The Ancient Guide to Modern Life, Natalie Haynes

Le voy a atribuir a Borges (porque me suena habérselo leído a él) la idea de que es tan erróneo creer que nuestra época es diferente a las anteriores como creer que es igual a las anteriores. Natalie Haynes dedica The Ancient Guide to Modern Life a ilustrar esa observación, a mostrar lo mucho que nos parecemos a los antiguos y también lo que nos distingue. Aunque se escora más bien hacia los parecidos, más que nada porque nuestra tendencia actual es considerar que nosotros somos los primeros en enfrentarnos a problemas que es realidad han persistido durante siglos.

Debo aclarar, sin embargo, que «ancient» en este caso se refiere a Grecia y Roma, dejando de lado cualquier otra civilización antigua. Queda para otro libro compararnos con la China, la India o el mundo árabe de la antigüedad. No es realmente una limitación (o al menos, no es una gran limitación), pero sí que me gustaría leer esa otra visión.

The Ancient Guide to Modern Life está escrito con gran sentido del humor, pero no es un libro que pretenda ser gracioso. Todo lo contrario, su fin es muy serio, y en el fondo se trata de una larga carta de amor a la antigüedad clásica y a algunas de sus grandes obras, animándonos a acerarnos a ella. Comentar la corrupción en la Roma satirizada por Juvenal (nosotros que creemos haber inventado el abuso de los cargos públicos) es en gran medida recomendar la lectura de ese autor, aunque sólo sea como correctivo, como método de situar nuestros problemas en perspectiva (por ejemplo, es asombrosa lo antigua que es la contraposición entre la vida de campo y la vida de ciudad). Y también lo contrario, comprobar lo alejados que nos encontramos en cuestiones de moral y comportamiento, y como algunas soluciones que en su época se consideraban perfectamente aceptables hoy nos resultan aberrantes.

Ya hable de la democracia ateniense, de los fallos de los gobernantes, del culto a los famosos, de los problemas económicos o las grandes peleas provocadas por acontecimientos «deportivos», Natalie Haynes deja claro que los humanos llevamos siglos quejándonos básicamente de lo mismo, rara vez pensando en lo mucho que hemos cambiado y lo mucho que hemos avanzado. Viene a decir que debemos ser conscientes del pasado porque muchos de los errores de hoy ya los cometimos muchas veces antes, pero también para poder mirar con esperanza y optimismo al futuro. Después de todo, algunas cosas hemos hecho bien en los últimos 2.500 años, muchos cambios han sido claramente para mejor; no estamos necesariamente condenados a repetirnos. Digamos, más bien, que el pasado es un lugar al que debemos volver no tanto para buscar respuestas como para plantearnos preguntas.

El libro acaba con la recomendación de leer los clásicos, comentando que Internet hace que ahora mismo sea increíblemente fácil acceder a esos textos (uno de esos aspectos donde nuestra época se puede considerar extraordinaria). Me uno a la sugerencia, porque en esas ocasiones en las que me he acercado a los clásicos de Grecia y Roma, lo he pasado muy bien. Leer a los clásicos es como entrar en otro mundo. Un mundo que fue real y del que todavía podemos disfrutar.

Libros 2013

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Cómics 2013

Lo que hay:

    Febrero

  • Pepe de Carlos Giménez
  • Marzo

  • Pepe 2, de Carlos Giménez
  • The Fate of the Artist, de Eddie Campbell
  • 99 ejercicios de estilo, de Matt Madden
  • Septiembre

  • La isla de los cien mil muertos, de Jason y Fabien Vehlmann
  • Horizontes lejanos, de Santiago Valenzuela
  • Escala real, de Santiago Valenzuela
  • Limbo sin fin, de Santiago Valenzuela
  • Extramuros, de Santiago Valenzuela
  • Capital de provincias del dolor, de Santiago Valenzuela
  • Plétora de piñatas 3, de Mauro Entrialgo
  • All-Star Superman, de Grant Morrison y Frank Quitely
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El lugar de la investigación

Hace poco, un amigo y yo llegamos a la conclusión de que en el caso de tener que elegir entre museos y hospitales, optaríamos sin dudarlo por los hospitales. No es que no nos gustes los museos. Sin duda para él son un gran lugar y para mí, en Santiago no hay lugar más interesante que el CGAC. Pero al igual que en la vida de cada uno debemos elegir a qué dedicar nuestros esfuerzo, en la vida social rara vez hay recursos para todo y que en ocasiones no nos queda más remedio que elegir dedicarlos a unas cosas más necesarias en detrimento de otras que no lo son tanto.

Y así sucede con la investigación científica. Por mucho que la historia del bosón de Higgs me interese, también me parece lícito preguntarme si es ético invertir todo ese dinero –cosa que, sí, lo admito ya mismo, también puede uno plantearse referido a otras muchas actividades– en el enorme conjunto de dispositivos requerido para ese descubrimiento. Quizá, me planteo, estando en la obligación de elegir, habría sido mejor invertirlo en alguna otra actividad, por mucho que el Higgs satisfaga la curiosidad intelectual de muchos de nosotros. Quizá haberse quedado con la duda hubiese sido lo correcto si a cambio ganamos algo mejor.

Por eso me ha gustado tanto la reflexión de José Manuel Sánchez Ron titulada Elogio de la ciencia “no tan grande”, sobre todo al plantear un objetivo claro para toda sociedad:

Ahora que la física de altas energías ha vuelto a conseguir la popularidad que tuvo en otros tiempos, conviene resaltar la importancia de esa otra ciencia no tan grande, una ciencia absolutamente necesaria para conservar lo que para mí es sin duda lo mejor de Europa: el Estado de bienestar, en el que todos sus ciudadanos puedan acceder libremente a bienes como la educación y la sanidad, y no se vean desamparados si carecen de trabajo o son ancianos.

Los científicos son personas y como tales, en tiempos de crisis caen –como caería cualquiera– en el «¿qué hay de lo mío?», de preocuparse más de sus investigaciones y presupuestos que de los problemas de lo sociedad. En esas ocasiones, lo mejor es dar un paso atrás y plantearse seriamente qué es mejor para todos.

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