Nat Tate: An American Artist 1928-1960, de William Boyd

Su padre murió ahogado. O eso le contaba su madre, que ofrecía detalles contradictorios sobre quién había sido su padre, quizá porque ella tampoco lo tenía muy claro. Adoptado luego por una familia rica, acabó convertido en artista. Su vida, algo apartada, tendente a la reclusión, tocó en varios momentos el mundo artístico de la época: el expresionismo abstracto o Picasso. Caen nombres como Pollock y también vemos fotografías que ayudan a crear la atmósfera.

Pero un día, después de una impactante visita a Braque, Nat Tate tomó una decisión: rehacer todas sus obras. Consiguió recopilar (de manos de coleccionistas, amigos y padres adoptivos) todas las posibles y se puso a trabajar. Pero paró, lo quemó todo (lo que explica que sobrevivan tan pocas) y luego se arrojó a las aguas, muriendo ahogado como murió ahogado su supuesto padre.

¿Esos últimos gestos de Nat Tate conformaban su obra final, una vida cerrada con un gesto artístico acompañado de un enigmático mensaje en un cuadro? ¿Quemar su obra y ahogarse fue su forma de rehacer lo que ya había pintado? ¿Se puede ajustar la vida de una persona a un esquema así de simple? ¿Los actos de los padres se repiten en los hijos? ¿No suena demasiado… no sé, conveniente, demasiado ordenado, se acerca demasiado a los clichés de la vida de un artista? Suena a orden impuesto por un demiurgo más que al caos de una vida.

Y así es, porque Nat Tate no existió jamás. Pero el libro —con sus reproducciones de las obras y sus fotografías de las personas nombradas— se publicó originalmente como si fuese una historia real, como un intento de reivindicar una figura olvidada del arte americano, con la complicidad de gente como Gore Vidal y David Bowie. Este último organizó la fiesta de lanzamiento, donde se reunió lo mejor del mundo artístico (fue nada menos que el 1 de abril). Por lo visto, si bien nadie aseguró conocer la obra de Tate, muy pocos admitieron no conocer a un pintor que se había codeado con los gigantes de su época. Tal es nuestra aversión a que se nos considere incultos e ignorantes.

Pero más allá de todos esos detalles, el libro —muy corto— es una reflexión sobre la posibilidad de llegar a ser un artista. Uno puede querer ser un artista, pero el mundo oponerse a esa idea e independientemente de tu calidad, quizá tu nombre jamás llegue a brillar al nivel que se merece. Quizá en última instancia sólo merezcas una biografía no por todo lo que pintaste sino porque conociste a de Kooning.

O podría ser peor. Podrías acabar comprendiendo que eres un artista, pero no eres genial. Que tu destino está en la vergüenza de la referencia fugaz.

[50 libros] 2011

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