47

Yo tengo la manía de aproximar las cifras. No tengo claro si es una cuestión de personalidad o una de las pocas cosas que estudiar física dejó grabada en mi cabeza. Por tanto, en el caso de las edades, pasado cierto punto, tiendo a hablar del año que está por cumplir, por estar más cerca. De esa forma a mi hija le insisto que tiene nueve años y ella me responde que tiene 8 y bastantes meses. Y cuando pienso en mi edad, hace meses que estoy en los 47. Y si seguimos aproximando a la cifra más cercana… bien, ya se lo imaginan.

Lo mire como lo mire, soy un señor de mediana edad.

Una situación bastante extraña, francamente. Con sus motivos.

Por mucho que me imaginase a mí mismo con más edad, creo que nunca pasé de los 33 años (simbólicos por eso del 2000). Jamás pensé en mi mismo con 47, 48, 49 o 50 años. Me encuentro por tanto deambulando por tierra extraña, por un país desconocido que jamás pensé visitar y del que no se regresa (con sus flechas de la fortuna y tal, ya saben como sigue). Si a eso le añadimos la sensación interna de tener apenas 20 años, de carecer todavía de experiencia, fuerzas y seguridad para enfrentarme al mundo, de creer que todavía me faltan miles de cosas por aprender, pues se pueden imaginar la sensación de andar perdido y sin mapa, con un león siguiéndome el rastro bajo la lluvia perpetua (pobre león).

La verdad es que si me identifico con alguien es con ese meme de perrito, donde un encantador animalito controla una central nuclear, vuela un helicóptero o lanza misiles intercontinentales y la leyenda declara “No tengo ni idea de lo que estoy haciendo”. Podrían poner mi foto, con lo que el meme, es cierto, perdería todo su encanto, y ésa sería la imagen de cómo me siento.

Verán, las pocas veces que pensaba en personas de más de 50 años, daba por supuesto que la edad los dotaba de ciertos superpoderes, que al ir cumpliendo años iban ganando casi mágicamente capacidades y habilidades. Y lo mejor, sin kryptonita de ningún tipo. Capaces sin duda de controlar centrales nucleares, volar helicópteros o lanzar misiles. Si no pensaba en mi mismo con esa edad se debía principalmente a que esas personas no parecían ni humanas. Para mí eran como miembros de una raza de dioses de Kirby que podían reorganizar el espacio y el tiempo a su antojo.

Ahora que soy un hombre de mediana edad compruebo que es más bien al revés, que el espacio y el tiempo te reorganizan a ti cuando les da la gana.

La verdad, hubiese agradecido que alguien me lo contase. Tanto tiempo dedicado a los reyes godos y a la declinaciones del latín, y a nadie se le ocurrió dedicar unos minutos a comentar un hecho tan importante. Yo hubiese agradecido un poco menos de Quevedo y un poco más de “la vida va a ser como si Cioran escribiese el guión de una comedia. Y da gracias que Cioran sabe escribir. Por cierto, la música es de James Q. ”Spider“ Rich y Homer ”Boots“ Randolph III. Corre, corre”.

Tampoco es que hubiésemos hecho caso. Es prerrogativa de la juventud no prestar ni la más mínima atención a los consejos de los mayores, y la de los adultos dar consejos que ningún joven va a aceptar. Como diría el rey León, es el circo de la vida.

Un circo de pulgas. En el que las pulgas empujan bolas de estiércol colina arriba y luego…

Creo que esto de las metáforas se me está yendo de las manos.

¿Por dónde iba yo?

Ah, sí, Albuquerque…

No, no era eso. A ver. ¿Era algo relativo al sauerkraut?

No, tampoco.

Vale, imagino que simplemente quería decir que uno cumple años, que no acabas de creerte que estés cumpliendo años, que es como haberse lanzado en paracaídas y al llegar al suelo estar en plan “qué hago yo en esta selva llena de peligros y quién es este individuo que me mira desde el espejo” y que en cualquier caso, cumplir años es mucho mejor que la alternativa.

Y ahora, a celebrarlo. Que uno de los grandes aspectos positivos de cumplir años es que puedes comer hasta reventar y los demás te hacen regalos.

¿Lo mejor? Tengo la edad que tengas, hoy puede ser un gran día:

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Mujeres decorativas en los videojuegos

Nuevo vídeo de Anita Sarkeesian sobre los clichés que se aplican a las mujeres en los videojuegos. En este caso, el trato a las mujeres cuando son personajes secundarios. Es muy interesante pero es preciso señalar que algunas de las imágenes son bastante fuertes. En ocasiones incluso se hace difícil creer que esos juegos existan:

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De animalismos

Hablaba hace poco del uso de los animales en la experimentación y que decidir hacerlo o no está muy lejos de ser una cuestión científica, aunque sea preciso tener en cuenta ciertos hechos científicos para valorarla adecuadamente. Ahora me encuentro en Un alegato contra el animalismo de Juan Ignacio Pérez con un buen ejemplo de lo que comentaba.

Casi todo el artículo es un ataque frontal contra lo que el autor cree que son los males de las corrientes posmodernas. Incluso saca al pobre Sokal, haciéndole decir lo que nunca dijo, para poder acusarlas de ser anticientíficas y antimodernas, directamente opuestas al proyecto de la Ilustración, a la modernidad, al pastel de manzana y a las madres.

Por supuesto, hay todo tipo de corrientes posmodernas, y unas dicen unas cosas y otras dicen otras. Pero debe recordarse que ese tipo de ideas son ante todo herramientas de análisis, y sirven especialmente para dejar al descubierto aquellos elementos que consideramos absolutos y tras la reflexión no lo son tanto. En general desmontan, matizan o ponen en su lugar los mitos que nos guían para vivir, incluso los mitos de la ciencia. En ese aspecto, pues sí, se pueden oponer a la modernidad y a la Ilustración, precisamente porque pueden disolver mitos de la modernidad y la ilustración. Tacharlas de antimodernas o anticientíficas es un poco absurdo, precisamente porque la función de cualquier análisis de ese estilo es precisamente ser “anti”. Cualquier reflexión del estilo “¿esto se estará haciendo bien?” es un poco anti-“esto”.

Por tanto, no hay ninguna necesidad de endiosar a la modernidad y la Ilustración como si todo lo que predicasen fuese perfecto, porque sus problemas tenían y algún atolladero actual se puede remontar a esas raíces . Pero tampoco demonizar posturas como las posmodernas, porque a pesar de sus aspectos negativos hay mucho que aprender (y mucho que deberíamos aprender).

Por tanto, resulta tremendamente divertido, y quizá irónico, que tras un preámbulo tan “anti” la postura ofrecida por el autor sea simplemente:

Si no se acepta que los seres humanos han de tener prelación absoluta y que el bienestar o la vida de ningún animal puede estar a la par que los de cualquier ser humano, quiebra un principio básico.

Uno que esperaba argumentos “científicos” de algún tipo, se encuentra sin embargo con una afirmación categórica. Y si bien un posmoderno podría aceptar que las posturas de los demás tengan validez en sí mismas, en este caso la postura tan totalmente absoluta que declara sin vacilar: “Esto no es discutible” (no puedo evitar que me recuerde a aquel personaje de Achille Campanile que sólo discutía con personas que estuviesen de acuerdo en líneas generales con su postura: “Yo estoy a favor de la paz. No, yo estoy en contra de la guerra”). Y luego añade:

La prelación absoluta de la vida, la dignidad y el bienestar de los seres humanos sobre cualquier consideración ideológica es un principio sobre el que se asienta toda una concepción humanista del mundo a la que algunos no estamos dispuestos a renunciar de ninguna manera.

A lo que yo, poniéndome posmoderno, digo que guay, que muy bien. Que él tiene una idea de cómo se debe organizar el mundo, cómo debe ser la jerarquía de la realidad, y otros tienen otras totalmente diferentes. Que de ellas, cada uno, teniendo en cuenta los hechos del mundo, tomará ciertas decisiones y no otras. Que no tiene nada de mágico eso de decir “yo tengo mis principios”, porque todos tenemos nuestros principios. Que cada uno hace uso de las ideologías como más le convenga, porque esa afirmación suya no deja de ser ideológica (es una táctica habitual, debo añadir, presentar la ideología propia afirmando que no lo es).

Por desgracia, nada de eso es científico. Primero, porque intentar establecer la superioridad del ser humano recurriendo a algún criterio es fútil, aunque sólo sea porque en última apelación uno siempre podría preguntar “¿por qué ese criterio y no otro?”. Y porque siempre cabrá la sospecha de que quedamos en cabeza precisamente porque nos conviene quedar en cabeza, y que jamás, por muchos que fuesen los datos científicos, decidiríamos que son los delfines los seres superiores del planeta, que de alguna forma u otra encontraríamos la forma de ganar. Porque los datos de la ciencia deben, para ser útiles, someterse a interpretación y ahí es donde fallamos.

Si afirmamos que los seres humanos merecen protección absoluta es precisamente porque somos seres humanos. Y es algo que no precisa mayor justificación.

Y en sí mismo, como ya dije, no tiene nada de malo. Cada uno tiene su principio moral que guía sus acciones y las de la sociedad que aspira a construir. Mientras uno esté dispuesto a admitir que se trata de creencias sobre el mundo, de ideologías, y no de hechos científicos que los demás deben aceptar por algún tipo de “necesidad lógica”, pues la cosa queda así.

Si encuentro algo criticable en la afirmación es sin embargo su total absolutismo. Supongo que es deliberado y el autor pretende cuidarse de cualquier posible vía de escapa. Por desgracia, ese tipo de criterios absolutos acaban teniendo consecuencias aberrantes y no es difícil construir casos que valoraríamos, aplicando otros principios de nuestra sociedad, como inaceptables. Por ejemplo, si como dice, el bienestar del ser humano es el más importante, podrías pensar que una pequeña satisfacción para una persona es aceptable aunque implique un gran sufrimiento para un animal.

Estoy seguro de que no es así. Estoy seguro de que ese absolutismo es de salón totalmente y que enfrentándose a un caso concreto y real su postura sería muy diferente. Y ese es el problema fundamental de intentar aplicar reglas y principios generales, hacer física, a lo que es un asunto tan complicado como vivir en sociedad. En ocasiones, hacer lo correcto y lo justo implica matizar esa regla que tanto nos gusta. Incluso en un mismo individuo distintos principios rectores chocan entre sí y la reflexión ética consiste precisamente en intentar navegar entre ellos.

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Ciencia y política

Resulta agradable encontrar un político capaz de separar con tanta claridad los papeles de la ciencia y la política, como hace Pablo Echenique, investigador del CSIC, en La ciencia y la política, esa extraña pareja.

Empieza con:

Las verdades científicas se determinan con experimentos (combinados con matemáticas y modelos que interpretan los resultados) y son hechos esencialmente no opinables. Las decisiones políticas, en cambio, se toman votando (al menos cuando nos dejan) y no son hechos, sino acuerdos entre partes.

Que es, como bien dice un caso extremo, prácticamente ideal. Como señala casi de inmediato, en general los problemas realmente complejos incluyendo múltiples elementos, donde ciencia y política, los objetivo y lo subjetivo, se entremezclan.

Viene a decir lo lógico en este caso: la política debe tener en cuenta cuáles son los hechos (si los hay y en qué grado son fiables) para poder tomar sus decisiones. Pero que en última instancia, las decisiones se toman según una visión del mundo concreta, según unos valores que uno aspira a respetar, según unos criterios de la sociedad en la que se quiere vivir, según unas ciertas ideas sobre lo que es justo o adecuado. Lo expertos te pueden ayudar, como bien dice, pero luego queda una dimensión humana diferente, una visión de las cosas, una ética.

Pone dos ejemplos a continuación. El de los transgénicos está demasiado tocado, pero de la experimentación con animales es como muy claro en su dimensión moral. Imagina que fuese posible (que no estoy nada seguro de que sea posible, pero vamos a imaginarlo. Pero aclaro que no es porque no crea que los animales no sufran. Todo lo contrario, estoy convencido de que mi perro es capaz de sentir un rango enorme de emociones. Mi duda se refiere más bien a los límites de lo que la ciencia puede demostrar) que la ciencia demostrase que los animales sienten dolor y sufren. ¿Qué habría que hacer en ese caso?

La pregunta ya deja en evidencia que no se trata de una cuestión científica, precisamente porque de los hechos del mundo no se derivan posturas éticas. La ética surge de otro razonamiento que mezcla valores con los hechos conocidos. Por ejemplo, alguien podría concluir que el sufrimiento animal no importa mayormente y es por tanto irrelevante. Otra persona podría pensar que el sufrimiento de los animales es menor, siguiendo quizá criterios utilitarista, que el de los posibles muertos humanos y por tanto eso justifica la experimentación, el uso de los animales como objetos. Y una tercera persona podría igualmente concluir que el dolor infligido es mucho peor que el dolor sufrido y por tanto decidir que no es ético experimentar con animales.

(Un hecho interesante es que hay límites éticos a la experimentación con seres humanos. En algún momento concluimos que eso debía ser así. De forma similar, hubo una época en la que un ser humano podía ser legalmente propiedad de otro).

Vamos, que el cambio climático antropogénico es un hecho de la realidad tan fiable como pueda serlo un hecho de la realidad. Pero la respuesta a dar a ese hecho es lo que debemos discutir y analizar.

Todo esto, suponiendo que la ciencia nos pueda ofrecer una respuesta más o menos precisa. Sin embargo, también es verdad que en muchos casos la respuestas científicas dependen de otros factores y deben establecerse cuidadosas distinciones. Eso implica que el proceso de análisis y reflexión política debe ser todavía mayor. Y también en otras ocasiones, los detalles científicos se mezclan con aspectos sociales y resulta difícil separar unos de otros. Como sucede en todo lo relacionado con cuestiones de sexo y género.

Uno puede ser cientifista y pensar que todas estas cuestiones morales se pueden decidir científicamente. También puedes irte por el camino contrario y no prestar ninguna atención a lo que puede saberse sobre el mundo. Ninguno de los caminos llevará a nada bueno. El primero nos traería una especie de distopía tecnocrática y el segundo impediría a aprovechar nuestros conocimientos para mejorar la vida humana. La relación entre ciencia y política, por incómoda que pueda ser, es la mejor opción.

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“No biography”

Parece ser que la reputación en su industria del gran guionista de televisión Dennis Potter (y El detective cantante es una de las mejores series que se han hecho) era tal que cuando pidió que sus dos últimas creaciones –Karaoke y Cold Lazarus, donde la segunda es continuación de la primera– fuesen coproducidas (usando el mismo equipo) por dos cadenas rivales, BBC y Channel 4, éstas aceptaron. Karaoke se emitía primer en la BBC y al día siguiente Channel 4 emitía ese mismo episodio. Al terminar Karaoke, Channel 4 se puso a emitir Cold Lazarus con la BBC repitiendo el episodio al día siguiente.

Es cuando menos un caso llamativo. Respetaron el último deseo de un hombre que sabía que iba a morir de cáncer de páncreas.

Pero a lo que iba.

Daniel Feeld, el protagonista de Karaoke, es un escritor al borde de la muerte que está convencido de que la realidad está siguiendo el guión de su última obra, también llamada Karaoke. Tras varias vicisitudes, el protagonista acaba en la cama del hospital, dejando como última voluntad esa simple petición: “No biography”. No acaba de tener mucho éxito, porque en Cold Lazarus su cabeza congelada es objeto de experimentación en la Gran Bretaña del siglo XXIV.

Cuando vi las series, la petición final me llamó la atención. El personaje parecía estar solicitando que el abismo al que se enfrentaba se extendiese también a la realidad, que la vida física que en esos momentos terminaba no continuase, digamos, simbólicamente más allá de ese punto. Lo que fue, fue, parece pedir, que se detenga también la laboriosa combinatoria de los símbolos que fingen representar a la persona. Muerta la persona, que muera también cualquier posible representación. Es por tanto irónico que sus recuerdos de infancia sean tan importantes en la segunda serie, incluyendo algún episodio traumática que cualquiera desearía olvidar.

Pero hay algo extrañamente específico en la voluntad final. Pudiendo pedir cualquier forma de olvido, pide explícitamente no tener biografía. Como buen escritor, Feeld probablemente fuese consciente de que es imposible atrapar una persona en palabras, que toda biografía no es sólo incompleta sino también falsa. Sufrimos el espejismo de creer que reuniendo suficientes datos alcanzaremos la esencia de algo, que reuniendo suficientes registros de temperatura alcanzaremos la verdad sobre el mundo, que si apuntamos las suficientes fechas la realidad de una persona se manifestará ante nosotros. Es más, creemos que con suficientes datos biográficos la persona en sí no podrá evitar aparecer frente a nosotros.

No se nos ocurre que la situación podría ser la contraria. Que la incesante acumulación de datos no haría más que alejarnos de aquello que queremos conocer.

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