Ready Player One: ¿Qué piensa Spielberg de Halliday?
Admito que Ready Player One es una película muy entretenida, visualmente espectacular y que se disfruta aunque sepas que aquello no tiene ni pies ni cabeza. Después de todo, la dirige alguien que sería capaz de transmitir emoción aunque usase el móvil para grabar dos guijarros en una playa.
Por lo demás, es tan entretenida como fácil de olvidar, al no poseer ningún aspecto que la haga especialmente memorable o destacable.
Bueno, casi…
En el origen de todo lo que pasa está Halliday, el genio creador de Oasis, el juego/entorno de realidad virtual/mundo paralelo donde transcurre buena parte de la acción. Al morir, dejó su fortuna y Oasis a aquel que pueda resolver tres misterios.
Hasta ahí bien. Halliday es una especie de Willy Wonka, sin su personalidad exagerada o abrasiva, sin su pasión absoluta por todo lo que se mueve a su alrededor y sin su desprecio absoluto por los niños. De hecho, a Halliday se le pinta deliberadamente como muy apagado, estático incluso, como un robot. En muchas escenas, es como si no tuviese claro el uso de manos, piernas o brazos. Se le pinta como alguien que vive tanto en su cabeza que ha olvidado que tiene un cuerpo. Es una persona con una mirada lejana y alienígena, como si solo estuviese parcialmente presente.
Es un contraste curioso con el avatar que ha elegido para guiar las pruebas de su mundo virtual, una especie de mago genérico, que podría ser cualquier mago de un mundo de fantasía. La imagen es diferente, alguien más presente en el mundo, que se mueve y gesticula más que Halliday, una especie de padre bondadoso deseando guiar a sus hijos.
“¿Qué le pasa a Halliday?” es la primera pregunta que se hace la película y, de hecho, resulta ser la línea argumental que corre por debajo. RPO cuenta la muy entretenida y emocionante historia de Wade y sus amigos intentando salvar Oasis de los malos de turno (ese ejecutivo agresivo tan maravilloso, una especie de versión chusca de los violentos ejecutivos de Robocop), pero contiene dentro de sí otra película, que se revela si mentalmente unes los trozos donde sale Halliday. Un poco como esa película de McBain oculta en Los Simpson.
Esa segunda película es muy, pero que muy diferente a la otra. Lejos de la espectacularidad de las aventuras virtuales de sus protagonistas, la película sobre Halliday trata de un personaje tremendamente fallido, un hombre que no sabe cómo presentarse ante el mundo, un hombre que traicionó al que parece su único amigo, un hombre apagado que se oculta ante un avatar grandioso y exuberante. Y sobre todo, es una película sobre un hombre que busca un sucesor que, al contrario de lo que podría esperarse, sea diferente a él y, sobre todo, mejor.
Busca a alguien que pueda hacer lo que hace falta hacer, pero que él es incapaz de hacer.
Mi tesis es que Halliday desde el punto de vista de la película es un personaje ambiguo, una especie de antihéroe, no del todo un villano, pero tampoco un santo. Es alguien que ha hecho algunas cosas muy mal al crear Oasis y que ahora, después de muerto (o no), aspira desesperadamente a una forma de redención. Un hombre tan apegado a su creación que no se atreve a apagar Oasis, cuando claramente sería lo correcto, pero que tampoco es capaz de corregir sus defectos. Atrapado en su ataraxia, su búsqueda es una compleja mezcla de sentimientos encontrados: una excusa, una expiación, una salvación, una justificación… La tarea de reconciliar esas metas se la deja a otro, porque él está preso de una parálisis absoluta. El origen de esa parálisis es lo que esa segunda película intenta explicar. Es lo que late en el corazón de RPO.
Un aspecto interesante de todo el proyecto de Halliday es su carácter desesperado. Resolver las pruebas requiere sumergirse en su vida, entenderla al completo, repasar hasta los más mínimos momentos para encontrar pistas. Podría considerarse una monstruosidad, el triunfo del culto a uno mismo, si no fuese porque parece todo lo contrario. Parece el gesto agónico de un hombre que pide por favor que alguien le entienda, que alguien comprenda su vida y lo que hizo. Es un gesto final que se añade al patetismo y pena que ya proyecta la figura de Halliday.
Hay dos momentos importantes para esa pesquisa. Dos momentos que definen a Halliday y lo que “Spielberg” opina de él (“Spielberg” es el nombre que doy al creador de la película, una entidad que podrá coincidir, o no, con el Spielberg real, quien sin duda también tendrá sus opiniones sobre Halliday).
El primero se da cuando viajan al interior de El resplandor. Ya de principio es una muestra más de que Halliday no acaba de entender el mundo, porque es la película elegida para una primera, y única, cita. También llama la atención porque produce un enorme cambio de estilo en RPO, que modifica su tono durante esos minutos. Además, según me cuentan, es un cambio curioso con respecto al libro (que no he leído), donde la película era Juegos de guerra.
El contraste no podría ser mayor.
El resplandor es una obra meticulosa y detallada, una cinta magistral creada por un director consumado, hombre obsesivo hasta lo demencial. Todo lo que sale en pantalla sale porque se ha puesto ahí deliberadamente. No hay casualidades. Cada actuación es el resultado de decenas y decenas de repeticiones, hasta el agotamiento, hasta el odio y la furia. Es el resultado de un director esforzándose por cargar de sentido hasta el más mínimo elemento, de crear una película que rezuma lecturas por todas partes, que invita a la interpretación, a la reinterpretación y a la recontextulización.
Es, en suma, una obra de arte.
¿Y qué hace Halliday con ella?
La convierte en una película de zombis.
Y por si no lo sabes, porque Spielberg quiere que lo tengas muy presente, hasta un personaje te recuerda que en El resplandor no hay zombis.
Ahí está, una gran película de terror reconvertida en el vehículo del elemento más inane y absurdo, el icono de terror más anodino. El zombi es hoy el símbolo genérico más fácil, desprovisto ya de cualquier cualidad rompedora o transgresora. Como si la única forma de hacer terror fuese meter un zombi.
Por un lado, es una condena a la cultura friki más extrema, que olvida el contexto, la sutileza o el arte y se centra en los elementos más tópico e insiste en su presencia, vengan a cuento o no. Da igual lo que El resplandor quiera contar, al final es simplemente un nivel de videojuego. Si llegar al hotel Overlook produce inicialmente una extraña sensación discordante al cambiar el tono de la película, dicha sensación se repite cuando El resplandor se transforma a su vez en un tópico.
Por otro lado, es una condena al propio Halliday, a quien se muestra incapaz de responder a El resplandor como la película que es, y que debe “mejorarla” introduciendo elementos ajenos. En el contexto de RPO, es Halliday el que transforma lo que no comprende, y es incapaz de comprender, en algo que reconoce. Es el acto reflejo del friki extremo que solo acepta lo que quiere ver, que solo acepta la imagen que tiene de las cosas, que solo acepta los personajes tal y como cree que fueron hace cuarenta años.
El segundo momento se da al final. Wade ha superado la última parte de la última prueba. Ha demostrado ser merecedor del premio. De hecho, ha demostrado algo que va más allá. Ha demostrado no ser el Halliday real. Si puede resolver el último acertijo es precisamente porque entiende a Halliday tan bien que hace lo que Halliday hubiese querido/debido hacer. Wade reinterpreta, analiza y recontextualiza a Halliday.
Halliday es el friki inmovilista, incapaz de aceptar que las cosas puedan cambiar… no, no, incapaz de aceptar que las cosas deben cambiar, incapaz de aceptar que hay algo más por debajo de las referencias frikis que se agotan en sí mismas. Halliday colecciona signos muertos, disecados, clavados con alfileres, estáticos, inertes, siempre iguales, signos sin referente porque han sido amputados de las obras a las que pertenecían, han sido separado del contexto que les correspondía. Como el Gigante de Hierro, extraído de una película emotiva y sentimental y convertido es un artefacto más de la batalla final. Como si la película se volviese hacia los espectadores y les dijese “esto es lo que obligáis a hacer”.
Wade sin embargo es otro tipo de friki. Está dispuesto a mirar dos veces, a comprender, a sentir empatía, a ser mejor…
Wade es el héroe que Halliday buscaba justo porque no es Halliday.
Todo queda claro en la escena final, en la habitación de infancia.
Es cuando comprendes que Halliday nunca salió de ese cuarto. Que siempre ha sido un niño atrapado jugando a videojuegos, encerrado en su propio cuarto. Pero peor aún, incapaz de salir de su cuarto, creó un mundo donde también encerró a millones de personas. Los usuarios de Oasis están tan retenidos y confinados como ese niño pequeño. Cambia la escala, nada más. Oasis es una cárcel donde simplemente no puedes ver las paredes.
En este punto se establece un paralelismo entre IOI, la criminal empresa que aspira al control de Oasis, y el propio Halliday. Los dos encierran a gente. IOI te encierra en un pequeño cubículo y te obliga a jugar a videojuegos. Halliday, quizá sin ser consciente de lo que hace, te encierra en un mundo de fantasía donde nada importa realmente. IOI lo hace por dinero. Halliday porque es un niño pequeño que no sabe que podría hacer otra cosa.
Podría pensarse que Sorrento, el ejecutivo de IOI, es el reverso oscuro de Halliday. En realidad, son dos avatares del mismo individuo. Sus motivaciones son diferentes, pero el resultado final es el mismo. El paraíso infantil de pasarse el día en tu cuarto jugando a videojuegos se convierte en la pesadilla adulta de estar encerrado en un cubículo obligado a trabajar para una entidad superior que te explota. Halliday y Sorrento no son más que dos versiones de las redes modernas. Cada parte necesita a la otra. Las promesas de liberación de internet te permiten soportar trabajar gratis para grandes empresas que se benefician de ti. Pero en el fondo…
Lo importante es que Halliday no puede ejecutar el cambio. Está atrapado en su propia reacción. Solo ve dos opciones. Destruir Oasis o entregárselo a alguien que sepa qué hacer, que sepa liberar su potencial esquivando sus enormes problemas. Que él mismo no lo hiciese indica su impotencia, incapaz de reflexionar, analizar o recontextualizar su propia creación. De nuevo, su relación con Oasis es la del friki extremo, el que no admite ningún cambio, el que quiere vivir toda su vida como vivió su infancia, el que exige que no se toque nada, que todo sea como era, por siempre y para siempre.
Solo deja como única opción, supongo que como mecanismo de seguridad final, el botón que permitiría la destrucción de Oasis. Que se indique la posibilidad de pulsar ese botón por error es lo que deja claro que usarlo debe ser un acto deliberado, consciente, meditado.
La película condena a Halliday, y con él al frikismo más extremo, por su inflexibilidad, por no permitir que las obras respiren, por constreñir lo que ciertas creaciones son o pueden llegar a ser. Defiende una actitud más humana, más empática, más de deleite y disfrute. Y de reflexionar cuando la reflexión es necesaria, de intentar ir un poco más allá y comprender lo que hay por debajo. De la misma forma que Wade va más allá y no se queda con el Halliday de las portadas de revistas, de sus colecciones obsesivas o sus diarios. Es una película hecha por un director que ha visto sus propias películas reducidas a fragmentos, a trozos sueltos desprovistos de lo que les dotaba de vida y sentido.
La redención de Halliday radica en saber que él no es la persona adecuada. Es quizá el único momento de lucidez que tiene el personaje, el único momento donde se reconoce como lo que es, un niño grande que se convirtió en adulto, pero nunca creció, que grita continuamente “no toques mi infancia”.
Pero lo deja todo en manos de otro, alguien que será fiel a lo que Halliday querría haber hecho. El paradójico triunfo de Halliday es aceptar que él mismo no sabe ser el Halliday que querría ser. Así que simplemente renuncia. Coge al niño que era y se lo lleva. Y los dos abandonan por fin el cuarto.
Ahora que lo pienso, quizá Ready Player One no sea tan olvidable como a mí me parecía.
P.S.: ¿Halliday está muerto? Es una situación curiosa, porque se dice que sí, pero la escena del cuarto da a entender que de alguna forma no lo está, que el Halliday que vemos es algo más que una simulación. Quizá sea una inteligencia artificial o quizá Halliday logró el sueño de transferir su mente a un ordenador. En ese aspecto, es llamativa la escena inicial de «Si estás viendo esto es que estoy muerto», con su parafernalia de funeral de la Federación, que remite a la muerte de Spock en La ira de Khan. Por supuesto, algo que Halliday sabría, en la siguiente película, el Proyecto Génesis provoca la resurrección de Spock. ¿Debe entenderse que algo así ha pasado? ¿Halliday de alguna forma escapó a la muerte? ¿Ha trascendido a otro plano?
Tampoco hay que olvidar que La ira de Khan es la película donde aparece la prueba del Kobayashi Maru. Y claro, ya sabemos lo que esa prueba nos enseña…