Origami bailarín

Tengo candidato a la categoría de “lo más chulo que vas a ver hoy”. Grullas de papel bailando:

Que he visto en A Flock of Synchronized Dancing Origami Cranes on an Electromagnetic Stage. Pero por Dancing Paper, 8bit Harmonica, and Musical Umbrella by Ugoita descubro que este hombre tiene más cosas chulas.

Por ejemplo, el paraguas musical, que convierte las gotas de lluvia en tonos musicales. Si la tuviese, aquí donde vivo podría estar escuchando una sinfonía 24 horas al día, 365 días al año…

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Marilyn vos Savant o tener razón siendo mujer

El problema de Monty Hall es tremendamente fácil de explicar, pero terriblemente difícil de comprender:

Estamos en un concurso con tres puertas cerradas. Tras una de esas puertas hay un gran premio. Tras las otras dos puertas no hay nada o quizá algún objeto sin valor. El presentador del concurso nos deja escoger una puerta. A continuación, de las dos puertas que quedan, el presentador abre una y muestra que no hay nada (o un objeto sin valor). El presentador siempre abre una de las dos puertas restante y siempre abre una puerta sin valor (porque sabe dónde está el gran premio).

Ahora, lo importante.

El presentador nos pregunta si queremos cambiar nuestra elección inicial, renunciar a la puerta que escogimos, y quedarnos con la puerta que queda por abrir.

¿Qué debemos hacer? ¿Quedarnos con la puerta original o cambiar a la que queda por abrir? ¿Qué decisión incrementa nuestras posibilidades de ganar el gran premio?

Hay varias razones por la que este problema resulta tan complicado. La primera, y la más evidente, es que se nos da muy mal razonar con probabilidades. La segunda, el hecho de que el presentador abra una puerta crear una enorme confusión, generando lo que me parece el problema real. Si razonásemos con las puertas cerradas y nos ofreciesen cambiar nuestra puerta por las otras dos (es decir, cambiar grupos de puertas, no puertas individuales), la solución sería evidente: cambiar incrementa siempre tus posibilidades de ganar.

(Otra forma de verlo es pensar que hay un millón de puertas. Nos permiten escoger una y a continuación el presentador abre 999.998 puertas, mostrando que tras ellas no hay nada. ¿Debemos cambiar nuestra puerta inicial por la que queda sin abrir?)

Pero lo realmente interesante de este problema es lo que sucedió cuando a Marilyn vos Savant se le ocurrió dar la respuesta correcta, como cuentan en The Time Everyone “Corrected” the World’s Smartest Woman:

When vos Savant politely responded to a reader’s inquiry on the Monty Hall Problem, a then-relatively-unknown probability puzzle, she never could’ve imagined what would unfold: though her answer was correct, she received over 10,000 letters, many from noted scholars and Ph.Ds, informing her that she was a hare-brained idiot.

What ensued for vos Savant was a nightmarish journey, rife with name-calling, gender-based assumptions, and academic persecution.

En el artículo se muestran algunos de los mensajes enviados por expertos. Exudan en su mayoría un paternalismo increíblemente desagradable, dando por supuesto que ellos como expertos no pueden estar equivocados. Alguno le sugiere mirar un texto básico sobre probabilidades. Otro dice que el lado positivo es que si todos esos doctores estuviesen equivocados el país estaría en muy mala situación. E incluso uno se plantea que quizá las mujeres ven la matemática de otra forma.

The outcry was so tremendous that vos Savant was forced to devote three subsequent columns to explaining why her logic was correct. Even in the wake of her well-stated, clear responses, she continued to be berated. “I still think you’re wrong,” wrote one man, nearly a year later. “There is such a thing as female logic.”

Pero ya digo, no es un problema realmente complicado. Basta con tener claro lo que está pasando (y, por supuesto, aceptar que es totalmente artificial. Nadie haría un concurso en el que el presentador siempre hiciese lo mismo) y no dejarse llevar por nuestra impresión inicial. Con el tiempo, el problema ha pasado a ser uno más de los que salen en los libros de puzzles y que sirve para confundir durante un rato. Y ha habido cambios de parecer:

Among the new believers was Robert Sachs, a math professor at George Mason University, who’d originally written a nasty letter to vos Savant, telling her that she “blew it,” and offering to help "explain.” After realizing that he was, in fact, incorrect, he felt compelled to send her another letter – this time, repenting his self-righteousness.

“After removing my foot from my mouth I’m now eating humble pie,” he wrote. “I vowed as penance to answer all the people who wrote to castigate me. It’s been an intense professional embarrassment.”

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El bucle eterno

El bucle eterno

Hay películas que me gustan y películas que me disgustan; películas que adoro y películas que aborrezco; películas que me parecen buenas y películas que me parecen malas; películas bien hechas que no me interesan en absoluto y películas simplemente pasables que me interesan mucho… Y más allá de todas estas categorías, y de otras muchas que supongo que todos tenemos montadas en nuestra cabeza, hay una categoría muy extraña que no sé muy bien cómo definir: El bucle eterno.

¿Qué quiero decir con eso de «el bucle eterno»? La explicación breve sería películas que vería en bucle una vez tras otra, pero el asunto es un poco más complicado que eso…

Veamos… Por mucho que me fascine una película, no soy capaz de terminar de verla y volver a verla, o verla tres veces en un día, o en una semana, o en un mes, ni siquiera en un año. Obviamente, hay películas que he visto docenas de veces, pero en diferentes momentos de mi vida, en diferentes circunstancias, con diferentes personas, no una vez detrás de otra de manera compulsiva. Incluso cuando escribo algo sobre alguna película o trabajo con ella para un remix o cualquier otro tipo de pieza, es muy, muy raro que la vea dos veces seguidas entera, porque me aburro enseguida de todo, incluso de lo que me gusta. Para mí esto es una verdad universal, salvo por dos excepciones, y lo más curioso de todo es que se trata de dos películas que considero muy irregulares.

A mí sólo me ha sucedido con una película: Primer, de Shane Carruth. La terminé de ver e inmediatamente la volví a empezar.

Por lo demás, tengo con las películas la misma relación que ella explica: me cuesta volver a verlas. No es que no vea dos veces la misma película, o más, pero no es algo que me salga naturalmente y habitualmente viene dictado por las circunstancias (que otra persona quiera verla y me apetezca hacerle compañía, por ejemplo). Tiene que pasar mucho tiempo, años incluso, para que me entren ganas de repetir una película.

Pero relacionándolo todo con lo sublime, una idea más que apropiada para lo que discute, yo sí que mantengo mi propia relación (y aquí me voy desviando): la del universo cerrado. Es decir, aquella película que me da la sensación de haber viajado a otro universo, realmente a otro lugar completamente ajeno a mi mundo habitual.

De hecho, sólo hay una película que me haya producido ese efecto. No me lo causan las películas de ciencia ficción o fantasía –que habitualmente me parecen demasiado “realistas” (negándose, habitualmente, a aceptar su propia alteridad e insistiendo continuamente en anclarse en nuestro mundo en un proceso llamativo de autonegación)–, que parecerían las candidatas ideales para ese fenómeno.

No, la película que me provocó ese efecto de mundo autocontenido, de enfrentarse realmente a lo sublime (que para mí tiene más connotaciones de Burke, y por tanto está más cercano al hecho de mirar al infinito) fue El año pasado en Marienbad de Alain Resnais. Verla fue sentirse lo que indiqué antes, una traslación inmediata y sin concesiones a otro universo, a un mundo tan cerrado en ese jardín, en ese edificio desmesurado, entre esas personas que parecen robots, que cualquier huida es totalmente imposible. Estoy convencido de que intentar salir por la izquierda de Marienbad implica volver a entrar por la derecha.

Lo que voy a conectar de inmediato con otra reflexión que hace: la estética noise. Yo también cuando escucho a Merzbow tengo justo esa sensación de algo que está anegando completamente mi cerebro, algo que encaja a la perfección y lo fija totalmente:

Menciono el noise porque creo que hay en él (o al menos en una parte de él que a mí me interesa particularmente) una especie de atropello mental y emocional que no te permite ningún tipo de huída, al contrario que la mayoría de la música o cualquier otra forma de arte, de las que habitualmente te puedes abstraer fácilmente. Con música noise tipo Merzbow o Haswell & Hecker no puedes elegir entre estar o no estar, porque su intensidad es tal que está por encima de lo orgánico.

Para mí, mucha de la música convencional bien podría ser la banda sonora de los Teletubbies: algo que puedes escuchar pero que en última instancia es irrelevante. Y de hecho, la música clásica que más me gusta –las suites de Bach, por ejemplo– comparte con el noise justo esa característica personal: impedir que mi cerebro escape.

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Es posible vivir con medio cerebro

Vamos a evitar hacer chistes sobre redes sociales y centrarnos en lo importante. Lo que viene a decir el artículo, Why you can live a normal life with half a brain, es que es posible vivir con cierta normalidad a pesar de haber sufrido daños en el cerebro.

La respuesta está en que el cerebro, a pesar de todas las metáforas tecnológicas que empleamos para hablar de él, es un mecanismo pero no una máquina como la hubiésemos diseñado nosotros:

Part of the problem may be our way of thinking. It is natural to see the brain as a piece of naturally selected technology, and in human technology there is often a one-to-one mapping between structure and function. If I have a toaster, the heat is provided by the heating element, the time is controlled by the timer and the popping up is driven by a spring. The case of the missing cerebellum reveals there is no such simple scheme for the brain. Although we love to talk about the brain region for vision, for hunger or for love, there are no such brain regions, because the brain isn’t technology where any function is governed by just one part.

Es también, como apunta, un problema de ignorancia: sabemos mucho menos del cerebro de lo que nos gustaría.

Uno de los casos que cuenta es el de una persona con una tenia que fue atravesándole el cerebro de un lado a otro.

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