La ciencia y los pingüinos de Madagascar
Los pingüinos y los lémures de Madagascar y continuación —vamos, los únicos personajes con personalidad de esas películas— ahora viven en el zoo de Central Park y protagonizan la serie de televisión Los pingüinos de Madagascar. Los pingüinos siguen con lo suyo, viviendo una vida de comandos tan capaces de derrotar hoy a un genio del mal como de recuperar mañana el globo rojo de un niño. Los papeles están más definidos que en las películas. Skipper es el jefe, el más machote de todos, que sueña con bombas y misiles, un pingüino dado a la paranoia que ve enemigos en todos los cubos de basura. Private es el más joven y el que tiene la cabeza llena de arcoiris y unicornios, aunque no por ello es menos capaz que sus compañeros (habla, además, con acento británico). Rico es… bueno, no sé qué es Rico: pero posee la capacidad de escupir de todo, incluso cartuchos de dinamita (con la mecha ya encendida… detalle fascinante). Y finalmente está Kowalski, el científico del grupo, uno que hoy transfiere cerebros, mañana fabrica una máquina del tiempo y que siempre sueña con tener un coco todavía más grande.
Es Kowalski el que habitualmente se pasa los episodios defendiendo la ciencia y sus certidumbres. Sus inventos tienden a fallar de las formas más insospechadas, pero eso es lo habitual en nuestro mundo. Su tendencia es ofrecer planes de batalla fantásticamente complicados y luego, al presentar alguien una versión mucho más simple, quejarse de que la otra opción es demasiado “fácil”. Fiel al estereotipo, eso de las emociones no se le dan nada bien, a pesar de estar enamorado de una delfín. Puede que sus inventos fallen, pero sus ideas también tienden a funcionar y resolver el problema (por ejemplo, el final de “Command Crisis”). Unas veces pone en peligro a sus compañeros pero en muchas otras es el salvador final. Y más de una vez, es preciso aclararlo, si el invento tiene consecuencias funestas, se debe al defecto de carácter de algún otro personaje (te estoy mirando a ti, rey Julien).
(En un episodio, Skipper le pregunta a Kowalski si alguna vez ha inventado algo que no acabase amenazando con destruir el mundo. Tras pensárselo, Kowalski responde que no; una respuestas sincera pero bastante injusta).
Es decir, como representación de la tecnociencia en una serie de humor, Kowalski no está mal, sobre todo porque habitualmente tiene razón y es, casi por definición, el personaje más imaginativo de la serie. Kowalski es una representación bastante positiva y un miembro más que valioso del grupo. No podría ser de otra forma, ya que a los cuatro pingüinos se les presenta como personajes que actúan persiguiendo el bien (no por nada son los héroes de la serie) y aunque tienen defectos, esos defectos son motores de las historias y no les hacen ser menos capaces en sus habilidades. Aunque la fe de Kowalski en el intelecto es excesiva, esa fe no mengua su considerable capacidad intelectual (es, de hecho, el pingüino más listo del mundo; en una ocasión incluso se vuelve más listo que él mismo).
(La serie cuenta con su propio científico loco. El doctor Blowhole (Espiráculo creo que lo llaman en doblaje), que es básicamente el Blofeld de los pingüinos. Como no podía ser de otra forma, Kowalski envidia el material del que dispone Blowhole).
Pero hay un episodio –“Otter Things Have Happened”– llamativo por el tratamiento que hace de la ciencia. Resulta que Marlene —una nutria hembra que vive con ellos en el zoo y que es la única presencia femenina (exceptuando a la cuidadora) regular (es decir, es la Pitufina)— no tiene novio. Los pingüinos deciden corregir esa situación y Kowalski utiliza la ciencia para fabricar un detector que permita localizar a su compañero ideal (el detector es una lata de sardinas con una pantalla de radar, porque Kowalski tiende a usar todo tipo de artículos cotidianos. El detector en realidad se ha creado para aprovechar sus grandes posibilidades militares. Posibilidades que no quedan nada claras en el episodio). Localizado el individuo, descubren que se trata de una ardilla de Central Park. Después de varios intentos de despertar el romance la cosa fracasa, situación que Kowalski no puede comprender, porque la elección ha sido totalmente científica y por tanto correcta. Como en su universo conceptual la ciencia no puede equivocarse, Kowalski arroja el aparato a la papelera mientras grita “Ciencia, ¿por qué me has abandonado?”.
En otra serie, el episodio terminaría aquí, con alguna referencia a “La ciencia no lo sabe todo y demás”, que suele ser el mensaje habitual. Pero en este episodio, el aparato sigue funcionando, indicando el mismo lugar. Lo que se descubre al final es que en ese mismo lugar del parque vive una nutria macho (conocida de la ardilla y con la que conversa brevemente) que sería, por su aspecto y aficiones, el compañero ideal de Marlene. Es decir, Kowalski tenía absolutamente toda la razón y la ciencia le había indicado el lugar correcto. El problema fue, digamos, un fallo de ejecución, una metedura de pata, pero la solución científica era más que exacta.
El episodio “Out of the Groove” también llamativo por su comentario, reducido en este caso, sobre la ciencia. El rey Julien —el lemur más egoísta— pierde su marcha que, por arte de magia (o no), acaba en el cuerpo de Skipper. Skipper —el pingüino más serio de todos— se descubre de pronto capaz de bailar. Cuando se resuelve la situación del episodio, quedan dos opciones: existe la magia o Skipper lleva un bailarín dentro (que mantiene totalmente reprimido y que sólo despertó por, digamos, sugestión, el mismo mecanismo por el que el rey Julien perdió originalmente la marcha). Kowalski defiende la fría ciencia, negando cualquier posibilidad de magia. Sin embargo, Skipper decreta que la magia existe y la ciencia se equivoca, porque aceptar la alternativa va totalmente en contra de la imagen que Skipper tiene de sí mismo. Es una curiosa situación en la que la ciencia no falla (o se da a entender que no falla), sino que se decide que la opción científica no gusta.
Por supuesto, también hay algún episodio donde Kowalski es el científico loco. En “Meneos”, deseando producir algo después de un largo periodo sin ninguna gran creación, excepto un rayo para encoger, Kowalski logra fabricar un cruce entre blob y flubber. El monstruo, como lo llaman todos menos su padre, crece desmesuradamente hasta estar a punto de devorarlos a todos, incluyendo a su creador. Kowalski comienza su relación con la criatura defendiéndola, manifestado raras muestras de preocupación paterna y empleando todos los trucos retóricos para justificar o excusar lo que está sucediendo. Pero por desgracia, al final debe aceptar que la cosa se ha desmadrado y tras entonar “el problema lo creo la ciencia y la ciencia debe resolverlo” se ocupa personalmente de rectificar la situación.
En el epílogo, los pingüinos reunidos en la base secreta (una base construida en secreto bajo su hábitat, que contiene múltiples niveles con armas de todo tipo y con ingenios científicos de lo más variado. Viene equipada también con un generador de energía tan avanzado que si se fracturase, como está a punto de suceder en «Work Order», podría destruir la estructura del espacio tiempo. Lo inventos más peligrosos de Kowalski tienden a acabar en las entrañas más profundas de la base) comentan que la ciencia nos da grandes cosas -entre ellas, tostadoras y colorantes artificiales- pero que la locura es algo muy diferente y que se debería evitar. Kowalski lo admite, aunque luego, cuando queda solo, descubrimos que no destruyó a Meneos, sino que, como si de un Quartermass se tratase, usó el rayo para reducir su creación a dimensiones mucho más cómodas y manejables, eliminando el problema sin tener que renunciar a su “prole”. Meneos será un monstruo, pero es su monstruo.
Y es que después de todo, Kowalski es humano. Bueno, quiero decir, es pingüino.