El método McLuhan

No, no hablo de ningún procedimientos para estudiar los nuevos medios o algo así. Hablo de una técnica —que Douglas Coupland cuenta en su biografía de McLuhan, You Know Nothing of My Work!— que desarrolló para decidir qué libros leer y cuáles no. El hombre aparentemente tenía muy poca paciencia para leer libros que no le interesaban, por lo que abría cualquier lectura potencial por la página 69 y si dicha página no le impresionaba, no leía el libro.

La verdad es que me gusta mucho la técnica. Leer la primera página no ayuda mucho, porque los comienzos tienden a ser muy estándar (sobre todo en los libros de divulgación, que tienen tendencia a empezar con una larga explicación del paisaje alrededor del centro de investigación donde el autor se encontró con el científico que le sirve para arrancar la historia; te la puedes saltar sin problemas e ir directamente a la página cinco donde habitualmente se dicen hola por primera vez). El final suele contener ya conclusiones y cierres, por lo que tampoco sirve bien de referencia. Pero una página como la 69 es perfecta porque el libro ya está entrado en materia sin haber avanzado tanto como para que resulte totalmente incomprensible lo que leas (asumo, por supuesto, que es un método a usar con libros de ensayo, no con novelas o similares).

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El gran Jack Donaghy me diría, si se dignase a concederme un minuto, que estoy ya a medio camino de la muerte. Quizá un poco más, que ya corro por delante de los 40. No sé, digamos que estoy a un 63,4% del camino al hoyo. Aunque, como dice el poeta, espero que el árbol del que harán mi ataúd no esté todavía ni plantado.

Pero no se preocupen, que cumplir años no tiene nada de malo. Para empezar, es mejor que morirse, así que no nos vamos a poner quisquillosos. Cierto, la edad viene acompañada de muchos problemas físicos que estoy empezando a notar (mi rodilla izquierda, por ejemplo, ya está fallando y creo que quiere rendirse). Evidentemente, no morirse y seguir siendo joven sería mejor, pero eso me temo que sólo pasa en las novelas de ciencia ficción. Además, lo de envejecer ganó puntos el día que descubrí que los viejos pueden decir lo que les venga a la cabeza y la reacción es «qué viejecito tan encantador, las cosas que dice». Si llego a los 80 años, sentado en el banco del parque, apoyado en un bastón, les juro que me voy a resarcir de todos los sinsabores de la vida.

Pero en realidad, no me molesta demasiado porque de cabeza me encuentro más joven de lo que me siento físicamente. Podría objetarse que al estar dentro de mi propia cabeza no tengo muchos puntos de referencias y que por tanto, desde dentro, podría sentirme lo que quisiese y la experiencia sería igualmente válida (o inválida): podría sentirme rana, señor de Murcia o espeleólogo. Pero la verdad es que mantengo una serie de rutinas para comprobar periódicamente mi estado mental. Por ejemplo, soy sensible a cualquier cosa que salga de mi boca y empiece con «los jóvenes de hoy». Me permito alguna frase así de vez en cuando —más que nada porque suele producir risas— pero cuando me encuentre repitiendo continuamente que los jóvenes de hoy no saben hacer las cosas y los de mi generación sí («los jóvenes de hoy no entienden el estado de fase máquina… en mi época…»), entonces admitiré que soy un viejo mental. Aunque no todo es perfecto: el otro día leí sobre un artista que había nacido en 1974 y lo primero que pensé fue «qué joven». Un síntoma.

Otro punto positivo del paso del tiempo es que te puedes relajar y descansar. Por ejemplo, ya no tengo ninguna obligación de ser algo en la vida cuando cumpla 30 años. Es una meta que puedo tachar de la lista, junto con pilotar un avión comercial, comer 20 perritos calientes seguidos o correr una maratón. Son obligaciones que podía imponerme en otro momento. Ahora mis metas son más modestas: subir un tramo de escaleras sin que me duela la rodilla (¿recuerdan, la rodilla?), beber té en algún momento de la tarde o dormir poco por la noche. No sólo eso, también está todo lo que ya he hecho y no hace falta repetir: terminar la carrera, escribir un libro, afeitarse… No he plantado un árbol, pero mis escasos conocimientos de biología me llevan a pensar que de esa parte ya se ocupan ellos solos.

(Quizá sorprenda que no haya incluido lo de ser padre. La explicación es que desde mi punto de vista, la paternidad no es algo que yo haya hecho, sino una gracia que se me ha concedido).

Releyendo lo escrito, comprendo que puedo dar la impresión de tener mi mate lleno de infelices ilusiones. Nada más lejos de la realidad. Simplemente creo que aquel tango se equivocaba en el orden de magnitud y que la vida es mejor tomársela como se la tomaba la protagonista de Millennium Actress: el proceso es lo importante.

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Los 90 otra vez

No sé si realmente tiene razón, pero la idea es interesante:

I think that the fascination with Apps (iOS, Android, etc) is largely because the mobile platforms are great escape routes for all the old guys who have 1EE7 native programming skills and no longer don’t have the time or inclination to learn new environments like Ruby or Python or NoSQL or Javascript. In a way, it’s returning to the 90s: slow processors, not a lot of pixels on display, sloppy connectivity and porting to other platforms is nigh-impossible due to proprietary interfaces. iOS and Android just like Windows from 90s, so they’re a safe, cozy place to be. But the same logic still applies on the mobile as it did on the PC: to reach a bigger audience and gain a faster development cycle to beat your competition, also the Apps will move to the Web. Competition will make sure of it, and once the mobile web tools get better, we’ll start seeing the impact. The young generation will march in, armed with tools like jQuery and Yottaa and create the next web.

En The «you morons, it’s just the 90s all over again» -rant.

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One of Our Thursdays is Missing, de Jasper Fforde

Después de 6 libros, uno sospecha que un escritor —aún disponiendo de la imaginación más que fertil de Jasper Fforde— ya no podrá sorprenderte. Admito pues que soy un hombre de poca fe, porque esta novela me sorprendió tanto nada más empezar que incluso estuve a punto de no leerla por la dislocación que me provocaba la idea central. Y el resultado es tan divertido, está tan lleno de ingenios y plantea un viaje interior tan bueno como cualquiera de los libros anteriores.

Volvamos un poco atrás.

Thursday Next es la protagonista de una serie de novelas que trasncurren en una especie de realidad alternativa (en el primer libro —El caso Jane Eyre—, por ejemplo, la guerra de Crimea dura ya más de 100 años). En ellos hay especies reconstruidas, viajes en el tiempo e incursiones al mundo literario, porque lo que sucede en el mundo de los libros es tan importante como lo que sucede en el mundo real.

Pero hete aquí que en algún momento Thursday se hizo tan famosa en su mundo (al que ha salvado en más de una ocasión) que se escribieron novelas sobre ella (que no son exactamente las novelas que hemos leído, un detalle que es parte de la trama de éste libro y el anterior). Es más, se escribieron dos versiones, con dos personalidades muy diferentes para la protagonista. En el libro anterior —First Among Sequels— la situación se simplificaba dejando sólo a la Thursday real y a una de las versiones del mundo literario.

Pues bien, al arrancar esta nueva entrega, descubrimos que la protagonista de la novela no es la Thursday de siempre, que ha desaparecido en misteriosas circunstancias, sino su equivalente en el mundo de los libros, que debe enfrentarse al reto de mantener las novelas en pie, lidiar con las restricciones impuestas (por ejemplo, en las novelas no aparece el mundo literario, al contrario que en las novelas que nosotros hemos leídos), personajes díscolos y demás. Y para colmo, es requerida para realizar una investigación y hacerse pasar por la Thursday real. Pero esta Thursday carece por completo de la fuerza de carácter de la verdadera Thursday Next.

O eso parece. La conspiración es tan vasta, lo que está sucediendo es de tal importancia, que bien podría ser que esa Thursday fuese la real, que para ocultarse se esté haciendo pasar por la versión ficticia. Es una posibilidad como otras que se plantean a lo largo de la novela, que se dedica periódicamente a explorar formas de que la Thursday ficticia pudiese ser la Thursday real. Y es que la pobre, que narra en primera persona, está tan poco segura de sí misma, tiene un carácter tan débil, que ni siquiera está segura de saber quién es.

(No voy a seguir, pero sólo comentar que la solución a ese misterio en concreto, con el estilo habitual de Jasper Fforde, es a la vez lo esperado y lo inesperado).

Pero, aparte de los problemas sobre la naturaleza concreta del ser, hay muchos problemas en el mundo de los libros.

Hace poco se ha rediseñado, convertido ahora en un mundo hueco en cuya superficie interior se distribuyen los distintos géneros literarios convertidos en continentes e islas. Desde cualquier punto de la superficie interior se ve cualquier otro punto. Y en el centro de la esfera hueca hay una zona ingrávida de la que resulta imposible escapar.

Y hay truenos de guerra. La amenaza de un conflicto entre géneros, con las tropas congregándose en las fronteras (y no vean cómo pelean los ejércitos de Comedia) y amenazando con una larga y sangrienta lucha. Por tanto, hay que desmontar toda una conspiración, recorrer géneros (como Fan Fiction), remontar el río metafórico, enfrentarse a todos los clichés literarios habidos y por haber, huir de los misteriosos Men in Plaid y recordar siempre dar cuerda a su androide. Pobre Thursday ficticia, intentando salvar su mundo, sus libros y su modelo real. Y visitar al hombre al que ama por designio y al que no puede tener.

Jasper Fforde ha sido muy inteligente, la verdad. Como Thursday Next es ya un personaje demasiado grande, con demasiada experiencia, encontró la forma de sustituirla por una versión que puede crecer a lo largo de la narración. Ése —junto con los continuos juegos con lo literario y una trama divertida e ingeniosa— es uno de los placeres de esta novela. Si te gustaron las anteriores, no te la puedes perder.

[50 libros] 2011

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De cómo Shea Hembrey se convirtió en 100 artistas

Ésta es ya mi charla TED preferida. Shea Hembrey cuenta cómo decidió hacerse su propia bienal, dedicando dos años a inventar un grupo de 100 artistas —incluyendo detalles biográficos y poéticas— y una obra para cada uno. La obra final es el catálogo de la bienal, que vende en su web. Después de ver la charla, me encantaría de veras ver ese catálogo.

No sólo es una charla divertida y extraordinaria, sino además todo un comentario sobre el mundo del arte contemporáneo. Es decir, la secuencia de obras presentadas y especialmente los detalles «biográficos» de los distintos artistas conforman una carta de amor al arte contemporáneo con grandes dosis de ironía. Pero ya empieza diciendo que ama el arte contemporáneo pero que le frustra el mundo del arte. Yo de ninguna forma participo del mundo del arte contemporáneo, pero igualmente me gusta mucho y también me siento muy frustrado (por ejemplo, me fastidia que parezca estar anclado en el siglo XIX).

Más detalles sobre el artista en The Art Inquirer.

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[Recibido] Magnitud imaginaria, de Stanisław Lem

Otra de las grandes obras de Lem. Magnitud imaginaria (Impedimenta. ISBN: 978-84-937601-2-0. 144 pp. 16,00 €) es un libro de prólogos a libros inexistentes.

De la contraportada:

Magnitud imaginaria, piedra de toque de la famosa «Biblioteca del Siglo XXI» y heredera de la aclamada Vacío perfecto, es otro ejemplo delirante del genio de Stanisław Lem. Artistas que realizan pornografía mediante el uso de rayos X, científicos que cultivan bacterias que se comunican en código Morse y son capaces de predecir el futuro, vendedores de enciclopedias «de cuarenta y cuatro magnetomos» en las cuales está escrita la historia que aún no ha acontecido, inteligencias artificiales que crean obras de autores tan intocables como Dostoievski y que ni ellos mismos se habrían atrevido a concebir. Deliciosas sátiras en las que, una vez más, Lem pone en tela de juicio las respuestas a las grandes preguntas de la Humanidad.

Con Magnitud imaginaria, Impedimenta recupera un nuevo título de la «Biblioteca del Siglo XXI», que abrió con Vacío perfecto y que se completará próximamente con Golem XIV.

Me alegra la noticia de la próxima publicación de Golem XIV. Si no recuerdo mal, antes formaba parte de Magnitud imaginaria (y así debí leer el libro en su día), hasta que Lem decidió sacarlo y ampliarlo.

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Así habló Zaratustra, el manga

Llámenme lento, pero hasta ahora no había caído en que la declaración «Dios ha muerto» no es equivalente a «Dios no existe». La segunda es una afirmación ontológica. La primera, una declaración de principios, la constatación de que una idea (independientemente de si se correspondía o no con un ente realmente existente) ha perdido la validez que hubiese podido tener. Ya no es útil.

De eso va fundamentalmente Así habló Zaratustra, el cómic versión libre (ante la imposibilidad de adaptar el libro en sí) de la famosa obra. Como no he leído el libro (más que algún capítulo hace muchos años), no puedo decirles hasta qué punto han tenido éxito. Lo que en cierta forma es una suerte, porque me obliga a tratar este cómic en sí mismo.

Y como apunté en el primer párrafo, la historia va de la muerte de Dios y de qué hacer cuando esa idea resulta ser innecesaria. Es decir, cuando el armazón antiguo ya no sirve, ¿sobre qué se construye la existencia? El yo y el eterno retorno, fundamentalmente, y por supuesto una nueva moral que trascienda la antigua. Se requiere, por tanto, un nuevo ser humano, otro tipo de ser. Debe ser el superhombre.

La historia concierne a la familia de un párroco, y en concreto a sus dos hijos, Álex y Zaratustra. Una serie de revelaciones iniciales les obliga a replantearse su lugar en el mundo y en la sociedad. La reacción de Zaratustra es pensar que si aquel detalle era falso ¿qué otros detalles lo son también? Para Álex, la respuesta radica en refugiarse cada vez más en Dios, pero siendo Dios una idea caduca, en el contexto social de la historia donde se cree en Dios por pura conveniencia, Álex es cada vez más religioso alejándose paradójicamente (o quizá no tanto) de los principios de la religión.

Pero en el mundo de Zaratustra hay pocas esperanzas. Sus dos pilares, el yo y el eterno retorno, son pesadas cargas. Especialmente el segundo. En un momento dado, uno de los personajes comete el error de confiar en el eterno retorno como medio para lograr una segunda oportunidad. Pero se trata de una trampa, porque el eterno retorno implica la ejecución exacta de lo que ya fue y volverá a ser. La única liberación posible es abandonar ese ciclo de repeticiones. Ésa es la meta de Zaratustra que termina el cómic sin haberlo logrado. Más que nada, porque la esperanza es otra trampa y lo única posible es el proyecto.

Digamos que Zaratustra es el protagonista de la historia, pero no necesariamente el héroe. Para dejárnoslo claro, está la misteriosa Salomé que no duda en burlarse de él en todo momento. Siendo un ser claramente superior, no duda en espolear a Zaratustra desde su posición privilegiada. Y es preciso que así sea, porque el viaje de Zaratustra implica el abandono progresivo de las antiguas ideas. Aparentemente lo más importante es ese camino por andar.

Por tanto, el único pilar que queda es el del propio yo, algo de lo que Zaratustra está completamente seguro (siendo una carga, porque el yo absoluto implica también una responsabilidad total). Su posición es por tanto la de un egoísmo absoluto, o quizá mejor una autosuficiencia absoluta: Zaratustra se basta él solo para controlar su vida. Y uno se pregunta por qué. Después de todo, habiendo abandonado tantas convicciones anterior, ¿a qué arrastrar esta última? ¿Qué tiene el yo de especial excepto el hecho de que creemos sentirlo? Es como si jugando a replanteárnoslo todo, nos parásemos justo antes del final en lugar de preguntarnos ¿y si el yo también ha muerto?

No es habitual encontrarse un cómic que plantee así abiertamente cuestiones de este tipo (se me ocurre, por ejemplo, Logicomix). Es decir, tratar más o menos de forma subrepticia temas complejos es habitual, ponerlos directamente en la primera página, ya no tanto. Además, se usan muy bien los recursos del manga. Por ejemplo, eso de eliminar las caras en ciertos momentos se ajusta muy bien a ciertos temas. Y por no hablar del diseño de los personajes, Salomé en concreto, que choca directamente con el contexto social pero no desentona en un manga. E incluso las referencias, La naranja mecánica, se corresponden con lo tratado.

Esta no es una obra para todo el mundo. Evidentemente, está destinada a un público joven y el uso del manga se debe precisamente a facilitar esa labor. Que es fácil de leer lo puedo garantizar. Incluso estoy seguro de que dará para pensar, porque las ideas y la ejecución chocan (deliberadamente) entre sí. El resultado final me parece divertido, porque se trata de una de esas situaciones donde te preguntas cómo a alguien se le pudo ocurrir algo así y a la vez te alegras de que a alguien se le haya ocurrido. En suma, es una apuesta por cierta forma de acercar ideas, haciéndolas lo más explícitas posibles de la forma también más entretenida.

Ya dije, cuando lo puse como recibido, que de niño leí una versión en cómic de El manifiesto comunista. Es un truco que puede funcionar, siempre que no nos pongamos puristas y pensemos que las ideas son lo único importante. Para profundizar, siempre queda el libro original.

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[Recibido] La investigación, de Stanisław Lem

Ya dije que La investigación (Impedimenta. ISBN: 978-84-15130-10-9. 248 pp. PVP: 18,95€) es mi novela preferida de Stanisław Lem. Me parece que condensa admirablemente muchas de sus preocupaciones y que las discute sin hundirse en su posición filosófica. La leí varias veces (empezando ya en el instituto) en la edición de Bruguera (creo) y siempre me ha gustado. La recuerdo, años después ya, como una ilustración de que correlación no implica causalidad (escrita muchos años antes de que la frase se pusiese de moda) y como el reverso de otra novela: La fiebre del heno (que espero que se publique, junto con los cuentos de robots y los viajes del Pirx). Sólo añadir que esta edición de Impedimenta es bastante agradable y contrasta considerablemente con la vieja edición en bolsillo (me encanta el plano de la portada).

De la contraportada:

Gregory, un joven teniente de Scotland Yard, recibe el encargo de investigar una serie de extraños sucesos que tienen intrigada a la policía. De diversos puntos de la zona metropolitana de Londres llegan informes sobre cadáveres aparentemente resucitados que empiezan a levantarse y caminar, a vestirse y recorrer largas distancias antes de desaparece sin dejar rastro. Nadie encuentra una explicación racional para lo sucedido, y lo que comienza siendo una anécdota intrascendente acabará convirtiéndose en una auténtica plaga. ¿Se trata realmente de muertos que vuelven a la vida? ¿Estamos ante un caso de ladrones de cuerpos? Pronto se hará evidente que el principal misterio no radica únicamente en las investigación en sí, sino en los efectos que los sucesos tienen sobre el propio lector.

Stanisław Lem nos seduce con una intriga policíaca de tintes filosóficos y metafísicos, en un Londres neblinoso y nocturno en que casi ninguna pregunta tiene respuesta.

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Todo pirata aspira a convertirse en almirante

Estoy seguro de que si mañana se aboliesen las leyes de propiedad intelectual, la cultura humana no sufriría mayormente. Se seguiría creando, seguiríamos teniendo ideas chulas y ejecuciones fascinantes. Lo que si cambiaría radicalmente, sufriendo un proceso de reconversión, sería la industria cultural cuya forma actual depende en gran parte de esas leyes (o, al menos, es lo que parecen creer sus responsables).

Evidentemente, cultura e industria cultural son dos cosas diferentes. Pero como en nuestra sociedad se considera que la cultura es buena, se emplea la primera para defender a la segunda, tratándolas como si fuesen equivalentes. Es decir, para imponer reglas cada vez más duras, la industria se reviste del manto de la cultura fingiendo defender la creación.

Lo que no suelen contar es que muchas de las industrias culturales actuales nacieron con modelos disruptivos que chocaban con los negocios culturales del momento. Lo explica muy bien Cory Doctorow en este vídeo (en inglés):

(vía Boing Boing)

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