Me sucedió con una colección de cuentos de Ballard. Al principio pensé que era un efecto producido por mi caótico orden de lectura, que al ir encadenándolos aleatoriamente había logrado producir sin querer ese elemento sexista. Pero poco a poco la repetición de un mismo patrón hizo que la hipótesis de la aleatoriadad perdiese sentido y acabase admitiendo que había dado con un patrón, una incapacidad del escritor para salirse de un cierto cliché, de cierta forma de concebir los retratos literarios de mujeres.
En otro caso reciente, he acabado admitiendo que lo que podría haber sido producto de la casualidad —una forma concreta de expresar una idea— sea un patrón. Al principio, admito de nuevo, las acusaciones de sexismo hacia las nuevas temporadas de Doctor Who me parecieron un poco exageradas. Dudé posteriormente, al comprobar que un personaje tan bueno como River Song (que tuvo una gran presentación en «Silence in the Library» y al que se le concedió una muerte heroica en «Forest of the Dead») iba quedando progresivamente sometido a la figura del Doctor, hasta perder por completo su razón de ser excepto teniéndole a él como referente (dejo de lado al personaje de Amy Pond, que tiene otros problemas diferentes). No sólo es River Song un arma contra él, sino que también fue prácticamente fabricada para el Doctor y que su obsesión con él es producto de lo que parece un proceso de tortura. Me incordió el trato final que se le daba al personaje al concluir la sexta temporada, pero decidí atribuirlo a unas condiciones concretas, a una narrativa que se había plegado tanto sobre sí misma que no había dejado más opción, por lamentable que fuese.
Decidí pensar que era una casualidad.
Por tanto, no se pueden imaginar mi sorpresa al ver el primer episodio de la nueva tanda de Sherlock, «A Scandal in Belgravia», y encontrarme con un personaje llamado Irene Adler que no es más que una nueva versión de River Song. Empieza como mujer inteligente, independiente, combativa, capaz ampliamente de dar la réplica a Sherlock. Pero a partir de ese punto de partida, el episodio progresivamente la va aplastando, sometiéndola lentamente al personaje protagonista, tornándola un objeto sexual —de paso, convirtiendo la serie en un juego de niños pasándoselo bien—, hasta concluir con una escena de dominación masculina tan esperpéntica y ridícula que sólo puede tener sentido si la consideramos una fantasía de poder producto de la mente enferma del protagonista. Aumentando el paralelismo, incluso descubrimos que Irene no actuó por iniciativa propia, sino que ella es también un arma lanzada específicamente contra Sherlock. Ante ese panorama, lo que empezó pareciéndome un episodio ingenioso se me fue desmoronando con el paso de los minutos.
(Más detalles sobre el sexismo en el episodio se pueden encontrar en An Scandal in Belgravia y Steven Moffat, Sherlock, and Neo-Victorian Sexism).
Lo más asombroso es que Irene Adler es un personaje de una obra de Doyle (que no he leído, pero por lo que comentarios que he visto parece diferente a su versión televisiva). Vamos, que la única razón para que siga el mismo patrón que River Song es que su guionista lo ha decidido así. La cosa empieza a dejar de ser casualidad y me obliga a volver atrás y considerar de nuevo lo que sucedía en Doctor Who. Aunque por otra parte, tampoco es de extrañar en la medida en que esta versión de Sherlock se parece mucho a la versión actual de Doctor Who, sobre todo si uno cree que la escena final es real, porque en ese caso el detective posee las mismas capacidades de doblegar el espacio y el tiempo que el extraterrestre (y de hecho, Doctor Who tiene en «A Good Man Goes to War» un momento muy similar al final de Sherlock).
Parece quedar claro, pues, que en el arsenal de trucos de Moffat (que por lo demás, es un guionista de una gran imaginación) hay uno que se repite demasiado y siempre de la misma forma: una limitación enorme de los personajes femeninos. Ya se le ha acusado antes de sexismo y en ese aspecto creo que el especial Navidad de Doctor Who de este año es su intento de redimirse. Para empezar, el Doctor es más bufón y bobo que nunca (y eso que la versión actual del viajero en el tiempo es especialmente bufa), siendo un pobre diablo con buena intenciones que se las arregla para meterlos a todos en un lío monumental que es incapaz de resolver. Tiene que ser una mujer fuerte e inteligente la que acabe salvándolos a todos. Mujer que acaba con su dignidad y su orgullo intactos.
Por desgracia, la caracterización es igualmente superficial, sin que Moffat se moleste más allá de los mínimos, porque se la define unidimensionalmente sobre todo como madre, con la versión más cliché de madre. Por tanto, cuando el personaje dice que viene a buscar a sus hijos, ya sabes que no habrá fuerza en el universo capaz de detenerla (y un comentario similar sobre las madres se hace en Jekyll, por lo que el asunto viene de lejos), porque eso es lo que hacen las madres de ficción por el simple hecho de ser madres, sin que sus individualidades intervengan en lo más mínimo. Si el personaje que se ve en la pantalla supera esa unidimensionalidad, el mérito es de la actriz, que consigue elevar al personaje más allá de lo que podría esperarse de ese lugar común. Pero al menos el guión le concede escapar al destino fatal de River Song e Irene Adler, y le deja conservar su autonomía y sus méritos. Doctor Who sigue siendo el protagonista, pero de una forma bastante distante.
Viendo juntos el especial Navidad de Doctor Who y el «A Scandal in Belgravia», uno podría acabar pensando que Moffat sólo es capaz de escribir dos tipos de personaje femenino: la madre y la puta. No puede ser, porque yo a la protagonista de Press Gang la recuerdo como un gran personaje y me cuesta conectarla con estas mujeres recientes.
Quizá sea simplemente una cuestión de edad.
De la de Moffat.
O de la mía.
* * *
Tras escribir lo anterior, decidí leer «A Scandal in Bohemia», el cuento corto de Doyle que inspira el episodio de Sherlock. La lectura no pudo ser más reveladora, porque al terminarla el episodio me parecía todavía más ridículo y la deriva machista todavía más evidente. No es sólo un cuento donde, se recalca, Holmes pierde, sino que además Irene Adler, a la que jamás se despoja de su dignidad, le derrota empleando contra él precisamente las armas que caracterizan al detective. Es más, el cuento acaba bien —recordándonos que acabar bien no es lo mismo que terminar con el triunfo del héroe— porque Irene da su palabra y el futuro rey de Bohemia la considera tan sólida que no duda ni por un momento en aceptarla. Son ella y el futuro rey los que empleando a Holmes como conducto resuelven la situación.
Ciento y pico años después de que ese cuento se escribiese, su «adaptación» al siglo XXI convierte a una mujer fuerte e inteligente en un objeto sexual. Transforma la historia de una derrota merecida en una fantasía de poder. Las peripecias de dos caballeros británicos intentando resolver un caso se tornan en una aventura de adolescentes bobalicones.
Y Doyle es el victoriano.
(Postre: Steven Moffat Does the Classics)
Actualización: Imprescindible Imaginary Interview With Imaginary Steven Moffat.