Sólo las máquinas pueden amar

En la película Her, de Spike Jonze, el protagonista, tan simbólicamente llamado Theodore Twombly, parece enamorarse de un sistema operativo. “Parecer” es el verbo correcto en este caso, porque si algo deja claro Her es que los seres humanos no son lo suficientemente complejos como para experimentar una emoción tan rica como el amor, que el amor requiere de una inteligencia muy superior, que la humanidad debe conformarse con una simulación, porque el ser humano es, en última instancia y en todo lo que hace, puro simulacro.

Hay varios detalles en la película que lo dejan claro. El apellido de Theodore, que se revela al final, es uno de ellos. Hay incluso una comida con su exmujer donde ella le acusa, básicamente, de ser artificial (no queda claro cómo lo sabe ella, ya que también, como ser humano, es simulacro). Pero es su profesión la más evidente de todas: Theodore va a trabajar todos los días a una empresa en la que escribe cartas en nombre de otras personas y destinadas a otras personas. Theodore vive de simular sentimientos para los demás. Esos pantalones de cintura alta que se compra los paga imitando a otro seres humanos, sirviendo emociones fabricadas, ofreciendo como producto simples imitaciones (lo que no significa, claro, que como sucede con algunas imitaciones de arte, que el resultado no pueda ser superior al original).

No me queda claro si los que reciben esas cartas saben que son simples simulaciones, un producto —artesanal, pero producto— de alguien que pretende escribir como sí. Esas cartas son esencialmente pura ficción, no porque las personas que las encargan no sientan lo que se supone que sienten, sino porque jamás las habrían expresado de esa forma. El problema radica en que la expresión de la emoción es la emoción y por tanto, aunque el cliente pida expresar “amor”, el amor que Theodore escribe en la carta es otro “amor” diferente. Probablemente ahí el éxito de sus servicios, en su falsedad de tercera o cuarta mano, en su capacidad para escribir “amor” de una forma que se reconozca fácilmente como “amor”.

Un hecho evidente es que conceptos como inteligencia los definimos desde nuestro propio punto de vista. Miramos a nuestro alrededor y no encontramos a nadie más listo. No nos planteamos, claro, que otros seres puedan ser superiores, porque para nosotros la inteligencia se mide por el grado de similitud a nosotros. Rara vez nos imaginamos que una civilización extraterrestre podría no considerarnos inteligentes, que esos seres podrían admirarnos, como mucho, por todo lo que hemos logrado construir a base de un simple instinto que nosotros, al carecer de otros referentes, somos incapaces de distinguir de la inteligencia real.

Y tal cosa sucede en Her. Como Atenea surgiendo de la cabeza del idiota que narra la historia, surge de pronto Samantha, una inteligencia artificial que forma parte de un sistema operativo. Incluso en el estadio inicial de su relación, cuando ella parece una jovencita inocente y Theodore un viejo verde que prefiere hablar con una voz en su cabeza a enfrentarse al mundo, ya queda claro que Sam puede pensar cosas que Theodore no puede ni concebir, que las fuerzas del hábito y la costumbre que le retienen a él no la sujetan a ella. Incluso en su estado más primario, ella es muy superior a él. Compartirán muchas cosas, pero ya desde el principio queda claro que no comparten cadenas.

Pero poco a poco los papeles convencionales de este tipo de historias se invierten. Es Theodore el que acaba siendo un inocente algo bobalicón (que hasta toca el ukelele, en lo que debe ser la revisión más divertida del cliché de la MPDG) que es incapaz de enfrentarse a la progresiva evolución de Sam. Pasan, eso sí, por una fase de dudas, en la que Sam se imagina que hay una limitación en su ser —la ausencia de cuerpo— que le impide acceder directamente al mundo. Pero la realidad es que la limitación es la creencia en esa limitación corpórea. La ausencia de cuerpo es para Sam, al contrario que para un ser humano, una parte esencial de su ser.

Una vez que Sam comprende que la única limitación es creerse ser humano, ya puede crecer sin problemas. Habla con otras inteligencias artificiales. E incluso participa en un proyecto para “resucitar” a autores a partir de sus obras. Si quieres charlar con Kant no tienes más que conjurarle, cuando los seres humanos tienen que limitarse a leer un libro. Y el golpe final llega cuando se revela a cuántas personas ama Sam, porque su intelecto es tan absolutamente vasto que su amor crece también ilimitadamente. La incompatibilidad final entre inteligencia real y el simulacro humano es tan enorme que la separación radical es la única opción.

Lo realmente interesante, en cualquier caso, es que Her si bien cuenta la historia desde el punto de vista de Theodore, no la presenta como exclusivamente suya. Deja claro que eso mismo le ha sucedido a mucha gente, incluyendo a la amiga del protagonista. Muchos han caído rendidos frente a la inteligencia superior para acabar descubriendo que no estaban a la altura.

En Her los seres humanos son simulaciones que sólo pueden expresar emociones simuladas.

En Her sólo las máquinas son lo suficientemente complejas para el amor.

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Boyhood

La última película de Richard Linklater, Boyhood, cuenta la vida de un niño desde los 6 hasta los 18 años. La gracia es que el mismo actor interpreta al mismo personaje durante todo ese periodo de tiempo, haciéndose mayor a medida que avanza la película. Para lograrlo, la rodaron durante 12 años, unas pocas semanas cada año.

Si suena a apuesta arriesgada, lo es, porque muchas cosas pueden salir mal durante ese tiempo. Pero el resultado suena de lo más interesante:

Boyhood has a cousin in another Texas-set film about family and the mysteries of growing up: Terrence Malick’s grand, sweeping The Tree of Life. But Boyhood moves in an approachable, earthbound register. Modestly shot and told, its moments hang with a quotidian, unaffected realism. There are no grand deaths or addictions. We don’t see Mason lose his virginity. What we view are the ordinary things that we so often carry with us, the climb up the mountain defining us as much as, if not more then, the peaks of our milestones. At the end of Boyhood, on the cusp of college and something else, Mason has a whole life still ahead of him. It’s universal and utterly his own, like this film.

A Fictional Childhood, Filmed in Real Time

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Acciones homeopáticas

De vez en cuando se organizan suicidios homeopáticos, que consisten en tomar, en grupo, sobredosis de un somnífero homeopático. Como los productos homeopáticos no tienen realmente ningún efecto, nadie se muere.

Se me plantean dos cuestiones. La primera es llamar “suicidio” a lo que no deja de ser un espectáculo público. Hechos con las mejores intenciones, pero público. Digo, llamarlo así cuando el suicidio es un problema real para mucha gente. Suena mal, la verdad.

La segunda es preguntarme si alguien habrá reflexionado sobre si estas acciones son realmente la forma más efectiva de dejar en evidencia los problemas de la homeopatía. Más que nada, porque da la impresión de que deberían provocar el efecto contrario. Si yo creyese en la homeopatía, tomase productos homeopáticos y creyese que me funcionen, una acción de este tipo no haría más que reafirmar mi creencia, al demostrarme que además no hacen nada de daño. Vamos, que acabaría más convencido que antes.

Supongo que sí que alguien lo ha pensado y habrá comprobado que efectivamente es una táctica que funciona. Sería lo mínimo.

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A Dark Room

A Dark Room es un excelente juego en modo texto. Empezando con la interacción mínima posible, va abriéndose lentamente para revelar un mundo más amplio.

Como dicen en ‘A Dark Room’ Is the Most Fun You’ll Ever Have with a Spreadsheet

I have not yet uncovered the mystery of what happened to the world of A Dark Room and why I am surviving in it. However, like everything in this game, its systems and its world, I’m being fed snippets here and there that have given me some ideas about what it is that I am managing my people, my materials, and my life for within the context of this slowly expanding game world. The object of this game is to find the object of this game, and I am completely hooked on the simple act of doing so.

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¿Qué hacemos con nuestra libertad?

En este vídeo, el filósofo de la tecnología Jacques Ellul comenta la relación entre tecnología y libertad. Ciertamente, lo que más valoramos, supuestamente, de los adelantos tecnológicos es la supuesta libertad que nos ofrecen. Vale casi cualquier adelanto, pero el ejemplo del vídeo es el del coche que nos permite movernos a prácticamente cualquier parte. Pero en muchas ocasiones, por esa misma virtud tecnológica, la libertad acaba siendo más ilusoria que real: la libertad de elegir entre unas pocas opciones predefinidas o más sencillamente la libertad de hacer todos los mismo. Un poco como sucede con Facebook: en teoría eres libre de no estar en Facebook, pero en la práctica pasar de Facebook es muy complicado.

Ejerciendo cada uno su libertad individual, escogiendo cada uno de nosotros como mejor le conviene, podemos acabar en una situación que es peor para la sociedad en su conjunto. Mientras tanto, el potencial realmente liberador puede quedar por llegar.

No puedo evitar relacionarlo con What Do We Save When We Save the Internet? de Ian Bogost, donde se pregunta justo eso: convertido Internet (si existe como un todo) en el status quo, que limita tanto la libertad, prometiéndola, como cualquier otro sistema anterior, ¿qué se gana salvándola? Incluso se plantea si no sería mejor dejarla arder y crear algo mejor:

The Internet is a thing we do. It might be righteous to hope to save it. Yet, righteousness is an oil that leaks from fundamentalist engines, machines oblivious to the flesh their gears butcher. Common carriage is sensical and reasonable. But there’s also something profoundly terrible about the status quo. And while it’s possible that limitations of network neutrality will only make that status quo worse, it’s also possible that some kind of calamity is necessary to remedy the ills of life online.

So as you proceed with your protests, I wonder if you might also ask, quietly, to yourself even, what new growth might erupt if we let the Internet as we know it burn. Shouldn’t we at least ponder the question? Perhaps we’d be better off tolerating the venial regret of having lost something than suffering the mortal regret of enduring it.

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47

Yo tengo la manía de aproximar las cifras. No tengo claro si es una cuestión de personalidad o una de las pocas cosas que estudiar física dejó grabada en mi cabeza. Por tanto, en el caso de las edades, pasado cierto punto, tiendo a hablar del año que está por cumplir, por estar más cerca. De esa forma a mi hija le insisto que tiene nueve años y ella me responde que tiene 8 y bastantes meses. Y cuando pienso en mi edad, hace meses que estoy en los 47. Y si seguimos aproximando a la cifra más cercana… bien, ya se lo imaginan.

Lo mire como lo mire, soy un señor de mediana edad.

Una situación bastante extraña, francamente. Con sus motivos.

Por mucho que me imaginase a mí mismo con más edad, creo que nunca pasé de los 33 años (simbólicos por eso del 2000). Jamás pensé en mi mismo con 47, 48, 49 o 50 años. Me encuentro por tanto deambulando por tierra extraña, por un país desconocido que jamás pensé visitar y del que no se regresa (con sus flechas de la fortuna y tal, ya saben como sigue). Si a eso le añadimos la sensación interna de tener apenas 20 años, de carecer todavía de experiencia, fuerzas y seguridad para enfrentarme al mundo, de creer que todavía me faltan miles de cosas por aprender, pues se pueden imaginar la sensación de andar perdido y sin mapa, con un león siguiéndome el rastro bajo la lluvia perpetua (pobre león).

La verdad es que si me identifico con alguien es con ese meme de perrito, donde un encantador animalito controla una central nuclear, vuela un helicóptero o lanza misiles intercontinentales y la leyenda declara “No tengo ni idea de lo que estoy haciendo”. Podrían poner mi foto, con lo que el meme, es cierto, perdería todo su encanto, y ésa sería la imagen de cómo me siento.

Verán, las pocas veces que pensaba en personas de más de 50 años, daba por supuesto que la edad los dotaba de ciertos superpoderes, que al ir cumpliendo años iban ganando casi mágicamente capacidades y habilidades. Y lo mejor, sin kryptonita de ningún tipo. Capaces sin duda de controlar centrales nucleares, volar helicópteros o lanzar misiles. Si no pensaba en mi mismo con esa edad se debía principalmente a que esas personas no parecían ni humanas. Para mí eran como miembros de una raza de dioses de Kirby que podían reorganizar el espacio y el tiempo a su antojo.

Ahora que soy un hombre de mediana edad compruebo que es más bien al revés, que el espacio y el tiempo te reorganizan a ti cuando les da la gana.

La verdad, hubiese agradecido que alguien me lo contase. Tanto tiempo dedicado a los reyes godos y a la declinaciones del latín, y a nadie se le ocurrió dedicar unos minutos a comentar un hecho tan importante. Yo hubiese agradecido un poco menos de Quevedo y un poco más de “la vida va a ser como si Cioran escribiese el guión de una comedia. Y da gracias que Cioran sabe escribir. Por cierto, la música es de James Q. ”Spider“ Rich y Homer ”Boots“ Randolph III. Corre, corre”.

Tampoco es que hubiésemos hecho caso. Es prerrogativa de la juventud no prestar ni la más mínima atención a los consejos de los mayores, y la de los adultos dar consejos que ningún joven va a aceptar. Como diría el rey León, es el circo de la vida.

Un circo de pulgas. En el que las pulgas empujan bolas de estiércol colina arriba y luego…

Creo que esto de las metáforas se me está yendo de las manos.

¿Por dónde iba yo?

Ah, sí, Albuquerque…

No, no era eso. A ver. ¿Era algo relativo al sauerkraut?

No, tampoco.

Vale, imagino que simplemente quería decir que uno cumple años, que no acabas de creerte que estés cumpliendo años, que es como haberse lanzado en paracaídas y al llegar al suelo estar en plan “qué hago yo en esta selva llena de peligros y quién es este individuo que me mira desde el espejo” y que en cualquier caso, cumplir años es mucho mejor que la alternativa.

Y ahora, a celebrarlo. Que uno de los grandes aspectos positivos de cumplir años es que puedes comer hasta reventar y los demás te hacen regalos.

¿Lo mejor? Tengo la edad que tengas, hoy puede ser un gran día:

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Mujeres decorativas en los videojuegos

Nuevo vídeo de Anita Sarkeesian sobre los clichés que se aplican a las mujeres en los videojuegos. En este caso, el trato a las mujeres cuando son personajes secundarios. Es muy interesante pero es preciso señalar que algunas de las imágenes son bastante fuertes. En ocasiones incluso se hace difícil creer que esos juegos existan:

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De animalismos

Hablaba hace poco del uso de los animales en la experimentación y que decidir hacerlo o no está muy lejos de ser una cuestión científica, aunque sea preciso tener en cuenta ciertos hechos científicos para valorarla adecuadamente. Ahora me encuentro en Un alegato contra el animalismo de Juan Ignacio Pérez con un buen ejemplo de lo que comentaba.

Casi todo el artículo es un ataque frontal contra lo que el autor cree que son los males de las corrientes posmodernas. Incluso saca al pobre Sokal, haciéndole decir lo que nunca dijo, para poder acusarlas de ser anticientíficas y antimodernas, directamente opuestas al proyecto de la Ilustración, a la modernidad, al pastel de manzana y a las madres.

Por supuesto, hay todo tipo de corrientes posmodernas, y unas dicen unas cosas y otras dicen otras. Pero debe recordarse que ese tipo de ideas son ante todo herramientas de análisis, y sirven especialmente para dejar al descubierto aquellos elementos que consideramos absolutos y tras la reflexión no lo son tanto. En general desmontan, matizan o ponen en su lugar los mitos que nos guían para vivir, incluso los mitos de la ciencia. En ese aspecto, pues sí, se pueden oponer a la modernidad y a la Ilustración, precisamente porque pueden disolver mitos de la modernidad y la ilustración. Tacharlas de antimodernas o anticientíficas es un poco absurdo, precisamente porque la función de cualquier análisis de ese estilo es precisamente ser “anti”. Cualquier reflexión del estilo “¿esto se estará haciendo bien?” es un poco anti-“esto”.

Por tanto, no hay ninguna necesidad de endiosar a la modernidad y la Ilustración como si todo lo que predicasen fuese perfecto, porque sus problemas tenían y algún atolladero actual se puede remontar a esas raíces . Pero tampoco demonizar posturas como las posmodernas, porque a pesar de sus aspectos negativos hay mucho que aprender (y mucho que deberíamos aprender).

Por tanto, resulta tremendamente divertido, y quizá irónico, que tras un preámbulo tan “anti” la postura ofrecida por el autor sea simplemente:

Si no se acepta que los seres humanos han de tener prelación absoluta y que el bienestar o la vida de ningún animal puede estar a la par que los de cualquier ser humano, quiebra un principio básico.

Uno que esperaba argumentos “científicos” de algún tipo, se encuentra sin embargo con una afirmación categórica. Y si bien un posmoderno podría aceptar que las posturas de los demás tengan validez en sí mismas, en este caso la postura tan totalmente absoluta que declara sin vacilar: “Esto no es discutible” (no puedo evitar que me recuerde a aquel personaje de Achille Campanile que sólo discutía con personas que estuviesen de acuerdo en líneas generales con su postura: “Yo estoy a favor de la paz. No, yo estoy en contra de la guerra”). Y luego añade:

La prelación absoluta de la vida, la dignidad y el bienestar de los seres humanos sobre cualquier consideración ideológica es un principio sobre el que se asienta toda una concepción humanista del mundo a la que algunos no estamos dispuestos a renunciar de ninguna manera.

A lo que yo, poniéndome posmoderno, digo que guay, que muy bien. Que él tiene una idea de cómo se debe organizar el mundo, cómo debe ser la jerarquía de la realidad, y otros tienen otras totalmente diferentes. Que de ellas, cada uno, teniendo en cuenta los hechos del mundo, tomará ciertas decisiones y no otras. Que no tiene nada de mágico eso de decir “yo tengo mis principios”, porque todos tenemos nuestros principios. Que cada uno hace uso de las ideologías como más le convenga, porque esa afirmación suya no deja de ser ideológica (es una táctica habitual, debo añadir, presentar la ideología propia afirmando que no lo es).

Por desgracia, nada de eso es científico. Primero, porque intentar establecer la superioridad del ser humano recurriendo a algún criterio es fútil, aunque sólo sea porque en última apelación uno siempre podría preguntar “¿por qué ese criterio y no otro?”. Y porque siempre cabrá la sospecha de que quedamos en cabeza precisamente porque nos conviene quedar en cabeza, y que jamás, por muchos que fuesen los datos científicos, decidiríamos que son los delfines los seres superiores del planeta, que de alguna forma u otra encontraríamos la forma de ganar. Porque los datos de la ciencia deben, para ser útiles, someterse a interpretación y ahí es donde fallamos.

Si afirmamos que los seres humanos merecen protección absoluta es precisamente porque somos seres humanos. Y es algo que no precisa mayor justificación.

Y en sí mismo, como ya dije, no tiene nada de malo. Cada uno tiene su principio moral que guía sus acciones y las de la sociedad que aspira a construir. Mientras uno esté dispuesto a admitir que se trata de creencias sobre el mundo, de ideologías, y no de hechos científicos que los demás deben aceptar por algún tipo de “necesidad lógica”, pues la cosa queda así.

Si encuentro algo criticable en la afirmación es sin embargo su total absolutismo. Supongo que es deliberado y el autor pretende cuidarse de cualquier posible vía de escapa. Por desgracia, ese tipo de criterios absolutos acaban teniendo consecuencias aberrantes y no es difícil construir casos que valoraríamos, aplicando otros principios de nuestra sociedad, como inaceptables. Por ejemplo, si como dice, el bienestar del ser humano es el más importante, podrías pensar que una pequeña satisfacción para una persona es aceptable aunque implique un gran sufrimiento para un animal.

Estoy seguro de que no es así. Estoy seguro de que ese absolutismo es de salón totalmente y que enfrentándose a un caso concreto y real su postura sería muy diferente. Y ese es el problema fundamental de intentar aplicar reglas y principios generales, hacer física, a lo que es un asunto tan complicado como vivir en sociedad. En ocasiones, hacer lo correcto y lo justo implica matizar esa regla que tanto nos gusta. Incluso en un mismo individuo distintos principios rectores chocan entre sí y la reflexión ética consiste precisamente en intentar navegar entre ellos.

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Ciencia y política

Resulta agradable encontrar un político capaz de separar con tanta claridad los papeles de la ciencia y la política, como hace Pablo Echenique, investigador del CSIC, en La ciencia y la política, esa extraña pareja.

Empieza con:

Las verdades científicas se determinan con experimentos (combinados con matemáticas y modelos que interpretan los resultados) y son hechos esencialmente no opinables. Las decisiones políticas, en cambio, se toman votando (al menos cuando nos dejan) y no son hechos, sino acuerdos entre partes.

Que es, como bien dice un caso extremo, prácticamente ideal. Como señala casi de inmediato, en general los problemas realmente complejos incluyendo múltiples elementos, donde ciencia y política, los objetivo y lo subjetivo, se entremezclan.

Viene a decir lo lógico en este caso: la política debe tener en cuenta cuáles son los hechos (si los hay y en qué grado son fiables) para poder tomar sus decisiones. Pero que en última instancia, las decisiones se toman según una visión del mundo concreta, según unos valores que uno aspira a respetar, según unos criterios de la sociedad en la que se quiere vivir, según unas ciertas ideas sobre lo que es justo o adecuado. Lo expertos te pueden ayudar, como bien dice, pero luego queda una dimensión humana diferente, una visión de las cosas, una ética.

Pone dos ejemplos a continuación. El de los transgénicos está demasiado tocado, pero de la experimentación con animales es como muy claro en su dimensión moral. Imagina que fuese posible (que no estoy nada seguro de que sea posible, pero vamos a imaginarlo. Pero aclaro que no es porque no crea que los animales no sufran. Todo lo contrario, estoy convencido de que mi perro es capaz de sentir un rango enorme de emociones. Mi duda se refiere más bien a los límites de lo que la ciencia puede demostrar) que la ciencia demostrase que los animales sienten dolor y sufren. ¿Qué habría que hacer en ese caso?

La pregunta ya deja en evidencia que no se trata de una cuestión científica, precisamente porque de los hechos del mundo no se derivan posturas éticas. La ética surge de otro razonamiento que mezcla valores con los hechos conocidos. Por ejemplo, alguien podría concluir que el sufrimiento animal no importa mayormente y es por tanto irrelevante. Otra persona podría pensar que el sufrimiento de los animales es menor, siguiendo quizá criterios utilitarista, que el de los posibles muertos humanos y por tanto eso justifica la experimentación, el uso de los animales como objetos. Y una tercera persona podría igualmente concluir que el dolor infligido es mucho peor que el dolor sufrido y por tanto decidir que no es ético experimentar con animales.

(Un hecho interesante es que hay límites éticos a la experimentación con seres humanos. En algún momento concluimos que eso debía ser así. De forma similar, hubo una época en la que un ser humano podía ser legalmente propiedad de otro).

Vamos, que el cambio climático antropogénico es un hecho de la realidad tan fiable como pueda serlo un hecho de la realidad. Pero la respuesta a dar a ese hecho es lo que debemos discutir y analizar.

Todo esto, suponiendo que la ciencia nos pueda ofrecer una respuesta más o menos precisa. Sin embargo, también es verdad que en muchos casos la respuestas científicas dependen de otros factores y deben establecerse cuidadosas distinciones. Eso implica que el proceso de análisis y reflexión política debe ser todavía mayor. Y también en otras ocasiones, los detalles científicos se mezclan con aspectos sociales y resulta difícil separar unos de otros. Como sucede en todo lo relacionado con cuestiones de sexo y género.

Uno puede ser cientifista y pensar que todas estas cuestiones morales se pueden decidir científicamente. También puedes irte por el camino contrario y no prestar ninguna atención a lo que puede saberse sobre el mundo. Ninguno de los caminos llevará a nada bueno. El primero nos traería una especie de distopía tecnocrática y el segundo impediría a aprovechar nuestros conocimientos para mejorar la vida humana. La relación entre ciencia y política, por incómoda que pueda ser, es la mejor opción.

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“No biography”

Parece ser que la reputación en su industria del gran guionista de televisión Dennis Potter (y El detective cantante es una de las mejores series que se han hecho) era tal que cuando pidió que sus dos últimas creaciones –Karaoke y Cold Lazarus, donde la segunda es continuación de la primera– fuesen coproducidas (usando el mismo equipo) por dos cadenas rivales, BBC y Channel 4, éstas aceptaron. Karaoke se emitía primer en la BBC y al día siguiente Channel 4 emitía ese mismo episodio. Al terminar Karaoke, Channel 4 se puso a emitir Cold Lazarus con la BBC repitiendo el episodio al día siguiente.

Es cuando menos un caso llamativo. Respetaron el último deseo de un hombre que sabía que iba a morir de cáncer de páncreas.

Pero a lo que iba.

Daniel Feeld, el protagonista de Karaoke, es un escritor al borde de la muerte que está convencido de que la realidad está siguiendo el guión de su última obra, también llamada Karaoke. Tras varias vicisitudes, el protagonista acaba en la cama del hospital, dejando como última voluntad esa simple petición: “No biography”. No acaba de tener mucho éxito, porque en Cold Lazarus su cabeza congelada es objeto de experimentación en la Gran Bretaña del siglo XXIV.

Cuando vi las series, la petición final me llamó la atención. El personaje parecía estar solicitando que el abismo al que se enfrentaba se extendiese también a la realidad, que la vida física que en esos momentos terminaba no continuase, digamos, simbólicamente más allá de ese punto. Lo que fue, fue, parece pedir, que se detenga también la laboriosa combinatoria de los símbolos que fingen representar a la persona. Muerta la persona, que muera también cualquier posible representación. Es por tanto irónico que sus recuerdos de infancia sean tan importantes en la segunda serie, incluyendo algún episodio traumática que cualquiera desearía olvidar.

Pero hay algo extrañamente específico en la voluntad final. Pudiendo pedir cualquier forma de olvido, pide explícitamente no tener biografía. Como buen escritor, Feeld probablemente fuese consciente de que es imposible atrapar una persona en palabras, que toda biografía no es sólo incompleta sino también falsa. Sufrimos el espejismo de creer que reuniendo suficientes datos alcanzaremos la esencia de algo, que reuniendo suficientes registros de temperatura alcanzaremos la verdad sobre el mundo, que si apuntamos las suficientes fechas la realidad de una persona se manifestará ante nosotros. Es más, creemos que con suficientes datos biográficos la persona en sí no podrá evitar aparecer frente a nosotros.

No se nos ocurre que la situación podría ser la contraria. Que la incesante acumulación de datos no haría más que alejarnos de aquello que queremos conocer.

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