El subtítulo de este libro (Principal de los libros. ISBN: 978-84-938316-3-9. 350pp) es «Los grandes clásicos como nunca te los han contado» y, dejando de lado la hipérbole promocional, algo de cierto tiene. Porque si hay algo que nunca te cuentan de los clásicos literarios es precisamente lo divertidos que resultan. Siempre se habla de su importancia, de su valor, de su profundidad o de cualquier otro aspecto que se considere serio. Pero curiosamente, el placer de su lectura es rara vez un factor que se considere no ya importante, sino digno de mención. Ante ese panorama, no es de extrañar que la palabra clásico sea sinónimo de aburrido.
Historia torcida de la literatura desmitifica muchos de esos libros y, lo más importante, a los autores, tratándolos como cercanos y accesibles, sufriendo los mismos defectos que cualquier otra obra humana o cualquier persona. Aplica mucho sentido del humor y llama golfo al que se merecía ser llamado golfo. Empezando con la más remota antigüedad, va avanzando cada vez más deprisa hacia el presente, hablando de Shakespeare, la literatura rusa, los checos, la literatura americana, los clásicos del siglo de oro y demás. La lectura es ágil y aunque el humor no funciona igual en todo momento (es mucho más gracioso llamar golfo a Boccaccio que decirlo de algunos de los escritores más reciente que, bien, efectivamente son unos golfos), es siempre divertido. De hecho, la combinación de diversión y comentarios literarios funciona tan bien que te deja ganas de leer más de una de las obras comentadas, lo que desde mi punto de vista es siempre un triunfo para un libro de este tipo. Ya vale la pena.
Pero lo importante de este libro no es nada de lo que he dicho anteriormente. Es decir, si deciden leerlo por eso, pasarán un buen rato y disfrutarán de esas excursiones literarias. Pero en realidad, lo grande de este libro es que contiene una defensa apasionada de la lectura y de los derechos del lector, ese individuo tan ninguneado que los columnistas de prensa sólo lo nombran para regañarle por no leer lo adecuado o para recordarle su obligación de leer esta o aquella obra. Este libro, al contrario, defiende la libertad del lector ante los libros.
Por ejemplo, hablando de El Quijote, el autor lamenta la manía educativa de intentar hacer que los más jóvenes lean una novela para la que no bien podrían no estar preparados, pretendiendo que la aprecien y logrando en realidad el efecto contrario. Dice: «La tarea de un educador debería ser conseguir el mejor rendimiento posible con lo que tiene entre las manos, y no imaginarse una audiencia más interesada y atenta de la que dispone en realidad». Posteriormente, hablando sobre si debemos juzgar las obras de los autores por las opiniones que éstos defendían como personas o por los actos que cometieron, reclama de inmediato la libertad del lector para elegir leer lo que quiera y usar cualquier criterio para seleccionar los libros que va a leer. Es refrescante que alguien lo diga tan contundentemente, tan acostumbrados como estamos a la figura del un lector pasivo que tiene como única función leer en orden las obras declaradas como imprescindibles en el canon de turno.
Incluso critica nuestra tendencia a considerar que un autor del pasado es ya un clásico por viejo, y por tanto bueno, aunque en su época no hiciese nada sustancialmente diferente a lo que hace un escritor de bestsellers de la actualidad. Quizá en más de un caso la fama literaria, sin que nadie se moleste en leer los libros, no se corresponda con su calidad real, o, dándole la vuelta de inmediato, quizá un autor despreciado hoy sea imprescindible en el futuro.
Y se permite terminar con toda una declaración que comparto plenamente: la necesidad de que el autor logre inquietarte, encabronarte, inspirarte o divertirte, «que me demuestre que no estoy solo en mis ideas, que alguien piensa lo que yo nunca digo, o que yo nunca había pensado». Y cierra con un mensaje de esperanza: «Y entonces te das cuenta de que la literatura sigue muy vida, que son muchos [nota: se refiere a los autores hacen lo mencionado anteriormente], que nuestros terrores apocalípticos sobre una decadencia total de la cultura que nos devuelva a las cavernas son infundados». Lo importante es que lo que lees no te deje indiferente.
Por cierto, este libro tiene su semilla en el blog Literatura Torcida.