James Bond
No sé en qué momento comprendí que se habían hecho películas de James Bond antes de que yo naciese y que se seguirían haciendo películas de James Bond después de mi muerte.
Me asombrosa la espectacular longevidad cinematográfica de ese personaje. Es como si fuese un deber de la especie producir cada pocos años una nueva película de lo que a fin de cuentas no es más que un asesino en ocasiones difícil de distinguir de los malos a los que se enfrenta (alguien dijo de él que no era más que un “funcionario del asesinato”, pero está claro que esa descripción pretende ante todo meterse con los funcionarios). Con apenas unos retoques de guión, James Bond podría ser el loco megalómano decidido a conquistar el mundo siguiendo el proceso más alambicado posible, mientras que Drax sería el héroe igualmente decidido a detenerle.
¿Hicimos un pacto con alguna deidad primigenia surgida de las profundidades del océano? ¿La Tierra se salvará mientras siga habiendo nuevas películas de James Bond, como si sacrificásemos cada poco tiempo algo de nuestra cordura? ¿O se trata de todo lo contrario? ¿La sucesión de esas películas tiene como fin adelantar en la medida de lo posible la destrucción del mundo?
No sé. Supongo que al principio eran películas muy baratas de producir y, lo más importante, lograron ejecutar con éxito el cambio de actor. Una vez que queda establecido que el personaje permanece pero el rostro va cambiando, James Bond cobra vida mitológica por sí mismo y el futuro se vuelve libre por completo. Quizá de haber hecho en su momento una jugada similar con Indiana Jones hoy tendríamos ya 20 películas del arqueólogo. En cualquier caso, esa variedad de rostros ha dejado mi parte preferida de la serie: Una Diana Rigg con la que George Lazenby se casa, Sean Connery venga y Roger Moore llora.
Imagino que en el fondo James Bond refleja una estado de permanente paranoia, nuestra convicción de que siempre hay un enemigo extraordinario a las puertas y que por tantos precisamente de un protector igualmente sobrenatural. Eso explicaría por qué James Bond ejecutó tan hábilmente el paso de un entorno de guerra fría, que parecía su lugar natural, y hoy campa a sus anchas por nuestro mundo. En el fondo, James Bond no es muy diferente a Batman con su Joker o a Superman con su Lex Luthor, un superhéroe más, una reflejo de la creencia de que somos fundamentalmente incapaces de resolver nuestros problemas y requerimos de la ayuda de un ser superior. Y tampoco sé de qué me asombro, porque yo soy también el que dice que Sócrates no era más que un 007 de la filosofía y que los sofistas eran su Spectra. James Bond es como una metáfora conveniente, una especie de manifestación del campeón eterno o algo así: si hay un miedo desmesurado e incontrolable, ahí está James Bond para domarlo.
Las películas, como era de esperar, han ido cambiando con el paso del tiempo, ajustándose a la época. Por ejemplo, la primera casi no parece una película de James Bond, aunque contiene buena parte de los elementos. Ahora intentan hacerlas más “realistas”, lo que no significa realmente más realistas sino más bien más grises y con cortes de cámara más rápidos. Si intentasen hacer una película realistas sobre un espía probablemente acabaríamos viendo dos horas de un individuo escuchando conversaciones telefónicas. No, a mí el que me gusta es el James Bond desmesurado, el absurdo, el payaso, el casi surrealista. Me gusta el James Bond que saca a un malo que lanza su mortal bombín o un mercenario con dientes de acero. Me encanta Pierce Brosnan corriendo mientras un tremendo rayo destroza el hielo a su alrededor. Nadie supera a Pierce Brosnan en capacidad para mantenerse serio rodeado del absurdo más completo.
Pero el detalle que realmente me llama la atención de las serie es que sus malos sean casi siempre millonarios. De hecho, si hay una constante en la serie es que James Bond se enfrenta a Ciudadano Kane, a veces literalmente. ¿Por qué los millonarios productores de la serie se empeñan en poner de malo a un individuo con el que ellos mismos podrían coincidir en un cóctel? Por una parte será admitir que intentar conquistar el mundo no es una tarea para pobres (todavía hay clases), que hacen falta unos mínimos recursos y que por tanto un millonario es la persona más indicada. Por otra parte, quizá se trate de una concesión en plan “los ricos tienen mucho dinero, pero si los dejas intentan conquistar el mundo y se revelan como malas personas”. Una puesta al día del clásico “los ricos también lloran”.
José Luis Garci tiene un cuento de ciencia ficción donde hace morir a James Bond, ya retirado, en la luna. Era uno de esos sueños de la intelectualidad de la época, cuando James Bond representaba sobre todo a un bando ideológico concreto. Quién le iba a decir que no sólo James Bond no murió, ni en la luna ni en ningún otro cuerpo celeste, sino que parece haber encontrado la forma de sobrevivirnos a todos.
Un día les hablo de Flint.