia donde las viñetas mismas se rompen y se trastocan, incrementan el dinamismo ya presente en toda la colección, para seguir así el estado de la protagonista. Una historia conmovedora, emotiva, turbadora, desgarradora… una historia que merece todos los premios.

Las historias están ligeramente interconectadas entre sí. Algunas más que otras. El título «¡Universo!» no es casual. Todos los personajes habitan el mismo mundo.

Pero lo mejor todo es que esto sigue. Este no más que un primer volumen. Albert Monteys sigue creando episodios nuevos que va publicando digitalmente en Panel Syndicate (enlace en la descripción). Aunque yo te recomiendo comprar la recopilación. Leerlas seguidas es ir dejando que cada historia deje su poso en la siguiente.

Y hablando de estos temas, si quieres más ciencia ficción de calidad, aquí tienes un vídeo sobre una obra maestra. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Continuar leyendo¡Universo!, de Albert Monteys