El improbable sistema del mundo: “La investigación”, de Stanisław Lem

Olvido siempre el nombre de la persona que dijo (o, quizá más exactamente, la persona a la que se lo leí por primera vez) que la novela de detectives era el más metafísico de los géneros literarios. Asume la existencia de un crimen, de un criminal y, quizá la parte más absurda, de un detective capaz de resolver el crimen. En La investigación (Impedimenta. ISBN: 978-84-15130-10-9. 248 pp. PVP: 18,95€) de Lem tenemos a este último personaje, colocado en el punto central de los acontecimientos y también eje de todas las reflexiones. Porque en este novela hay un detective, pero no está nada claro que haya un crimen, y de haberlo, tampoco queda claro que detrás haya un autor. Incluso se permite ir un paso más allá. Si la labor del detective es finalmente confirmar el orden del mundo, resolver la anomalía siguiendo un proceso que se parece mucho —en el modelo más clásico— al científico (aprovecharse en suma de las regularidades del universo), La investigación plantea la posibilidad de que la labor del detective sea totalmente imposible no por la ausencia de crimen o criminal, sino por la ausencia del mismo orden que se pretende restaurar.

En este caso, la anomalía son muertos que en el depósito de cadáveres se levantan, caminan un poco y vuelven a aparecer. Algunos cadáveres aparecen a las mismas puertas. Otros, mucho días después y más lejos. Esto sucede en la zona metropolitana de Londres —un Londres de novela clásica de detectives, donde todo se trata con lógica y precisión— y Scotland Yard está decidida a dar con el responsable. La inquietud de la trama no surge de ninguna modificación en el procedimiento, porque la policía investiga metódicamente y no se deja ninguna hipótesis sin evaluar. Es más, los personajes no dudan en charlar largamente y compartir sus ideas. El único elemento irracional es un extraño sueño del protagonista que en cierta forma refleja la trama de la novela.

Y no es tampoco que el fenómeno no admita una descripción precisa. La novela comienza con una reunión, donde diversos implicados (entre ellos, Gregory, el detective protagonista) realizan una minuciosa caracterización de las anomalías. Y es en esa reunión donde el científico Sciss presenta un modelo de lo sucedido, porque los «incidentes» se ajustan muy bien a una descripción más o menos matemática. Lo que su modelo no puede hacer es explicar lo sucedido y, en ausencia de explicación, él se convierte en el principal sospechoso. Después de todo, si alguien ha cometido esos actos, debe ser alguien inteligente y con un buen modelo de referencia. El científico investigador debe ser el responsable de la existencia del fenómeno investigado.

Pero ese modelo, ¿no es simplemente numerología? Combinando los mismos números ¿no podríamos obtener otro modelo igualmente creíble? O, alternativamente, como dice el propio profesor, quizá la perfección matemática del modelo indique la inexistencia del autor. Después de todo, ¿qué ser humano podría ser tan preciso? Pero cualquier hipótesis creíble, por falsa que pueda ser, tranquiliza. Es peor enfrentarse cara a cara con lo desconocido.

La investigación es su gran novela sobre la causalidad (de la misma forma que La fiebre del heno es su gran novela sobre la casualidad). Que unos sucesos se produzcan siguiendo cierta ordenación en el tiempo no implica que unos se deriven de los otros. A pesar de la posible estructuración matemática, la correlación no implica causalidad. Buscando una solución, a lo largo de la novela se van proponiendo sucesivas hipótesis para explicar los hechos, algunas más creíbles que otras. Pero todas tienen algún fallo importante que hace que no encajen con los hechos conocidos. Quizá, después de todo, la solución final es que el orden no existe, que se trata de una preferencia que los seres humanos imponen al mundo, que en realidad todo es una sucesión de elementos inconexos que ordenamos por conveniencia en una sucesión causal. Quizá debamos admitir que las cosas simplemente son, sin origen.

La investigación es mi novela preferida de Lem. Creo que pocas veces logró aunar tan bien sus temas habituales (en particular, la imposibilidad del conocimiento) con la estructura de una novela de género. Hay una tensión deliciosa entre el tema y la ambientación detectivesca inglesa, que como buena novela de ese tipo exige continuamente una resolución que no llega jamás. O quizá si se produzca, pero por un método que no es el más racional.

La novela viene a decir que es muy difícil vivir en la incertidumbre. Su triunfo es lograr que el lector la experimente. Y lo más asombroso es que lo logra sin apartarse del realismo, porque realismo no es lo mismo que realidad. Como ese mapa de la portada, tan preciso y tan claro, pero que no es el territorio.

[50 libros] 2011

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