If I should have a daughter…
Sarah Kay hablando de poesía —y demostrándolo— en TED. Hay gente que simplemente tiene talento:
Sarah Kay hablando de poesía —y demostrándolo— en TED. Hay gente que simplemente tiene talento:
Hay gente que sabe dar una charla:
(vía Brain Pickings)
«I can’t understand why people are frightened by new ideas. I’m frightened of the old ones»
Así empieza:
Yo también soy un experto en la energía nuclear y sus peligros, como toda esa gente que habla: no en vano estuve a punto de terminar el bachillerato y además lo hacía de la mejor manera. Es decir, no estaba matriculado, sino que fregaba los pasillos mientras esos niños de papá iban a clase, sin aprovechar para nada los conocimientos que resbalaban por sus impermeables cerebros.
Así lo comunica una nota de prensa de la editorial Tusquets (que edita en España la gran mayoría de los libros de Murakami). Es un premio anual que se concede «a aquellas personas que contribuyen decisivamente con su trabajo creador a desarrollar los valores culturales, científicos o humanos alrededor del mundo». La entrega del premio será el 9 de junio.
Y si quieres leer más sobre Murakami, puedes consultar mis reseñas de su libros en Libros de Haruki Murakami.
Josep María Allué es un creador de juegos con una amplia experiencia. Por aquí he hablado de Tobynstein, un divertido juego de científicos locos donde debes resucitar a tu mascota usando piezas de animales. He tenido oportunidad de jugar a otros diseños suyos —la mayoría, desgraciadamente, sin publicar— cuando nos hemos encontrado en alguna jornada de juegos.
Ahora aprovecha toda su experiencia diseñando juegos (ha hecho muchos diseños para terceros como nos contó en: 1 pregunta: Josep Maria Allué) arrancando con Idea Lúdica (web facebook), una nueva empresa dedicada a todo tipo de servicios de creación de juegos (tanto juego tradicionales como digitales) e incluso formación y asesoramiento.
Suerte.
Y ya que hablamos de violencia, aquí está una breve charla de Steven Pinker (me encantan estas charlas de 10 minutos) sobre nuestra percepción de la violencia. Mucha —y es asombroso pensar cuánta— gente cree que el mundo hoy es más violento que hace unos siglos. Es fácil demostrar lo contrario, pero lo interesante es que al final propone varias explicaciones para esa percepción.
Harvard Thinks Big 2010 – Steven Pinker – ‘Some Questions About Violence’ from James Smith on Vimeo.
(vía Brain Pickings)
40 pisos de alto. 1000 apartamentos. 2000 personas.
Así es el edificio. Un pequeño pueblo dispuesto en vertical, con todos sus servicios: tiendas, peluquerías, piscinas… incluso una escuela. Un micromundo, un Londres dentro de Londres. De no ser por la necesidad de tener que trabajar, sus residentes no tendrían nunca que abandonar el rascacielos.
Pero pronto las cosas empiezan a cambiar. Pequeños actos de violencia, crueldades menores, que se van magnificando y, curiosamente, inicialmente se disponen según capas sociales. En lo más alto, los pisos superiores, los que ocupan los residentes más ricos. Abajo del todo, los pisos de aquellos menos pudientes (pero que aún así se han podido permitir el lujo de comprar una de esas viviendas, claro). Y en medio, una tremenda zona de clase media.
La novela va contando las diversas historias de distintos residentes. Todos ellos hombres (la reacción de las mujeres, sin ser necesariamente menos violenta, parece orientarse de otra forma), lo que explica la profusión de símbolos fálicos (uno de los personajes se pasea por ahí con una cámara en mano que en realidad apenas usa), su tendencia a expresarse sexualmente (con muchas referencias al miembro viril y también tendencia a interpretar los obstáculos como impotencia sexual), cada uno representando su estrato social concreto, cada uno reflejo de sus circunstancias. Uno aspira a ascender por todo el rascacielos, hasta llegar al piso superior y demostrar así su hombría. Otro, que ya vive en lo más alto, aspira a enfrentar a unos contra otros para mantener su posición dominante. El psicólogo de clase media aspira aparentemente a ser señor de su propio piso.
Poco a poco la situación va degenerando. Las grandes divisiones iniciales se fragmentan y el edificio acaba formado por tribus distribuidas por pisos. Pero al final, sólo quedan viviendas individuales. La violencia se vuelve cada vez más feroz, más fundamental, más simbólica. El enfrentamiento es casi siempre físico, porque lo que importa son las heridas ejercidas con la misma acción de los músculos. Destaca la ausencia casi total de armas de fuego.
La novela no plantea que el ser humano sea incapaz de vivir en sociedad. No. Lo que plantea es que el ser humano no quiere vivir en sociedad. La civilización no es más que un escenario, un armazón endeble de tablas carcomidas que desaparece con facilidad. El mundo violento del rascacielos es el mundo real, el mundo exterior de orden social es la fantasía. Y lo que sucede en su interior es precisamente lo que sus ocupantes desean que suceda. La violencia regresa porque nunca se fue y porque es lo ansiado: el enfrentamiento crudo de la carne contra la carne. Por eso nadie recurre a la policía, nadie hace nada por hacer que el orden exterior retorne.
El edificio se basta a sí mismo.
En una entrevista incluida en el libro, Ballard comenta que su experiencia bélica (cuando era niño pasó un tiempo en un campo japonés para prisioneros) le enseño precisamente eso, que la civilización se puede evaporar en cualquier momento. La inestimable Wikipedia, siempre dispuesta a ofrecerte un punto de vista y el contrario, le cita también hablando con ciertos tonos positivos de su experiencia bélica. Sin embargo, es bien sabido que los niños no tienen el mismo concepto de la tragedia y la aventura que los adultos, y que los desastres pueden resultarles experiencias emocionantes. Pero en realidad, en el contexto de la novela, no hay ninguna contradicción. Los personajes a los que seguimos hacen justo lo que quieren hacer y probablemente, de molestarse en expresar su opinión, describirían sus experiencias como fundamentalmente positivas. Una especie de «es una batalla salvaje y primitiva, pero es nuestra batalla salvaje y primitiva». Las cicatrices para ellos son honrosas medallas.
El edificio es la causa de todo lo que sucede. Su verticalidad hace evidente diferencias sociales que normalmente estarían más ocultas, deja claro que hay alguien por encima, que la superioridad social es también física. Por otra parte, el edificio es un entorno tan perfecto, tan cerrado en sí mismo, que libera a sus ocupantes de cualquier responsabilidad (una comparación que hacen algunos personajes es con una prisión… otro prefiere hablar de zoológico, un espacio artificial diseñado precisamente para que los animales se comporten como en su entorno natural). Paradójicamente, la existencia moderna y tecnológica del edificio es lo que permite el regreso de la violencia ancestral.
Pero High-Rise no es una novela sobre el pasado. Todo lo contrario. El edificio es parte de un complejo de cinco y fue el primero en concluirse y ocuparse. Lo que sucede en él es simplemente, dentro de los parámetros de la novela, lo que está condenado a suceder en los otros. Su destino es el destino final de la civilización. High-Rise es una novela sobre lo que sucederá en el futuro.
Yo sólo espero que se equivoque.
High-Rise expresa, con un tono casi alegre que se ajusta muy bien a los protagonistas, el pesimismo más total sobre la condición humana.
Acumular, acumular, acumular. Juntar cosas y más cosas. Algunos lo llaman el síndrome de Diógenes. Otro lo llaman coleccionismo. Tener dos de algo ya te pone en el camino a Damasco del coleccionismo. Es humano. Es normal. Pasa sin darte cuenta. Muchos somos, consciente o inconscientemente, coleccionistas.
Y luego está Drugos.
Drugos vive en otro nivel, ocupa otro estrato de la realidad. Si Drugos es un coleccionista, es el único coleccionista en este mundo. Nadie acumula tanto como él, que lo guarda absolutamente todo: sus libros de texto, las pegatinas de las naranjas, la facturas del gas, los juegos de infancia, todos los discos que han sacado sus amigos, todas las copias malas de productos oficiales… No hay nada en este mundo que Drugos no pueda llegar a considerar objeto de colección, porque no hay nada que de alguna forma, en la capacidad humana para sistematizar, no pueda formar parte de una serie (las tazas de alienígenas, ¿van con las tazas o con los objetos sobre extraterrestres?).
Creo, aunque no tengo pruebas, que Drugos debe ser la creación más cercana al autor. Mauro Entrialgo parece ser un acumulador nato, y si no me falla la memoria, es especialmente famoso por su colección de dispensadores de pez. En este cómic, crea una versión exagerada, pero no por ello menos exacta justo porque la exageración puede llegar a transmitir más verdad que la precisión, del afán coleccionista que nos afecta a todos. Le permite además, no sólo reflexionar sobre esa tendencia sino también explorar usos y costumbres sociales que van asociadas. En ese aspecto, es un claro antecedente de Ángel Sefija y también una de los mejores álbumes de Mauro Entrialgo. Uno que a mí me gusta revisitar periódicamente. Un clásico, vamos, porque siempre me dice algo que no me dijo la vez anterior.
Las páginas reunidas van de 1994 hasta 2002. Un hecho destacable es que las primeras páginas demostraban un interés especial en jugar con la forma del cómic. Por ejemplo, la de la página 7, que trata sobre el Picasín, tiene fondos de ese producto. La 9, sobre robots, tiene la viñetas dispuestas como un robot. La 14 es un árbol de Navidad, la 17 es una serpiente, la 18 un regalo y la 19 una flor. A medida que nos acercamos al siglo XXI, esos juegos se van perdiendo, la que posiblemente sea mi única crítica a este álbum. Me gustan más las reflexiones finales —más afinadas, apuntando certeramente al blanco—, pero disfrutaba enormemente de los juegos iniciales.
En ocasiones, no me siento identificado con los cómics de Mauro Entrialgo. Admiro su inteligencia y su capacidad para la observación quirúrgica, pero a veces habla de realidades sociales que me resultan ajenas (en ocasiones, incluso me asombra que seamos casi contemporáneos). O son experiencias que no viví o simplemente no me interesan. En Drugos se da la feliz confluencia. No sólo los comentarios del protagonista, y otros personajes, me parecen apropiados, sino que además llevo —como muchos— un Drugos dentro, una parte de mí que tiende al coleccionismo. He tardado años en dominar mi Drugos interior —y en muchas ocasiones no estoy seguro de haberlo logrado— y me alegra que esté retenido entre las tapas de esta excelente recopilación. Cuando siento la necesidad, puedo sacar el volumen de la estantería y visitarle.
Un detalle. Conocí a Mauro Entrialgo hace unos años en la Sala Nasa de Santiago. El pobre estaba sentado en una mesa firmando ejemplares y haciéndonos dibujitos. Tuve la oportunidad de charlar con él. Y mi Drugo está dedicado.
Y ahora le cuento la observación más feliz de este libro. Se da en la mencionada página 7, en la página sobre el Picasín, un juguete que servía para crear formas abstractas (pero repetitivas) a partir de cartulinas y pinturas. Siguiendo al juguete, Drugos comenta: «Al fin y al cabo las personas son sólo cartulinas que giran sobre las que se vierten genes y circunstancias». No se puede ser más exacto.
Alguien pasa por una puerta que pone ERROR. Así empieza la historia. Quizá así empiecen todas las historias.
Es la historia de una pareja de visita a un país lejano. Su relación ha tenido importantes problemas y hay detalles de su pasado que son indudablemente misteriosos. Mientras pasean, acompañados de sus anfitriones en el país, se hacen referencias a otras personas y acontecimientos: un escultor que lo perdió todo y su arte le salvó, una asesina que mató brutalmente a su marido, un bandolero de leyenda, una editorial de historias sobre crímenes…
De pronto, en medio de la narración, sin ninguna separación o corte, se empieza a contar otra historia. La del escultor, la de la asesina, la del bandolero.. otra. La novela va pasando así de una historia a la siguiente, sin terminar la anterior, fluyendo con el ritmo de las palabras, introduciéndose en las peculiaridades, rarezas, excentricidades y descarados surrealismos de cada historia. El libro termina como empieza, sin explicación.
El error es el segundo libro de César Aira que leo y les confieso que Parménides me gustó mucho más. El error me resultó más ingenioso que interesante, aunque con momentos muy divertidos y creaciones muy logradas. El procedimiento, pasar de una historia a la otra como si fuesen la misma, me recuerda a una película de Buñuel, aunque admito que cuando se pone borgeano —y hay que reconocer que su invención borgeana, la editorial de historias de crímenes, es excelente— es bastante divertido, pero también me dejó la sensación de que se estaba esforzando demasiado por ser raro, interesado más en acumular piezas oblongas que en unirlas. En el fondo, Parménides me gustó mucho más porque su ironía y su artificiosidad eran mucho más interesantes.