El ojo del observador, de Laura J. Snyder
El subtítulo de El ojo del observador, de Laura J. Snyder, es “Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada”, siendo una extraordinaria visita a la pequeña ciudad de Delft durante el siglo XVII. Allí, un gran pintor y el padre de la microscopía aprenderían a ver el mundo. Uno pintando la luz como nadie lo había hecho antes y el otro descubriendo todo un universo de vida en una gota de agua.
El ojo del observador explora una época de extraordinarios descubrimientos que podrían los cimientos de la ciencia moderna.
Lo publica la editorial Acantilado con traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.
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TRANSCRIPCIÓN
Hola. Tras utilizar un nuevo instrumento para examinar la realidad, ¿cuál es el siguiente paso? Has descubierto un mundo nuevo, ¿qué haces? Pues, El ojo del observador, de Laura J. Snyder, nos dice que el siguiente paso es aprender a ver. Y durante una época extraordinaria, nadie aprendió a ver mejor que Antoni van Leeuwenhoek y Johannes Vermeer.
Lo publica la editorial Acantilado. Con traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.
Vamos a ver.
Mi nombre es Pedro Jorge Romero. Y en este canal hablo de lecturas que me resultan interesantes y que creo que podrían interesarte a ti. Suscríbete para no perderte ninguna.
Dos consideraciones iniciales sobre El ojo del observador. Es un libro extraordinario, lleno de detalles fascinantes, que habla de un momento muy importante en nuestra comprensión del mundo. Si te interesa la historia de la ciencia… Pero también hace algo más. Hay una cierta sincronía entre el tema del libro y el texto en sí.
Volveremos a ese punto, pero primero veamos de qué trata.
Estamos en el siglo XVII, en la República Neerlandesa, en la pequeña ciudad de Delft. Allí, con una semana de diferencia, nacen dos hombres extraordinarios: Johannes Vermeer y Antoni van Leeuwenhoek. Un gran pintor y el descubridor del mundo microscópico. Vivirán y trabajarán alrededor de la misma plaza. A la muerte de Vermeer, Leeuwenhoek se convertiría en su albacea. Pero curiosamente, no hay pruebas de que se conociesen y se tratasen.
La idea central del libro es que esos dos hombres aprovecharon los nuevos instrumentos ópticos para no solo ver lo que nadie había visto, sino para aprender a ver la nueva realidad desvelada por esos dispositivos. Porque tener algo delante de los ojos no significa que lo estés viendo. Porque hay que saber apreciar, distinguir, categorizar, dar sentido a lo que tus ojos miran. Y haberlo hecho es la verdadera grandeza de esos dos hombres.
Y por extensión, de la revolución científica que se estaba produciendo en ese momento. Nuevos instrumentos, como el termómetro, el barómetro, la bomba de aire, el reloj, el telescopio, la cámara oscura y el microscopio permitían una forma diferente de obtener el conocimiento, una nueva forma basada en la experiencia, en lo que puedes percibir y comprobar. Lo que es hoy la ciencia que conocemos.
También una época, en la que arte y ciencia estaban muy unidas, donde la pasión por las lentes y los nuevos instrumentos cautivaban a todos los que se los podían permitir. No era fácil, porque había que comprar muchas lentes para intentar dar con una útil. Se requería mucha dedicación. Es así como un vendedor de telas, Leeuwenhoek, se obsesionó con fabricar lentes y logró resultados que siguen asombrando hoy en día. No solo vio lo que nadie había visto antes. Es que descubrió un mundo totalmente nuevo, un aspecto de la realidad oculto hasta ese momento. Con su microscopio, un instrumento increíblemente simple incluso para la época, dio con todo un mundo de vida microscópica. Su habilidad, su asombrosa paciencia, su entrega sin medida le permitieron lograr éxitos asombrosos.
Él mismo se fabricaba sus microscopios. Se estima unos 500 en total.
De la misma forma, Vermeer empleó la cámara oscura, con la que se logra una proyección plana de una imagen externa. No lo hacía para copiar la realidad, sino para aprender cómo la luz interactuaba con la escena, cómo los colores se transformaban, cómo las líneas se rendían a la vista plana, para lograr así pintar las cosas tal y como eran, no como parecían ser. No imitaba lo que veía con ese instrumento, sino que lo utilizaba para aprender a ver. Y lo que descubría sobre las interacciones de luz, perspectiva y color lo aplicaba a sus cuadros. Es más, la autora dice que la exploración de la mirada es uno de los temas fundamentales de su pintura.
Vermeer y Leeuwenhoek aprendían a ver la naturaleza.
De esa forma, el libro se estructura como una especie de “vidas paralelas”, donde los hechos de Vermeer y Leeuwenhoek van revelando nuevas aproximaciones al mundo, nuevas formas de mirar. En este relato, la cámara oscura de Vermeer se vuelve análoga al microscopio de Leeuwenhoek. Si Leeuwenhoek dio con animáculos nunca vistos, un universo en una gota de agua, Vermeer vio y plasmó la luz tal y como era.
Y esto ya de por sí valdría la pena. Son dos figuras fascinantes que Snyder logra conectar muy bien mientras narra con detalle sus vidas y sus triunfos. Pero lo que eleva este libro es que en sí mismo está estructurado como el tema que trata. El libro funciona de una forma análoga a los instrumentos que está describiendo.
Como si fuese una cámara oscura, pinta continuamente escenas de la vida en Delft, la República Neerlandesa y el mundo de la época, con su incipiente globalización. Para situarnos en el contexto justo, para enseñarnos a ver el pasado. Y como un microscopio, de pronto amplía una sección y durante unas pocas páginas revela los aspectos complejos, los callejones sin salida y la multitud de ideas que rodeaban el desarrollo de conceptos que hoy damos por supuesto.
Porque tendemos a una visión simplificada del pasado, como si al retroceder unos pocos años todo se volviese homogéneo. Para nada. El pasado era tan complejo como vemos el presente. El ojo del observador aspira a enseñarnos a ver el mundo en el que se movían Vermeer y Leeuwenhoek.
Unos ejemplos. La producción en la ciudad de Delft y el coste social, los complicados, y en ocasiones peligrosos, procesos químicos que los pintores empleaban para lograr sus colores, las libertades de la República Neerlandesa, la invención del telescopio, el desarrollo del microscopio, el lento proceso para comprender la perspectiva, entender cómo funcionaba realmente el ojo, el uso de espejos, los estilos de cuadros de la época, la fabricación de lentes, el funcionamiento de la cámara oscura, las disecciones públicas, la muerte y el duelo en una familia típica, la Royal Society, las bases religiosas de la ciencia, la circulación de libros por Europa, los mapas como forma de destacar esa época de todo tipo de descubrimientos. Y más…
El tema constante del libro es hacer visible lo invisible. Esa era la labor de los dos hombres de los que habla y también la que Snyder se impone a sí misma. Desvelar los detalles de una época de cambio extraordinario, donde nacía una forma nueva de concebir la ciencia. En ese aspecto, es algo irónico que tanto Vermeer como Leeuwenhoek tuviesen un pie en el pasado: los dos mantuvieron sus métodos en secreto. Pero la Royal Society ya estaba imponiendo la transparencia, la comunicación y la reprodubilicidad de resultados como elementos fundamentales de la ciencia. En concreto, el secretismo de Leeuwenhoek le ganó mucho escepticismo. Y cabe incluso la posibilidad de que llegase a inventar algún nuevo tipo de microscopio que nunca mostró.
Si te interesa el arte o la ciencia, El ojo del observador es un libro ideal para ti. Si te interesan los dos campos, entonces el continuo paso de uno al otro, usándolos como comparación y reflejo, convierten a este libro en imprescindible. Es un retrato de dos grandes hombres situados en un contexto detallado, maravillosamente bien descrito. Deja claro que los descubrimientos no se hacen solos, sino que son resultado de una enorme red de influencias y colaboraciones. Y sobre todo, muestra lo difícil que fue desarrollar muchas ideas que hoy damos por sentado.
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