La música negativa y The Good Wife

The Good Wife es una curiosa serie de televisión que bajo el disfraz de una serie sobre abogados se pone a hacer cosas interesantes y poco habituales en las series de televisión. Por ejemplo, su protagonista no es ninguna santa y a veces se embarca en acciones que chocan con el código moral que dice sostener. También pierde ocasionalmente, a veces de la forma más injusta posible, porque una cosa es protagonizar la serie y otra muy diferente es ser un superhéroe (que es, por desgracia, la tónica actual en muchas series: el protagonista no puede perder de ninguna forma). The Good Wife se disfraza de convencional para poder ser diferente, mientras que series como True Detective (cuya banalidad final es parodiada en algunos de los momentos más divertidos de The Good Wife con una serie dentro de la serie que la protagonista ve ocasionalmente) fingen ser diferentes para poder en el fondo hacer lo de siempre y mandar el mismo mensaje de siempre.

Pero aparte de los temas que trata y cómo los trata, The Good Wife también hace otras cosas diferentes con la estructura de la serie. Hay momentos en que la serie parece consciente de ser una serie de televisión y tiene clara las convenciones de una serie. Y en ocasiones, con un brillo de niño revoltoso en los ojos, no duda en jugar con ese conocimiento.

Es estupendo, por ejemplo, ese momento cuando un presentador dentro de la serie anuncia que van a pasar a publicidad y es el episodio en sí el que pasa a los anuncios (lo que recuerda un poco a “I’m not Gary”). O, como dije antes, el comentario sobre la banalidad de otras series —los monólogos seudofilosóficos y hueros o la insistencia en la pesada carga del hombre blanco— que la protagonista mira con diversión.
Y también el sonido. The “Negative Music” of The Good Wife se centra en ese aspecto, cuando un vistazo al interfaz de un sistema de edición resulta ser todo un comentario sobre a) la simpleza del periodismo y b) el cuidado con el que la serie se toma esos detalles.

In “Loser Edit” we watch as the bit of career-recap news is first pitched as a generally favorable overview and then, with the sudden arrival of a slew of damaging emails, as an act of ambush journalism. When the timbre of the still-in-progress story shifts from biography to admonition, the producer of the bit is shown back in the studio with her editor. Earlier in the episode they had left the Florrick character alone in color, against an otherwise black and white photo. Now they switch the emphasis, leaving her alone in black and white, amid a color setting. We watch as, with a simple shift in color coding, they entirely alter the meaning of the photo. The Good Wife is the rare show on television that shows people working on computers in a manner that actually is how people work on computers. We see colors being adjusted and photos being manipulated and text being edited with everyday tools.

And at this moment in “Loser Edit,” the editor dips into a folder of generic background music and switches to a file titled “Negative Music” from one titled “Positive Music.” The sheer, brazen laziness of the action — the sad binary of “positive” and “negative” — speaks volumes of the journalist and her ilk, and though it’s a split-second instant in the overall episode, it also speaks volumes of the intricacy of The Good Wife and the attention of the folks who make it.