Cómo leer más: 7 consejos para desarrollar el hábito de la lectura

Si quieres leer más, estás de suerte, tengo aquí 7 consejos que te ayudarán a desarrollar el hábito de la lectura.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. Así que quiere leer más. Pues tengo siete consejos para ti. Pero antes de empezar, ¿por qué quieres leer más?

Es decir. Vivimos en una sociedad en la que se defiende la lectura casi como una obligación moral. Cuando no es así, como una cuestión de salud, citándote supuestos beneficios médicos. Yo soy muy escéptico. Si no te gusta leer, no pasa nada. Y para la salud, mira que no hay actividades beneficiosas.

Lo habitual es que uno quiere leer, pero por una de un millón de razones no lee todo lo que le gustaría. No hay problema. No es culpa tuya. Es el mundo. Está empeñado en destruir tu concentración. El presente es tan denso que casi no deja espacio para respirar.

Por suerte, hay algunas cosas que puedes hacer para aliviar esa situación. Pero unas salvedades iniciales. Estamos hablando de leer más, no de leer más libros. Eso último depende de su tamaño… Y tampoco se trata de leer más rápido. Más allá de cierta velocidad, ¿para qué querrías ir más rápido? Y una cosa clara. No me he inventado nada. He leído muchas listas con consejos para leer más. Dejo las mejores en la descripción por si quieres repasarlas. La mejor es la de Austin Kleon. Lo que he hecho es reunir los consejos que me parecen más efectivos, porque los uso o los he usado. Pero son los que a mí me parecen mejor de muchos. Seguro que tú tienes los tuyos. Así que déjalos en los comentarios.

Hechas las aclaraciones, el primer consejo de los siete es…

  1. Crea tiempo para la lectura.

La mala noticia es que leer requiere tiempo. La buena es que tenemos más tiempo del que nos parece. De hecho, hay dos fuentes principales de tiempo.

Por un lado, tenemos todo el tiempo que dedicamos a otras actividades. Si esas actividades nos interesan menos que leer, podemos sacrificar un poco. Ver un episodio menos de una serie cada noche y leer, por ejemplo. Seguro que unos minutos pensando te deja una lista de actividades que puedes recortar un poquito.

Por otro lado, a lo largo del día siempre hay huecos. Momentos de cinco, diez o quince minutos que podemos aprovechar para leer. Esas colas, esas esperas, esas comidas sin importancia. Momentos que rellenamos con cualquier tontería. Sumando sumando, trozo a trozo se terminan de leer libros enteros.

Pero se puede ir más allá. Hay gente que se apunta el tiempo de lectura en la agenda. 1 hora al día, por ejemplo. O que se marca leer 50 páginas al día. No es para todo tipo de lecturas, pero es muy buena opción para esos libros que uno quiere leer pero que por su longitud intimidan o que sabes que van a requerir esfuerzo. Es un truco que funciona, porque a la mente se le da muy bien encontrar razones para no hacer las cosas. Por tanto, si las fijas como “obligatorias”, empezar es siempre más fácil.

Y eso de hablar del tiempo nos lleva a…

  1. Evita las distracciones

Lo dicho, el presente es demasiado denso. Muchas, pero que muchas cosas por hacer. Los videojuegos no se juegan solos. Las series no se ven solas.

Pero es todavía peor. Casi todos llevamos encima un dispositivo con la costumbre de avisarnos de cualquiera tontería. Una y otra vez, varias veces por hora, anunciando que en algún lugar hay un tweet que leer, un meme de facebook del que reír o un vídeo nuevo para ver. Eso mata cualquier intento de concentrarse, aunque solo sea durante cinco minutos.

¿Solución?

Tirar el móvil sería una solución algo cara. Por supuesto, podemos ponerlo en silencio, activar el modo no molestar, abandonarlo en otra habitación o simplemente, pero mucho más difícil, aprender a no hacerle caso.

Aunque no sirve de nada no estar distraído si no tienes nada que leer… por tanto…

  1. Lleva siempre un libro contigo

Si no tenemos un libro a mano, no podemos leer el libro. Si tienes un libro a mano, es más fácil que lo leas. De Perogrullo. Pero así de sencillo.

No es difícil, porque el mismo dispositivo que nos distrae también nos permite llevar cientos o miles de libros encima. Por desgracia, están en el mismo dispositivo que nos distrae, así que a menos que tengas mucha fuerza de voluntad o hayas configurado el móvil para evitar distracciones, puede que no te sirva de nada.

Casi parece mejor llevar encima un lector de libros electrónico, algo cómodo de cargar, lleno de libros y que no te distraiga.

O un libro en papel.

Pero sea digital o en papel, lo importante es tener un libro contigo porque…

  1. El entorno es muy importante

Volvemos a lo de antes. Si no tienes un libro contigo, no puedes aprovechar esos minutos libres que se escaparan entre la lluvia y más allá de la puerta. Pero la cosa va más allá. Una gran forma de lograr hacer lo que quiere hacer es reducir la fricción, el tiempo que te lleva empezar. Si tienes que ir a otro sitio a buscar un libro es más difícil empezar a leer.

Por tanto, coloca los libros allí donde puedas verlos continuamente y donde simplemente sea cuestión de alargar la mano y coger uno. Si quieres leer antes de dormir, pues libros junto a la cama. Si quieres leer mientras comes, pues libros en el comedor. Si quieres leer durante el desayuno, pues libros en la cocina. Ten libros allí donde quieras leer.

Por supuesto, ten libros que quieras leer. Y para eso, lo mejor es…

  1. Hazte una lista

Pues sí, como cualquier otra actividad que uno quiera hacer regularmente, la lectura pide cierta preparación. Si terminas de leer un libro y no sabes cuál es el siguiente, es más fácil que dejes de leer. Pero al contrario, si tienes una lista de los próximo diez, veinte o cien libros que quieres leer, la cosa cambia mucho. Ya no tienes que ni pensar. Coges el siguiente y sigues leyendo. Así de sencillo.

Pensar está muy bien y en muchas ocasiones es muy conveniente. Pero en otras ocasiones pensar es muy contraproducente, porque te obliga a pararte para decidir. Ayúdate a ti mismo a seguir leyendo decidiendo de antemano lo que tienes que leer.

Además, te quedará una bonita lista de libros que has leído.

Eso sí, una lista no es una obligación. Puede cambiarse o modificarse. ¿Ese libro que te parecía tan interesante ya no lo es tanto? Elimínalo sin piedad. Pero llevando esa idea un poco más allá…

  1. No termines libros que no te gustan

En este punto hay escuelas y opiniones variadas. Pero desde mi punto de vista, a menos que la lectura sea una obligación, es tu trabajo, te dedicas a escribir críticas de libros o eres lector editorial, no tiene mayor sentido terminar un libro que no te está gustando o del que no estás aprendiendo nada. Ese libro claramente no es para ti, al menos en ese momento. Puede cerrarlo diciendo “gracias, pero no gracias” y pasar al siguiente. Y si fuese necesario, siempre puedes volver a él más tarde.

Será por libros por leer. Lo que me recuerda…

  1. Lee dos libros a la vez

De nuevo, hay escuelas con este caso. Hay quien opina que si empiezas un libro, no puedes abrir otro hasta que hayas decidido qué hacer con el actual. Yo eso lo encuentro un poco rígido de más.

El problema es que hay ritmos distintos a lo largo del día. Vamos, hay ritmos distintos a lo largo de la semana, del mes, del año. Y se me hace muy rara la idea de que sea posible leer el mismo libro independientemente de las circunstancias.

No. Si estás cansado te apetecerá más una cosa. Si estás más despejado, puedes leer algo más exigente. Una clave para leer más es adaptar las lecturas a tu vida, no pretender que tu vida se ajuste al hecho de leer.

Dos libros al menos. De naturalezas muy diferentes. Un libro para las mañanas, un libro para las noches. De hecho, yo combino 4 o 5 a lo largo del tiempo. Hay momentos para libros duros y momentos para cosas más ligeras. Si estás leyendo un libro muy bueno de ochocientas páginas que exige pararse y reflexionar de vez en cuando, puedes leer otro en medio.

Por tanto, prueba a alternar al menos dos libros muy diferentes. Prueba a ver qué tal. Si te gusta hacerlo así, te ayudará a leer más.

Lo que me recuerda… Una forma de leer más es tener buenas recomendaciones. Por tanto, si te interesa ver más vídeos sobre mis lecturas, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

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La caída del hombre, de Grayson Perry

Con La caída del hombre, el famoso artista británico Grayson Perry se marca una divertida e inteligente exploración de la masculinidad y defiende que debe cambiar para adaptarse al mundo moderno.

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Hola. ¿Está en crisis el hombre? No, claro que no, dice Grayson Perry en La caída del hombre. Lo que está en crisis en una forma de entender la masculinidad, una que busca la superioridad. Una búsqueda, nos dice, incompatible con nuestros ideales modernos. Nuestras ideas sobre lo que es o deja de ser un hombre, repite una y otra vez, deben cambiar.

Lo publica la editorial Malpaso con traducción de Aurora Echevarría.

Vamos a explorar ese cambio.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero. Y en este canal hablo de lecturas que me resultan interesantes y que creo que podrían interesarte a ti. Suscríbete para no perderte ninguna.

Grayson Perry es una persona singularmente adecuada para escribir un libro así. No solo es un famoso artista, sino que le gusta travestirse y tuvo una infancia marcada por una figura paterna poco adecuada. Esos detalles le permiten tener una visión más lúcida de la masculinidad, un aspecto de ser hombre que es mucho menos rígido de lo que la sociedad quiere hacernos creer. En lugar de una identidad con la que naces, ser hombre es en buena parte una actuación.

Ayuda mucho el que el libro sea tremendamente divertido de leer. Tiene una intención clara, defender el cambio de lo que consideramos un hombre, posición que va apuntalando con muy certera inteligencia. Incluso contiene ilustraciones del propio autor.

A pesar de su título, La caída del hombre no defiende ninguna eliminación o suplantación. Defiende un reajuste, un cambio de la concepción de masculinidad. ¿Por qué? Porque muchas formas de masculinidad causan daño. No solo a otros grupos, sino también a los propios hombres que la manifiestan. Lo presenta como un cambio más que necesario, guiado por la pregunta: ¿qué tipo de hombre haría que la sociedad fuese mejor?

¿Ese cambio es posible? Grayson se muestra optimista pero precavido. Es bien consciente de que serán necesarias muchas generaciones. La forma del hombre del futuro apenas está bosquejada. Pero ofrece el libro como un primer paso de un cambio hacia una masculinidad mejor.

El libro se divide en cuatro grandes capítulos que van describiendo la forma de la masculinidad tradicional. Los enormes privilegios de ser hombre, tan dados por supuestos que muchos ni siquiera somos conscientes de ellos. La fragilidad de la masculinidad, un modelo tan rígido que debe sufrir una vigilancia continua para no desviarse ni lo más mínimo. Para ello usa la metáfora del Ministerio de la masculinidad, pero recordando que ese ministerio reside en la cabeza de los hombres. La nostalgia por una forma de ser hombre que es ahora mismo imposible. O por último, los problema para expresar las emociones y manejarlas adecuadamente.

Vamos, que lo trata prácticamente todo.

El título en inglés el libro es The Descent of Man, que remite, por supuesto, al famoso libro de Darwin sobre la evolución humana, The Descent of Man, donde el naturalista exponía sus ideas sobre la selección sexual. Por desgracia, la traducción habitual de ese título es El origen del hombre, que no se adecua al libro de Grayson Perry. Pero la referencia a Darwin da a entender evolución, y la evolución en el contexto popular es un cambio para mejor. Y eso es justo lo que defiende La caída del hombre, un cambio para mejor.

Por desgracia, la masculinidad tiende a interpretar todo reajuste como caída en picado. Y es justo esa percepción una de las cosas que debe cambiar. Para que ese tipo de suposiciones no sean automática. Una masculinidad diferente y más amplia beneficiaría a todo el mundo y a los hombres en concreto. Grayson Perry defiende esa idea con convicción, inteligencia y humor.

¿Y tú qué piensas? ¿Qué medida deben cambiar los hombres? ¿Cómo nos afectan las ideas tradicionales de masculinidad? Deja tus comentarios, ideas y recomendaciones.

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La chica del cumpleaños, de Haruki Murakami

Si pudieses pedir cualquier deseo, ¿qué pedirías? Ese es el punto de partida de La chica del cumpleaños, un cuento de Haruki Murakami.

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https://www.youtube.com/watch?v=bxaSNijBAXQ

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Hola. Hoy cumples 20 años. Las circunstancias no son las mejores. Problemas personales y encima tienes que trabajar. Pero inesperadamente, alguien te ofrece como regalo concederte cualquier deseo. El que tú quieras. ¿Qué pides? Pues ese es el punto de partida de La chica del cumpleaños, una enigmática historia de Haruki Murakami.

Lo publica la editorial Tusquets con ilustraciones de Kat Menschik y traducción de Lourdes Porta.

Veamos.

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Tres cosas a destacar de este volumen.

Primero, el cuento.

La joven cumple hoy 20 años. Trabaja de camarera en un restaurante italiano de muy buen nivel. Ha cambiado el turno, por supuesto. Por desgracia, la compañera se ha puesto muy enferma y además una pelea ha provocado la ruptura con su novio. Por tanto, ahí está, de no muy buen ánimo, sirviendo platos. Por si todo eso fuese poco, llueve mucho.

En el restaurante, donde sirve, todos los días, a las 8 en punto, se produce un llamativo pero sencillo ritual. El encargado lleva pollo, siempre pollo, al sexto piso del edificio, donde vive el dueño, a quien nadie ve nunca. Una hora después sube a recoger los platos vacíos. Como un ritual, ya digo.

Pero ese día, el encargado, casualidad de las casualidades, también enferma. Así que es ella la que debe subir el pollo. Así lo hace, charla un poco con el viejo dueño y este, al saber que es su 20 cumpleaños, le ofrece de regalo concederle cualquier deseo. Que se lo piense bien, que es solo uno, pero el que quiera pedir.

Toda esa parte está narrada en pasado. Nos la cuenta alguien que no sabemos quién es. Pero de vez en cuando, esa narración se interrumpe y asistimos a una conversación en presente. La misma mujer, ahora con más de treinta años, recordando ese momento, contándoselo a alguien. Los dos reflexionan sobre los deseos y lo que uno pediría o no.

Por supuesto es un cuento de Murakami. La idea de que algo extraño está sucediendo bajo la superficie es inevitable. Hay una enorme abundancia de números concretos. 20 8 604. Las casualidades llamativas. La lluvia puntuando lo que se cuenta. Es imposible evitar la sensación de ritual, de que ella al llevar el pollo no respetó del todo las reglas, lo que permite la intervención del anciano. Da toda la impresión de que cumplir 20 años y hablar con ese hombre es lo importante.

Además, quién está contando la historia. ¿Quién es ese narrador? ¿Es la misma persona que nos está contando la conversación en tiempo presente? ¿Ese narrador que cuenta en pasado no es tan omnisciente como parece?

Es un cuento tremendamente enigmático, sugerente, que da a entender todo tipo de cosas obligando al lector a intentar adelantarse. Al terminar de leerlo es preciso ir de inmediato atrás y volver a empezar. Da toda la impresión de que… No sé, yo tengo mi interpretación. Incluso tengo una idea sobre el deseo en cuestión. Pero creo que lo voy a dejar aquí… Porque te toca pensarlo a ti. ¿Qué pedirías? Cualquier deseo. ¿Qué pedirías?

Segundo aspecto. El volumen se completa con un texto del propio Murakami sobre los cumpleaños. Un día te levantas y descubres que tu cumpleaños es noticia nacional. Así habla de la generación del baby boom, se plantea cómo podría celebrarse ese día si realmente fuese especial y comenta las extrañas conexiones emocionales que una cifra concreta pero arbitraria produce. Murakami va pintando una capa sobre otra.

Y tercera. El cuento en sí ya fue publicado en la maravillosa recopilación Sauce ciego, mujer dormida, pero esta edición es una preciosidad ilustrada por Kat Menschik. Ese rojo elegido es maravilloso y la portada es espectacular. Y lo mismo sucede con las ilustraciones interiores. Vamos, que es una edición ideal para regalar a cualquiera que aprecie un libro bonito. O directamente para ti mismo, si eres fan de Murakami.

¿Te gusta Murakami? ¿Te gustan los libros ilustrados? Pues deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones.

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El ojo del observador, de Laura J. Snyder

El subtítulo de El ojo del observador, de Laura J. Snyder, es “Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada”, siendo una extraordinaria visita a la pequeña ciudad de Delft durante el siglo XVII. Allí, un gran pintor y el padre de la microscopía aprenderían a ver el mundo. Uno pintando la luz como nadie lo había hecho antes y el otro descubriendo todo un universo de vida en una gota de agua.

El ojo del observador explora una época de extraordinarios descubrimientos que podrían los cimientos de la ciencia moderna.

Lo publica la editorial Acantilado con traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.

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Hola. Tras utilizar un nuevo instrumento para examinar la realidad, ¿cuál es el siguiente paso? Has descubierto un mundo nuevo, ¿qué haces? Pues, El ojo del observador, de Laura J. Snyder, nos dice que el siguiente paso es aprender a ver. Y durante una época extraordinaria, nadie aprendió a ver mejor que Antoni van Leeuwenhoek y Johannes Vermeer.

Lo publica la editorial Acantilado. Con traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.

Vamos a ver.

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Dos consideraciones iniciales sobre El ojo del observador. Es un libro extraordinario, lleno de detalles fascinantes, que habla de un momento muy importante en nuestra comprensión del mundo. Si te interesa la historia de la ciencia… Pero también hace algo más. Hay una cierta sincronía entre el tema del libro y el texto en sí.

Volveremos a ese punto, pero primero veamos de qué trata.

Estamos en el siglo XVII, en la República Neerlandesa, en la pequeña ciudad de Delft. Allí, con una semana de diferencia, nacen dos hombres extraordinarios: Johannes Vermeer y Antoni van Leeuwenhoek. Un gran pintor y el descubridor del mundo microscópico. Vivirán y trabajarán alrededor de la misma plaza. A la muerte de Vermeer, Leeuwenhoek se convertiría en su albacea. Pero curiosamente, no hay pruebas de que se conociesen y se tratasen.

La idea central del libro es que esos dos hombres aprovecharon los nuevos instrumentos ópticos para no solo ver lo que nadie había visto, sino para aprender a ver la nueva realidad desvelada por esos dispositivos. Porque tener algo delante de los ojos no significa que lo estés viendo. Porque hay que saber apreciar, distinguir, categorizar, dar sentido a lo que tus ojos miran. Y haberlo hecho es la verdadera grandeza de esos dos hombres.

Y por extensión, de la revolución científica que se estaba produciendo en ese momento. Nuevos instrumentos, como el termómetro, el barómetro, la bomba de aire, el reloj, el telescopio, la cámara oscura y el microscopio permitían una forma diferente de obtener el conocimiento, una nueva forma basada en la experiencia, en lo que puedes percibir y comprobar. Lo que es hoy la ciencia que conocemos.

También una época, en la que arte y ciencia estaban muy unidas, donde la pasión por las lentes y los nuevos instrumentos cautivaban a todos los que se los podían permitir. No era fácil, porque había que comprar muchas lentes para intentar dar con una útil. Se requería mucha dedicación. Es así como un vendedor de telas, Leeuwenhoek, se obsesionó con fabricar lentes y logró resultados que siguen asombrando hoy en día. No solo vio lo que nadie había visto antes. Es que descubrió un mundo totalmente nuevo, un aspecto de la realidad oculto hasta ese momento. Con su microscopio, un instrumento increíblemente simple incluso para la época, dio con todo un mundo de vida microscópica. Su habilidad, su asombrosa paciencia, su entrega sin medida le permitieron lograr éxitos asombrosos.

Él mismo se fabricaba sus microscopios. Se estima unos 500 en total.

De la misma forma, Vermeer empleó la cámara oscura, con la que se logra una proyección plana de una imagen externa. No lo hacía para copiar la realidad, sino para aprender cómo la luz interactuaba con la escena, cómo los colores se transformaban, cómo las líneas se rendían a la vista plana, para lograr así pintar las cosas tal y como eran, no como parecían ser. No imitaba lo que veía con ese instrumento, sino que lo utilizaba para aprender a ver. Y lo que descubría sobre las interacciones de luz, perspectiva y color lo aplicaba a sus cuadros. Es más, la autora dice que la exploración de la mirada es uno de los temas fundamentales de su pintura.

Vermeer y Leeuwenhoek aprendían a ver la naturaleza.

De esa forma, el libro se estructura como una especie de “vidas paralelas”, donde los hechos de Vermeer y Leeuwenhoek van revelando nuevas aproximaciones al mundo, nuevas formas de mirar. En este relato, la cámara oscura de Vermeer se vuelve análoga al microscopio de Leeuwenhoek. Si Leeuwenhoek dio con animáculos nunca vistos, un universo en una gota de agua, Vermeer vio y plasmó la luz tal y como era.

Y esto ya de por sí valdría la pena. Son dos figuras fascinantes que Snyder logra conectar muy bien mientras narra con detalle sus vidas y sus triunfos. Pero lo que eleva este libro es que en sí mismo está estructurado como el tema que trata. El libro funciona de una forma análoga a los instrumentos que está describiendo.

Como si fuese una cámara oscura, pinta continuamente escenas de la vida en Delft, la República Neerlandesa y el mundo de la época, con su incipiente globalización. Para situarnos en el contexto justo, para enseñarnos a ver el pasado. Y como un microscopio, de pronto amplía una sección y durante unas pocas páginas revela los aspectos complejos, los callejones sin salida y la multitud de ideas que rodeaban el desarrollo de conceptos que hoy damos por supuesto.

Porque tendemos a una visión simplificada del pasado, como si al retroceder unos pocos años todo se volviese homogéneo. Para nada. El pasado era tan complejo como vemos el presente. El ojo del observador aspira a enseñarnos a ver el mundo en el que se movían Vermeer y Leeuwenhoek.

Unos ejemplos. La producción en la ciudad de Delft y el coste social, los complicados, y en ocasiones peligrosos, procesos químicos que los pintores empleaban para lograr sus colores, las libertades de la República Neerlandesa, la invención del telescopio, el desarrollo del microscopio, el lento proceso para comprender la perspectiva, entender cómo funcionaba realmente el ojo, el uso de espejos, los estilos de cuadros de la época, la fabricación de lentes, el funcionamiento de la cámara oscura, las disecciones públicas, la muerte y el duelo en una familia típica, la Royal Society, las bases religiosas de la ciencia, la circulación de libros por Europa, los mapas como forma de destacar esa época de todo tipo de descubrimientos. Y más…

El tema constante del libro es hacer visible lo invisible. Esa era la labor de los dos hombres de los que habla y también la que Snyder se impone a sí misma. Desvelar los detalles de una época de cambio extraordinario, donde nacía una forma nueva de concebir la ciencia. En ese aspecto, es algo irónico que tanto Vermeer como Leeuwenhoek tuviesen un pie en el pasado: los dos mantuvieron sus métodos en secreto. Pero la Royal Society ya estaba imponiendo la transparencia, la comunicación y la reprodubilicidad de resultados como elementos fundamentales de la ciencia. En concreto, el secretismo de Leeuwenhoek le ganó mucho escepticismo. Y cabe incluso la posibilidad de que llegase a inventar algún nuevo tipo de microscopio que nunca mostró.

Si te interesa el arte o la ciencia, El ojo del observador es un libro ideal para ti. Si te interesan los dos campos, entonces el continuo paso de uno al otro, usándolos como comparación y reflejo, convierten a este libro en imprescindible. Es un retrato de dos grandes hombres situados en un contexto detallado, maravillosamente bien descrito. Deja claro que los descubrimientos no se hacen solos, sino que son resultado de una enorme red de influencias y colaboraciones. Y sobre todo, muestra lo difícil que fue desarrollar muchas ideas que hoy damos por sentado.

¿Te llama la atención este libro? ¿Te interesa la historia del arte y la ciencia? Pues deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones.

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Ready Player One: ¿Qué piensa Spielberg de Halliday?

Admito que Ready Player One es una película muy entretenida, visualmente espectacular y que se disfruta aunque sepas que aquello no tiene ni pies ni cabeza. Después de todo, la dirige alguien que sería capaz de transmitir emoción aunque usase el móvil para grabar dos guijarros en una playa.

Por lo demás, es tan entretenida como fácil de olvidar, al no poseer ningún aspecto que la haga especialmente memorable o destacable.

Bueno, casi…

En el origen de todo lo que pasa está Halliday, el genio creador de Oasis, el juego/entorno de realidad virtual/mundo paralelo donde transcurre buena parte de la acción. Al morir, dejó su fortuna y Oasis a aquel que pueda resolver tres misterios.

Hasta ahí bien. Halliday es una especie de Willy Wonka, sin su personalidad exagerada o abrasiva, sin su pasión absoluta por todo lo que se mueve a su alrededor y sin su desprecio absoluto por los niños. De hecho, a Halliday se le pinta deliberadamente como muy apagado, estático incluso, como un robot. En muchas escenas, es como si no tuviese claro el uso de manos, piernas o brazos. Se le pinta como alguien que vive tanto en su cabeza que ha olvidado que tiene un cuerpo. Es una persona con una mirada lejana y alienígena, como si solo estuviese parcialmente presente.

Es un contraste curioso con el avatar que ha elegido para guiar las pruebas de su mundo virtual, una especie de mago genérico, que podría ser cualquier mago de un mundo de fantasía. La imagen es diferente, alguien más presente en el mundo, que se mueve y gesticula más que Halliday, una especie de padre bondadoso deseando guiar a sus hijos.

“¿Qué le pasa a Halliday?” es la primera pregunta que se hace la película y, de hecho, resulta ser la línea argumental que corre por debajo. RPO cuenta la muy entretenida y emocionante historia de Wade y sus amigos intentando salvar Oasis de los malos de turno (ese ejecutivo agresivo tan maravilloso, una especie de versión chusca de los violentos ejecutivos de Robocop), pero contiene dentro de sí otra película, que se revela si mentalmente unes los trozos donde sale Halliday. Un poco como esa película de McBain oculta en Los Simpson.

Esa segunda película es muy, pero que muy diferente a la otra. Lejos de la espectacularidad de las aventuras virtuales de sus protagonistas, la película sobre Halliday trata de un personaje tremendamente fallido, un hombre que no sabe cómo presentarse ante el mundo, un hombre que traicionó al que parece su único amigo, un hombre apagado que se oculta ante un avatar grandioso y exuberante. Y sobre todo, es una película sobre un hombre que busca un sucesor que, al contrario de lo que podría esperarse, sea diferente a él y, sobre todo, mejor.

Busca a alguien que pueda hacer lo que hace falta hacer, pero que él es incapaz de hacer.

Mi tesis es que Halliday desde el punto de vista de la película es un personaje ambiguo, una especie de antihéroe, no del todo un villano, pero tampoco un santo. Es alguien que ha hecho algunas cosas muy mal al crear Oasis y que ahora, después de muerto (o no), aspira desesperadamente a una forma de redención. Un hombre tan apegado a su creación que no se atreve a apagar Oasis, cuando claramente sería lo correcto, pero que tampoco es capaz de corregir sus defectos. Atrapado en su ataraxia, su búsqueda es una compleja mezcla de sentimientos encontrados: una excusa, una expiación, una salvación, una justificación… La tarea de reconciliar esas metas se la deja a otro, porque él está preso de una parálisis absoluta. El origen de esa parálisis es lo que esa segunda película intenta explicar. Es lo que late en el corazón de RPO.

Un aspecto interesante de todo el proyecto de Halliday es su carácter desesperado. Resolver las pruebas requiere sumergirse en su vida, entenderla al completo, repasar hasta los más mínimos momentos para encontrar pistas. Podría considerarse una monstruosidad, el triunfo del culto a uno mismo, si no fuese porque parece todo lo contrario. Parece el gesto agónico de un hombre que pide por favor que alguien le entienda, que alguien comprenda su vida y lo que hizo. Es un gesto final que se añade al patetismo y pena que ya proyecta la figura de Halliday.

Hay dos momentos importantes para esa pesquisa. Dos momentos que definen a Halliday y lo que “Spielberg” opina de él (“Spielberg” es el nombre que doy al creador de la película, una entidad que podrá coincidir, o no, con el Spielberg real, quien sin duda también tendrá sus opiniones sobre Halliday).

El primero se da cuando viajan al interior de El resplandor. Ya de principio es una muestra más de que Halliday no acaba de entender el mundo, porque es la película elegida para una primera, y única, cita. También llama la atención porque produce un enorme cambio de estilo en RPO, que modifica su tono durante esos minutos. Además, según me cuentan, es un cambio curioso con respecto al libro (que no he leído), donde la película era Juegos de guerra.

El contraste no podría ser mayor.

El resplandor es una obra meticulosa y detallada, una cinta magistral creada por un director consumado, hombre obsesivo hasta lo demencial. Todo lo que sale en pantalla sale porque se ha puesto ahí deliberadamente. No hay casualidades. Cada actuación es el resultado de decenas y decenas de repeticiones, hasta el agotamiento, hasta el odio y la furia. Es el resultado de un director esforzándose por cargar de sentido hasta el más mínimo elemento, de crear una película que rezuma lecturas por todas partes, que invita a la interpretación, a la reinterpretación y a la recontextulización.

Es, en suma, una obra de arte.

¿Y qué hace Halliday con ella?

La convierte en una película de zombis.

Y por si no lo sabes, porque Spielberg quiere que lo tengas muy presente, hasta un personaje te recuerda que en El resplandor no hay zombis.

Ahí está, una gran película de terror reconvertida en el vehículo del elemento más inane y absurdo, el icono de terror más anodino. El zombi es hoy el símbolo genérico más fácil, desprovisto ya de cualquier cualidad rompedora o transgresora. Como si la única forma de hacer terror fuese meter un zombi.

Por un lado, es una condena a la cultura friki más extrema, que olvida el contexto, la sutileza o el arte y se centra en los elementos más tópico e insiste en su presencia, vengan a cuento o no. Da igual lo que El resplandor quiera contar, al final es simplemente un nivel de videojuego. Si llegar al hotel Overlook produce inicialmente una extraña sensación discordante al cambiar el tono de la película, dicha sensación se repite cuando El resplandor se transforma a su vez en un tópico.

Por otro lado, es una condena al propio Halliday, a quien se muestra incapaz de responder a El resplandor como la película que es, y que debe “mejorarla” introduciendo elementos ajenos. En el contexto de RPO, es Halliday el que transforma lo que no comprende, y es incapaz de comprender, en algo que reconoce. Es el acto reflejo del friki extremo que solo acepta lo que quiere ver, que solo acepta la imagen que tiene de las cosas, que solo acepta los personajes tal y como cree que fueron hace cuarenta años.

El segundo momento se da al final. Wade ha superado la última parte de la última prueba. Ha demostrado ser merecedor del premio. De hecho, ha demostrado algo que va más allá. Ha demostrado no ser el Halliday real. Si puede resolver el último acertijo es precisamente porque entiende a Halliday tan bien que hace lo que Halliday hubiese querido/debido hacer. Wade reinterpreta, analiza y recontextualiza a Halliday.

Halliday es el friki inmovilista, incapaz de aceptar que las cosas puedan cambiar… no, no, incapaz de aceptar que las cosas deben cambiar, incapaz de aceptar que hay algo más por debajo de las referencias frikis que se agotan en sí mismas. Halliday colecciona signos muertos, disecados, clavados con alfileres, estáticos, inertes, siempre iguales, signos sin referente porque han sido amputados de las obras a las que pertenecían, han sido separado del contexto que les correspondía. Como el Gigante de Hierro, extraído de una película emotiva y sentimental y convertido es un artefacto más de la batalla final. Como si la película se volviese hacia los espectadores y les dijese “esto es lo que obligáis a hacer”.

Wade sin embargo es otro tipo de friki. Está dispuesto a mirar dos veces, a comprender, a sentir empatía, a ser mejor…

Wade es el héroe que Halliday buscaba justo porque no es Halliday.

Todo queda claro en la escena final, en la habitación de infancia.

Es cuando comprendes que Halliday nunca salió de ese cuarto. Que siempre ha sido un niño atrapado jugando a videojuegos, encerrado en su propio cuarto. Pero peor aún, incapaz de salir de su cuarto, creó un mundo donde también encerró a millones de personas. Los usuarios de Oasis están tan retenidos y confinados como ese niño pequeño. Cambia la escala, nada más. Oasis es una cárcel donde simplemente no puedes ver las paredes.

En este punto se establece un paralelismo entre IOI, la criminal empresa que aspira al control de Oasis, y el propio Halliday. Los dos encierran a gente. IOI te encierra en un pequeño cubículo y te obliga a jugar a videojuegos. Halliday, quizá sin ser consciente de lo que hace, te encierra en un mundo de fantasía donde nada importa realmente. IOI lo hace por dinero. Halliday porque es un niño pequeño que no sabe que podría hacer otra cosa.

Podría pensarse que Sorrento, el ejecutivo de IOI, es el reverso oscuro de Halliday. En realidad, son dos avatares del mismo individuo. Sus motivaciones son diferentes, pero el resultado final es el mismo. El paraíso infantil de pasarse el día en tu cuarto jugando a videojuegos se convierte en la pesadilla adulta de estar encerrado en un cubículo obligado a trabajar para una entidad superior que te explota. Halliday y Sorrento no son más que dos versiones de las redes modernas. Cada parte necesita a la otra. Las promesas de liberación de internet te permiten soportar trabajar gratis para grandes empresas que se benefician de ti. Pero en el fondo…

Lo importante es que Halliday no puede ejecutar el cambio. Está atrapado en su propia reacción. Solo ve dos opciones. Destruir Oasis o entregárselo a alguien que sepa qué hacer, que sepa liberar su potencial esquivando sus enormes problemas. Que él mismo no lo hiciese indica su impotencia, incapaz de reflexionar, analizar o recontextualizar su propia creación. De nuevo, su relación con Oasis es la del friki extremo, el que no admite ningún cambio, el que quiere vivir toda su vida como vivió su infancia, el que exige que no se toque nada, que todo sea como era, por siempre y para siempre.

Solo deja como única opción, supongo que como mecanismo de seguridad final, el botón que permitiría la destrucción de Oasis. Que se indique la posibilidad de pulsar ese botón por error es lo que deja claro que usarlo debe ser un acto deliberado, consciente, meditado.

La película condena a Halliday, y con él al frikismo más extremo, por su inflexibilidad, por no permitir que las obras respiren, por constreñir lo que ciertas creaciones son o pueden llegar a ser. Defiende una actitud más humana, más empática, más de deleite y disfrute. Y de reflexionar cuando la reflexión es necesaria, de intentar ir un poco más allá y comprender lo que hay por debajo. De la misma forma que Wade va más allá y no se queda con el Halliday de las portadas de revistas, de sus colecciones obsesivas o sus diarios. Es una película hecha por un director que ha visto sus propias películas reducidas a fragmentos, a trozos sueltos desprovistos de lo que les dotaba de vida y sentido.

La redención de Halliday radica en saber que él no es la persona adecuada. Es quizá el único momento de lucidez que tiene el personaje, el único momento donde se reconoce como lo que es, un niño grande que se convirtió en adulto, pero nunca creció, que grita continuamente “no toques mi infancia”.

Pero lo deja todo en manos de otro, alguien que será fiel a lo que Halliday querría haber hecho. El paradójico triunfo de Halliday es aceptar que él mismo no sabe ser el Halliday que querría ser. Así que simplemente renuncia. Coge al niño que era y se lo lleva. Y los dos abandonan por fin el cuarto.

Ahora que lo pienso, quizá Ready Player One no sea tan olvidable como a mí me parecía.

P.S.: ¿Halliday está muerto? Es una situación curiosa, porque se dice que sí, pero la escena del cuarto da a entender que de alguna forma no lo está, que el Halliday que vemos es algo más que una simulación. Quizá sea una inteligencia artificial o quizá Halliday logró el sueño de transferir su mente a un ordenador. En ese aspecto, es llamativa la escena inicial de «Si estás viendo esto es que estoy muerto», con su parafernalia de funeral de la Federación, que remite a la muerte de Spock en La ira de Khan. Por supuesto, algo que Halliday sabría, en la siguiente película, el Proyecto Génesis provoca la resurrección de Spock. ¿Debe entenderse que algo así ha pasado? ¿Halliday de alguna forma escapó a la muerte? ¿Ha trascendido a otro plano?

Tampoco hay que olvidar que La ira de Khan es la película donde aparece la prueba del Kobayashi Maru. Y claro, ya sabemos lo que esa prueba nos enseña…

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