Dan Ariely y la economía conductual
Eso dice la Wikipedia, conductual. Y quién soy yo para llevarle la contraria a la Wikipedia. Básicamente, es una rama que considera factores psicológicos en la toma de decisiones económicas. Vamos, las veces que nos equivocamos en valorar la conveniencia de realizar un gasto, o de recibir un beneficio, porque intervienen otros elementos más allá de los puramente racionales. Dan Ariely es uno de sus grandes divulgadores, con un par de libros bastante recomendables (aunque menos convincentes de lo que sería deseable). En este caso, con formato de entrevista, recomienda 5 libros sobre el tema. Una lista que tiene pinta de ser de lo más interesante.
Pero me resulta especialmente llamativo el final, cuando le preguntan cuál debe ser la relación entre las ideas psicológicas y las económica. El final de su respuesta es:
Where economics should take behavioural economics into account is when it comes to implications and applications in the real world. Unlike other disciplines, economics is not just a descriptive study, it’s also a prescriptive study. It tells policymakers, businesses and individuals what to do. That’s the difficult step. Once you take an academic discipline and say “this is not just a description of a part of human motivation, this is how you should actually do things”, it becomes more dangerous. It’s one thing to say I have a model to describe 25% of human behaviour, and another thing to say you should take only that model into account when you establish policies. It becomes much more important that you are comprehensive and 100% correct.
I’m happy for the descriptive part of economics to stay as it is. The prescriptive part, when we tell people what to do – that one should be much more broad. In fact, we should stop using just economics and take all kinds of ideas from psychology, sociology, anthropology, philosophy and economics, and test which ones work, which ones don’t work and under what conditions. There is no question that behaviour is the ultimate goal – to try to understand behaviour, and how to change or modify it. I hope we can create a discipline that is much more empirically based and data driven. Maybe we can call it “applied social sciences”. It will draw from all the social sciences equivalently as we approach problems in the real world, and try to find solutions for them.
30 años no es nada
Un vídeo sobre el mundo de la tecnología hace 30 años. Está lograda (y sin duda provocará enormes ataques de nostalgia), aunque creo que han cometido el error de convertir algunos de los precios de pesetas a euros sin tener en cuenta la inflación. A mi pobre cabeza, el precio en pesetas le parece mayor que el precio en euros. En parte, supongo, que es una impresión psicológica. Y también en parte que el precio en pesetas, teniendo en cuenta la inflación, era objetivamente mayor que la misma cifra hoy.
Evidentemente, el vídeo se centra en cambios tecnológicos que por espectaculares que sean, palidecen frente a los cambios sociales. Digamos que el uso de comunicaciones globales me resulta mucho más fundamental que el hecho en sí de tener comunicaciones globales (aunque lo primero depende directamente de lo segundo). Por esa razón, si bien el repaso de la tecnología en sí puede ser divertido, creo que otro tipo de aproximación podría ser más interesante.
Aparte de la alegría de haber escapado a los 80 que me produce el su conjunto, un momento concreto me provocó una cadena de ideas:
- Mi hija no sabe qué es una cabina de teléfonos. Y no por ello creo que viva en un mundo menos idealista.
- Es posible que hoy en día La cabina de Mercero sea más difícil de entender.
- La cabina es una historia sobre la dificultades de comunicación en un mundo que tiene a su disposición todo tipo de medios para comunicarse. Si, no había caído hasta ahora.
[Recibido] Solaris, de Stanisław Lem
Para muchos, la obra maestra de Stanisław Lem: Solaris (Impedimenta. ISBN: 978-84-15130-09-3. 296 pp. 20,85 €). Adaptada al cine nada menos que en 3 ocasiones y publicada ahora por primera vez con traducción directa del polaco.
De la contraportada:
Impedimenta se complace en presentar, por primera vez en traducción directa del polaco, Solaris, la mítica novela que consagró a Stanisław Lem como autor de culto. Un texto hoy en día considerado un clásico sin paliativos de la literatura moderna. Kris Kelvin acaba de llegar a Solaris. Su misión es esclarecer los problemas de conducta de los tres tripulantes de la única estación de observación situada en el planeta. Solaris es un lugar peculiar: no existe la tierra firme, únicamente un extenso océano dotado de vida y presumiblemente, de inteligencia. Mientras tanto, se encuentra con la aparición de personas que no deberían estar allí. Tal es el caso de su mujer —quien se había suicidado años antes—, y que parece no recordar nada de lo sucedido. Stanisław Lem nos presenta una novela claustrofóbica, en la que hace un profundo estudio de la psicología humana y las relaciones afectivas a través de un planeta que enfrenta a los habitantes de la estación a sus miedos más íntimos.
El fracaso del transbordador
Soy lo suficientemente mayor como para recordar las promesas del transbordador espacial, antes de que volase por primera vez. Iba a ser un camión de carga, capaz de llevar al espacio todo lo que pudiese necesitarse, el primer paso para una nueva era de exploración espacial. Iba a ser barato y reutilizable. Un sueño, vamos. Pero en su lugar, acabó siendo una limusina carísima, extremadamente frágil, inflexible y difícil de construir. En las dos ocasiones en las que estalló por los aires no sólo mató a sus tripulantes sino que además redujo la flota disponible sin posibilidad de sustitución. En resumen, fue una fantasía infantil que duró demasiado tiempo.
Y no es que no se supiese. Ya en 1981 había voces que hablaban de los irracional que era el transbordador. Daniel Marín, en Eureka, que ha estado dedicando varias entradas al tema, lo resume así:
El transbordador espacial tenía un glorioso futuro ante sí. Debía revolucionar el acceso al espacio al abaratar los costes de lanzamiento de forma dramática. El sueño de los pioneros de la astronáutica estaba a punto de hacerse realidad y la conquista del Sistema Solar parecía estar a la vuelta de la esquina. Desgraciadamente, treinta años y 135 misiones después, la lanzadera espacial se retira sin haber alcanzado ni uno sólo de sus objetivos iniciales y tras dejar un triste saldo de catorce astronautas muertos y dos transbordadores destruidos.
¿Qué es lo que ha ido mal? ¿Cómo ha podido terminar de esta forma un programa que nos prometió el futuro?
Yo añadiría más. Más que no haber cumplido sus objetivos, el gran problema es que apostándolo todo a ese aparato, y a la exploración humana del espacio, lo que se perdió fue precisamente muchas de las opciones de exploración espacial. Ese es uno de los grandes fracasos.
En todo caso, disiento en un detalle. Añade:
Mucha gente piensa que el transbordador ha sido un fracaso porque catorce astronautas han muerto en estas tres décadas de servicio. No es cierto. Alcanzar el espacio es una tarea extremadamente arriesgada y algunas muertes siempre serán inevitables. El transbordador ha realizado casi 135 misiones con sólo dos fallos catastróficos, una tasa de éxito comparable a la de las naves Soyuz. El problema es que el shuttle carecía de sistemas que permitan salvar a al tripulación en caso de una emergencia realmente grave. La tripulación del Challenger podría haberse salvado con una torre de escape similar a la empleada en las cápsulas Apolo o Soyuz. Y los astronautas del Columbia no habrían muerto si la nave hubiera estado equipada con una cápsula independiente como la propuesta para el transbordador soviético Spiral. El shuttle debía funcionar perfectamente en cada misión, lo que constituía un verdadero desafío a la estadística y a los inevitables fallos que surgen en cualquier sistema complejo. Por esto si fuera poco, el transbordador nunca fue diseñado para ser utilizado sin tripulación, así que para lanzar un simple satélite de comunicaciones había que arriesgar la vida de varios astronautas.
Yo sí lo considero uno de sus fracaso. Una cosa es aceptar que la exploración es arriesgada y por tanto hay peligro de muerte, y otra muy diferente exigir que incluso las operaciones más rutinarias precisen de una tripulación humana. Mandar al espacio a gente, simplemente porque crees que el viaje espacial tiene que ser tripulado, para hacer algo que sería más baratas y seguro usando un sistema automático es un gran fallo de tu planteamiento. Cuando las necesidades mediáticas limitan lo racional, eso es un fracaso. Cuando la necesidad de salir por la tele te hacen no considerar las advertencias de que algo puede fallar, eso es un fracaso. No es lo mismo morir porque explorar es arriesgado que morir por cuestiones burocráticas. No era arriesgar vidas por explorar, era arriesgar vidas por publicidad.
Si hay algo que hoy debamos lamentar es que la situación haya persistido durante tanto tiempo. Ahora que se jubila el último transbordador tenemos la oportunidad de plantearnos de otra forma el futuro de la exploración espacial. Y es precisamente eso lo que se dice en Goodbye, Space Shuttle: Now the Space Race Can Really Begin:
Today many observers consider the Shuttle the ultimate expression of American technological prowess, and see its demise as a signal of America’s decline. In one sense, they’re right: With its huge size, distinctive shape and fiery launches, the shuttle has always been an impressive symbol. But as a practical space vehicle, it has long been an overpriced, dangerous compromise.
There’s a reason the Soviets canceled their space shuttle, and that the Chinese have never attempted one. Even without their own shuttles, both nations are now nipping at America’s heels in space. Russia has increasingly reliable rockets and capsules; China began manned spaceflights back in 2003 and is mulling a space station and a moon mission. Both countries are working hard to expand their satellite fleets, though they remain far behind the United States with its roughly 400 spacecraft.
In truth, the shuttle’s retirement could actually make the U.S. space program stronger, by finally allowing the shuttle’s two users — NASA and the Pentagon — to go their separate ways in space, each adopting space vehicles best suited to their respective missions.
Aunque es irónico que termine así tras comentar las nuevas posibilidades:
Together, these vehicles will make space flight cheaper, safer and more flexible than was ever possible with the shuttle.
Resulta que ahorraremos y ganaremos en flexibilidad y seguridad retirando el vehículo que debía ser flexible, barato y seguro.
[Recibido] Cómo vivimos, por qué morimos: la vida secreta de las células, de Lewis Wolpert
Conozco varios libros de Wolpert, así que estoy predispuesto favorablemente para Cómo vivimos, por qué morimos: la vida secreta de las células (Tusquets Editores. ISBN: 978-84-8383-338-4. 240 pp. 18,00 €). Además, el tema no podría ser… cómo decirlo… no podría ser más… significativo.
De la contraportada:
Este libro es una apasionante y clarificadora guía dedicada a un elemento fundamental del cuerpo humano y del que depende la vida propiamente dicha: la célula. Nuestro cuerpo se compone de miles de millones de ellas, y su estructura, de extraordinaria complejidad, gobierna fenómenos tan cruciales para la existencia de los organismo como el crecimiento, la reproducción y el envejecimiento. Además, la actividad celular incide en el modo en que enfermamos y nos defendemos de las agresiones de bacterias y virus, y como que ver con la actividad mental en procesos relacionados con la imaginación y la memoria.
El destacado biólogo Lewis Wolpert estudia en estas páginas no sólo la anatomía de la célula, sino también cuestiones tan debatidas y actuales como la investigación con las células madre, las implicaciones de la clonación o los pros y contras de la manipulación genética, además de explicar con minuciosidad el fascinante proceso que lleva a una única célula fertilizada a convertirse en un ser humano adulto.
Nat Tate: An American Artist 1928-1960, de William Boyd
Su padre murió ahogado. O eso le contaba su madre, que ofrecía detalles contradictorios sobre quién había sido su padre, quizá porque ella tampoco lo tenía muy claro. Adoptado luego por una familia rica, acabó convertido en artista. Su vida, algo apartada, tendente a la reclusión, tocó en varios momentos el mundo artístico de la época: el expresionismo abstracto o Picasso. Caen nombres como Pollock y también vemos fotografías que ayudan a crear la atmósfera.
Pero un día, después de una impactante visita a Braque, Nat Tate tomó una decisión: rehacer todas sus obras. Consiguió recopilar (de manos de coleccionistas, amigos y padres adoptivos) todas las posibles y se puso a trabajar. Pero paró, lo quemó todo (lo que explica que sobrevivan tan pocas) y luego se arrojó a las aguas, muriendo ahogado como murió ahogado su supuesto padre.
¿Esos últimos gestos de Nat Tate conformaban su obra final, una vida cerrada con un gesto artístico acompañado de un enigmático mensaje en un cuadro? ¿Quemar su obra y ahogarse fue su forma de rehacer lo que ya había pintado? ¿Se puede ajustar la vida de una persona a un esquema así de simple? ¿Los actos de los padres se repiten en los hijos? ¿No suena demasiado… no sé, conveniente, demasiado ordenado, se acerca demasiado a los clichés de la vida de un artista? Suena a orden impuesto por un demiurgo más que al caos de una vida.
Y así es, porque Nat Tate no existió jamás. Pero el libro —con sus reproducciones de las obras y sus fotografías de las personas nombradas— se publicó originalmente como si fuese una historia real, como un intento de reivindicar una figura olvidada del arte americano, con la complicidad de gente como Gore Vidal y David Bowie. Este último organizó la fiesta de lanzamiento, donde se reunió lo mejor del mundo artístico (fue nada menos que el 1 de abril). Por lo visto, si bien nadie aseguró conocer la obra de Tate, muy pocos admitieron no conocer a un pintor que se había codeado con los gigantes de su época. Tal es nuestra aversión a que se nos considere incultos e ignorantes.
Pero más allá de todos esos detalles, el libro —muy corto— es una reflexión sobre la posibilidad de llegar a ser un artista. Uno puede querer ser un artista, pero el mundo oponerse a esa idea e independientemente de tu calidad, quizá tu nombre jamás llegue a brillar al nivel que se merece. Quizá en última instancia sólo merezcas una biografía no por todo lo que pintaste sino porque conociste a de Kooning.
O podría ser peor. Podrías acabar comprendiendo que eres un artista, pero no eres genial. Que tu destino está en la vergüenza de la referencia fugaz.
Particle Physics: A Very Short Introduction, de Frank Close
Una de las grandes ventajas de este libro es su brevedad. Con 129 páginas dedicadas al texto principal, no tiene espacio para irse por las ramas. Otros libros de divulgación, enfrentados a la dura tarea de explicar con simples palabras lo que realmente requiere un lenguaje matemático, recurren a la solución de acumular metáforas, estirándolas todo lo posible, alcanzando en más de una ocasión, paradójicamente, la confusión. No aquí, donde cada palabra debe ser necesaria, y si algo se puede decir en una frase, mejor que decirlo en un párrafo.
Por tanto, lo considero uno de los mejores libros de divulgación que he leído sobre el tema de las partículas elementales. Es también el que me ha resultado más claro, el que, sin recurrir a la matemática (que francamente, a estas alturas no podría entender) mejor lo explica todo. Por supuesto, en algún momento la brevedad y la concisión juegan contra el material, como en el caso de la explicación de la fuerza nuclear débil (que siempre me ha parecido la más confusa de las cuatro).
Como es un libro del año 2004, no incluye ninguno de los últimos descubrimientos, así que hay que esperar para estar al día. No está ordenado históricamente, como suele ser habitual, sino por temas. Y también se preocupa de explicar qué tipo de aparatos (aceleradores y detectores) se usan para explorar las regiones más diminutas de la materia. Considerando su longitud, es un pequeño triunfo.
[Recibido] Vacío perfecto, de Stanisław Lem
La verdad es que todo un desafío, resuelto magistralmente, escribir reseñas de libros que en muchos casos son imposibles. Vacío perfecto (Impedimenta. ISBN: 978-84-936550-4-4. 328 pp. 21,95 €) es uno de los grandes títulos de Stanisław Lem.
De la contraportada:
Vacío perfecto es un espectacular experimento literario que se ha convertido en méritos propios en un referente mítico entre los lectores de Stanislas Lem. Heredero de un género que exploraron con singular genio autores como Borges, Swift o Rabelais, se trata de una delirante colección de reseñas de libros inexistentes, que subvierten brillantemente los cánones literarios explorando temas de lo más variopinto, desde la pornografía a la inteligencia artificial, desde el Noveau Roman a las novelas de James Joyce. En palabras de Andrés Ibáñez: «Este exiguo volumen, que se lee en tres tardes, equivale, en información y en tiempo mental, a tres meses de apasionante y dedicada lectura».