Google Glass y la imagen

No una foto de las gafas, sino la imagen que tienen en la imaginación popular. En The Flawed “Frames” of Google Glass se argumenta que Google sobre todo ha perdido la batalla de la imagen:

As Google flailed about in a flummoxed frenzy in which the best they could offer was “it’s a work in progress” the term “glasshole” came to encapsulate the out of touch and techno-elitist aura around Glass and its celebrants. For Google Glass to be successful, really successful, it needed to be “cool” – and being a “glasshole” did not seem “cool.” Furthermore “glasshole” functioned wonderfully as a “frame” insofar as it supplies those who are wary of Glass (for whatever reason) with a simple vocabulary with which to voice their disapproval. People may not know what Google Glass really does, but they know that it turns the wearer into a “glasshole” – and the only “app” to fix that is to take off the Glass.

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Todo futurismo es un retro-futurismo

Matt Novak resumió muy bien la compra de Oculus por parte de Facebook con el titular Facebook is Buying Oculus Because It Needs a Sci-Fi Toy:

Why is Facebook buying the virtual reality company Oculus? Because without a sci-fi toy — like Google’s robots or Amazon’s drones — Facebook had nothing to offer hungry tech journalists who are looking for the next big thing.

A lo que mi amigo fernand0 añadió en Twitter lo de “Y mística también necesitan”. Qué es absolutamente cierto. Con un juguete de ciencia ficción compras aura de futuro, aunque esa idea de futuro se crease hace 40 años y hoy en día debería estar condenada al cajón de las antigüedades. Oculus no es tanto futuro como nostalgia del futuro.

Lo que me lleva a la frase del título, que es de Dale Carrico. Con el futurismo no se trata de inventar un futuro. Todo lo contrario, se trata de volver atrás e intentar recrear el futuro que pensamos que iba a ser, una idea del mañana que se remonta a las ferias mundiales de los años 30. Por eso tenemos a tanta gente reclamando coches voladores, viajes espaciales o colonias lunares. Como aquella famosa portada de Buzz Aldrin, que lo pintaba, seguro que injustamente, tan desconectado del mundo en el que vive que consideraba el presente un fracaso porque no le había dado su preciosa colonia marciana.

Tampoco es extraño. Nuestra idea actual del mundo futuro se forjó en un momento concreto, aderezado por una fe inquebrantable en el desarrollo tecnológico y en la capacidad de la técnica para crear por sí sola un mundo mejor. Puede que ese tecnoutopismo ya no sea tan descarado, pero sin duda sigue dando forma a nuestra idea de lo que será.

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Si la luna fuese del tamaño de un pixel

Una divertida web llamada así If the Moon were only 1 pixel y con la coletilla “un modelo a escala tediosamente preciso del sistema solar”. A partir de ese tamaño para la luna, todo está a la escala correspondiente, incluyendo las distancias. Uno se mueve a partir del sol haciendo scroll hacia la derecha, con algún tipo de gesto sobre el ratón, que es donde entra la parte tediosa del asunto, porque las distancias que hay entre los planetas son enormes.

(Por suerte, el autor se apiada de nosotros y ofrece en la parte superior un acceso rápido a los planetas. Incluyendo a Plutón, al que todavía queremos).

Sistema solar

Aparte de parecerme una web muy chula (por supuesto, se le enseñé de inmediato a mi hija y la traduje algunos de los mensajes que el autor va dejando en el vacío), también me provoca la sensación de absoluta enormidad. El sistema solar es simplemente inmenso a nuestra escala y recorrerlo en un vehículo normal (como un coche) llevaría siglos.

Me parece en última instancia algo hermoso y también la demostración de que la fantasía del vuelo espacial tripulado no es más que eso, una fantasía febril, una confusión que consiste en trasladar nuestra experiencia en la Tierra a algo que en comparación es casi inconcebiblemente mayor. Somos capaces de apreciar lo sublime, pero no pensar en términos de los sublime.

Las máquinas son otro cantar.

Ellas probablemente sí que puedan aprender a pensar así.

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Historia de dos laberintos

Miró al mismo borde del abismo y el abismo le devolvió la mirada. Ese abismo se encontraba en el mismo centro de un laberinto, junto con la efigie macabra del rey amarillo y, entre todas las cosas, un Minotauro. Es un laberinto demencial, retorcido y confuso, en parte arquitectura monstruosa, desmesurada e inhumana que recuerda a la ciudad de los inmortales, y en parte crecimiento libre de la naturaleza, caótica, imparable, paciente, que no da facilidades, que no se aparta al paso de una persona. Sus entradas y salidas no están claras, los pasillos no siempre son transitables, no hay reglas o atajos para recorrerlo. Es un laberinto levantado cerca del palacio que fue, del antiguo lugar de esplendor, que todavía contiene sus tesoros, pero que ya no relucen con su grandeza sino que más bien acongojan con su confusión abigarrada, con la promesa de desmoronarse en cualquier momento.

El centro del laberinto es también el templo a un dios antiguo, uno que reclama sangre y sacrificios. Un lugar secreto, al que es difícil llegar, para el que no hay hilo posible. Un lugar protegido por su monstruo, simultáneamente esclavo y señor,que lo recorre blandiendo un hacha. Es un lugar de muerte, un lugar que exige siempre un sacrificio, un lugar en que se debe siempre derramar la sangre. Que la víctima no fuese el ciervo es posiblemente una ironía. Que la víctima final pudiese sacarse ella misma el cuchillo no significa que allí no muriese algo, que no cayese ninguna máscara.

Una forma de ser, quizá.

Un punto de vista, es posible.

Algunas convicciones, eso seguro.

Era, en suma, un laberinto irracional. Por eso el abismo podía habitar en su interior. Era un laberinto incomprensible, levantado por la voluntad de seres con instintos, deseos y fantasías que haríamos bien en no intentar comprender. Hay que saber mantenerse en el límite mismo. Y si caes, hay que intentar volver. Seguir la luz inversa, no la que señala el sentido de la otra vida, sino la súbita luz que ilumina el túnel que está arriba, te saca del pozo y te devuelve a la superficie, que te lleva de vuelta al lugar donde habita la razón y las motivaciones comprensibles.

Pero no es la primera vez que el personaje mira directamente al abismo.

Me corrijo, no es la primera vez que el personaje cree mirar directamente al abismo. Es más, se enorgullece de ello. Se imagina un hombre conscientemente situado sobre la línea que separa un mundo de otro, en la misma zona liminar. Si se pintase a sí mismo, se dibujaría como un Jano bifronte que juega con un eterno retorno entre las manos.

Porque verán, hay otro laberinto anterior, una versión paródica e invertida del laberinto real.

Hay que conseguir información de un criminal. Para ello, el personaje se infiltra de nuevo en su organización, regresando así al borde de lo que él cree un vacío insondable (sin comprender que las estrellas son las que viven en ese vacío), tratándose en realidad de una simple operación policial. Cuando un asunto de drogas sale mal, el personaje controla perfectamente la situación, el genio criminal resulta ser un pobre diablo y se inicia una curiosa persecución por un laberinto en el que el perseguido es la parodia de un monstruo.

Como decía, este laberinto es muy diferente. En lugar de arquitectura monstruosa, hay casas suburbanas de escala humana y perfectamente comprensibles. Si uno entra por una puerta, sabe perfectamente lo que hay a cada lado y puede continuar con la huida o la persecución. En lugar de pasillos sinuosos, caminos intransitables, confusión y caos, este laberinto está formando por rectas paralelas y perpendiculares, salpicadas de generosos espacios abiertos de los que la naturaleza huyó hace mucho tiempo. Incluso la cámara sigue linealmente toda la acción, sin parar jamás, sin cortes, como si en realidad todo sucediese sobre una recta racional, como si Lönnrot persiguiese a su pelirrojo limitándose a dividir las distancias usando regla y compás.

Es un laberinto situado en un lugar donde todavía funcionan los móviles y es posible pedir ayuda. Donde las vías de comunicación son rápidas y geométricamente eficientes. Escapar de él no requiere ninguna ninguna intervención de los cielo. Basta simplemente con esperar la llegada del taxi.

Creía mirar al abismo. Se equivocaba, porque en realidad no hay abismo en ese laberinto. Es un laberinto humano, producto de motivaciones humanas perfectamente comprensibles. Incluso el detonante de la acción se puede explicar recurriendo a la avaricia o el afán de poder, emociones de la superficie, emociones comunes. Y aunque toda la escena finge confusión, es perfectamente clara. La cámara siempre se mantiene al mismo nivel. El operador no tropieza jamás. Basta con girar siempre al mismo lado.

Es un laberinto racional.

El verdadero laberinto es todo lo contrario.

Por eso allí habita el abismo.

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Our Magnificent Bastard Tongue: The Untold History of English, de John McWhorter

Siempre me pregunto si hay libros como éste pero sobre el español: un recorrido histórico de la lengua, una explicación de cómo las lenguas van cambiando, cómo se relacionan con otras, cómo van adoptando características y desechando otras. Imagino que debe haberlo, y supongo que algún amigo filólogo me podrá dar alguna pista, pero nunca he sido capaz de dar con ellos (excepto un par de títulos en inglés). Parece que en nuestro idioma estila más bien el libro de reprimenda, el que te explica todo lo que estás haciendo mal porque eres un analfabeto ignorante, libros de la culpa, más que libros del deleite. Imagino que debe ser uno de los muchos efectos perversos de tener academia de la lengua.

En cualquier caso, el párrafo anterior no está ni aquí ni allí.

Our Magnificent Bastard Tongue viene disfrazado de historia alternativa del inglés. Y digo alternativa porque John McWhorther ofrece su propia versión de los hechos, que, admite, difiere mucho de la habitual o del consenso entre los estudioso (de ahí el subtítulo “The Untold History of English”). Ofrece susargumentos y explica por qué cree tener razón, pero resulta difícil juzgar si tiene razón o no.

Por suerte, da un poco igual si tiene razón o no, porque la narrativa histórica le sirve para enlazar de forma muy amena distintas discusiones sobre el cambio lingüístico, sobre la hibridación. Da un poco igual si el “do” inglés proviene o no del celta, porque para este lector lo verdaderamente importante es la serie de ejemplos que pone, los mecanismos que va mostrando en otras lenguas. Cuando compara el inglés con otras lenguas germánicas o indoeuropeas puede que intente sostener su tesis, pero para el lector lego lo llamativo e interesante es que la comparación se pueda hacer. Cuando compara el recorrido histórico del inglés con de una lengua como el persa, lo interesante es las múltiples formas en que la historia afecta a las lenguas.

También se trata el persistente empeño en fijar las lenguas en cierto momento del tiempo, declarando como erróneo cualquier cambio posterior. Es la obsesión por el “uso correcto” de la lengua que si bien admite la evolución lingüística hasta cierto momento, la denuncia como incultura a partir de otro (habitualmente, el punto de corte es la edad en la que el crítico aprendió a hablarla y también es usual que se limite a un ideolecto concreto). El tema lo trata desde dos frentes. Por un lado, muestra que construcciones o usos que parecen muy modernos (el “they” singular, por ejemplo) son en realidad muy antiguos. Por otro, nos recuerda que algunas de nuestras más queridas construcciones fueron en su día denunciadas como peligrosos desviacionismos. La realidad última es que las lenguas cambian, han cambiando y seguirán cambiando. Las palabras van y vienen, mutan sus significados. Las gramáticas se complican en algunos casos y se simplifican en otros.

Y en el apartado de “no me lo esperaba pero me regocija haberlo encontrado en el libro”, un ataque frontal contra la hipótesis de Sapir-Whorf, la idea de que las lenguas condicionan de forma absoluta la forma de pensar de sus hablantes, que se dedica a atacar con evidente satisfacción. Está claro que esa hipótesis desagradable le molesta mucho y está deseando exponer sus errores y también sus efectos perniciosos sobre las relaciones humanas (por ejemplo, creando una sensación falsa de alteridad que enmascara nuestra humanidad fundamental). Y para mayor alegría, parece que su nuevo libro –The Language Hoax: Why the World Looks the Same in Any Language– tratará sobre ese mismo tema.

Repitiéndome: no importa mucho si sus ideas sobre la historia del inglés son correctas o no (después de todo, es un problema histórico complicado), porque la riqueza de ejemplos, la abundancia de comparaciones históricas y lingüísticas es más que suficiente para cualquier lego interesado en estas cuestiones.

Más
The Power of Babel, de John McWhorter
Todas las lenguas del mundo: “What Language Is (And What It Isn’t and What It Could Be)”, de John McWhorter

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Mindstorms EV3

Por fin he tenido oportunidad de meterme a hacer cosas con el Mindstorms EV3 de estas navidades (es la tercera versión de la plataforma Mindstorms). LEGO lleva casi 15 años con esta plataforma de experimentación robótica, combinando un bloque inteligente (que ahora tiene incluso Bluetooth y admite tarjetas de memoria), sensores y las famosas piezas y engranajes.

Por el momento estoy con el libro The LEGO MINDSTORMS EV3 Laboratory: Build, Program, and Experiment with Five Wicked Cool Robots! escrito por Daniele Benedettelli, un personaje muy conocido dentro del mundo de los robots de LEGO. El libro es bastante detallado, explica con minuciosidad y en general me está gustando mucho.

Como he decidido que a partir de ahora quiero aprender las cosas con un poco de cabeza y sin saltarme pasos, he montado el primer modelo del libro ROV3R, que es así como un base versatil:

A esa base se le pueden añadir distintos sensores y probar a programar distintos comportamientos. Si bien hay un entorno de programación visual bastante bonito que te permite programar el bloque inteligente (que lleva dentro una versión de Linux) desde el ordenador, el primer programa que se limita a comprobar si hay un obstáculo delante el libro te dice cómo programarlo directamente en el bloque.

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Spinoza: A Life, de Steven Nadler

Me disgustan las biografías que de inmediato pasan a los grandes logros del personajes, que en la página 30 tienen a la persona en cuestión ya escribiendo su gran novela o descubriendo la cura para aquella horrible enfermedad.

Me gusta una biografía como ésta, que se toma su tiempo. Llegas a la mitad y Spinoza todavía no ha puesto la pluma sobre el papel. En una serie de densas y apasionantes páginas, Spinoza: A Life se cuida de dibujar un mapa del mundo durante el siglo XVII y principios del XVIII, colocando a Spinoza en el mejor contexto posible para entender su persona, su obra y su impacto.

Steven Nadler sitúa a Spinoza en medio de un mundo complejo, rebosante de luchas religiosas, políticas y militares, y sobre todo dentro de una complicada sociedad judía que intentaba vivir en un Amsterdam que la aceptaba con los debidos reparos, tolerada pero no del todo aceptada. En cuanto aparece alguien que podría ser una influencia en la obra de Spinoza, se le dedican dos o tres páginas, para dejar claro el alcance y límites de esa posible influencia. Considerando que lo hace con los campos religiosos, políticos y filosóficos (aunque en esa época las distinciones no eran tan evidentes) lo asombroso es que el libro tenga poco más de 400 páginas.

En cuanto a Spinoza, el retrato es excelente. Me quedaron claros detalles de su vida que no tenía bien situados –su expulsión de la comunidad judía– así como el tipo de relaciones que mantenía. A medida que su obra se va escribiendo, también se van explicando los aspectos principales de su filosofía, lo que no será lo mismo que leer sus libros pero al menos va bastante más allá del resumen habitual: «panteísmo». Incluso le critica cuando toca, como cuando Spinoza declara que el cerebro de la mujer no está capacitado para la política, una idea que choca con sus propios fundamentos filosóficos. Incluso los más racionalistas pueden pecar de irracionales.

Pero si algo deja claro Steven Nadler es que Spinoza vivió en una época curiosa y especial, una especie de burbuja de cierta libertad y tolerancia que pronto desapareció, donde se realizaron los primeros grandes descubrimientos científicos y donde se iniciaron apasionantes reflexiones filosóficas. Al final de su vida, los grandes valores –que en sus escritos políticos él aspiraba a fortalecer y mejorar– de la república prácticamente se habían esfumado, pero lo que pensó y reflexionó ayudó a levantar la época que vendría a continuación.

Se puede decir que Spinoza: A Life describe por igual a la persona y a la época que le tocó vivir, porque es uno de esos casos en los que ambos aspectos están íntimamente relacionados.

Libros 2014

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Mitos sobre la música clásica contemporánea

Tom Service ofrece The five myths about contemporary classical music (también tiene una guía de música clásica contemporánea que es más que interesante) donde intenta responder a las razones más habituales que se ofrecen para no acercarse a este tipo de música. Entresaco de dos respuestas:

First, one of the signal, culture-changing achievements of contemporary music is that it opens your mind and ears to re-hear the world, to realise the beauty that’s around us in sounds we would otherwise call noises. That’s part of the genius of John Cage or Helmut Lachenmann, one way in which the world becomes a different place when you listen to their music. But there’s something else: the visceral impact of music such as Iannis Xenakis’s Jonchaies, Stockhausen’s Gruppen for three orchestral groups or Luciano Berio’s Coro is like nothing else music has done before. This music opens up huge reservoirs of feeling and physicality. Listen to any, and have your squeaky gates of perception opened up.

Y

So much of the great, radical music of the past 100 years bypasses the world of convention and intellect to go straight to the guts of sonic power, and to shake up your solar plexus. There’s a good argument that the less you know about Mozart or Schubert, the more directly you can understand the sounds composers create today.

Feliz exploración.

(¿Lo de música clásica contemporánea no suena raro? Es como si se estuviesen mezclando épocas diferentes. Hay quien prefiere “música culta”, pero no estoy seguro de eso sea mejor)

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Internet-centrismo y exclusión

Dice Evgeny Morozov en el segundo capítulo de su To Save Everything, Click Here: The Folly of Technological Solutionism sobre el uso retórico de “Internet”:

Today, ‘the Internet’ is regularly invoked to thwart critical thinking and exclude nongeeks from the discussion.

Y cuanta razón tiene. Desde muchos círculos tecnológicos la referencia a “Internet” es constante, como si internet fuese algo a preservar en sí mismo, un ente con derecho absoluto a su esencia. Vamos, como si “Internet” no fuese una herramienta creada por los seres humanos, y que será valiosa en la medida en que ayude a los seres humanos, pero al igual que cualquier otra herramienta debe ser evaluada por sus propios méritos. Por desgracia, como dice la cita, el uso es habitualmente el de impedir la discusión y excluir de cualquier posible debate.

Ese uso se aprecia sobre todo cuando sucede algo malo e inmediatamente se nos aclara que son las personas las que hacen cosas malas y que “Internet” no tiene ninguna culpa. Es un argumento muy similar al usado en Estados Unidos por los defensores de las armas de fuego. “Internet no mata, matan las personas”, digamos. Si se te ocurre defender cualquier otra opción, es probable que te caiga encima al acusación de “no entender cómo funciona internet”.

Ahora mismo, que en las redes sociales se discute sobre propiedad intelectual, es fácil ver ese uso retórico de la palabra “Internet”. Es como dice Morozov: se usa “Internet” como punto de partida, como un axioma inamovible, incuestionable, algo en lo que no te debes meter por no lo entiendes (y se sabe que no entiendes “Internet” porque estás dispuesto a ofrecer críticas o matizaciones).

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Un problema con Bitcoin

Roger Senserrich nos ofrece una muy recomendable entrada llamada “Del valor de una moneda y el problema con bitcoin” donde reflexiona sobre Bitcoin desde el punto de vista de lo que una moneda hace y para lo que sirve:

Mal que nos pese, pero una moneda necesita del respaldo de un estado. Sin un “comprador de último recurso” que puede hacer un instrumento de pago abstracto útil y líquido, una moneda puede ser útil un rato, pero no es realmente estable. El hecho que incluso las divisas estatales, respaldadas por el esfuerzo de millones de personas y el poder coercitivo de una burocracia para poder extraer recursos de ellas, puedan a veces implosionar espectacularmente debería ser una pista sobre lo complicado que es mantener este invento. Si queréis un bien fijo, limitado, respaldado por algo inamovible y sólido dejad las bitcoins y el oro, y comprad un solar en el centro de Madrid. Sólo tenemos un planeta, al fin y al cabo.

Sin embargo, si bien lo que cuenta es muy interesante y no dudo que tenga toda la razón, lo que dice está lejos de ser “el problema”. No dudo que sea un gran problema de Bitcoin, pero no sólo es posible pensar en otros problemas (problemas de impacto social o incluso discriminación social, sexual o racial), sino que es relativamente fácil encontrar una objeción al problema que señala.

Lo curioso es que la objeción ya está implícita en el propio texto, en comentarios como “una moneda necesita del respaldo de un estado” y otros referidos a estados y gobiernos. Porque puede ser cierto que si uno quiere una moneda con las características descritas tenga necesariamente que recurrir a un estado que la respalde. Pero, ¿qué sucede cuando el estado no es para ti un ente más o menos conveniente sino un primigenio de Lovecraft deseoso de surgir de las profundidades para coartar tu libertad, para esclavizarte e incluso destruirte? En ese caso, podrías pensar que mientras tu nueva moneda te libre del estado (aunque no sea cierto, basta con creerlo) cualquier efecto negativo te compensará. Es decir, valdrá la pena soportar todos los inconvenientes descritos en el post si con ello ganas la libertad a la que aspiras al inventar tu propia moneda (aunque, como he dicho, esa idea sea totalmente ilusoria).

Y eso es justo lo que parecen creer los más entusiastas seguidores de Bitcoin. Es más, no parece importarles demasiado la opinión de economistas y políticos precisamente porque la ven como parte del entramado contra el que luchan. Por esa razón digo que la objeción es una de las posibles, pero no la definitiva, porque acepta la necesidad última del estado para garantizar la viabilidad de la moneda. Justo la conclusión contraria al punto de partida de los defensores de Bitcoin.

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