Así Empieza: «Maupassant y «el otro»», de Albert Savinio

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Así Empieza es una sección de mi canal donde hablo sobre el comienzo de libros. En este caso, del comienzo de Maupassant y «el otro», de Alberto Savinio.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. Inauguro hoy una nueva sección en el canal. Se llama «Así empieza» y la idea es justo lo que el nombre indica. La verdad es que eso del naming nunca se me ha dado bien, soy excesivamente literal. Tendría que haber consultado a mi amigo Máximo Gavete que es un gran diseñador y sabe de esas cosas…

Pero a lo que iba. Vídeos para hablar de cómo empiezan los libros. Porque mucha gente cree que el final es lo importante. Pero tras una lectura de un montón de páginas, el final es más como una guinda. Es guay que cierre bien el texto y que encaje con todo lo anterior, pero más como una cuestión estructural. Las últimas palabras son importantes, sí, pero…

Pero no tanto como las primeras. El comienzo del libro es el encuentro del lector con el texto y por tanto el principio tiene muchas responsabilidades y tareas por cumplir, que además, debe ejecutar con relativa rapidez. Pocos autores pueden hacer como Umberto Eco en «El nombre de la rosa» y dedicar 100 páginas a empezar.

No, lo normal es tener un párrafo. Dos. Unas pocas páginas a lo sumo.

¿Y qué hace un buen principio? A veces despertar el interés, colocarte en una posición de querer saber más. Otras veces, establecer ya el tono de lo que vas a leer, indicándote qué tipo de libro es, o, en su contrapartida de autor troll, engañarte para hacerte creer que vas a leer otra cosa. A veces el principio te cuenta el final. Y a veces pretende dejar claro cuál es la voz narradora.

Vamos, que hay casi infinitas posibilidades para el comienzo de un libro. Razón por la que hay principios de libros tan famosos.

Pero hay un tipo particular de comienzo que me resulta especialmente fascinante. El comienzo que te enseña a leer el libro. Puede hacer todo lo demás que hace un comienzo, pero además te da instrucciones. Es un comienzo “tutorial”, como en un programa de ordenador, que ofrece una miniversión de lo que será leer el resto del libro.

Y no se me ocurre ningún libro más perfecto para arrancar esta sección que «Maupassant y “el otro”», de Alberto Savinio. Está traducido por José Ramón Monreal y lo publica Acantilado.

Es un ensayo, una especie de biografía del escritor francés Guy de Maupassant. Alberto Savinio fue un escritor y pintor italiano con un estilo, ya veremos, muy particular. Su nombre real era Andrea de Chirico, hermano del más famoso Giorgio de Chirico.

A ver. Guarda roja, guarda roja. Y llegamos al principio del libro. Y lo que encontramos es esta página. Lo que hay es una cita que dice «Maupassant: un verdadero romano Friedrich Nietzsche, Ecce homo»

¿Qué? Maupassant era francés. ¿Qué es eso de que era un verdadero romano? En sentido estricto, todavía no hemos empezado a leer el texto y ya andamos desconcertados.

Por suerte, debajo hay un paréntesis que no explica lo que está pasando. Dice:

«(Los epígrafes se ponen a la cabeza de los escritos para aclarar en muy pocas palabras su contenido: este epígrafe de Nietzsche ilumina tanto mejor la figura de Maupassant cuanto que no se comprende lo que quiere decir).»

¿Cómo? ¿Los epígrafes aclaran y has puesto uno que deliberadamente no aclara nada? ¿Una cita cuya razón de ser es que no se entiende?

En este momento es cuando empezamos a sospechar en qué tipo de libro nos hemos metido. Está claro que Alberto Savinio era un cachondo monumental. Pero también es evidente que no nos está haciendo dar vueltas por nada. Hay un propósito serio detrás de todo esto.

Por cierto, recuerda que estrictamente todavía no hemos empezado a leer el cuerpo del libro. Se supone que el ensayo en sí empieza aquí…

Sin embargo, no hemos acabado con el paréntesis. Hay un numerito al final, un 1, el punto de inicio, un desvío en el camino, como si este libro fue uno de esos de “elige tu propia aventura”. Nos manda a una nota. Por desgracia, en esta edición las notas están al final, así que nos vemos obligados a literalmente saltar.

Aquí, que ya había marcado el punto. Porque eso de las notas al final es el mal…

Lo primero que notamos es que hay muchas notas. Es un ensayo muy corto, pero una buena fracción de las páginas son notas. Además, no son notas cualesquiera. Parecen bastante sustanciales. De hecho, la primera es bastante larga. No la voy a leer entera, pero empieza así:

«Este comentario al epígrafe de Nietzsche no es ni una broma ni una paradoja»

¿Seguuuuro? ¿Hay que fiarse de un autor que afirma no estar bromeando?

Sigo.

«En un país agarrotado por la seriedad como Italia, nunca me abandona la duda de si mis palabras serias serán tomadas por bromas o mis bromas por palabras serias»

Vale. Toda una declaración. Empieza a quedar clara la personalidad de Savinio. A continuación, hay unas líneas indicando que el comentario de Nietzsche ilumina la figura de Maupassant precisamente porque no se sabe qué quiso decir, o incluso si quiso decir algo. Que ilumina la figura por la vía del absurdo. Y nos interpela directamente:

«Pero ¿me entenderá el lector si digo que cuando más se dice es NO DICIENDO NADA?»

Énfasis del autor.

Para añadir:

«La absurda, la inane definición de Nietzsche atrae “en el acto” la atención hacia la figura de Maupassant con más fuerza que una definición exacta, una definición PROFUNDA.»

Énfasis del autor.

Ya está, ya sabemos qué tipo de libro tenemos entre manos. Es evidente que no va a intentar escribir ningún tipo de retrato de Maupassant al uso. Pero por si las moscas, sigue hablando de lo guay que es ver películas habladas en idiomas que no comprende y que de joven intentaba entender lo que había querido decir Nietzsche. Pero ahora es mayor y experto, así que se limita a aceptarla.

«Y así la definición me resulta mucho más clara, impactante e ilustrativa».

En este punto, amigo lector, sabes con total certeza si el libro es para ti o no. Sabes exactamente si esa reflexión por la vía del absurdo, de los incomprensible, te va a interesar o no.

Pero también sabes varias cosas más.

Primero, esto va a estar lleno de digresiones. El autor se va a ir por las ramas, por los cerros de Úbeda o por cualquier metáfora que se te ocurra para desviarse del camino.

Segundo, que llevas leída prácticamente una página entera y el libro TODAVÍA NO HA EMPEZADO. Este va a ser un libro juguetón, que te va a lanzar de un lado para otro. Acaba de empezar y lo primero que ha hecho es explicarte qué tipo de libro es y cómo usarlo. Que vas a tener que ir moviéndote de un lado a otro. No has empezado a leer y ya te ha hecho practicar con una pequeña versión del resto del libro.

Pero el tutorial no ha terminado. Vuelves a la primera página, por fin, y empiezas lo que es el texto en sí y lees:

«Nivasio Dolcemare llegó por primera vez a París…»

¿Cómo? ¿Quién es Nivasio Dolcemare? ¿Este no era un libro sobre Maupassant? ¿Qué está pasando aquí?

Este es el momento de la verdad. Si te ha parecido un comienzo brillante… yo me reí a carcajadas cuando llegué a ese nombre… seguirás leyendo. Si no, el libro no es para ti.

Pero no puedes negar que ha sido transparente desde el primer momento. No solo ha dejado claro desde la primera palabra qué tipo de libro es, sino que ha tenido la cortesía de enseñarte a leerlo, a ir de un lado a otro, a saltar del texto a las notas y de las notas al texto.

Y prácticamente todo eso antes de empezar con lo que es el ensayo en sí.

No se puede pedir mucho más de un principio.

Gracias y hasta la próxima.

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Cómo acabar con la escritura de las mujeres, Joanna Russ

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Un libro tan relevante hoy como el día que se publicó. En «Cómo acabar con la escritura de las mujeres», Joanna Russ lanza una brillante e inteligente enmienda a la totalidad de la literatura.

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https://youtu.be/WXGg6g-0Ryo[contact-form][contact-field label="Nombre" type="name" required="true" /][contact-field label="Correo electrónico" type="email" required="true" /][contact-field label="Web" type="url" /][contact-field label="Mensaje" type="textarea" /][/contact-form]

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una gran narradora y una gran ensayista se combinan en un brillante ensayo con un título que se explica solo: «Cómo acabar con la escritura de las mujeres». Joanna Russ lanza una brillante e inteligente enmienda a la totalidad de la literatura.

Lo publican conjuntamente la editorial Dos Bigotes y la editorial Barret con traducción de Gloria Fortún.

Vamos allá.

Que este libro se haya publicado por fin en España me ha producido mucha alegría y también algo de tristeza. Voy a empezar por la alegría y explicaré la tristeza más tarde.

Debí leer este libro por primera vez a principios de los 90. Estaba en la biblioteca de la universidad y en esa época yo leía muchos libros relacionados con la crítica literaria de la ciencia ficción. No me llamó la atención tanto el título como el que estuviese firmado por mi admirada Joanna Russ.

Por supuesto, lo saqué en préstamo, lo leí de un tirón y quedé total y absolutamente asombrado. Varias puertas se me abrieron ese día. Es uno de esos libros con poder transformador.

Joanna Russ fue una mujer tremendamente inteligente y ferozmente comprometida. Dos aspectos que, por supuesto, brillan fulgurantes en este ensayo. Fue también una extraordinaria autora de varias antologías de cuentos y libros como «Picnic en Paraíso», «Las aventuras de Alyx» y esa obra maestra absoluta de la ciencia ficción que es «El hombre hembra».

Pero también dedicó su inteligencia y compromiso a convertirse en una analista brillante de la literatura, capaz de desarmar las coartadas culturales, los supuestos políticos y sociales, las trampas retóricas, con la misma facilidad con la que valoraba la prosa y la estructura narrativa.

La gran suerte para nosotros es que la Joanna Russ narradora y la Joanna Russ analista se combinan portentosamente en este volumen, en «Cómo acabar con la escritura de las mujeres».

Este libro se publicó en 1983. Hace 35 años. A mí me impactó cuando lo leí hará unos 25. Lo que esperaba al releerlo era que hubiese “envejecido”, que toda su fuerza se hubiese disipado, que bien entrado el siglo XXI la situación de la que habla ya no fuese tan relevante.

No podía estar más equivocado.

«Cómo acabar con la escritura de las mujeres» es análisis, repaso y denuncia de todas las técnicas usadas a lo largo del tiempo para negar la autoría de las mujeres. Desde las más burdas, como prohibir a las mujeres escribir, hasta las más sofisticadas como tratar a las mujeres que escriben como anomalías, pasando por otras como valorar las obras de las mujeres con otros baremos, negar que sean arte o simplemente dar a entender que un hombre ayudó a escribirlas. Y cuando todo falla, siempre puedes recurrir a “sí, escribió, pero solo una obra”. Todo el mundo sabe que Mary Shelley solo escribió «Frankenstein», ¿no?

Joanna Russ no siente ni el más mínimo respeto para con esas excusas. Usa su furia, su inteligencia y su habilidad literaria para ir desmontándolas una a una, mostrando que las mujeres siempre han escrito, que las mujeres han escrito tras leer a otras mujeres y que cuando se les valora artísticamente inferiores habitualmente se las está juzgando con criterios diferentes a los hombres.

Así página tras página, poniendo ejemplos continuamente, valorando obras desconocidas, contando una y otra vez cómo ella misma fue engañada, cómo los manuales de literatura, las antologías y el propio canon de grandes obras está deliberadamente construido para excluir a las mujeres.

A las mujeres, y a cualquier grupo que se perciba minoritario.

Porque el libro está hablando de mujeres, de la enorme injusticia de dejar de lado la experiencia de la mitad de la especie humana. Pero como ella misma dice, esos trucos se aplican a cualquier otro grupo que se pretenda dejar de lado. Otras razas, otras culturas, otros estratos sociales. Es siempre lo mismo.

Porque en última instancia, «Cómo acabar con la escritura de las mujeres» es un libro contra el canon, contra la idea de que hay una estructura jerárquica arbórea que coloca a todos los escritores (casi siempre “escritores”, por supuesto) en el puesto fijo que le corresponde a cada uno por derecho, un lugar inmutable y para siempre. Es un libro contra la idea de que hay UNA forma de hacer arte. En realidad, la literatura es más como un rizoma, un conjunto enrevesado, de múltiples voces diferentes, de una miríada de influencias que corren en todos los sentidos, donde el orden jerárquico, el canon, solo puede establecerse a fuerza de excluir.

Es una llamada a apreciar la literatura en toda su exuberante variedad, en toda su multiplicidad, en todas sus innegables mutaciones. Una invitación a salir del pequeño jardín lleno de flores disecadas.

La inteligencia, el humor, la habilidad con la que está contando, lo entretenido que resulta leerlo… «Cómo acabar con la escritura de las mujeres» sigue siendo tan relevante hoy como el día en que se escribió. Todavía excluimos a un grupo u otro, ya sea consciente o inconscientemente. Y Joanna Russ nos conmina a preguntarnos qué estamos haciendo.

Y tras leerlo, por cierto, acabarás con una buena lista de libros por leer. Eso siempre es bueno.

En cuanto a la tristeza…

Me alegra enormemente tener a Joanna Russ de nuevo en las librerías. Pero su literatura no está. Tienes que buscarla de segunda mano. Autores, hombres, muy inferiores a ella se publican continuamente. Mientras tanto, no hay una edición de «El hombre hembra», una de las grandes novelas de la ciencia ficción. Yo espero que «Cómo acabar con la escritura de las mujeres» sirva para empezar a recuperarla.

¿Pero qué piensas tú? ¿Qué novela de Joanna Russ debería publicarse? Deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

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Un ascensor al espacio, de Kelly y Zach Weinersmith

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Un libro de divulgación diferente. «Un ascensor al espacio», de Kelly y Zach Weinersmith. Un repaso a 10 tecnologías emergente con mucho sentido del humor.

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Hola. Hacer predicciones es muy complicado, sobre todo si intentas predecir el futuro. Por suerte, Kelly y Zach Weinersmith no tienen miedo, o son unos descerebrados, y a eso se lanzan en «Un ascensor al espacio». Un repaso a diez tecnología que podrían hacer que nuestra vida sea mejor… o mucho peor.

Lo publica Blackie Books con traducción de Pablo Álvarez Ellacuria.

Empecemos.

Este es uno de esos casos donde no sé si empezar explicando qué tipo de libro es o qué tipo de libro NO es. Como no logro decidirme, un poco de contexto.

El título original de «Un ascensor al espacio» es «Soonish», algo así como “prontito” o “más o menos pronto” con un claro tono chistoso. La idea es explorar diez tecnologías que podrían desarrollarse en el futuro cercano y con el potencial de cambiar el mundo. Cada capítulo describe una tecnología, cuenta en qué se está trabajando, da opiniones de los investigadores y comenta posibilidades buenas y malas.

Las tecnologías comentadas son: acceso barato al espacio, minería de asteroides, energía de fusión, materia programable, construcción robotizada, realidad aumentada, biología sintética, medicina de precisión, bioimpresión y conexiones cerebro-ordenador.

La combinación de lo chistoso y lo científico no es de extrañar porque es obra de los Weinersmith. Kelly Weinersmith es investigadora especializada en parásitos.

Zach Weinersmithes el creador de SMBC, un webcomic que continuamente hace chistes sobre ciencia y tecnología. En ocasiones chiste relativos a aspectos muy rebuscados de la ciencia y la tecnología. Te lo recomiendo si te gusta mucho el humor infantil sobre tau o redes neuronales. Zack es tu hombre… Hasta tengo una cosa suya enmarcada.

Vale. ¿Qué no es?

No es un libro que pretenda tratar ciertas tecnologías en profundidad. Si alguna de las tecnologías comentadas te llama la atención, hay una larga bibliografía al final y en el texto se mencionan muchos científicos que luego puedes ir a buscar a Google.

No, la intención del libro es presentar posibles tecnologías, invenciones y desarrollos concebibles, porque alguien está trabajando en ellos. Cosas que podrían llegar a ser realidad en las próximas dos o tres décadas.

Tampoco es un libro de esos hiperoptimistas y entusiastas del desarrollo tecnológico. De esos títulos que asumen que la tecnología solo puede hacer que nuestra vida sea mejor.

«Un ascensor al espacio» siente entusiasmo e interés por la tecnología, pero su subtítulo en inglés es: “Ten Emerging Technologies That'll Improve and/or Ruin Everything”. Cuando es necesario, los autores no vacilan en indicar no solo los peligros de algunas de esas tecnologías sino directamente indicar que podrían estar limitados a los muy ricos.

En el caso del vuelo espacial barato, señalan que podría provocar graves problemas mendioambientales o se muestran pesimistas con la idea de que la minería espacial llegue a ser rentable. ¿Y qué hay de las patentes sobre órganos artificiales? Por otra parte, tendemos a convertir en enfermedad y tratar con medicinas lo que no nos gusta, por lo tanto, cuando podamos cambiar el funcionamiento del cerebro, ¿acabaremos considerando comportamiento triviales como problemas médicos?

Tampoco es un libro que plantee que todo eso va a pasar de verdad. Es muy realistas en las posibilidades y aunque haya gente trabajando en la construcción de un ascensor espacial, también destacan todos los posibles obstáculos que muy previsiblemente hagan imposible su construcción.

Es un libro lleno de bromas y chistes, complementado con dibujos cómicos de Zach Weinersmith. Habitualmente, bromean sobre el contenido del propio texto, en ocasiones a varias páginas de distancia. Y alguna vez se las arreglan para hacer una observación muy seria en forma de broma.

Por supuesto, dependiendo de tu nivel de tolerancia, la cantidad de chistes puede ser excesiva. A mí me pareció bastante equilibrado con la seriedad de lo que cuentan y agradecí los momentos de carcajadas. Pero vamos, yo en el coche en lugar de música escucho monólogos cómicos.

Algo que no vacilan en hacer es irse por la tangente si lo consideran necesario. De hecho, algunos de los mejores momentos del libro son así. Como cuando cuentan la fascinante historia de Gerald Bull, el hombre que quería lanzar cohetes a cañonazos y acabó convertido en fabricante de armas.

«Un ascensor al espacio» es un libro de divulgación diferente, extremadamente ameno, que sin embargo no quiere sacrificar el fundamento de lo que cuenta. De un tema sabrás mucho y de otros descubrirás algún aspecto nuevo. Cumple de sobra con esa máxima tan antigua de instruir deleitando. Si te gusta la divulgación…

Hay dos aspectos del libro que aprecio especialmente. Que creo que demuestran que tras las chanzas hay mucha seriedad.

Uno es el que ya he comentado, la disposición a decir cuando el avance tecnológico ha causado enormes problemas o directamente se ha empleado para aplastar a los desfavorecidos. A veces tratamos la tecnología como buena en sí mismo o, peor, neutral. Es bueno recordar de vez en cuando que el avance tecnológico es algo que se debe cuestionar, criticar y examinar.

El otro es el capítulo final, el 12, que me pareció absolutamente maravilloso. Es un cementerio de capítulos perdidos. Temas que se podrían haber tratado en el libro. O eran temas demasiado complejos, o las tecnologías no estaban claras o directamente se solapaban con algún otro. Por ejemplo, muy sabiamente en ese capítulo yace la computación cuántica.

Por cierto, las notas al pie están donde deben. A pie de página… Gracias, Blackie Books por dejarme simplemente bajar la vista para leer las notas, levantar los ojos y seguir leyendo. Eso sí que es un avance…

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Parentesco, de Octavia E. Butler

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Octavia E. Butler fue una extraordinaria escritora. «Parentesco» es su magistral novela sobre viajes en tiempo y la esclavitud.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. Una extraordinaria novela de una de las grandes escritoras que examina sin miramientos la naturaleza corrupta e inhumana de todo un sistema: la esclavitud en el sur de Estados Unidos. Se trata de «Parentesco», de Octavia E. Butler.

Lo publica Capitán Swing con traducción de Amelia Pérez de Villar.

Dana viaja en el tiempo. Al estado de Maryland, a principios del siglo XIX. Va siempre a ayudar a un lejano antepasado, Rufus, cada vez que este se encuentra en una situación de vida o muerte. Dana se siente en obligación de ayudarle, porque si muere antes de dejar descendencia, todo su futuro desaparecerá.

Dana, por cierto, es de raza negra y está viajando a un lugar donde ser negro sin papeles es automáticamente ser un esclavo. Y Rufus es primero heredero de una plantación y más tarde el amo de los antepasados de Dana.

Octavia Butler fue una extraordinaria escritora especializada en ciencia ficción. Una mujer muy consciente de su raza y su sexo, lo que le permitía adoptar un punto de vista que dotaba a sus ficciones de una fuerza e importancia singulares. Y «Parentesco» es su gran novela.

El viaje en el tiempo en este caso no es más que un recurso. Nunca se explica por qué se produce o cómo las circunstancias de Rufus tienen la capacidad de invocar a Dana. Lo único importante es que en el presente de la protagonista, un 1976 algo más idealizado de lo que debió ser en realidad, pasan horas o días entre viajes, mientras que en el pasado transcurren meses o años.

Por cierto, no por casualidad 1976 fue el bicentenario de Estados Unidos.

Con esa mecánica del viaje, Dana encuentra a Rufus por primera vez cuando es un niño pequeño, y a lo largo de los viajes al pasado lo va encontrando cada vez mayor, hasta verlo convertido en el brutal dueño de la plantación. Amo y señor de la vida de muchos seres humanos. Es el mecanismo que permite a Octavia Butler ir mostrando el proceso que convierte a un niño en un adulto sádico. Para creciente horror de Dana que va planteándose si preservar su futuro es más importante que el dolor que Rufus está causando.

Pero no hay nada que hacer. Esa es la clave fundamental de la novela.

Octavia Butler contrasta continuamente una época y otra. En el pasado las heridas no importan nada, pero en el presente, las heridas de Dana llaman la atención de la policía que se plantea si su marido, Kevin, no será el responsable.

Octavia Butler también examina la supervivencia de una persona moderna, lo que en el pasado se considera una negra blanca, en un mundo hostil donde cualquier situación puede volverse mortal. Así mismo, queda en evidencia que no es lo mismo ser un esclavo negro que una esclava negra. El nivel de brutalidad recibido es el mismo, pero se manifiesta de formas diferentes.

Rufus es un personaje complejo por lo que tiene de trágico. Es, ciertamente, un adulto brutal, controlado por enormes sentimientos de inferioridad, sobre todo con Dana, y que solo puede manifestar un amor egoísta. Los castigos no son necesariamente más brutales al final que el principio, pero Octavia Butler aprovecha muy bien el hecho de que hacia el final la violencia la ejerce un personaje que los lectores conocimos como un niño pequeño.

Por supuesto, Dana es consciente del pasado de su país y lo que sucedía durante la esclavitud. Pero la novela deja claro que una cosa es saberlo intelectualmente y otra muy diferente experimentarlo. Lanzada a una situación extraña y muy ajena, Dana se enfrenta a lo que para ella es una sociedad totalmente alienígena. Los trabajos precarios del presente no se pueden comparar con las labores de un esclavo.

Pero «Parentesco» es algo más que un análisis de la sociedad de la época y sus efectos sobre mentes y cuerpos de personas concretas. No es solo el análisis de un personaje que se va degradando. Ni la narración magistral de cómo Dana se enfrenta a ese mundo. Lo que eleva la novela es una enorme consciencia de cuál es la naturaleza de ese mal en particular y lo limitados que están los individuos para cambiarlo.

El problema es que resulta muy fácil ir aceptando la lógica de ese mundo, como la protagonista descubre como horror. No dejarse llevar, no adoptar la mentalidad de esclavo es un proceso continuo que requiere enormes esfuerzos.

Cuando Kevin viaja al pasado, su situación es diferente, pero casi igualmente limitada. Porque no te he contado que Kevin es blanco, casado con una mujer negra, algo impensable en ese pasado. Por tanto, su relación, a ojos del mundo, pasa a ser la de amo y esclava. Pero ser un hombre blanco en un estado esclavista le dota automáticamente de enormes privilegios que su mujer no tiene.

Intenta ayudar, por supuesto, y en su tiempo en el pasado coopera con la huida de esclavos. Pero hay un límite a lo que una persona individual puede hacer. Su margen de actuación es muy estrecho.

Porque verás, la novela insiste una y otra vez en que el mal que está mostrando es social, es parte del sistema. Si Rufus puede crecer para convertirse en un sádico es porque eso es lo que se espera de él. Si puede hacer lo que hace es precisamente porque la sociedad se lo permite. Si puede vender y comprar seres humanos y separar familias es porque esos son los derechos que la sociedad le otorga.

Y es esa misma mentalidad, esa misma presión continua, la que moldea la mente de los esclavos. El sistema impone su lógica y ningún individuo puede romperla. Solo la sociedad puede transformar la sociedad.

Como he dicho, «Parentesco» es una novela extraordinaria. Octavia Butler pinta un retrato estremecedor de todo un sistema y fuerza a una persona del presente a enfrentarse a él, a conocer su funcionamiento interno, a comprender cómo podía persistir. Dana debe responder a muchas preguntas. La más importante, ¿es correcto seguir preservando a su antepasado?

¿Pero qué piensas tú? ¿Has leído a Octavia Butler? ¿Te fastidia que sus libros no estén todos disponibles en las librerías? A mí sí. Deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

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Bajo los cerezos en flor, de Carolina Plou

La fascinante cultura japonesa vista a través de 50 películas. Eso es lo que ofrece Carolina Plou en «Bajo los cerezos en flor». Una aproximación singular y muy interesante. Géneros como jidaigeki, kaiju o el anime.

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Hola. ¿Cuánto podemos saber sobre una cultura a partir de lo que ella misma dice o lo que otros dicen? Pues examinándolo con atención, posiblemente mucho. Y con esa idea, Carolina Plou nos invita a acercarnos a Japón y su cultura a través de 50 películas. Es «Bajo los cerezos en flor».

Lo publica Editorial OUC.

Exploremos.

«Bajo los cerezos en flor», es un libro bien curioso. Ocupa un espacio ciertamente imprevisible, colándose en el hueco que hay entre un complejo libro de estudio sobre la cultura japonesa y una simple lista de 50 películas. En ese aspecto es ideal si quieres ir un poco más allá de lo habitual en lo que a cultura japonesa se refiere sin querer empantanarte en un estudio académico o sencillamente si quieres complementar lo que ya sabes.

De hecho, no dudo que «Bajo los cerezos en flor» podrá descubrirte aspectos de Japón y la cultura japonesa que no conocías y bien podría servir como punto de partida para seguir explorando.

Carolina Plou es licenciada en historia del arte especializada en arte japonés, por lo que está más que cualificada para escribir un libro así, aportando análisis y conocimientos. Es más, el libro se cierra con una muy interesante circularidad que da para reflexionar una vez que has terminado de leerlo. Más tarde lo comento.

Como dije antes, no es una simple lista de 50 películas. Hay varias sorpresas. La primera, es que no todas las películas son japonesas. La mayoría lo son, pero también hay americanas, coreanas, españolas… La segunda sorpresa es que las películas no están ordenadas por su año de producción, sino por la época histórica en la que transcurre la acción. La primera película es «Los tres tesoros», que narra el origen del mundo y con él el de Japón, y la última «Akira», que transcurre en el futuro Neo-Tokio.

Las dos sorpresas se desvanecen en cuanto comprendes que la intención del libro es intentar dar una imagen de cómo los japoneses se ven a sí mismos, de cómo ven el mundo más allá de las fronteras de su país y de cómo el resto del mundo los ve a ellos, con los consiguientes cruces e influencias culturales. El orden elegido ayuda además a que cada texto breve, unas tres páginas por película, se apoye en el anterior y pueda proyectarse hacia el futuro.

Y el resultado es excelente.

La autora aprovecha muy bien cada película. En ocasiones comenta la película en sí, a veces el contexto histórico en que se realizó, otras veces la época en la que transcurre, también su importancia fuera de la pantalla o el simple hecho de que la película en sí exista, como sucede en el caso de las coproducciones. Hay muchas grandes películas en la lista, pero también algunas que no lo son tanto pero que sirven para ilustrar algún aspecto que considera fundamental.

Por ejemplo.

«El bárbaro y la geisha» le permite comentar la historia de Japón. «El último samurai» para tratar las tensiones de la era Meiji y la persistencia de estereotipos hasta el siglo XXI. «El rito de amor y de muerte» para contextualizar a Mishima en cierta tradición japonesa. En el caso de «Seven Weeks», destaca los aspectos artísticos y experimentales de la película. El pánico nuclear está representado por «Godzilla, Japón bajo el terror del monstruo», por supuesto, para reaparecer más recientemente en «The Land of Hope». La larga serie de películas de Tora-san comenta los cambios en el paisaje urbano. «Lost in Translation» permite explorar Tokio como un tercer personaje que tiene su propio arco en la película. Y la curiosísima «Thermae Romae» es un llamativo ejemplo de Japón mirando a la antigua Roma desde un aspecto que para nosotros no podría ser más japonés: los baños. El sincretismo japonés en «La balada de Narayama» o el cambio en la percepción de los fantasmas en «Historia de fantasmas de Yotsuya». La relación con Corea con «The Admiral: Roaring Currents». «La princesa Mononoke» propicia un comentario sobre los pueblos antiguos de Japón, mientras que «Kubo y las dos cuerdas» es el ejemplo perfecto de influencia cultural de Japón en Occidente.

Y así sucesivamente, con todas las películas. Aprovechando muy bien el espacio disponible, especialmente considerando que el libro apenas supera las 200 páginas. Ofreciendo muchos apuntes culturales que se van sumando a medida que pasa de una película a otra. Y logra cerrar el libro muy satisfactoriamente comparando el japonismo, la pasión por Japón, del siglo XIX, con el neojaponismo de nuestro presente, desde el punto de vista de las formas artísticas más populares en cada caso.

Personalmente, he aprendido muchas cosas leyendo este libro. Empecé con cierto escepticismo, pero el formato y la calidad de los comentarios me ganaron al final. Así mismo, me quedo con una lista enorme de películas para ver. Unos ejemplos son: «Vida de Oharu, mujer galante», «Hara-kiri», «Scabbard Samurai», «Zatoichi», «La isla de Giovanni», «Los niños de Hiroshima», «El ahorcamiento» o «Despedidas».

Y algún descubrimiento francamente curioso. Como el mediometraje «El cartero de Alpartir», que puedes ver en YouTube. Una joven japonesa decide ingresar en un convento de clausura en España y los habitantes de Alpartir se vuelca en cumplir su sueño. Luego, el cartero del pueblo viaja a Japón a entregar a los padres de la joven las cartas y postales con mensajes de acogida enviadas desde todo el país. Una historia bien curiosa que se dramatiza en ese mediometraje. Como dice Carolina Plou, es una película interesante como reflejo del contexto social en dos países que en ese momento se estaban recuperando económicamente.

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La muerte del comendador (Libro 1), de Haruki Murakami

El regreso de Haruki Murakami a la novela larga: La muerte del comendador (Libro 1). Una apasionante y enigmática historia sobre arte, soledad, responsabilidad personal y pozos en el jardín…

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https://www.youtube.com/watch?v=rew64vQDabI

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Hola. Un mundo extraño, enigmático, irreal, vacío. ¿Un hombre sin rostro que pide que pinten su retrato? ¿Un personaje que sale de un cuadro? ¿Una campanilla que suena en la noche? Tienes suerte, «Matar al comendador» te lleva de regreso al universo de Haruki Murakami, en una reflexión sobre el arte, la responsabilidad, la soledad, el tiempo y la transformación.

La publica Tusquets Editores con traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara.

Venga, vamos, que hay pozos por explorar.

Antes de empezar, este es el libro 1 de 2. El siguiente volumen se publicará traducido a principios de 2019. Por tanto, por ahora hay que leerlo como si esto fuese todo y preguntarse qué tipo de libro es y cómo encaja en la obra de Murakami.

Pues bien, «La muerte del comendador» es fascinante, reflexiva, y deliciosamente extraña, con ese punto surrealista que uno nunca sabe por dónde va a salir. Es Murakami en plena forma, explorando muchas de sus constantes y también metiéndose en territorios nuevos. Tras unos primeros capítulos que muestran con maestría la desintegración de un matrimonio, se adentra en una historia de metamorfosis y regeneración. Cubre además una enorme variedad de tema que se entretejen y se reflejan entre sí. Como se entretejen y se reflejan entre sí la mayoría de los personajes. Manifiesta alguno de los tics molestos de Murakami, pero pasan bastante desapercibidos en el conjunto.

No me puedo resistir. Esta es mi oportunidad. Hablemos de todo eso…

Un poquito del argumento.

Un prestigioso pintor de retratos, de 36 años, sin nombre en la historia, se lanza a un vagabundeo por el norte de Japón cuando su mujer anuncia que quiere divorciarse. A pesar de tener un amante, la mujer tomó la decisión por un sueño que tuvo.

Nuestro vagabundo acaba recalando en Odawara, en la casa del que fuera un famoso pintor de pintura tradicional japonesa, Tomohiko Amada, ahora un señor de 92 años ingresado por demencia senil. La casa se la ha prestado un amigo de la facultad de Bella Artes, hijo del famoso pintor. Es una casa llena de discos de ópera en la que destaca poderosamente la ausencia de cualquier cuadro.

Vale, hay un cuadro. Que descubre un día en el desván, envuelto y bien guardado, lejos de la vista de cualquiera. El cuadro se llama «La muerte del comendador».

Si estás familiarizado con Murakami ya habrás pillado algunos elementos habituales. El personaje carece de nombre y es narrador en primera persona de la historia, porque esta es ante todo su historia personal. Lo del personaje sin hombre es algo que Murakami hacía en sus primeras novelas y que recupera en esta.

Pero en japonés hay varias formas de referirse a uno mismo y Murakami usa dos de ellas. En la serie de novelas del Rata, el yo que habla es “boku”, que normalmente se usa para hombres. En «El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas», el narrador se refiere a sí mismo como “watashi”, que es más formal. Y ese “watashi” es el que conecta esta novela con el febril mundo inconsciente de «Un despiadado país de las maravillas».

Pero hay un par de variaciones.

También suele ser habitual que el protagonista de Murakami despierte de una especie de impasse, siendo ese “despertar” el punto de partida que impulsa la trama de la novela. Pero en «La muerte del comendador», al menos en este primer libro, lo que se cuenta es la historia de ese impasse, de ese largo paréntesis que dura 9 meses. Eso es prácticamente lo primero que se nos dice, antes de revelarnos, también desde el principio, que volverá con su mujer. La novela está contando ese angosto desfiladero. Un poco como sucedía en «Tokio Blues», donde ya sabíamos al empezar que el narrador sobreviviría a la historia.

Y elucubra como te apetezca con el hecho de que el proceso lleve nueve meses. Yo no me voy a meter.

También es normal que Murakami arranque con la mayor de las cotidianidades, estableciendo un entorno muy realista antes de saltar a la parte más extraña y fantástica. No aquí. Todo lo que he contado viene después de un breve prólogo donde se plantea un curioso desafío. Una entidad sin rostro le pide al narrador que pinte su retrato. ¿Cómo pintar el retrato de alguien que no tiene rostro? El protagonista tiene la rara habilidad de fijarse continuamente en las caras y recordarlas, para usarlas como puerta de acceso a la subjetividad de cada uno. ¿Pero sin cara…?

El resto de lo que se cuenta es bastante cotidiano, y los elementos más extraños podrían fácilmente interpretarse como alucinaciones o engaños deliberados. Tanto es así que aún sabiendo que no es ese tipo de novela, casi se podría leer como el relato de un desconcertante trastorno psicológico.

El protagonista ha perdido todas las ganas de pintar y pasa el día dando clase y enrollándose con mujeres casadas, más listas que él. También nos cuenta su vida. Nos habla de su hermana, Komichi, que murió a los doce años por un problema de corazón y lo mucho que la vio reflejada en Yozu, su mujer, y luego en una adolescente de trece años que aparece en medio de la novela. Adolescente que podría ser o no ser la hija de Wataru Menshiki, un misterioso millonario que vive solo en una lujosa casa al otro lado del valle. Millonario que es una especie de versión de Gatsby y que un día insiste en que el famoso retratista le pinte a él. A watashi no le apetece nada hacerlo, pero paga muy bien. La única condición es posar para el cuadro, aunque nuestro artista siempre ha trabajado de memoria.

Y está el cuadro del desván.

El cuadro llamado «La muerte del comendador» resulta ser una escena violenta que parece representar la parte de la ópera «Don Giovanni», cuando el protagonista epónimo mata al comendador. Pero trasladada a la era Asuka, allá por el siglo VII. Es un cuadro extraño, porque hay sangre y violencia, y una incongruente cabeza que asome por una trampilla del suelo, cuando a Amada lo que le gustaba eran las escenas tranquilas y armoniosas ambientadas en la historia antigua del país.

Aunque no siempre fue así. De hecho, de 1936 a 1939 vivió en Viena con la intención de dedicarse a la pintura europea. Pero algo sucedió y tuvo que huir de Europa. ¿Perseguido por los nazis? ¿Se involucró en algún grupo de resistencia? Sea como sea, regresó a Japón y reapareció como pintor tradicional.

Curiosamente, watashi empezó pintando abstracto en la facultad, porque era lo que le gustaba. Se puso a pintar retratos porque daba dinero. Y la verdad es que tiene mucho talento para ello, porque sabe pintar lo que hay bajo la piel de las personas, sabe pintar vidas y no rostros. Impulsado por Wataru Menshiki, redescubre su interés por la pintura, pero con un estilo cambiado, diferente, una metamorfosis del anterior. Menos pecuniario, digamos. Menos mueble.

Tampoco es la primera vez que Murakami hace comentarios políticos. «La caza del carnero salvaje» no es más que una larga crítica al pasado bélico de su país y tanto «Baila, baila, baila» como «Al sur de la frontera, al oeste del sol» contienen muchas referencias a todo lo negativo del crecimiento económico de Japón. Pero rara vez se remonta tanto en el tiempo, rara vez lo conecta tan explícitamente con la historia antigua de Japón.

Y rara vez hace referencias tan explícitas a la literatura de su país. Ya he comentado los ecos de «El gran Gatsby», que queda puramente al nivel de lo que lector puede apreciar y la hermana Kamichi está conectada con Alicia. Pero explícitamente se menciona a Ueda Akinari y su libro «Cuentos de lluvia de primavera», y más adelante a Ōgai Mori y su «La familia Abe». Es más, los propios personajes comentan las similitudes entre la historia de Akinari “El lazo de las dos vidas” y lo que está sucediendo en la trama de la novela. Es como si el propio Murakami estuviese reclamando el sitio que le corresponde en la tradición literaria de Japón.

Es más, ese cuento —que es una crítica despiadadamente satírica de la religión— le deja camino para hacer referencias al budismo, sobre todo a una práctica ascética extrema que permitía la momificación en vida para seguir meditando durante la eternidad. E inevitablemente algunos personajes manifiestan rasgos monacales. El misterioso Wataru Menshiki posee el autocontrol que la cultura popular atribuye a un monje zen. Y watashi es un personaje pasivo no porque se esté dejando llevar por la depresión como el boku en «Baila, baila, baila», sino porque ha decidido entregarse al flujo de la existencia y participar en lo que sea que la vida arroje frente a él.

De hecho, Menshiki y watashi se presentan explícitamente como dobles e inversiones uno del otro, hasta el punto de que Menshiki vive en la diagonal de la casa de Tomohiko Amada. Se establece una complicidad entre ellos que no es fruto de entenderse, porque Menshiki prácticamente no cuenta nada de su pasado, sino que nace de una especie de sintonía o predestinación.

El humor de esta novela es divertido y grotesco, en ocasiones combinado con la crítica. No es de extrañar si recuerdas que «Don Giovanni», a pesar de sus tragedias, es una ópera bufa que no vacila en rimar “Plutón” con “bribón”. En el caso de Murakami, uno de los personajes sale del cuadro y lo hace con el mismo tamaño que tiene en la pintura. Solo el protagonista puede verle, detalle que no impide que lo inviten a cenar. Luego ese mismo personaje de un poco más de medio metro explica que se trata de una idea y que haber adoptado otra forma podría haber violado alguna marca registrada. De igual manera, en uno de los momentos más divertidos, el protagonista descubre que sus cuadros, a efectos fiscales, son considerados muebles de oficina.

En última instancia, el gran tema de este libro es la creación artística. No es vano este primer volumen se titula “Una idea hecha realidad”. Un juego más entre la trama y el tema, porque es evidente que en la narración hay ideas manifestándose y que algunas más están llamando a la puerta.

Hubiese sido demasiado fácil haber puesto a un escritor, así que Murakami recurre a un pintor, alguien que también vive a medio camino, que en su proceso de reflexión encuentra una forma de pintar que no es las de una escuela determinada. Es difícil no ver el camino de watashi como el del propio Murakami.

El arte en esta novela, que se aprovecha de la incapacidad para definir la pintura japonesa, no es tanto crear como revelar lo que ya existe, conectar con ese mundo que hay ahí al lado. Ese mundo de ideas estremeciéndose y deseando nacer, ansiando existir. Se da a entender que algunos personajes ya son conscientes de ese mundo y pueden acceder a él, pero al artista solo le queda usar la pluma o el pincel.

El arte es insinuación y metáfora, es dar con conexiones extraña y en cierto modo inexplicables, como las que en la mente de watashi unen a Yozu y a Komichi. El arte es una búsqueda de la verdad que a veces conduce a la soledad. En ocasiones es tropezar con lo siniestro, aunque uno buscase lo armonioso. El arte, al menos en esta novela, es provocar un cambio de perspectiva que lo transforma todo. Es el arte un espejo en el que no sabíamos que podíamos mirarnos.

Pintar es entender. Y watashi es un personaje con ese inefable poder.

El ritmo es ligeramente diferente. Parece un Murakami habitual, pero no lo es. Hay un cambio sutil en la longitud de la escenas, una mesura cuidada, una cadencia buscada deliberadamente, una breve aceleración episódica que dota a la narración de una música particular, un pulso extraño y sutil, como si la novela en sí fuese el fluir que controla la vida de watashi en la casa, esa corriente de acontecimientos en la que se deja flotar.

Es difícil hacer predicciones, pero si el segundo volumen mantiene el nivel de este, no dudo que «La muerte del comendador» pueda pasar a mi ranking personal de las mejores obras de Murakami. Disfruté enormemente de su lectura, mi ejemplar está lleno de post-its con notas y es seguro que la releeré. Si crees que este vídeo ha sido largo, no sabes lo que me he tenido que controlar para que no lo fuese todavía más. La de notas que se me han quedado en el suelo. Son después de todo más de 400 páginas llenas de ideas y temas que darían para muchos análisis.

El narrador innominado es uno de los mejores creados por Murakami y su relación con Wataru Menshiki me encanta. Y eso sin mencionar la presencia fantasmal de Tomohiko Amada y su estremecedor cuadro.

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Sobre la lectura, de Steve McCurry

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En Sobre la lectura, Steve McCurry reúne una serie de extraordinaria fotografías alrededor del tema de la lectura.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. Para muchos de nosotros, la lectura es una actividad intelectual. Algo que hacen los cerebros, absorbiendo directamente y casi por arte de magia el contenido de las grandes obras. Pero este maravilloso libro de fotografías, Sobre la lectura, de Steve McCurry, nos recuerda que la lectura es ante todo una forma de estar en el mundo.

Lo publica Phaidon Press.

Veamos.

Si no sabes quién es Steve McCurry, no te preocupes, yo tampoco lo sabía. Por suerte, tengo a mi amigo David, del canal David García Pérez Fotografía, al que pido consejo cuando quiero hacer algo diferente con mi cámara. Le pregunté si sabía quién era, él me miró raro y me lo dijo. Resulta que aunque no sepas quién es, es muy probable que hayas visto al menos una foto suya.

Pues bien, a lo que íbamos. Sobre la lectura es un libro de fotografías tomadas en todo el mundo. Desde Brasil hasta Italia. Desde Rusia hasta Afganistan. Desde Marruecos hasta Birmania. Todas muestran la lectura. Vamos, por donde ha pasado ese hombre ha hecho una foto con ese tema. Se completa con un prólogo de Paul Theroux que a mí francamente no me ha dicho nada. Se centra demasiado en la lectura como actividad intelectual, como un paso más de la apreciación de la gran literatura.

Pero esto son fotos. Fotos tomadas por un hombre que sabe captar el momento, que sabe congelar el tiempo. Y lo que muestran es sobre todo la lectura como una postura del cuerpo, como un acto físico, como una ocupación del espacio real. Lecturas en lugares concretos, con un fin concreto, con una actitud concreta. Lecturas reales.

Ya sea una hierática estatua, leer mientras esperas, la pose dinámica de alguien que cuelga de una escalera tras encontrar el libro que buscaba y que se ha puesto a leer sin molestarse en bajar.

El aula, el transporte público, la quietud del parque, la intimidad del hogar, el bullicio de la calle, el estruendo de la fábrica, el recogimiento monacal del museo.

De pie, sentado sobre la primera superficie disponible, apoyado contra un elefante, tendido, recostado o en posiciones inverosímiles. Solo o acompañado. Leer periódicos, libros, cómics… incluso estatuas.

Leer por devoción, para aprender, para informarse, por desafío, por entretenimiento, para estudiar. Y escuchar leer para compartir.

Leer para pasar el tiempo. Leer para evitar que el tiempo pase más rápido.

Y eso es lo que revelan estas fotografías extraordinarias. Leer como algo que hacen cuerpos, como una actividad que se manifiesta físicamente. Y algo más.

Como toda actividad que requiere concentración, la lectura implica un cierto grado de confianza y seguridad. Abandonas momentáneamente el mundo que te rodea, convencido de que en los minutos posteriores no te pasará nada. Y eso es lo que manifiestan muchas de la fotografías. Incluso las que dan a entender un trasfondo violento o un pasado trágico, revelan claramente esa tranquilidad fundamental, ese rendirse brevemente, un momento quizá pasajero de alegría, asombro o entendimiento que la fotografía de Steve MCCurry ha preservado.

¿Pero tú qué opinas? ¿Es la lectura una actividad intelectual o un acto físico? Deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones.

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Kappa, de Ryunosuke Akutagawa

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En Kappa, Ryunosuke Akutagawa nos adentra en un mundo fantástico, una visión distorsionada, cómica y exagerada de nuestro mundo real. Parodia de las taras humanas, y más específicamente las costumbres de Japón, es también una historia profundamente melancólica.

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https://youtu.be/Ao1X1E9-iQ8

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Kappa, de Ryunosuke Akutagawa. Una novela breve sobre un viaje fantástico que, como suele suceder en estos casos, sirve al autor para criticar su propia sociedad. Una de las magistrales últimas obras de un autor magistral.

Lo publica la editorial Ático de los Libros con traducción de David Favard.

Kappa de Ryunosuke Akutagawa recuerda al Gulliver de Swift, incluyendo un más que explícito eco final. En ambas obras, un extranjero llega a un mundo radicalmente diferente en apariencia pero que finalmente resulta ser a la vez reflejo e inversión satírica del nuestro. Pero el tono lo es todo. Gulliver era obra de un misántropo. Mientras que Kappa es el producto de un hombre que se suicidaría el mismo año de la publicación de la novela por el temor a desarrollar una enfermedad mental. Es difícil no leerla como una nota de suicidio.

Los kappa son seres de la mitología japonesa. Algo así como monos con escamas y pico, de hábitos más bien anfibios y con una gran concha como de tortuga a la espalda. No son seres inventados por el autor, por lo cual la conexión con Japón y los comentarios sobre la sociedad japonesa son explícitos. Los kappas son importantes referentes culturales en Japón.

La historia en sí es el delirio del paciente número 23 de un sanatorio psiquiátrico. El autor ya empieza así la narración, explicando que fue el propio paciente quien se la contó con gran detalle y que siempre relata lo mismo si se le pregunta.

Lo que sucedió es bien sencillo. Un día se puso a perseguir a un kappa. Durante la persecución, como si fuese Alicia, cayó por un agujero y llegó al país de los kappas, lugar donde los bichitos viven tan contentos en su sociedad.

Y esa sociedad resulta ser una crítica feroz de varios aspectos de la sociedad humana, donde todo está invertido, ridiculizado o llevado al extremo. Es una sociedad donde distintos cinismos e hipocresías, al contrario que en el mundo humano, se admiten abiertamente. Es una sociedad repleta de leyes y disposiciones invertidas que se consideran tan racionales, es decir, irracionales, como las leyes y disposiciones japonesas.

Es una sátira combinada con enormes elementos melancólicos. Por ejemplo, los niños kappa tienen la oportunidad de negarse a nacer. El padre le pregunta al feto si desea venir al mundo.

Hay otros blancos: los movimientos artísticos, la legislación, la censura, el sexo. Las hembras kappa persiguen a los machos por la calle y los atacan indiscriminadamente. Curiosamente, en su religión es el cerebro del macho kappa el que fue modelado a partir de la primera hembra kappa. El militarismo , la política, el control de los medios de comunicación… O el capitalismo. No hay desempleo porque en cuanto alguien se queda sin trabajo. Se añade el detalle de que cuando el desempleo aumenta el precio de la carne baja proporcionalmente.

Cuando el protagonista, antes de salir corriendo a vomitar, comenta que quizá esa práctica sea un poco extrema, le dicen que en Japón, porque los kappas saben mucho de la sociedad japonesa, hay prácticas perfectamente aceptadas que no son muy diferentes.

El suicidio de un importante filósofo, un súper-kappa entre los kappas -porque lo dicen él y sus amigos-, impulsa a nuestro héroe a buscar el regreso a su Japón. Lo encuentra, de mano de un peculiar kappa que vive su vida al revés y rejuvenece con el paso de los años.

Como se ve, el suicidio y la enfermedad mental son temas continuos en la obra. No es difícil ver en el suicidio del filósofo un presagio del suicidio de su autor. Lo mismo con la locura del protagonista, porque Akutagawa creía haber heredado la esquizofrenia de su madre.

Kappa es un retrato minucioso de todo lo deforme en la condición del kappa, que en esta breve novela es… no sé… caricatura de la condición humana… ya sabes.

Esta llena de momentos humorísticos. Por ejemplo, al asistir a un concierto de música clásica, se comenta que al igual que sucede en Japón los programas se publican, por alguna razón, en alemán. Pero también es una historia tremendamente melancólica que deja un curioso poso de tristeza indefinible.

Kappa sigue siendo un magistral repaso a los males sociales, porque los males sociales no suelen cambiar con el tiempo.

¿Pero qué opinas tú? Deja tus comentarios sobre los kappas, Akutagawa o el Gulliver de Swift, y dime también que otros libros de literatura japonesa debería leer.

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Japón especulativo, compilada por Gene Van Troyer y Grania Davis

Una antología de ciencia ficción escrita en Japón: Japón especulativo, compilada por Gene Van Troyer y Grania Davis. Interesantes aportaciones sobre todo de los años 60 y 70.

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Hola. Hay mucha ciencia ficción escrita por el mundo. En particular, de Japón conocemos sus películas y series, ¿pero qué hay de la literatura de ciencia ficción? Pues la antología Japón especulativo, recopilada por Gene Van Troyer y Grania Davis, quiere remediar esa laguna.

Lo publica Satori Ediciones con traducción de Alexander Páez.

No nos llega mucha ciencia ficción de países no anglosajones. Hubo una época en la que era más habitual encontrar algo de ciencia ficción francesa o rusa, pero ahora resulta más complicado. Tener al menos una antología de ciencia ficción japonesa es una suerte.

Y la suerte es doble, Pedro, porque casi a la par se ha publicado una antología de ciencia ficción china realmente buena. Se titula “Planetas Invisibles” y en mi canal la comento.

Muy buena noticia. Pues ya sabes, pásate por el canal Breveseñas, de Moisés Cabello, para conocer los detalles de esa antología de ciencia ficción china.

Japón especulativo no es, ni pretende ser, una representación total. Es realmente el resultado de un proyecto de traducción de ciencia ficción japonesa al inglés, iniciado por Judith Merril, y por tanto está anclado en una época concreta: la mayoría de las historias se escribieron en los años 60 y 70. Solo hay dos de los 80 y una solitaria historia, la mejor, pertenece al siglo XXI. Incluso admite la falta de autores. Se menciona a Kobo Abe, pero no hay ninguna historia suya.

La tentación es leer las historias según el modelo de fase presentado en la introducción, que divide la ciencia ficción japonesa en tres periodos, dependiendo de su fidelidad al modelo americano. No lo voy a hacer porque no me resultó muy convincente. Las fases son demasiado genéricas y podrían aplicarse a cualquier país.

Prefiero pensar en estos cuentos como todos escritos a la vez. En ese aspecto, la antología empieza muy bien, con “Fauces salvajes” de Komatsu Sakyō, la historia de un hombre empeñado en devorarse a sí mismo. Arranca como horror corporal, pero lleva la idea hasta sus consecuencias lógicas y pasa a ser algo más. “La hora de la revolución”, de Hirai Kazumasa, cuenta la huida de una distopía futura y lanza un mensaje final antitecnológico. Mientras que “Hikari”, de Kōno Tensei, ya en los 70, describe una curiosa invasión de seres de luz que resulta bastante inquietante y divertida.

“Me desharé de tu pesar”, de Mayumura Taku, es el cuento más antiguo y para mí uno de los más interesantes. Un hombre consigue un dispositivo que al usarlo en una situación de nervios o ansiedad te permite sentirte mejor. Pero solo puede usarse tres veces. A la cuarta pasan cosas malas. No puedo evitar pensar que la historia y su desarrollo parodian el Zen y están comentando la sociedad japonesa de forma muy elíptica.

“El sendero hacia el mar”, de Ishikawa Takashi, es un cuento más convencional, mientras que “¿Adónde vuelan ahora los pájaros?”, de Yamano Kōichi, se permite ser más fantasiosa. “La vida de las flores es corta”, de Fukushima Masami”, plantea un curioso futuro para el ikebana. “Caja de cartón”, de Hanmura Ryō, detalla la vida de una caja, cuya máxima satisfacción es estar llena.

En “Otro Prince of Wales”, Toyota Aritsune presenta un mundo futuro donde la guerra está controlada por Naciones Unidas y es casi un deporte. Solo pueden declararse guerras históricas y deben lucharse con el armamento de la época. La premisa ya de por sí tiene gracia, pero el cuento acaba revelando alguna complejidad más.

“Chica”, de Ōhara Mariko, es el cuento que más se acerca a lo que vemos en animes y películas japonesas de ciencia ficción. Un futuro vagamente ciberpunk, con un protagonista modificado para ser objeto de placer. Es un cuento que fluye muy bien y que finalmente se revela tratando un tema diferente al que parecía inicialmente.

“Mujer de pie”, de Tsutsui Yasutaka, describe una sociedad totalitaria que además dispone de una nueva forma de condenarte: convertirte en un árbol. La mujer del protagonista, un escritor, ha sufrido tal suerte. El cuento es emotivo, meditativo y enigmático, pero se deleita también en las múltiples y grotescas variaciones de la idea central. Es un cuento tremendamente efectivo.

“La leyenda de la nave espacial de papel”, de Yano Tetsu, desarrolla la idea habitual de un ser extraterrestre atrapado en la Tierra, pero lo hace situando la acción en un remoto poblado japonés y perfilando con esmero la personalidad de sus dos protagonistas. También muy efectiva es “La Caja Universo de Reiko”, de Kaijo Shinji, donde un extraño objeto se convierte en metáfora de la vida matrimonial.

Pero sin duda, la mejor historia es “Mogera Wogura”, de Kawakami Hiromi, la más moderna. Un extraño ser, perteneciente a una especie que ha coexistido con la humanidad, va a trabajar a una oficina, se viste normalmente y colecciona seres humanos de los que cuida en su casa. Decir que la historia es enigmática es decir poco. Posee una ambigüedad exquisita, demuestra una habilidad magistral para omitir detalles y recrea una atmósfera fantástica y de sueño.

La antología se completa con un poema que parece sufrir por la doble traducción y una serie de ensayos que no resultan demasiado interesantes. Mi recomendación es, en todo caso, leerlos después de acabar los cuentos.

Japón especulativo es una antología que ya resulta interesante por su planteamiento, pero que por suerte contiene cuentos de muy buen nivel que se parecen a lo que esperas pero no exactamente. Destacan la aportaciones de Tsutsui, Ryō, Ōhara y, sobre todo, la enigmática fantasía de Kawakami.

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La analogía, de Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander

Nos vamos a explorar la clave del pensamiento con La analogía, una monumental obra de Douglas Hofstadter (autor de Gödel, Echer, Bach) y Emmnauel Sander.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Qué hacemos cuando pensamos? ¿Cuál es ese proceso que nos permite conectar dos ideas totalmente diferentes? ¿Cómo somos capaces de imaginar una situación y trasladarla a la realidad? Pues según Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander en su libro La analogía, el motor del pensamiento es la analogía. Vamos, es el título, más claro no puede estar.

Lo publica Tusquets Editores con traducción de Roberto Musa Giuliano.

Vamos de exploración.

Por cierto, eso de decir que leer es como explorar es una metáfora, que el libro ya nos dice que es un caso de analogía. Leer y viajar se conectan como si en esencia fuesen lo mismo.

¿Ya ha salido mi nombre? Tengo la sensación de que ya he empezado a hablar del libro…

La realidad es infinita en su riqueza de detalles. Somos incapaces de percibirlos todos. Reducimos, abstraemos y, lo más importante, olvidamos diferencias para poder construir conocimiento. Si no, seríamos como Funes, el personaje de Borges, incapaces de comprender que un perro visto a las tres y catorce pertenece a la misma categoría que un perro visto a las tres y cuarto o que incluso son el mismo perro.

Todo lo contrario. A pesar de que una foto salió antes que la otra, no tienes ningún problema en comprender que muestran al mismo perro. Es más, a los pocos segundos de desaparecer, empezarás a olvidar los detalles concretos de ese perro y recordarás simplemente que salía un “perro”. Y pasado unos minutos más, es posible que incluso olvides el animal, porque no es más que una sencilla ilustración irrelevante para el resto del vídeo.

Es realmente impresionante. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo logramos clasificar la realidad en una serie de categorías más sencillas? Y luego al revés. ¿Cómo combinamos esas categorías simples para construir una imagen todavía abstracta pero más compleja de la realidad? Los autores no dudan en calificar de milagro el hecho de que nuestro cerebro pueda asignar casi todo lo que encuentro a una categoría preexistente. ¿Cómo?

La respuesta de este libro es que usamos analogías. Y analogías sobre analogías. Y luego analogías sobre nuestras analogías de las analogías. Y así una y otra vez, es un proceso que podemos alargar en el tiempo todo lo que queramos, creando pensamientos cada vez más complejos en el interior de una mente más que finita.

La analogía es todo un señor libro. Estamos hablando de más de 800 páginas. Es realmente grueso. Además, ni siquiera intenta esconder su tesis, convertirla en un misterio a descubrir o algún truco similar de los libros de divulgación. No, todo lo contrario, prácticamente es lo primero que dice: «Las analogías y los conceptos protagonizan este libro acerca del pensamiento, pues sin conceptos no hay pensamiento y sin analogías no hay conceptos».

Es así de sencillo, pero también así de complicado, que es la razón para requerir tantas páginas. Las ideas sencillas son en ocasiones las más difíciles de justificar. Por tanto, el libro está organizado como una pirámide. Sin abandonar nunca la idea de hablar de la cognición como un fenómeno psicológico, dejando de lado los posibles mecanismos neuronales, cada capítulo va subiendo de nivel.

Los tres primeros capítulos introducen las ideas básicas de categorías y analogías. El primero va de cómo adquirimos conceptos sencillos como “madre” o “silla”. El segundo, de categorías más complejas que requieren de una frase entera como “cuarto de baño”. «Conocemos muchas más categorías que palabras», nos recuerdan. El tercer capítulo trata de conceptos para los que no tenemos una expresión lingüística.

Otros tres capítulos se dedican a nuestro relación con las analogías. El cuarto habla de cómo las usamos en nuestra vida. El quinto, de cómo ciertas categorías condicionan nuestra forma de pensar, nos manipulan, llevándonos a conclusiones absurdas, como en el ejemplo de las Torres de Hanoi. Y por el último el sexto aborda las analogías que nosotros manipulamos para lograr cierto efecto.

Como se ve, cada capítulo va subiendo por los niveles de abstracción, hasta llegar al séptimo y octavo, los mejores y más estimulantes del libro, donde se aborda la importancia de las analogías en el pensamiento científico. El séptimo tratando las analogías ingenuas que limitan nuestra comprensión. El octavo incluye un análisis de cómo Einstein manipulaba analogías para lograr desarrollar su pensamiento científico. De hecho, lo que vienen a decir es que el genio de Einstein radicaba sobre todo en su capacidad de crear analogías científicamente fructíferas.

La postura del libro es abiertamente antiplatónica. Las categorías mentales que usamos no existen a priori. No, las vamos formando a partir de la experiencia, empezando por casos singulares, la primera silla que vemos, añadiendo más y más individuos a medida que ampliamos la categoría. ¿Cómo? Pues es un juego doble. Creamos categorías realizando analogías entre elementos y luego usamos esas categorías para seguir creando analogías.

Nuestra vida mental consiste en ir reorganizando nuestras categorías a medida que resulta necesario. Por tanto, los conceptos o categorías son necesariamente difusos, flexibles y vagos. Todos hemos sentido esa zozobra al encontrarnos con un elemento que no sabemos si encajar o no en cierta categoría. Sillas especialmente raras, por ejemplo. O, ¿una mesa es una silla? Recuerdo que era muy pequeño cuando vi por primera vez un sacapuntas. ¿Y sabes lo que pensé? Que era una representación muy pequeña de una lavadora.

De hecho, un objeto dado puede ir cambiando de categoría a medida que es necesario. Vamos, que el espacio de las categorías es enorme y está lejos de ser único para un elemento concreto. Un ejemplo que ponen es un vaso, que en su relato va cambiando de categoría a medida que se mueve por el mundo. Puede ser “producto” en la tienda, “jarrón” en casa y “basura” una vez roto.

Otra consecuencia evidente es que cada uno tiene su propio conjunto de categorías y a veces simplemente no coinciden. Cada idioma hace lo posible por dividir el mundo en un conjunto mínimo de casos que nos permitan comunicarnos. Pero rara vez dos idiomas lo hacen de la misma forma y de ahí encontramos una fuente habitual de confusiones. Pero igualmente, mis conceptos mentales no tienen necesariamente que coincidir con los tuyos.

Todo eso lo explican en el prólogo, que es el inicio fundamental y que les sirve para construir todos los demás. Pero van más allá. Para ellos, términos como “y”, “pero”, “entonces” o “mientras” son también ejemplos de categorías, conceptos sutiles y complejos, resultado del mismo mecanismo de las analogías.

Un ejemplo.

Una papelera. No recuerdas para nada la primera papelera que viste. Pero alguien te diría que era una papelera. Ahora, no tienes ningún problema en ir por el mundo y reconocer papeleras. Comparas el objeto que estás viendo y decides según compartan o no ciertas características. Aunque encuentras casos curiosos. ¿Esto es una papelera o no?

En cualquier caso, un día descubres que esto también es una papelera. Quizá la idea choca al principio, te lleva un tiempo acostumbrarte. Pero al rato te basta hacer una analogía más profunda entre el concepto de papelera que tienes en la cabeza y eso nuevo que también llaman papelera. Comprendes que abstrayendo un poco más, eliminando algunos requerimientos, por ejemplo, la necesidad de que deba ser un objeto físico, el funcionamiento es análogo entre esa papelera que hay en el suelo y la que tienes en el escritorio del ordenador.

O el mismo concepto de escritorio, que acabo de usar. Ya no es la superficie de una mesa en la que trabajas. Es un “lugar” para trabajar, pero ha abandonado también algunos requerimientos que parecían esenciales.

Y así con todo. Conectando categorías entre sí, edificando sobre ellas, abstrayendo cada vez más. Aunque eso sí, a pesar de considerar la abstracción como un proceso enriquecedor, también indican que tiene sus límites, como ejemplifican en muchas ocasiones.

¿Recomiendo este libro?

Bien, voy a ser cauto. A mí me ha encantado. Me ha parecido una lectura muy impresionante y apasionante. Pero comprende perfectamente que mi entusiasmo por este libro es claramente resultado de mi personalidad. Las ideas que defiende me parecen intuitivamente lógicas. Estoy predispuesto a mirar la realidad como un conjunto continuamente en agitación, un hervor de categorías que se transforman, se forman y se deshacen, con márgenes increíblemente porosos entre ellas. Para mí, hay muchas cosas que solo existen en el cerebro de los seres humanos por muy reales que parezcan.

Es un libro largo, pero desde mi punto de vista se lee de un tirón, o al menos así lo leí yo, acabando un capítulo cada día. Usan continuamente anécdotas e historias, lo que agiliza mucho el texto. También está lleno de ejemplos, ejemplos tras ejemplos, y ejemplos una y otra vez. Muchas personas consideran que hay demasiados ejemplos y que el libro podría haber sido mucho más corto. Yo opino lo contrario. Me encantan los ejemplos y me resulta mucho más fácil pensar con ejemplos en la mano. Me encanta que los autores estén dispuestos a extenderse todo lo que crean necesario, que usen el humor continuamente, que comprendan que están usando los mismos mecanismos analógicos que están comentando y explicando. Ocupamos un «océano de analogías» dicen, «la analogía es la “savia vital”» afirman.

¿Es cierto lo que cuentan? Ni idea. Suena tremendamente persuasivo, pero claro, para eso han escrito un libro, para persuadir. Y también es verdad que rara vez una única idea es totalmente cierta. Pero desde mi punto de vista, lo realmente interesante de un libro así es cómo te hace reaccionar al leerlo. Y al leer La analogía, al recorrer párrafos y ejemplos múltiples, infinitos ejemplos, interminables ejemplos, tenía la sensación de que el libro me estaba obligando a pensar sobre cómo pienso, que me forzaba a plantearme la base de mi pensamiento. Vamos, que tenía la sensación de que el cerebro me crecía mientras lo leía. Otra correspondencia con mi personalidad. Es como si estuviese escrito para alguien como yo.

Desde ese punto de vista radicalmente personal, creo que Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander han escrito justo el libro que el tema requería, el libro necesario para explicar lo que pretendían explicar. Creo que es fácil dejarse engañar por la sencillez de la idea y creer que los ejemplos sobran. Pero desde mi punto de vista, lo mejor de este libro es el esfuerzo por catalogar y apuntalar la idea central. Es más como un libro sobre mariposas donde van saliendo especímenes tras especímenes. Ese es siempre el primer paso.

Contiene momentos que me encantan. Cuando comentan cómo la formulación de los problemas matemáticos puede confundirnos. Aunque es verdad que en esos posibles problemas de la enseñanza tendrían que haberse extendido más. La parte dedicada a la ciencia, como he dicho. Las muchas páginas que dedican a problemas del tipo si abc es a abd, entonces pqrs es a… Y toda la discusión sobre cómo se debe traducir y sus ideas sobre lo que es o no trasladar correctamente el contexto de una obra.

Y hablando de traducción. Este libro se escribió originalmente en francés. Luego hicieron una edición adaptada en inglés, siguiendo sus ideas sobre lo que es o no una buena traducción. Lo divertido es que esta traducción está hecha como si los autores fuesen hispanohablantes. Y la verdad es que está increíblemente bien adaptado, y solo en muy pocos casos se recurre a ejemplos en francés o inglés.

Yo he encontrado este libro fascinante, inteligente, reflexivo y estimulante. Pero hago énfasis en el “yo” de esa frase. He disfrutado enormemente de su lectura. Me ha ofrecido una enorme cantidad de ideas sobre las que pensar y hacer analogías.

Pero, ¿qué piensas tú? Deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

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