La analogía, de Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander

Nos vamos a explorar la clave del pensamiento con La analogía, una monumental obra de Douglas Hofstadter (autor de Gödel, Echer, Bach) y Emmnauel Sander.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Qué hacemos cuando pensamos? ¿Cuál es ese proceso que nos permite conectar dos ideas totalmente diferentes? ¿Cómo somos capaces de imaginar una situación y trasladarla a la realidad? Pues según Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander en su libro La analogía, el motor del pensamiento es la analogía. Vamos, es el título, más claro no puede estar.

Lo publica Tusquets Editores con traducción de Roberto Musa Giuliano.

Vamos de exploración.

Por cierto, eso de decir que leer es como explorar es una metáfora, que el libro ya nos dice que es un caso de analogía. Leer y viajar se conectan como si en esencia fuesen lo mismo.

¿Ya ha salido mi nombre? Tengo la sensación de que ya he empezado a hablar del libro…

La realidad es infinita en su riqueza de detalles. Somos incapaces de percibirlos todos. Reducimos, abstraemos y, lo más importante, olvidamos diferencias para poder construir conocimiento. Si no, seríamos como Funes, el personaje de Borges, incapaces de comprender que un perro visto a las tres y catorce pertenece a la misma categoría que un perro visto a las tres y cuarto o que incluso son el mismo perro.

Todo lo contrario. A pesar de que una foto salió antes que la otra, no tienes ningún problema en comprender que muestran al mismo perro. Es más, a los pocos segundos de desaparecer, empezarás a olvidar los detalles concretos de ese perro y recordarás simplemente que salía un “perro”. Y pasado unos minutos más, es posible que incluso olvides el animal, porque no es más que una sencilla ilustración irrelevante para el resto del vídeo.

Es realmente impresionante. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo logramos clasificar la realidad en una serie de categorías más sencillas? Y luego al revés. ¿Cómo combinamos esas categorías simples para construir una imagen todavía abstracta pero más compleja de la realidad? Los autores no dudan en calificar de milagro el hecho de que nuestro cerebro pueda asignar casi todo lo que encuentro a una categoría preexistente. ¿Cómo?

La respuesta de este libro es que usamos analogías. Y analogías sobre analogías. Y luego analogías sobre nuestras analogías de las analogías. Y así una y otra vez, es un proceso que podemos alargar en el tiempo todo lo que queramos, creando pensamientos cada vez más complejos en el interior de una mente más que finita.

La analogía es todo un señor libro. Estamos hablando de más de 800 páginas. Es realmente grueso. Además, ni siquiera intenta esconder su tesis, convertirla en un misterio a descubrir o algún truco similar de los libros de divulgación. No, todo lo contrario, prácticamente es lo primero que dice: «Las analogías y los conceptos protagonizan este libro acerca del pensamiento, pues sin conceptos no hay pensamiento y sin analogías no hay conceptos».

Es así de sencillo, pero también así de complicado, que es la razón para requerir tantas páginas. Las ideas sencillas son en ocasiones las más difíciles de justificar. Por tanto, el libro está organizado como una pirámide. Sin abandonar nunca la idea de hablar de la cognición como un fenómeno psicológico, dejando de lado los posibles mecanismos neuronales, cada capítulo va subiendo de nivel.

Los tres primeros capítulos introducen las ideas básicas de categorías y analogías. El primero va de cómo adquirimos conceptos sencillos como “madre” o “silla”. El segundo, de categorías más complejas que requieren de una frase entera como “cuarto de baño”. «Conocemos muchas más categorías que palabras», nos recuerdan. El tercer capítulo trata de conceptos para los que no tenemos una expresión lingüística.

Otros tres capítulos se dedican a nuestro relación con las analogías. El cuarto habla de cómo las usamos en nuestra vida. El quinto, de cómo ciertas categorías condicionan nuestra forma de pensar, nos manipulan, llevándonos a conclusiones absurdas, como en el ejemplo de las Torres de Hanoi. Y por el último el sexto aborda las analogías que nosotros manipulamos para lograr cierto efecto.

Como se ve, cada capítulo va subiendo por los niveles de abstracción, hasta llegar al séptimo y octavo, los mejores y más estimulantes del libro, donde se aborda la importancia de las analogías en el pensamiento científico. El séptimo tratando las analogías ingenuas que limitan nuestra comprensión. El octavo incluye un análisis de cómo Einstein manipulaba analogías para lograr desarrollar su pensamiento científico. De hecho, lo que vienen a decir es que el genio de Einstein radicaba sobre todo en su capacidad de crear analogías científicamente fructíferas.

La postura del libro es abiertamente antiplatónica. Las categorías mentales que usamos no existen a priori. No, las vamos formando a partir de la experiencia, empezando por casos singulares, la primera silla que vemos, añadiendo más y más individuos a medida que ampliamos la categoría. ¿Cómo? Pues es un juego doble. Creamos categorías realizando analogías entre elementos y luego usamos esas categorías para seguir creando analogías.

Nuestra vida mental consiste en ir reorganizando nuestras categorías a medida que resulta necesario. Por tanto, los conceptos o categorías son necesariamente difusos, flexibles y vagos. Todos hemos sentido esa zozobra al encontrarnos con un elemento que no sabemos si encajar o no en cierta categoría. Sillas especialmente raras, por ejemplo. O, ¿una mesa es una silla? Recuerdo que era muy pequeño cuando vi por primera vez un sacapuntas. ¿Y sabes lo que pensé? Que era una representación muy pequeña de una lavadora.

De hecho, un objeto dado puede ir cambiando de categoría a medida que es necesario. Vamos, que el espacio de las categorías es enorme y está lejos de ser único para un elemento concreto. Un ejemplo que ponen es un vaso, que en su relato va cambiando de categoría a medida que se mueve por el mundo. Puede ser “producto” en la tienda, “jarrón” en casa y “basura” una vez roto.

Otra consecuencia evidente es que cada uno tiene su propio conjunto de categorías y a veces simplemente no coinciden. Cada idioma hace lo posible por dividir el mundo en un conjunto mínimo de casos que nos permitan comunicarnos. Pero rara vez dos idiomas lo hacen de la misma forma y de ahí encontramos una fuente habitual de confusiones. Pero igualmente, mis conceptos mentales no tienen necesariamente que coincidir con los tuyos.

Todo eso lo explican en el prólogo, que es el inicio fundamental y que les sirve para construir todos los demás. Pero van más allá. Para ellos, términos como “y”, “pero”, “entonces” o “mientras” son también ejemplos de categorías, conceptos sutiles y complejos, resultado del mismo mecanismo de las analogías.

Un ejemplo.

Una papelera. No recuerdas para nada la primera papelera que viste. Pero alguien te diría que era una papelera. Ahora, no tienes ningún problema en ir por el mundo y reconocer papeleras. Comparas el objeto que estás viendo y decides según compartan o no ciertas características. Aunque encuentras casos curiosos. ¿Esto es una papelera o no?

En cualquier caso, un día descubres que esto también es una papelera. Quizá la idea choca al principio, te lleva un tiempo acostumbrarte. Pero al rato te basta hacer una analogía más profunda entre el concepto de papelera que tienes en la cabeza y eso nuevo que también llaman papelera. Comprendes que abstrayendo un poco más, eliminando algunos requerimientos, por ejemplo, la necesidad de que deba ser un objeto físico, el funcionamiento es análogo entre esa papelera que hay en el suelo y la que tienes en el escritorio del ordenador.

O el mismo concepto de escritorio, que acabo de usar. Ya no es la superficie de una mesa en la que trabajas. Es un “lugar” para trabajar, pero ha abandonado también algunos requerimientos que parecían esenciales.

Y así con todo. Conectando categorías entre sí, edificando sobre ellas, abstrayendo cada vez más. Aunque eso sí, a pesar de considerar la abstracción como un proceso enriquecedor, también indican que tiene sus límites, como ejemplifican en muchas ocasiones.

¿Recomiendo este libro?

Bien, voy a ser cauto. A mí me ha encantado. Me ha parecido una lectura muy impresionante y apasionante. Pero comprende perfectamente que mi entusiasmo por este libro es claramente resultado de mi personalidad. Las ideas que defiende me parecen intuitivamente lógicas. Estoy predispuesto a mirar la realidad como un conjunto continuamente en agitación, un hervor de categorías que se transforman, se forman y se deshacen, con márgenes increíblemente porosos entre ellas. Para mí, hay muchas cosas que solo existen en el cerebro de los seres humanos por muy reales que parezcan.

Es un libro largo, pero desde mi punto de vista se lee de un tirón, o al menos así lo leí yo, acabando un capítulo cada día. Usan continuamente anécdotas e historias, lo que agiliza mucho el texto. También está lleno de ejemplos, ejemplos tras ejemplos, y ejemplos una y otra vez. Muchas personas consideran que hay demasiados ejemplos y que el libro podría haber sido mucho más corto. Yo opino lo contrario. Me encantan los ejemplos y me resulta mucho más fácil pensar con ejemplos en la mano. Me encanta que los autores estén dispuestos a extenderse todo lo que crean necesario, que usen el humor continuamente, que comprendan que están usando los mismos mecanismos analógicos que están comentando y explicando. Ocupamos un «océano de analogías» dicen, «la analogía es la “savia vital”» afirman.

¿Es cierto lo que cuentan? Ni idea. Suena tremendamente persuasivo, pero claro, para eso han escrito un libro, para persuadir. Y también es verdad que rara vez una única idea es totalmente cierta. Pero desde mi punto de vista, lo realmente interesante de un libro así es cómo te hace reaccionar al leerlo. Y al leer La analogía, al recorrer párrafos y ejemplos múltiples, infinitos ejemplos, interminables ejemplos, tenía la sensación de que el libro me estaba obligando a pensar sobre cómo pienso, que me forzaba a plantearme la base de mi pensamiento. Vamos, que tenía la sensación de que el cerebro me crecía mientras lo leía. Otra correspondencia con mi personalidad. Es como si estuviese escrito para alguien como yo.

Desde ese punto de vista radicalmente personal, creo que Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander han escrito justo el libro que el tema requería, el libro necesario para explicar lo que pretendían explicar. Creo que es fácil dejarse engañar por la sencillez de la idea y creer que los ejemplos sobran. Pero desde mi punto de vista, lo mejor de este libro es el esfuerzo por catalogar y apuntalar la idea central. Es más como un libro sobre mariposas donde van saliendo especímenes tras especímenes. Ese es siempre el primer paso.

Contiene momentos que me encantan. Cuando comentan cómo la formulación de los problemas matemáticos puede confundirnos. Aunque es verdad que en esos posibles problemas de la enseñanza tendrían que haberse extendido más. La parte dedicada a la ciencia, como he dicho. Las muchas páginas que dedican a problemas del tipo si abc es a abd, entonces pqrs es a… Y toda la discusión sobre cómo se debe traducir y sus ideas sobre lo que es o no trasladar correctamente el contexto de una obra.

Y hablando de traducción. Este libro se escribió originalmente en francés. Luego hicieron una edición adaptada en inglés, siguiendo sus ideas sobre lo que es o no una buena traducción. Lo divertido es que esta traducción está hecha como si los autores fuesen hispanohablantes. Y la verdad es que está increíblemente bien adaptado, y solo en muy pocos casos se recurre a ejemplos en francés o inglés.

Yo he encontrado este libro fascinante, inteligente, reflexivo y estimulante. Pero hago énfasis en el “yo” de esa frase. He disfrutado enormemente de su lectura. Me ha ofrecido una enorme cantidad de ideas sobre las que pensar y hacer analogías.

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Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester

Todo un clásico de la ciencia ficción: Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester. Siglo XXV. Gully Foyle, abandonado en el espacio, solo desea vengarse de la nave que pasó de largo.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Y si pudieses transportarte instantáneamente a cualquier lugar simplemente pensándolo? Si todos pudiésemos hacerlo, ¿cómo sería ese mundo? Otra cosa. ¿Cómo te comportarías si te hubiesen abandonado a tu muerte? ¿Buscarías venganza? Pues te presento Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester, un clásico de la ciencia ficción en un mundo donde la voluntad humana ha roto muchas barreras y ha levantado algunas.

La publica la editorial Gigamesh con traducción de Sebastián Martínez.

Vamos allá

Gulliver, Gully para los amigos, Foyle está aislado en el espacio. Es el único superviviente de la nave la Nómada, ahora un pecio destrozado. Vive confinado en un pequeño armario del que solo sale para recargar el aire y buscar comida. Es un hombre bueno para nada, una mediocridad humana.

Lleva así 170 días. Agonizando sin morir. Es un animal atrapado viviendo en su ataúd.

Pero llega una nave. La Vorga-T 1339.

Estamos en el siglo XXV y una nueva habilidad ha transformado el mundo. Se trata del jaunteo. Teletransportarse por pura fuerza de voluntad. Piensas en el destino, lo deseas de veras, lo ves en tu mente y allí vas. Por supuesto hay limitaciones. No puedes saltar a un lugar que no puedas visualizar. No más de 1.500 kilómetros. Y nada de jauntear por el espacio.

El mundo ha cambiado. Ya ningún lugar es seguro si alguien lo ha visto alguna vez. Hay que construir complicados laberintos para garantizar que nadie aparezca en medio de tu casa. Así mismo, cualquier desastre atrae saqueadores desde todos los lugares del mundo. Pero con la misma facilidad, puedes trabajar en un punto del planeta y vivir en el punto opuesto. Las distancias ya no significan casi nada. Solo los ricos usan, en la Tierra, complicados medios de transportes, cuanto más antiguos mejor, simplemente porque pueden.

La Vorga parece que va a rescatar a Gully Foyle, pero en el último momento pasa de largo.

Eso mata a Foyle. El hombre que era arde en el fuego de una furia incontrolable y absoluta. Lo que nace a continuación es otra persona, un monstruo obsesivo y fragmentado controlado por el deseo total de venganza. Antes, Gully Folley era apenas un ser humano, lo mínimo para ocupar un puesto en una nave espacial. Ahora es como un bebé, puro instinto, que solo desea sobrevivir para poder castigar a la nave que lo abandonó.

Vorga. Vorga. VOOOORGA.

Poseído, logra mover la Nómada, llega a un asteroide ocupado por una tribu supuestamente “científica”, regresa a la Tierra, fracasa en su primer intento de venganza, acaba en una cárcel subterránea de la que no se puede escapar, recibe cierta educación, se reinventa como un empresario de circo y…

Las estrellas, mi destino es una extraordinaria novela que se mueve a una velocidad de vértigo, cambiando continuamente de escenario. Es como si las palabras en sí hubiesen bebido demasiado café. No es de extrañar. Alfred Bester se curtió escribiendo cómics de Batman y Superman, y también series de ciencia ficción para la televisión. Sabía llevar una historia.

Pero también es una novela muy breve que mantiene en el aire una cantidad asombrosa de temas, manejándolos con endiablada habilidad y enorme inteligencia. Las ideas se suceden a tal velocidad que si parpadeas es posible que te pierdas algunas. Parte de su gran maestría es que hiperactividad es consustancial a lo que la novela está contando.

Leí Las estrellas, mi destino hace más de 35 años. La recordaba como una gran novela de ciencia ficción. Pero esta relectura me la ha revelado como un clásico absoluto del género. Lo más asombroso es fue publicada originalmente en 1957, pero cambiando pequeños detalles, bien podría publicarse como si hubiese sido escrita hoy. Es más, con sus bebés telépatas, abogados modificados, hombres radioactivos, gente sin sistema nervioso, un capitalismo avanzado neofeudal donde las empresas son casas nobles… bien, Las estrellas, mi destino se adelantó varias décadas al ciberpunk.

El que sostiene la novela es Gully Foyle, el protagonista, que no héroe. Se le describe más de una vez como ogro, criminal, mentiroso, violador, cromañón, cavernícola… un hombre consumido por una sed de venganza tan enorme que está dispuesto a cometer cualquier crimen para lograr sus objetivos. Alfred Bester te deja bien claro quién es Gully Foyle…

En concreto, tiene en la cara la marca del tigre, la señal externa de sus demonios interiores, como se ve en la espectacular portada de Corominas. Cuando pierde el control, las manchas del tigre se iluminan y queda en evidencia lo que es en realidad.

Pero ya dije que Gully Foyle es un bebé. Empieza a crecer y a desarrollarse, empieza a aprender y a reflexionar. Pronto, sus deseos de venganza chocan con su intelecto, nace una tensión que es difícil de resolver y que impulsa la trama en la segunda parte. Mientras hace todo lo posible por vengarse, empieza a fijarse atentamente en el mundo que le rodea.

Es un futuro de guerra y explotación, donde los satélites exteriores se pelean con los planetas interiores. Es una sociedad dominada por psicópatas todavía peores que él. Es un mundo donde las religiones están prohibidas, pero no Dios.

Poco a poco las circunstancias personales de Foyle se van mezclándose con las preocupaciones del mundo. ¿Qué carga llevaba la Nómada? ¿Qué es esa misteriosa sustancia que se menciona ocasionalmente? ¿Por qué le abandonaron? ¿El ser humano puede ser libre? ¿Cuál es el futuro de la especie? ¿Quién debe dirigir el destino de la humanidad? ¿Quién dará el primer paso?

Pero como ya dije antes, Las estrellas, mi destino es mucho más que una frenética novela sobre un antihéroe que empieza demonio. Maneja una cantidad innumerable de temas. La libertad, el compromiso, la toma del control del futuro, quién manda o quién debería mandar son algunos de los más evidentes.

Cierta sensibilidad ecológica. Entornos humanos increíblemente frágiles, ecologías apenas mantenidas, una sensación de limitación que contrasta con los enormes paisajes del espacio.

También una enorme preocupación por la percepción, sobre todo la vista. En algún momento el protagonista se encuentra totalmente a oscura, hay personas que han perdido sus sistemas nerviosos e incluso un personaje que ve de una forma muy peculiar.

Incluso la sociedad que describe indica que Alfred Bester vio en los años cincuenta cosas que no debían ser tan evidentes. Vio evoluciones futuras y preocupantes que le permitieron adelantarse al ciberpunk.

Las estrellas, mi destino es una novela exuberante que en ningún momento pierde el ritmo. De hecho, cuando parece que no puede ir a más, se acelera durante las últimas 30 páginas, refinando los temas que ha tratado, sacando otros nuevo, explorando con todavía más valor la historia que está contando.

¿Esta novela sobre el espíritu humano y su capacidad para superarse es la mejor novela de la historia de la ciencia ficción? Pues es posible. Tampoco las he leído todas. Pero lo que es sin duda es una de las grandes obras maestras del género.

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Gracias y hasta la próxima

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