Precision
En realidad, no es más que una viñeta, la presentación de un personaje interesante. Pero impresiona saber que todo se hizo en 48 horas.
PRECISION from Andrew James Sykes on Vimeo.
(vía BoingBoing)
En realidad, no es más que una viñeta, la presentación de un personaje interesante. Pero impresiona saber que todo se hizo en 48 horas.
PRECISION from Andrew James Sykes on Vimeo.
(vía BoingBoing)
Grande Tim Minchin (en inglés, por desgracia sin subtítulos). Visto en Respectful Insolence.
Aunque tienen razón en los comentarios. Scooby Doo no es muy buen ejemplo, porque si bien solía ser una serie que ofrecía siempre una explicación, ahora se ha vuelto tan sobrenatural como cualquiera.
La publicidad es siempre así. Crea un mundo donde el uso del producto simplificará y mejorará enormemente nuestras vidas, obviando por supuesto cualquier otro problema que pueda existir.
But obscured in the sterile-white world of “Get a Mac” are indeed messages of consumption and class, though ones artfully subjugated by a comparative advertising trope we have become used to in the U.S. Our society, historically prone to denying very real issues of social class that are perpetuated in the consumer culture, reads a text like this as an invitation to switch teams, to make life easier, to be a little bit cooler, to enter the “In” crowd. “Get a Mac” appeals to our youthful, globalized, and hybridized post-industrial selves who would prefer to think that conflicts around class, race, and gender were completely conquered in the 1960s and 70s. The myth employed in these ads tells us it is easy and straightforward to be this person—to become Mac; it’s a myth that supports the dominant “classless-society” thesis and hides the real societal hurdles that such a personal movement would have to navigate.
Pero me llama la atención que diga «and hides the real societal hurdles that such a personal movement would have to navigate». Asumo que no se refiere a cambiar de ordenador y empezar a usar un Mac (que es hoy un cambio bastante fácil), sino a intentar vivir en el mundo Mac de los anuncios.
(vía The Chutry Experiment)
This is how I think it works. Journalists have a 1950s B-movie view of science. To them, it offers a feeling tone of cold, unquestionable truth that can be used to paste a veneer of objectivity over any moral prejudice you might have, and we’ve seen it a hundred times in this column.
El subtítulo de este libro (Principal de los libros. ISBN: 978-84-938316-3-9. 350pp) es «Los grandes clásicos como nunca te los han contado» y, dejando de lado la hipérbole promocional, algo de cierto tiene. Porque si hay algo que nunca te cuentan de los clásicos literarios es precisamente lo divertidos que resultan. Siempre se habla de su importancia, de su valor, de su profundidad o de cualquier otro aspecto que se considere serio. Pero curiosamente, el placer de su lectura es rara vez un factor que se considere no ya importante, sino digno de mención. Ante ese panorama, no es de extrañar que la palabra clásico sea sinónimo de aburrido.
Historia torcida de la literatura desmitifica muchos de esos libros y, lo más importante, a los autores, tratándolos como cercanos y accesibles, sufriendo los mismos defectos que cualquier otra obra humana o cualquier persona. Aplica mucho sentido del humor y llama golfo al que se merecía ser llamado golfo. Empezando con la más remota antigüedad, va avanzando cada vez más deprisa hacia el presente, hablando de Shakespeare, la literatura rusa, los checos, la literatura americana, los clásicos del siglo de oro y demás. La lectura es ágil y aunque el humor no funciona igual en todo momento (es mucho más gracioso llamar golfo a Boccaccio que decirlo de algunos de los escritores más reciente que, bien, efectivamente son unos golfos), es siempre divertido. De hecho, la combinación de diversión y comentarios literarios funciona tan bien que te deja ganas de leer más de una de las obras comentadas, lo que desde mi punto de vista es siempre un triunfo para un libro de este tipo. Ya vale la pena.
Pero lo importante de este libro no es nada de lo que he dicho anteriormente. Es decir, si deciden leerlo por eso, pasarán un buen rato y disfrutarán de esas excursiones literarias. Pero en realidad, lo grande de este libro es que contiene una defensa apasionada de la lectura y de los derechos del lector, ese individuo tan ninguneado que los columnistas de prensa sólo lo nombran para regañarle por no leer lo adecuado o para recordarle su obligación de leer esta o aquella obra. Este libro, al contrario, defiende la libertad del lector ante los libros.
Por ejemplo, hablando de El Quijote, el autor lamenta la manía educativa de intentar hacer que los más jóvenes lean una novela para la que no bien podrían no estar preparados, pretendiendo que la aprecien y logrando en realidad el efecto contrario. Dice: «La tarea de un educador debería ser conseguir el mejor rendimiento posible con lo que tiene entre las manos, y no imaginarse una audiencia más interesada y atenta de la que dispone en realidad». Posteriormente, hablando sobre si debemos juzgar las obras de los autores por las opiniones que éstos defendían como personas o por los actos que cometieron, reclama de inmediato la libertad del lector para elegir leer lo que quiera y usar cualquier criterio para seleccionar los libros que va a leer. Es refrescante que alguien lo diga tan contundentemente, tan acostumbrados como estamos a la figura del un lector pasivo que tiene como única función leer en orden las obras declaradas como imprescindibles en el canon de turno.
Incluso critica nuestra tendencia a considerar que un autor del pasado es ya un clásico por viejo, y por tanto bueno, aunque en su época no hiciese nada sustancialmente diferente a lo que hace un escritor de bestsellers de la actualidad. Quizá en más de un caso la fama literaria, sin que nadie se moleste en leer los libros, no se corresponda con su calidad real, o, dándole la vuelta de inmediato, quizá un autor despreciado hoy sea imprescindible en el futuro.
Y se permite terminar con toda una declaración que comparto plenamente: la necesidad de que el autor logre inquietarte, encabronarte, inspirarte o divertirte, «que me demuestre que no estoy solo en mis ideas, que alguien piensa lo que yo nunca digo, o que yo nunca había pensado». Y cierra con un mensaje de esperanza: «Y entonces te das cuenta de que la literatura sigue muy vida, que son muchos [nota: se refiere a los autores hacen lo mencionado anteriormente], que nuestros terrores apocalípticos sobre una decadencia total de la cultura que nos devuelva a las cavernas son infundados». Lo importante es que lo que lees no te deje indiferente.
Por cierto, este libro tiene su semilla en el blog Literatura Torcida.
Con el adecuado lenguaje, verbal e icónico, hasta las cosas más inofensivas pueden aterrorizar. Si encima de lo que se habla es de verdad peligroso podemos obtener un cóctel apocalíptico que hay que evitar. Porque la preocupación y la precaución están justificadas, pero el pánico no.
Millions of artists create; only a few thousands are discussed or accepted by the spectator and many less again are consecrated by posterity.
In the last analysis, the artist may shout from all the rooftops that he is a genius: he will have to wait for the verdict of the spectator in order that his declarations take a social value and that, finally, posterity includes him in the primers of Artist History.
I know that this statement will not meet with the approval of many artists who refuse this mediumistic role and insist on the validity of their awareness in the creative act— yet, art history has consistently decided upon the virtues of a work of art thorough considerations completely divorced from the rationalized explanations of the artist.
Nadie recuerda cuándo empezó a llover en la ciudad. Ahora, bajo el manto continuo del agua, algunos personajes se aventuran a moverse por ese paisaje evocador y algo inquietante. Es sobre todo atmósfera, con una historia —en ocasiones deliciosamente desconcertante por su estructura— de compasión y amistad. Un corto de Hiroyasu Ishida:
(vía Twitch)
Sarah Kay hablando de poesía —y demostrándolo— en TED. Hay gente que simplemente tiene talento:
Hay gente que sabe dar una charla:
(vía Brain Pickings)