El fracaso del transbordador

Soy lo suficientemente mayor como para recordar las promesas del transbordador espacial, antes de que volase por primera vez. Iba a ser un camión de carga, capaz de llevar al espacio todo lo que pudiese necesitarse, el primer paso para una nueva era de exploración espacial. Iba a ser barato y reutilizable. Un sueño, vamos. Pero en su lugar, acabó siendo una limusina carísima, extremadamente frágil, inflexible y difícil de construir. En las dos ocasiones en las que estalló por los aires no sólo mató a sus tripulantes sino que además redujo la flota disponible sin posibilidad de sustitución. En resumen, fue una fantasía infantil que duró demasiado tiempo.

Y no es que no se supiese. Ya en 1981 había voces que hablaban de los irracional que era el transbordador. Daniel Marín, en Eureka, que ha estado dedicando varias entradas al tema, lo resume así:

El transbordador espacial tenía un glorioso futuro ante sí. Debía revolucionar el acceso al espacio al abaratar los costes de lanzamiento de forma dramática. El sueño de los pioneros de la astronáutica estaba a punto de hacerse realidad y la conquista del Sistema Solar parecía estar a la vuelta de la esquina. Desgraciadamente, treinta años y 135 misiones después, la lanzadera espacial se retira sin haber alcanzado ni uno sólo de sus objetivos iniciales y tras dejar un triste saldo de catorce astronautas muertos y dos transbordadores destruidos.

¿Qué es lo que ha ido mal? ¿Cómo ha podido terminar de esta forma un programa que nos prometió el futuro?

Yo añadiría más. Más que no haber cumplido sus objetivos, el gran problema es que apostándolo todo a ese aparato, y a la exploración humana del espacio, lo que se perdió fue precisamente muchas de las opciones de exploración espacial. Ese es uno de los grandes fracasos.

En todo caso, disiento en un detalle. Añade:

Mucha gente piensa que el transbordador ha sido un fracaso porque catorce astronautas han muerto en estas tres décadas de servicio. No es cierto. Alcanzar el espacio es una tarea extremadamente arriesgada y algunas muertes siempre serán inevitables. El transbordador ha realizado casi 135 misiones con sólo dos fallos catastróficos, una tasa de éxito comparable a la de las naves Soyuz. El problema es que el shuttle carecía de sistemas que permitan salvar a al tripulación en caso de una emergencia realmente grave. La tripulación del Challenger podría haberse salvado con una torre de escape similar a la empleada en las cápsulas Apolo o Soyuz. Y los astronautas del Columbia no habrían muerto si la nave hubiera estado equipada con una cápsula independiente como la propuesta para el transbordador soviético Spiral. El shuttle debía funcionar perfectamente en cada misión, lo que constituía un verdadero desafío a la estadística y a los inevitables fallos que surgen en cualquier sistema complejo. Por esto si fuera poco, el transbordador nunca fue diseñado para ser utilizado sin tripulación, así que para lanzar un simple satélite de comunicaciones había que arriesgar la vida de varios astronautas.

Yo sí lo considero uno de sus fracaso. Una cosa es aceptar que la exploración es arriesgada y por tanto hay peligro de muerte, y otra muy diferente exigir que incluso las operaciones más rutinarias precisen de una tripulación humana. Mandar al espacio a gente, simplemente porque crees que el viaje espacial tiene que ser tripulado, para hacer algo que sería más baratas y seguro usando un sistema automático es un gran fallo de tu planteamiento. Cuando las necesidades mediáticas limitan lo racional, eso es un fracaso. Cuando la necesidad de salir por la tele te hacen no considerar las advertencias de que algo puede fallar, eso es un fracaso. No es lo mismo morir porque explorar es arriesgado que morir por cuestiones burocráticas. No era arriesgar vidas por explorar, era arriesgar vidas por publicidad.

Si hay algo que hoy debamos lamentar es que la situación haya persistido durante tanto tiempo. Ahora que se jubila el último transbordador tenemos la oportunidad de plantearnos de otra forma el futuro de la exploración espacial. Y es precisamente eso lo que se dice en Goodbye, Space Shuttle: Now the Space Race Can Really Begin:

Today many observers consider the Shuttle the ultimate expression of American technological prowess, and see its demise as a signal of America’s decline. In one sense, they’re right: With its huge size, distinctive shape and fiery launches, the shuttle has always been an impressive symbol. But as a practical space vehicle, it has long been an overpriced, dangerous compromise.

There’s a reason the Soviets canceled their space shuttle, and that the Chinese have never attempted one. Even without their own shuttles, both nations are now nipping at America’s heels in space. Russia has increasingly reliable rockets and capsules; China began manned spaceflights back in 2003 and is mulling a space station and a moon mission. Both countries are working hard to expand their satellite fleets, though they remain far behind the United States with its roughly 400 spacecraft.

In truth, the shuttle’s retirement could actually make the U.S. space program stronger, by finally allowing the shuttle’s two users — NASA and the Pentagon — to go their separate ways in space, each adopting space vehicles best suited to their respective missions.

Aunque es irónico que termine así tras comentar las nuevas posibilidades:

Together, these vehicles will make space flight cheaper, safer and more flexible than was ever possible with the shuttle.

Resulta que ahorraremos y ganaremos en flexibilidad y seguridad retirando el vehículo que debía ser flexible, barato y seguro.

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