Desde mi punto de vista, el coche autónomo es un caballo más rápido, una solución que realmente no soluciona nada o muy poco de los problemas de los coches, pero que permite conservar prácticamente el modelo actual sin cambiar nada. En lugar de repensar el transporte, simplemente hacemos que los coches se muevan solos. Tampoco me resulta convincente la lógica de “eso es el futuro” o “es lo que quiere le mercado”, como si no hubiese opciones.
Sin embargo, mi amigo Álex Barredo tiene ideas diferentes. Espoleado por el anuncio de que Apple trabaja en sistemas de conducción autónomos (sin mayores detalles) ha vuelto a reflexionar sobre esa cuestión en un episodio de su excelente mixx.io: Apple confirma que trabajan en vehículos autónomos.
Lo que él describe se acerca mucho más a una “solución”. Una caja que se mueve por ahí y que ni siquiera tendrás que tener en propiedad. Incluso apunta a una reducción del número final de coches en las calles. Vamos, más similar a un sistema de transporte público que al modelo que tenemos ahora.
Lo de reducir el número de vehículos se me hace un poco extraño. Si vendes 100, pasar a vender 10 no suena a ganancia para el vendedor. Por otra parte, un sistema de transporte privado te hace pensar en qué sucederá con la gente que no lo pueda pagar y qué alternativas tendrán esas personas. Sin embargo, sus reflexiones me resulta muy interesantes y creo que vale mucho la pena escucharlas.
Álex Barredo se está convirtiendo en uno de los comentaristas tecnológicos más interesantes. Es capaz de ir a mirar los detalles pero nunca pierde la visión de conjunto y alto nivel. Si no lo has hecho ya, suscríbete a su boletín mixx.io.
Durante décadas, un grupo extraordinario de mujeres examinó placas fotográficas para realizar grandes descubrimientos astronómico. El universo de cristal, de Dava Sobel, cuenta su fascinante historia.
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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.
TRANSCRIPCIÓN
El universo de cristal, de Dava Sobel. La fascinante historia de un grupo de mujeres de ciencia que nos acercaron a las estrellas. Un gran ejemplo de divulgación científica, de historia de la astronomía y también un recordatorio de cómo se hizo y cómo se hace el conocimiento científico.
Lo publica Capitán Swing.
Vamos allá.
Hasta hace relativamente poco no se sabía nada de las estrellas más allá de lo que se podía ver a simple vista. Nada sobre su composición, por ejemplo. Muy poco sobre su dinámica o vida. Hay quien apostaba que ese era el límite del conocimiento que podríamos llegar a adquirir.
Los avances tecnológicos cambiaron la situación. La fotografía permitió preservar las estrellas y compararlas con precisión de una noche a la siguiente.
También fue posible romper la luz de las estrellas, haciéndola pasar por un prisma. El resultado era una serie de líneas claras y oscuras, el espectro. Y los espectros de las estrellas se podían examinar, comparar y clasificar.
El título de este libro, El universo de cristal, hace referencia a una colección de placas fotográficas de cristal, reunidas pacientemente en el observatorio de Harvard College desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Allí, preservadas, estaban las estrellas, su luz y, muy importante, sus espectros.
Y las encargadas de leer las estrellas fueron las decenas de mujeres de un grupo extraordinario. Usaban los medios más rudimentarios para comparar placas con otras y obligarlas a hablar.
Un trabajo lento, tedioso, minucioso, que exigía unos niveles de concentración casi sobrehumanos.
Por ejemplo, cogían cuatro negativos que formaban una secuencia en el tiempo, más una impresión en positivo. Depositando cada negativo sobre el positivo, cualquier cambio se hacía evidente.
Evidente, si habías invertido años y años y años en entrenar la vista para apreciar esas diferencias. No era un trabajo que pudiese hacer cualquiera.
El universo de cristal es ante todo, un libro de divulgación científica que centrándose en ese grupo de mujeres, explica el origen de algunos descubrimientos importantes y también el proceso duro y penoso que permite el desarrollo de la ciencia. Crear conocimiento científico exige enormes sacrificios, tanto físicos como mentales. Y si algo poseían esas mujeres era fortaleza física y mental.
Dava Sobel muestra un enorme talento para iluminar sus vidas incidiendo en algún pequeño elemento, logrando así situarlas en contexto. Pero las experiencias vitales relatadas son necesariamente fragmentarias al ser un libro que habla de un grupo enorme de personas cuya actividad se extendió durante muchas décadas.
Y vaya un grupo. Estas son algunas de ellas:
Williamina Fleming. Empezó como doncella del director del observatorio para luego pasar a trabajar como calculadora y acabar dirigiendo todo el grupo.
Creó un sistema de clasificación estelar, descubrió diez novas y examinando los espectros dio con más de 300 estrellas variables. Entre sus descubrimientos, la famosa nebulosa Cabeza de Caballo.
Sin embargo, se quejaba, con razón, de cobrar mucho menos que un hombre.
Annie Jump Cannon clasificó los espectros de varios cientos de miles de estrellas. Su sistema de clases espectrales, OBAFGKM se adoptó oficialmente en 1922 y sigue en uso.
Antonia Maury fue la primera mujer con titulación universitaria en trabajar en el observatorio. Desarrolló su propio sistema de clasificación de espectros. A los dos años dejó el trabajo por discrepancias con el director, pero en 1918 volvió a Harvard como profesora adjunta.
Henrietta Leavitt descubrió miles de estrellas variables, en cuyo estudio se concentró. Dio con una relación entre el brillo máximo de las variables y su periodo, una ley que resultó muy importante para medir la distancia en el universo. Eso cambió la concepción del tamaño del cosmos que se tenía en su momento.
Cecilia Payne fue una de las primeras doctoras en astronomía y la primera de la universidad de Harvard. De hecho, su tesis doctoral se considera un clásico de la astronomía. Estudió la temperatura de distintos tipos de estrellas y comprendió que estaban formadas principalmente por hidrógeno, un descubrimiento tan asombroso para su época que se le aconsejo que lo tratase como un error.
Por si no ha quedado claro, este hombre se equivocaba.
El grupo tiene su origen en el cuarto director del observatorio, Edward Pickering. Convencido de que las mujeres podían realizar un trabajo tan bueno como los hombres, procedió a contratarlas. Evidentemente, contratar mujeres salía mucho más barato, pero Pickering parece haber sentido un gran respeto por sus calculadoras. Se aseguraba de dar el crédito que les correspondía y en alguna ocasión el nombre de ellas aparecía antes que el suyo.
Respeto tenía, lo que no tenía era apoyo de la universidad y tampoco dinero. Ya volveremos a ese punto.
El grupo investigaba en una época donde aparecían instituciones educativas destinadas a mujeres, becas, otras formas de apoyo e incluso se les alentaba a colaborar como ciudadanas científicas. Pero era también una época donde simultáneamente a las mujeres se les negaba reconocimientos básicos como ciudadanas. Derecho al voto, por ejemplo. La propia universidad de Harvard tardó mucho tiempo en llegar al nivel de respeto que demostraba el propio Pickering.
Volvamos al dinero, porque eso es parte de la historia.
El libro deja claro que una de las labores importantes del director era encontrar los fondos para mantener el observatorio y poder seguir investigando.
De hecho, a veces parece que no hacía otra cosa.
Y aquí entran otras dos mujeres extraordinarias: Anna Palmer Draper y Catherine Wolfe Bruce.
Anna Draper había sido la colaboradora de su marido en la fotografía de espectros estelares. Al enviudar, y viéndose incapaz de seguir sola con esa labor, decidió honrar el recuerdo de su esposo financiando las investigaciones que finalmente llevarían a un catálogo de espectros estelares.
Catherine Wolfe Bruce descubrió su amor a la astronomía cuando ya era una mujer mayor, pero eso no le impidió financiar distintos proyectos de investigación, así como la creación de la medalla Bruce que premia los aportes destacados a la astronomía. Medalla que todavía se concede.
Las dos fueron mujeres muy importantes para el mantenimiento del observatorio y sus investigaciones.
Y ese es uno tema implícitos del libro: en la época había grandes iniciativas por parte de mujeres para potenciar el avance de las mujeres en la ciencia. El mito del avance científico dice que se trata de una sucesión de personajes extraordinarios. Este libro nos recuerda que cualquier avance requiere de condiciones sociales y económicas adecuadas, que la ciencia es una actividad colectiva que requiere del apoyo social.
No se descubren cosas en el vacío.
A menos que sea el vacío del espacio.
La lección fundamental del libro es que la diversidad en la ciencia es tan importante como en cualquier otra actividad humana. Tener muchos puntos de vista diferentes, poderlos poner en común, reunir todas las ideas posibles no es solo cuestión justicia, que lo es, es que además funciona. Lección que Pickering y su sucesor Harlow Shapley tenían bien aprendida.
El archivo de placas de cristal sigue existiendo y a pesar de los problemas, sigue siendo una fuente enorme de información científica. Es incluso posible que en esas placas se encuentren señales de objetos astronómicos desconocidos en su época. Por su enorme valor científico e histórico, hay en marcha un proyecto para digitalizar esas placas. Dejo el enlace en la descripción.
Dava Sobel ha escrito un estupendo libro de divulgación, lleno de detalles fascinantes, que ilumina una parte importante de la historia de la ciencia y da protagonismo a una serie de personas que lo merecen.